Cuando se preparó el lanzamiento de la colección regular de “Conan el Bárbaro”, en 1970, nadie confiaba demasiado en ella. Ya vimos en los artículos dedicados a la etapa de Barry Smith el contexto, prolegómenos y desarrollo de aquel proyecto. La elección del dibujante vino condicionada por el dinero disponible. Siendo como era una colección nueva que pisaba terreno nunca antes hollado por la editorial (fantasía heroica, personajes creados por un tercero, ausencia total de superhéroes…), los fondos asignados por el propietario de Marvel, Martin Goodman eran muy reducidos. Aunque la primera elección del editor, guionista e impulsor del proyecto Roy Thomas, para el aspecto artístico de la colección había sido la de John Buscema, la tarifa de éste –uno de los artistas puntales de la casa- superaba lo que Thomas le podía ofrecer.
Las razones para elegir a un jovencísimo Barry Smith fueron algo tan sencillo como que estaba

Así que cuando se marchó en busca de pastos más verdes, llegó el turno, ahora sí, de John Buscema. Smith había convertido a “Conan” en uno de los comics de la editorial más apreciados por los fans. Además, Thomas había sido nombrado director editorial de Marvel y ésta había sido adquirida por un grupo empresarial más potente que dejaba las manos libres al guionista-editor y le ahorraba no sólo dar cuentas a un superior, sino vivir bajo la continua amenaza de cancelación que había pesado sobre la serie desde su inicio.

No es que Buscema fuera malo, ni muchísimo menos (aunque a decir de muchos el culmen de su carrera, su etapa en “Los Vengadores”, ya había quedado atrás). Era simplemente que sus viñetas resultaban…demasiado normales, muy propias del estilo Marvel y, por tanto, alejadas del refinamiento y personalidad que destilaban los diseños de Barry Smith. Mientras que éste ofrecía visiones casi oníricas de una peligrosa belleza, Buscema lo mantenía todo a un nivel de realismo brutal no demasiado original. Realismo, claro, dentro de un orden, porque el mundo hyborio de Buscema era una recreación imaginaria de lo historicista: grandes dosis de imaginería medieval y unas gotas de estilismo oriental. En honor a la verdad, hay que admitir que su versión de Conan estaba más en sintonía con lo que su creador, Robert E.Howard, imaginó para sus relatos en los años treinta, pero ello significó el sacrificio de esa indefinible poesía y personalidad que Smith había imbuido en su personal interpretación del personaje.
Así que los lectores se llevaron una buena sorpresa cuando en el nº 25 (abril de 1973), la figura del

Efectivamente, bajo la égida de Buscema, “Conan” se convirtió en uno de los títulos más rentables de la casa y propició su multiplicación en otros formatos, como el de los “Giant-Size” o magacines en blanco y negro. Durante muchos años (hasta 1987, tras nada menos que 135 episodios de la colección regular), su Conan taciturno y ojeroso se convirtió en la imagen más reconocible del personaje para cualquier fan que se preciara. Pero no lo hizo solo, ni mucho menos.


A destacar, sin embargo, dos páginas de la historia entintadas –bastante mejor- por John Severin en las que se muestra un flashback a los tiempos del rey Kull, una suerte de “antepasado” de Conan en tiempos muy remotos. Ese segmento, por cierto, hace referencia a una historia de ese personaje que años más tarde, en 1981, Doug Moench y John Bolton adaptarían magistralmente.
El nº 26 (mayo 1973), vio otra adición a lo que se convertiría en un equipo creativo bastante estable: el entintador filipino Ernie Chua. Éste marcó la diferencia, insuflando una nueva vida al arte de Buscema. Mientras que Sal Buscema y John Severin se habían contentado con entintar sólo lo que John había dibujado a lápiz, Chua se preocupó de rellenar todos los espacios vacíos con los detalles necesarios para aportar la profundidad y

