El de los superhéroes es un género muy peculiar. A diferencia del terror, la fantasía, el policiaco, el melodrama o incluso el western, los justicieros enmascarados, con o sin superpoderes, son un producto típicamente americano y ninguna otra sensibilidad cultural ha sabido o querido importarla con el mismo éxito (ojo, no hablo de historias de individuos o colectivos con superpoderes, un subgénero de la CF bastante anterior al nacimiento de los superhéroes, sino de luchadores contra el crimen sobrehumanos y disfrazados). Cuando autores no norteamericanos han decidido abordar ese universo, ha sido o bien ofreciendo una visión mucho más oscura, descarnada y cínica (ahí tenemos tanto “Miracleman” y “Watchmen” de Alan Moore como otras obras del género firmadas por autores británicos), o bien humorístico-paródica.
En este último caso, el éxito de la burla
(aunque sea cariñosa) de los tropos del género depende enteramente de la
familiaridad del lector con éstos. Y por eso los países donde más éxito han
tenido este tipo de deformaciones cómicas (aparte de Estados Unidos, claro,
donde siempre han gozado de mucha popularidad) han sido Inglaterra y España,
donde los superhéroes gozan de una larga historia de publicación y sus
aventuras han sido disfrutadas por generaciones de lectores. El proceso de
maduración del género y, con él y simultáneamente, la inevitable aproximación
cómica, ha sido un fenómeno relativamente reciente que empezó a tomar impulso a
finales de los años ochenta. Pero si ha existido un pionero en este subgénero
humorístico ha sido “Superlópez”, anterior incluso a las parodias de los más
conocidos Fred Hembeck o Sergio Aragonés.
Juan López Fernández, más conocido en el mundo
del comic como Jan, nació en 1939, en un pueblo de León, aunque pronto se
trasladó con su familia a Barcelona. A los seis años se quedó sordo, una
situación en absoluto envidiable a esa edad, pero especialmente hace 80 años y
en un país sumido en una dura posguerra. El propio Jan recuerda cómo entonces
padecer esa discapacidad se veía como equivalente a un retraso mental. No podía
comunicarse fluidamente ni asistir a clases normales. Fue el apoyo de un
maestro de escuela y sus propios afán lector y capacidad de observación lo que
le permitieron adquirir un nivel cultural.
En un mundo sin sonidos, las imágenes cobraban
una enorme importancia y ahí estaban las historietas para ofrecerle no sólo
diversión, sino una forma de expresión propia. Sus padres supieron ver que el
dibujo, una actividad solitaria para la que no necesitaba su oído, podía ser
una salida válida y alentaron el talento de su hijo en ese campo. Obviamente,
la de dibujante de comics era una dirección profesional que no se contemplaba,
así que estudió delineación mecánica y rotulación, empezando a los quince años
a trabajar en una fábrica de insignias y placas de metal. Lo que verdaderamente
marcaría el camino que seguiría en la vida fue su entrada en unos estudios de
animación que se dedicaban a la publicidad. Se trataba de una actividad para la
que no sólo se requería destreza técnica sino creatividad y flexibilidad
gráfica y, siguiendo ese camino, realiza también sus primeros tebeos para la
editorial Hispano Americana de Ediciones.
Y entonces, en 1959, contando veinte años, su
padre, tanto por motivos ideológicos como buscando mejores perspectivas
económicas decide que la familia emigre a la Cuba recién nacida tras la
revolución de Castro. Allí, la experiencia que ya acumula le sirve para
trabajar en la televisión nacional y ejercer de técnico asesor, profesor y
dibujante en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos.
Asimismo, consolida su relación con el mundo de la historieta aprovechando la
oportunidad de participar en diversas revistas que el gobierno comunista lanzó
para sustituir a los comic-books americanos.
Sin embargo, salir de una dictadura de derechas para caer en una de izquierdas no acabó suponiendo una mejora. Unos cuantos años después, España ya se encontraba en mejor situación económica que Cuba y Jan, desilusionado con la situación política, ya casado y con dos hijos pequeños, decide regresar a su país natal en busca de algún trabajo con condiciones más favorables. En 1969, casi con lo puesto y sin una experiencia demostrable (la Cuba castrista, evidentemente, no estaba en las mejores relaciones con la España franquista), busca y encuentra trabajo en publicaciones españolas donde a base de duro trabajo consigue demostrar su talento y adaptarse a una dinámica y unos estilos que poco tenían que ver con los de la isla caribeña.
