El año 1988 se inició para los mutantes con el lanzamiento del que fue el mayor de sus crossovers hasta la fecha, “La Caída de los Mutantes”, que se desarrolló entre enero y marzo en las colecciones de “Uncanny X-Men”, “Factor X” y “Los Nuevos Mutantes” además de enlaces con otras colecciones Marvel (entre ellos, el famoso combate entre Hulk y Lobezno que narraron Peter David y Todd McFarlane en la serie del primero). No es el propósito de este artículo detallar lo ocurrido durante ese evento pero baste decir que al final del mismo, los entonces nueve miembros de los X-Men se sacrificaban para salvar al mundo en la mejor tradición superheroica. Por supuesto, esto no fue el final y Lady Roma los resucitaría para otorgarles un nuevo comienzo en el desierto australiano sin que el resto del mundo supiera de ellos.
Sin embargo, en
aquel épico combate había dos miembros clásicos que estaban ausentes,
recuperándose de sus heridas en el complejo de investigación de Moira McTaggert
en la Isla Muir, en la costa escocesa: Rondador Nocturno y Kitty Pryde
(entonces conocida como Gata Sombra). Pero aunque ambos ya no pertenecían a la
alineación oficial de los X-Men, el guionista de mutantes por excelencia y
dueño de sus destinos desde hacía trece años, Chris Claremont, no estaba
dispuesto a abandonarlos. Para él, sus personajes eran como sus hijos y perder
el control sobre ellos habría significado dejarlos sujetos a los caprichos de
otros escritores de la editorial, sin duda ansiosos por hacerse con dos héroes
ya tan bien perfilados y conocidos por los fans.
Había, por tanto,
que buscarles un nuevo hogar. Y para ello, Claremont decidió crear un nuevo
grupo, con base en Inglaterra y para el que recuperó otros personajes “secundarios”
del universo mutante. Por una parte, Rachel Summers (alias Fenix, hija de un
Cíclope y una Jean Grey de un futuro postapocalíptico en el que los mutantes habían
sido casi erradicados), poderosa telepáta y telequinética a la que Claremont
había hecho desaparecer de la colección mutante principal dos años atrás. Y,
por otra, el Capitán Britania, un héroe que él mismo había creado en 1976 para
la división británica de Marvel. Sin embargo y en años posteriores este
personaje había experimentado gracias a Alan Moore y Jamie Delano tantos
cambios en sus poderes, traje y entorno que difícilmente podía considerársele
el mismo que imaginó Claremont. El quinto miembro sería la novia del Capitán,
la metamorfa Meggan.
Otra de las razones
por las que Claremont inició “Excalibur” fue su deseo de trabajar con Alan
Davis, un artista británico que había brillado en prácticamente todo lo que
había dibujado hasta la fecha: “Miracleman” y “D.R.& Quinch” con guiones de
Alan Moore y “Batman y los Outsiders” y el propio Hombre Murciélago para DC con
guiones de Mike W.Barr. Es más, había sido él quien había construido conceptual
y visualmente junto a Alan Moore primero y Jamie Delano después, todos los
personajes secundarios y el peculiar universo multidimensional que hicieron del
Capitán Britania un héroe muy particular y ajeno a lo habitual en la vertiente
americana del género. Además, aunque Claremont era inglés de origen, había
emigrado con sus padres a Estados Unidos a los tres años y fue Davis quien,
británico de pura cepa y residente en las islas, aportó la especificidad
requerida para una serie que iba a transcurrir en un entorno cultural y
geográfico diferente al del resto de los superhéroes.
Claremont había estado intentando convencer a Davis para que entrara de lleno y a largo plazo en la franquicia mutante, pero éste se resistía, inseguro acerca de su capacidad para encargarse de unas colecciones tan populares, sujetas al escrutinio de millones de lectores y que, para colmo, nunca habían tenido un dibujante mediocre (Dave Cockrum, John Byrne, Paul Smith, John Romita Jr). Claremont recuperó para los X-Men al Capitán Britania y su hermana, Mariposa Mental y Davis realizó un par de Anuales para los Nuevos Mutantes (1986-87) y otro para los X-Men (1987) además de un par de números para la colección de estos últimos.