A Thomas no se le escapó el cambio de tono impuesto por dibujante y entintador (a Buscema no le importaron nunca demasiado los superhéroes y siempre prefirió trabajar en series de aventuras. Su trabajo aquí así lo demuestra), porque su propia caracterización de Conan experimentó un cambio ya incluso desde el primer número. Conan parecía más brutal, más cínico que nunca antes. A ello probablemente contribuyó el que el cimmerio descubriera que el sagrado Tarim, la deidad encarnada por la que tantos habían perdido la vida en la guerra que llevaba meses librándose, no era más que un infeliz retrasado mental.
Roy Thomas puso fin con este episodio a la muy interesante Guerra del Tarim (nº 19-26), sin duda

Los números que siguieron tienen un tono argumental algo disperso tras la coherencia que había dominado la Guerra del Tarim. A ello seguramente no fue ajeno el que Thomas, como he dicho, asumiera su nuevo cargo de director editorial de Marvel, lo que conllevó una importante carga de trabajo que le impidió concentrarse como hasta entonces en los guiones de Conan. Se dedicó entonces a escoger relatos de aventuras históricas escritos por Howard en los años treinta -no protagonizados por el cimmerio-, adaptarlos al mundo hibóreo e insertarlos dentro de la cronología ficticia del guerrero, que en este punto estaba bastante poco definida. Es el caso de “La Sangre de Bel-Hissar” (nº 27, junio 1973), en el que Conan se ve envuelto en el malsano ambiente de una fortaleza ocupada por bandidos de diferentes clanes; o “La Luna de Zembabwei” (nº 28, julio 1973), de atmósfera selvática y brujería vudú.

En “La Mano de Nergal” (nº 30, septiembre 1973), Conan está ya luchando en las huestes turanias de Yildiz y se verá envuelto en el enfrentamiento entre dos grandes fuerzas del Bien y el Mal representadas por los correspondientes brujos. En este punto, Roy Thomas empezó a adaptar relatos de Conan escritos por otros autores, como L.Sprague de Camp y Lin Carter. Éste en concreto había sido comenzado por R.E.Howard, terminado por Carter y publicado en 1967. “La Sombra en el Sepulcro” (nº 31, octubre 1973), fue, al menos en parte, un flashback a la

Los siguientes tres capítulos (32-34, noviembre 1973-enero 1974) llevarían a Conan nada menos que al equivalente hibóreo de China: Khitai. Enviado allí como espía de Turán para valorar la posibilidad de una invasión, no tarda en verse envuelto en las luchas de poder que los brujos gobernantes de la ciudad de Wan Tengri libran entre sí. Su presencia e indomable espíritu dejará en evidencia las debilidades mágicas de los brujos y desbaratará el delicado equilibrio de poder al que habían llegado. En esta ocasión, Roy Thomas consiguió los derechos para adaptar al mundo de Conan una novela de fantasía histórica escrita por Norwell W.Page en los años treinta, relato que le dio la oportunidad al equipo artístico ya regular, John Buscema y Ernie Chua, de jugar con la exótica iconografía del Lejano Oriente: edificios, vestuario, decoración…

La siguiente aventura, “Guárdate de los Hyrkanios que traen regalos” (nº 36, marzo 1974) tiene

El nº 37 (“La Maldición de la Calavera Dorada”, abril 1974) es el único de toda la serie regular dibujado por el gran Neal Adams, quien venía de realizar dos excelentes etapas en Los Vengadores y los X-Men. El resultado de su colaboración, sin embargo, distó de satisfacer a nadie. El problema es que cuando empezó a dibujar el guión de

Con todo, este episodio destaca de entre los demás tal era el talento de Adams. Su aproximación al personaje era el del gigantón musculoso de Frazetta y Buscema más que el de Barry Smith. Incluso a un tamaño más pequeño del que debió haber sido, su planteamiento visual es impactante. La página de comienzo, con el brujo volviendo a la vida, o la página-viñeta del título, con Conan a caballo luchando contra el viento de las montañas, son memorables. Igualmente llamativa es la portada, que recoge la típica escena de espada y brujería y la lleva a