“Superlópez” nació en 1973 como una serie de
chistes mudos en blanco y negro, de una sola página y en formato apaisado,
dentro de una colección titulada “Humor Siglo XX” en la que autores españoles
parodiaban iconos de la cultura popular. El artífice de la idea fue Antonio
Martín, que a la sazón se encargaba de dirigir la sección de comics de la
editorial barcelonesa Euredit (y que más tarde sería el máximo responsable de
Comics Forum). Necesitaba a alguien que ilustrara una parodia genérica de
Superman y pensó que Jan era el artista idóneo para la tarea, por mucho que éste
ni tuviera interés y/o conocimiento del género de los superhéroes ni se viera a
sí mismo como dibujante humorístico.
Martín insistió y dado que Jan le tenía
aprecio, aceptó, aunque solventando el encargo en dos mañanas dibujando con
rotring sobre folios. Pero el caso es que aquel volumen de 48 páginas,
realizado con desgana y precipitación, acabó funcionando mucho mejor de lo
esperado, tanto a nivel conceptual como gráfico. Jan hizo de ese personaje una
alegoría de lo que el propio género supone para tantos lectores: un tipo normal
y corriente escapaba de las frustraciones y complicaciones cotidianas
(generadas por su agresiva esposa y el arrogante jefe de la oficina donde
trabajaba como anodino escribiente) recurriendo a ensoñaciones en las que se
convertía en superhéroe. Por su parte, el dibujo, sencillo y expresivo, supo
sacar el máximo provecho de las limitaciones del formato y la ausencia de
palabras (esto último con vistas a poder exportarlo más fácilmente a otros
países) utilizando los recursos propios del medio.
Un año después, en 1974, Jan consigue
asentarse en la editorial Bruguera. Dibuja adaptaciones de cuentos infantiles
(de las que, por cierto, guardo un entrañable recuerdo) y crea diversas series
además de ilustrar historietas sobre personajes populares de la televisión
infantil de entonces, como Heidi, Marco o La Abeja Maya. Cuando Rafael
Gónzález, editor de la casa desde hacía treinta años, le encarga la creación de
un nuevo personaje, recupera a “Superlópez”. El problema es que Jan, ya entonces,
no se sentía demasiado a gusto con las directrices de esa editorial, llegando
incluso a verbalizar abiertamente ante el propio González su pobre opinión
respecto al material que publicaban.
Y es que, a mediados de los 70, el modelo
Bruguera había quedado obsoleto frente al empuje de otras escuelas de comic
europeo, pero González se resistía a evolucionar. Para colmo y como era
habitual, Bruguera registra como propio al personaje, lo que dejará en el futuro
al autor privado de su creación más exitosa en unos momentos difíciles en los
que podría haberlo utilizado como apoyo económico. Y tampoco fue aceptada su
visión del personaje como alguien dividido entre una vida de libertad tras su
identidad superheroica y otra gris y esclava como ciudadano, esposo y
trabajador. González quería gags convencionales que Jan no se sentía capaz de
escribir (siempre se consideró más un dibujante de aventuras que humorístico),
así que los guiones acabaron siendo escritos por Conti (un clásico de la casa
que asumió el encargo con pocas ganas y firmando como “Pepe”) y Francisco Pérez
Navarro (que firmaba como Efepé) a base de tópicos gags costumbristas
fosilizados en una época que ya no existía, simplones y desarrollados en una o
dos páginas. Para colmo, el horrible color y la rotulación mecánica empeoraban
aún más el producto final. Un trabajo, en fin, que le aburría y que le dejaba
profundamente insatisfecho, pero que al menos le daba de comer.
Sin embargo, el material que escribía para él
Pérez Navarro era el que más le llamaba la atención por su calidad. Era éste un
joven de poco más de veinte años que sí gustaba del género de superhéroes y
entendía bien sus mecanismos y clichés, por lo que supo integrar en sus guiones
elementos del mismo, subrayando los poderes del personaje y el tono de aventura
fantástica. Así que, tras encontrarse en persona un día en las oficinas de
Bruguera y ver que compartían sintonía creativa, empezaron a colaborar juntos.