Pero ahora, con un
proyecto sobre la mesa totalmente nuevo del que podía participar desde el
comienzo y al que podía aportar mucho de sí mismo, Davis aceptó. Además, estaba
previsto que la colección tendría un desarrollo mayormente autónomo no sólo del
universo mutante sino del resto del orbe Marvel. Y, por si fuera poco, podría
volver a dibujar al Capitán Britania, Meggan y otros personajes del pasado de
ambos por los que sentía un gran aprecio ya que él mismo había sido su
cocreador unos años atrás.
La historia arranca,
por tanto, tras lo narrado en “La Caída de los Mutantes”. Un mes después de la
conclusión de ese crossover, en abril de 1988, aparecía el “Excalibur Special
Edition” nº 1, un volumen de 48 páginas en formato Prestigio que narraba el
origen del nuevo grupo. Rondador Nocturno y Kitty Pryde, aún convalecientes,
tratan de superar la depresión de haber perdido a sus amigos y encontrar un
nuevo sentido a sus vidas. Para colmo, ambos han visto alterados negativamente sus
poderes. Rondador ya no puede teleportarse tanto y tan lejos como antes y el
estado normal de Kitty ha pasado a ser el inmaterial, teniendo que concentrarse
para volverse sólida. Otro superhéroe doliente es el Capitán Britania, que
perdió a su hermana Mariposa Mental cuando los X-Men desaparecieron. Su amante,
Meggan, nada puede hacer para consolarle, lo cual la sume también a ella en la
angustia.
Y entonces, Rachel Summers/Fénix, escapa de la dimensión de Mojo en la que se hallaba atrapada y llega a Londres perseguida por los Lobos de Guerra, sicarios de aquél con la capacidad de cambiar de forma y “vestirse” con las pieles de sus víctimas. El punto de unión con el universo del Capitán Britania resulta ser la mano derecha de Lady Roma, Ópalo-Luna Saturnina, que también anda tras Fénix ya que su poder amenaza el equilibrio interdimensional. Para atraparla, ha contratado a un grupo de extravagantes mercenarios, la Tecnored, liderados por Rompepuertas, tan poderosos como incompetentes cuando actúan en equipo.
Esa doble
persecución de Fénix llevará a la reunión de los protagonistas que, tras
conjurar la amenaza, decidan asociarse y mantener así vivo el sueño del
Profesor Xavier. Excalibur ha nacido.
Ya hemos visto que los orígenes de Excalibur estaban en los X-Men y, de hecho, la colección se vendió como parte de la franquicia, la rama británica de los mutantes, pero con una aproximación más ligera de lo habitual en las historias de aquéllos, introduciendo humor y situaciones y personajes absurdos, como la Tecnored o la Banda Loca.
El humor en los
superheroes no es fácil de hacer sin caer en la autoparodia y la ridiculización
del propio género. La larga etapa de Claremont al frente de los X-Men se había
caracterizado sobre todo por el drama e incluso la tragedia, con unos
personajes perpetuamente sumidos en tormentos, dudas existenciales y alienación
social. A pesar de que ése era el campo en el que mejor se movía, el veterano guionista
decidió aventurarse fuera de él y darle a la nueva serie un toque de comedia.
Para ello contó con el apoyo del entonces editor en jefe de Marvel, Tom De
Falco, quien apoyaría poco después otro título de claro corte cómico: “Hulka”
(1989). Recordemos que por entonces hubo una especie de moda en el género
superheroico que trataba de hacer comics diferentes mediante el uso del humor,
como fue el caso de la exitosa “Liga de la Justicia Internacional” (1986) o
“Marshall Law” (1987).
La editora de ese número especial y de la posterior colección regular, Ann Nocenti, definió a Excalibur como una “comedia cósmica”, una interpretación que sorprendió a Alan Davis: “Me dijeron que era por mi dibujo cómico. Y, aunque no fue mi decisión, sí hubo una intención expresa de poner más humor en Excalibur”.