Los siguientes episodios no son demasiado destacables desde el punto de vista argumental. En el nº 38 (“El Guerrero y la Mujer Lobo”, mayo 1974) Conan, descubiertos sus amoríos cortesanos por parte del general Narim Bey y tras sobrevivir a un retorcido complot contra su vida, no tiene más opción que desertar del ejército turanio. A partir de aquí, comienza un vagabundeo por la región que durará varios episodios en los que se combinarán los ya familiares elementos: personaje en apuros –normalmente una bella muchacha-, bandidos o sicarios a los que atacar con la espada, algún brujo o maldición, quizá una ciudad perdida o una joya enigmática y una criatura monstruosa.

En los nº 43 y 44 (Octubre-Noviembre 1974) los lectores se reencontraron con Red Sonja, a quien no habían visto desde su brusca separación de Conan en el nº 24 (marzo 1973). Ambos guerreros, huyendo de unos cazarrecompensas, acaban prisioneros de una pareja de atractivos vampiros. No es que se trate de una historia que deje demasiado bien a la guerrera hirkania, puesto que es Conan quien en último término los saca a ambos de apuros salvándole la vida a la mujer en varias ocasiones. Ésta, aparte de su valor y su

En el aspecto gráfico hay poco que añadir. El primer número fue entintado por Ernie Chua con su rotundidad característica, mientras que las tintas del segundo recayeron en los Crusty Bunkers, un grupo de entintadores adscritos a la empresa de diseño gráfico Continuity, fundada y supervisada por Neal Adams. Dado que se trató de un trabajo colectivo y poco personal, su labor alterna momentos eficaces con otros simplemente cumplidores.
También de los Crusty Bunkers es el entintado de “La Última Balada de Aza-Lanti”, (nº 45, diciembre de 1974), un guión original de Thomas sin nada particularmente memorable, aunque su inserción de un poema de Thomas y su final de tono edípico, le otorgan cierto carisma –casi arruinado por el monstruo de horrendo diseño imaginado por Buscema.
(Continua en la siguiente entrada)
Todo el mundo canta las excelencias de los lápices de John Buscema añadiendo que su mejor entintador es él mismo. En Conan, en mi opinión, luce mucho más cuando es entintado por Tony de Zúñiga y, en especial, por Alfredo Alcalá. No, por Ernie Chan, no.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo en que el Conan de Buscema mejoraba mucho cuando le entintaba alguien medianamente competente. Cuando lo hacía él mismo, el resultado era bastante normalito. Lo que sí tenía era un dominio de la figura y un sentido del movimiento y la acción magistrales. sabía colocar a las figursa en las viñetas y moverlas con acierto. Pero le faltaba atención por el detalle. Como dices, Alfredo Alcalá es, en mi opinión, el que le ha entintado mejor en Conan, aunque no en la colección regular sino en La Espada Salvaje de Conan, de la que hablaré en una próxima entrada. Sus historias son absolutamente espectaculares -cuando utilizaba la plumilla, porque sus aguadas y carboncillos no me parecen tan acertados-. Tony deZuñiga también me parece muy sólido. Y en cuanto a Ernie Chan, sí que lo considero muy adecuado para los lápices de Buscema y, de hecho, creo que algunos de sus trabajos para Conan el Bárbaro son sobresalientes. El problema es que no era lo mismo trabajar para la colección mensual -a color y con fechas de entrega ajustadas- que para La Espada Salvaje de Conan -que tenía, al principio, una cadencia más amplia y donde los autores tenían más tiempo para dedicar al dibujo y/o entintado-. En las próximas entradas iré haciendo un repaso a toda esta obra. Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarPues a mi cuando más me gusta J. Buscema en Conan el Bárbaro es cuando él es su propio entintador. Me encanta esa pureza, es casi línea clara a lo Hergé. A mi este intervalo me parece muy vulgar salvo por el nº 31, que mencionas, el 41, que no lo haces, y el 45, que de crío me dejo loco por lo que te hace imaginar.
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