Mientras realizan otros trabajos para Bruguera, perfilan una nueva versión de
“Superlópez” aprovechando la salida de Rafael González de la editorial en 1978
y la renovación de la misma que se acometió a continuación con las miras no a
conservar fórmulas del pasado sino a asegurar la pervivencia de la compañía
aunque ello obligara a explorar nuevos caminos.
El resultado, fruto de esa libertad otorgada por la nueva directora editorial, Ana María Palé, es una historieta moderna, claramente inscrita en la tradición francobelga en forma y espíritu, pero muy española en contenido y tono: dibujo caricaturesco de formas redondeadas (con esas narizotas propias de los personajes Bruguera), fondos muy detallados, viñetas más grandes, historias más extensas y divididas en capítulos que pudieran serializarse en las revistas de la casa.
Pero Pérez Navarro aporta algo más, un
elemento que va a ser clave para el despegue definitivo del personaje y que ya
había mencionado antes: su conocimiento del mundo de los superhéroes, algo que
nunca había figurado entre los intereses de Jan. Pérez Navarro, que no mucho
después y en su faceta de articulista y traductor acabaría siendo uno de los
pilares sobre los que se edificaría Comics Forum (editora de tebeos Marvel en
España durante muchos años), conocía perfectamente los estereotipos, escenarios
y situaciones que todo el mundo asociaba ya con ese género. Así, y dentro de lo
que sería el primer álbum de Superlópez, “Aventuras de Superlópez” (1979,
serializado en “Mortadelo Especial”), encontramos -siempre en tono de parodia-
un origen del personaje copiado del Superman americano y, concretamente, de la
película del personaje, estrenada poco antes (“El Orig
en de Superlópez”), el
típico supervillano atracador de bancos con una banda propia de sicarios
(“Contra Luz Luminosa”), el científico loco (“¡Chiclón Ataca!”), los enemigos
sobrenaturales (“Guerra en la Dimensión Oscura”), los combates contra otros
“héroes” (“¡La Increíble Maza!”), los monstruos producto de accidentes atómicos
(“La Pesadilla Atómica”) y los superrobots (“El Día del Robot”). Imbricada en
estas historietas, hallamos también una crítica social que más adelante
incrementará su peso ya en la etapa de Jan como autor completo: la
contaminación, los militares incompetentes, los científicos que no saben lo que
se traen entre manos, los peligros de la energía atómica, la especulación
inmobiliaria…
Son historias despiporrantes, con un humor
hiriente y disparatado que, además, construían un universo propio y estable
para el personaje. Hay ideas que se conservan de su primera etapa y otras que
se descartan, por ejemplo, su situación civil. Así, como Clark Kent, Juan López
es soltero, de aspecto corriente y temperamento apocado, pero en lugar de
trabajar como periodista de éxito en el glamuroso Daily Planet, se dedica a
holgazanear en una deprimente oficina. Entre sus compañeros de trabajo se
cuentan Luisa Lanas (trasunto de Lois Lane), novia más o menos regular y mujer
de temperamento incendiario; Jaime Gonzalez (traslación de Jimmy Olsen), odioso
individuo que hace la pelota al jefe y vigila obsesivamente a Juan; y el Jefe,
autoritario, rancio y explotador que bien podría haber estado inspirado en la
experiencia de Jan con Rafael González.
Este plano, digamos, “civil” del personaje, como sucedía en los comic-books norteamericanos de superhéroes, aportaba mucho juego en el terreno de los gags, permitiendo enriquecer tanto las historias como el humor y al propio personaje. Lo que lograron Jan y Efepé fue crear un personaje fantástico y claramente inscrito en la caricatura, pero al mismo tiempo con problemas, entornos y situaciones que los lectores podían identificar como reales y cotidianos. López es un hombre de la calle, mediocre e inmaduro, perezoso, no demasiado inteligente, que evita los compromisos sentimentales, al que aburre su trabajo, disgustan sus compañeros y sólo encuentra solaz poniéndose el traje que le otorga superpoderes.
(Finaliza en la siguiente entrada)
¡Muchas gracias por este artículo tan estupendo!
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