Todo es cuestión de
gustos, pero en mi opinión el equilibrio que consiguió Claremont entre uno y
otro enfoque funcionó bien y convenció a muchos lectores. El humor no venía
tanto de ridiculizar a los héroes (aunque el Capitán Britania fue objeto de no
pocas pullas por su escasa agudeza mental y tendencia a resolver las cosas a
mamporros) y los clichés del propio género sino por la introducción de villanos
extravagantes en aventuras con un punto surrealista. Pero no por ello se
abandonó el drama y el conflicto que, a la postre, era lo que hacía evolucionar
los personajes. Kitty Pryde tenía problemas para superar la muerte de sus
compañeros X-Men y la reversión a la niñez de su mejor amiga, Illyana Rasputín;
los poderes de Rachel y el enlace mental que mantenía con sus seres queridos
podían volverse contra ella; y Rondador Nocturno, el Capitán Britania y Meggan
se veían involuntariamente inmersos en un triángulo sentimental con infidelidad
incluida que vino alimentado por la insatisfacción intelectual del segundo y la
inseguridad y baja autoestima de la última.
Hay otros aspectos
de esta primera entrega que funcionan peor. El dibujo de Alan Davis es
intachable en todos sus aspectos y Claremont exhibe su experiencia como
guionista, pero el talento de uno y el oficio del otro no producen nada que
pueda calificarse de verdaderamente memorable, ni en las escenas de acción ni
en la construcción de personajes. Claremont cae en algunas de sus propias
trampas: excesivos diálogos, estilo literario un tanto afectado y una
introspección que no desemboca en nada sustancioso. La trama es rudimentaria,
con largas escenas de personajes hablando seguidas de otras con mucha acción
pero sin giros ni sorpresas.
Las bases sobre las
que se sustenta la historia son también bastante nebulosas. Dado que está
ligada a la continuidad mutante, no estoy seguro de qué conocimientos requerirá
el lector no familiarizado con la misma para entender plenamente a los
personajes. Rachel Summers había desaparecido meses atrás –esto sí se menciona-
pero resurge de repente perseguida por unas criaturas controladas por alguien
llamado Mojo (que había sido presentado en la miniserie “Longshot”, 1985)
además de por un grupo de cazarrecompensas galácticos a los que habían podido
verse en aventuras anteriores del Capitán Britania. Y el caso es que, al
término de la historia ni se explica quién era Mojo, qué había ocurrido en su
dimensión o por qué los mercenarios iban tras Rachel. Y ello dejaba al lector
confuso acerca de si se explicaría en números posteriores de la colección
regular o algún episodio especial… o si era algo que se había detallado en
alguna otra parte de la franquicia mutante y que le pasó desapercibido. Como
número autónomo, por tanto, esta aventura inicial –que más adelante se
retitularía como “Excalibur: The Sword is Drawn”- funciona solo a medias.
Además, el recién
formado grupo apalea a los villanos pero no los derrota y deciden formalizar su
alianza en aras de mantener vivo el sueño de Charles Xavier de luchar por un
mundo en el que mutantes y humanos puedan convivir en paz. Pero resulta que ni
el Capitán ni Meggan eran mutantes, la historia nada tenía que ver con las
persecuciones padecidas por éstos en Estados Unidos (recordemos, “Excalibur” estaba
ambientada en Inglaterra) y no se vuelve a mencionar este particular en los
números de la colección regular que se iniciaría poco después. Es una escena
final emotiva, sí, pero que parece más preocupada por cimentar la conexión del
grupo con los X-Men y así poderlos vender como producto “mutante” que por ser
coherente con todo lo narrado anteriormente en la misma aventura. De hecho, no
es descabellado encuadrar “Excalibur” como una colección más inserta en el
universo del Capitán Britania creado por Dave Thorpe, Alan Moore, Jamie Delano
y Alan Davis que en el mutante de Claremont.
“Excalibur: The Sword is Drawn”, por tanto y a pesar de lo que pudiera hacer pensar su formato de lujo, no es más que un comic book de origen, eso sí, entretenido, muy bien dibujado y necesario si se quiere abordar la lectura de la serie mensual. Pero los mutantes eran la gallina de los huevos de oro y Excalibur no iba a ser la excepción. Aquel episodio de debut fue un éxito y tras dos reediciones del número prestigio, en octubre de ese mismo año 1988, se lanza la colección regular.
Sus cinco primeros
números siguen la misma línea que el Especial, para lo bueno y lo no tan bueno.
El dibujo es excelente y el guion de Claremont destila cariño por los
personajes pero no acaba de encontrar el foco. Sigue habiendo mucho diálogo
que, aunque ayuda a caracterizar a los personajes, no contribuye a impulsar las
tramas; y una mezcla de humor, drama y escenas de acción en sus luchas contra
los Lobos de Guerra, el Juggernaut, la Banda Loca y Arcade en situaciones
bastante absurdas e incluso surrealistas, como el episodio que transcurre en el
parque temático diseñado por este último villano. Los protagonistas siguen
lidiando con sus respectivos problemas emocionales: Kitty añorando a sus difuntos
amigos y sin poder controlar sus poderes; Rondador enamorándose de la insegura Meggan,
cuyos poderes metamorfos vienen acompañados de una necesidad íntima de
satisfacer a quien está cerca de ella; y el Capitán Britania, con serios
problemas de bebida, distanciándose de Meggan y engañándola con su antiguo amor
juvenil, Courtney Ross… A ello hay que añadir los roces que se producen al
mudarse todos al hogar del Capitán y Meggan, un faro de la costa occidental
inglesa que resulta ser
demasiado angosto para una convivencia armónica y en el
que tienen lugar misteriosas apariciones transdimensionales.
En el aspecto interpersonal, Claremont cae en varias inconsistencias, como por ejemplo que en un momento dado Kitty piense que Rondador Nocturno es su mejor amigo aun cuando ese papel parece a todas luces corresponder a Rachel; o que Kitty se refiera al Capitán Britania y Meggan como “bimbos” (un término peyorativo que vendría a significar “guaperas con poco seso), una observación mezquina para alguien que supuestamente los considera sus amigos.
Estos lapsus podrían
pasarse por alto si los pasajes dedicados a la caracterización hubieran estado
equilibrados con los puramente superheroicos e insertos entre ellos. El
problema –y ojo, que ello no quita para que estos números sean de lectura muy agradable-
es que las aventuras están poco trabajadas. Los villanos no parecen tener más
motivación que pelearse con los héroes y viceversa. En el caso de la Banda
Loca, ni siquiera es necesario apuntar a una motivación, su propio nombre lo
dice todo.
Sigue estando presente el humor, aunque hay varios puntos en los que quizá Claremont se pasa de la raya con sus intentos de introducir momentos absurdos. El que esto toque la fibra cómica del lector depende de cada cual. No me atrevo a decir que no funciona pero tampoco que resulta hilarante. Los amantes de la coherencia y la estricta continuidad encontrarán aquí unas aventuras que no parecen casar con el estilo “realista” del resto de Marvel. Por otra parte, meter a los protagonistas en una imitación del País de las Maravillas de Alicia y finalizar la peripecia con una guerra de tartas de crema, no es tan sutil como el humor de, digamos, algunas pullas de Spiderman, los gruñidos de la Cosa, la excentricidad de los personajes de La Patrulla Condenada o las historias de la primera etapa de Los Defensores.
Tampoco es que
Claremont se esfuerce mucho en este comienzo de serie a la hora de idear
enemigos. Los Lobos de Guerra ya habían sido presentados en el número especial
de origen; el Juggernaut era un enemigo clásico de los X-Men; Vixen, la Banda
Loca y la Tecnored provenían del pasado del Capitán Britania; y Arcade había
sido creado por Claremont para enfrentarse tanto al Capitán Britania (en un
“Marvel Team-Up” con Spiderman) como a los X-Men, si bien ningún otro guionista
parece haber tenido demasiado interés en recuperarlo, probablemente debido a su
limitado modus operandi y estúpidas motivaciones.
Mientras tanto,
Claremont va sembrando elementos que, supuestamente, irán retomándose en el
futuro para desarrollar nuevas subtramas: la desaparición de un niño a través
de una puerta dimensional, la llegada de Saturnina (otro personaje con orígenes
en el universo multidimensional del Capitán Britania de Alan Moore) o la
presentación del rijoso banquero Nigel Frobisher. Y decía “supuestamente”
porque, y esto era un defecto crónico del guionista, varios de esos ganchos
para historias futuras se olvidaron por completo y no fue hasta que Alan Davis
se hizo cargo de la serie años después que las retomó y las llevó a una
conclusión coherente y satisfactoria.
Cabe preguntarse por qué Marvel, en el caso de “Excalibur” no mantuvo su política de colocar la letra “X” en todos sus títulos mutantes derivados de “Uncanny X-Men”. Al fin y al cabo, bien podrían haber titulado la nueva colección como “X-Calibur”. De hecho, esa denominación se estuvo barajando pero en 1988 había alguien que era propietario de un nombre casi igual. Y ese alguien era nada menos que Steve Englehart, guionista clásico de Marvel que en 1984 había creado un personaje llamado “X-Caliber” para el número 6 de la colección “Coyote” que entonces escribía para la editorial Eclipse.
Y lo que sigue es un
asunto turbio de gangsterismo editorial. Tal y como Englehart lo cuenta: “Creé
a X-Caliber” cuando los nombres como esos no eran nada especial. Entonces, más
tarde, Marvel decidió que tenía que poseer todos esos nombres. Me pidieron que
les diera los derechos. Les propuse comprarlos. Y me dijeron que no volverían a
darme más encargos si no se los cedía. Pero no lo hice, así que crearon
“Excalibur”. Más tarde, en Valiant, estuvieron presionando a Jim Shooter para
hacer lo mismo con “X-O Manowar”, así que yo le dejé utilizar X-Caliber: le
alquilé los derechos por un dólar”.
Sea como fuere y a
pesar de sus defectos –que, repito, no estropean lo que globalmente es una
lectura satisfactoria aunque no a la altura de lo que podría haber sido, al
menos en esa primera etapa-, “Excalibur” se unió a sus compañeros en “X-Men”, “Factor-X”
y “Los Nuevos Mutantes” en los puestos más altos de las listas de ventas. Marvel
tenía ahora un comic de mutantes para cada semana del mes. Semejante
proliferación no tuvo consecuencias –al menos por el momento- en las cifras de
ventas. Aunque éstas fluctuaron durante ese periodo, se estima que solo las
colecciones de mutantes de Marvel vendían más que todo el catálogo de cualquier
otra editorial. En 1988, “Uncanny X-Men” vendía una media de 430.000 ejemplares
al mes mientras que “Factor-X” y “Excalibur” se situaban en torno a los
300.000. Aunque “Los Nuevos Mutantes” estaban en un escalafón inferior, sus
210.000 copias mensuales lo mantenían en la categoría de éxito incontestable
para Marvel. A la vista de esto, es legítimo preguntarse por qué Marvel no
siguió ampliando el mundo mutante.
Pues eso es lo que hizo. En 1988, Marvel volvió a probar una jugada semejante, otorgando su propio título a dos de sus personajes secundarios más queridos por los fans, pero enfatizando el tema mutante: “The Mutant Misadventures of Cloak and Dagger”, cuyo primer número incluso tenía a Factor-X como invitados. Mientras tanto, el mutante más famoso de Marvel, Lobezno, ayudaba a lanzar una nueva cabecera quincenal de estructura antológica, “Marvel Comics Presents”, en la que permanecería como estrella invitada en uno de sus seriales hasta el número 10 para ser sustituido luego por otro compañero mutante, Coloso. En noviembre de ese año, Lobezno recibió su propia colección escrita por Claremont y dibujada por John Buscema.
(Continúa en la siguiente entrada)
Ya abundaré cuando completes la revisión de la serie, pero, aparte de comentar que fue una de mis favoritas de la época, añadir que, con el tiempo, la veo más deudora de Alan Davis que de Claremont. Es más "su" serie
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