5 jul 2016

1973- CONAN – Roy Thomas y John Buscema (1)




Cuando se preparó el lanzamiento de la colección regular de “Conan el Bárbaro”, en 1970, nadie confiaba demasiado en ella. Ya vimos en los artículos dedicados a la etapa de Barry Smith el contexto, prolegómenos y desarrollo de aquel proyecto. La elección del dibujante vino condicionada por el dinero disponible. Siendo como era una colección nueva que pisaba terreno nunca antes hollado por la editorial (fantasía heroica, personajes creados por un tercero, ausencia total de superhéroes…), los fondos asignados por el propietario de Marvel, Martin Goodman eran muy reducidos. Aunque la primera elección del editor, guionista e impulsor del proyecto Roy Thomas, para el aspecto artístico de la colección había sido la de John Buscema, la tarifa de éste –uno de los artistas puntales de la casa- superaba lo que Thomas le podía ofrecer.


Las razones para elegir a un jovencísimo Barry Smith fueron algo tan sencillo como que estaba dispuesto a trabajar por el salario que la empresa estuviera dispuesta a ofrecerle. Pero resultó, como ya vimos, que su labor en “Conan” superó todas las expectativas. Para cuando finalizó su etapa, en el nº 24 (marzo de 1973), sus dibujos ya no tenían absolutamente nada que ver con aquellos con los que había comenzado. Su estilo había evolucionado hacia un preciosismo y una limpieza narrativa sin parangón en la industria del comic-book contemporánea.

Así que cuando se marchó en busca de pastos más verdes, llegó el turno, ahora sí, de John Buscema. Smith había convertido a “Conan” en uno de los comics de la editorial más apreciados por los fans. Además, Thomas había sido nombrado director editorial de Marvel y ésta había sido adquirida por un grupo empresarial más potente que dejaba las manos libres al guionista-editor y le ahorraba no sólo dar cuentas a un superior, sino vivir bajo la continua amenaza de cancelación que había pesado sobre la serie desde su inicio.

Ahora bien, no debió ser fácil para los fans de Conan, que habían ido presenciando la espectacular evolución de Barry Smith, de imitador de Kirby y Steranko a artista de estilo tan exquisito que el formato del comic-book ya no bastaba para contenerlo, tener que acostumbrarse de la noche a la mañana al estilo dinámico pero prosaico de John Buscema.

No es que Buscema fuera malo, ni muchísimo menos (aunque a decir de muchos el culmen de su carrera, su etapa en “Los Vengadores”, ya había quedado atrás). Era simplemente que sus viñetas resultaban…demasiado normales, muy propias del estilo Marvel y, por tanto, alejadas del refinamiento y personalidad que destilaban los diseños de Barry Smith. Mientras que éste ofrecía visiones casi oníricas de una peligrosa belleza, Buscema lo mantenía todo a un nivel de realismo brutal no demasiado original. Realismo, claro, dentro de un orden, porque el mundo hyborio de Buscema era una recreación imaginaria de lo historicista: grandes dosis de imaginería medieval y unas gotas de estilismo oriental. En honor a la verdad, hay que admitir que su versión de Conan estaba más en sintonía con lo que su creador, Robert E.Howard, imaginó para sus relatos en los años treinta, pero ello significó el sacrificio de esa indefinible poesía y personalidad que Smith había imbuido en su personal interpretación del personaje.

Así que los lectores se llevaron una buena sorpresa cuando en el nº 25 (abril de 1973), la figura del
Conan de Barry Smith, fornida pero esbelta y con un punto de melancolía, se vio sustituida por la del bárbaro de Buscema, un gigante musculoso de expresión bestial que remitía a las ilustraciones que Frank Frazetta había realizado para el personaje años atrás y en la que Conan tenía un aire brutal y violento. Imagino que algo parecido debieron sentir los lectores de Spiderman cuando John Romita reemplazó a Steve Ditko en los dibujos de esa colección. Y el efecto, curiosamente, también fue el mismo: la colección mejoró todavía más sus ventas.

Efectivamente, bajo la égida de Buscema, “Conan” se convirtió en uno de los títulos más rentables de la casa y propició su multiplicación en otros formatos, como el de los “Giant-Size” o magacines en blanco y negro. Durante muchos años (hasta 1987, tras nada menos que 135 episodios de la colección regular), su Conan taciturno y ojeroso se convirtió en la imagen más reconocible del personaje para cualquier fan que se preciara. Pero no lo hizo solo, ni mucho menos.

De hecho, esta su primera incursión en el personaje, dista de ser satisfactoria. “Los espejos de Kharan Akkad” continuaba la saga de la Guerra del Tarim iniciada por Roy Thomas y Barry Smith meses atrás. Buscema era un narrador muy sólido: sabía situar a los personajes en la viñeta, moverlos con soltura, coreografiar bien las escenas de acción, conseguir momentos de gran intensidad y soluciones gráficas muy efectivas en las páginas-viñeta de apertura. Pero en este su primer episodio su dibujo se antoja simplón, poco acabado, carente de la riqueza que su predecesor había impreso en la serie. De hecho, el resultado final del trabajo de Buscema ha dependido siempre de la elección de un buen entintador; a pesar de que a él nunca le gustó cómo le terminaban sus páginas, lo cierto es que disfrutó de un nutrido grupo de profesionales que contribuyeron a ofrecer algunas magníficas historias. Pero su hermano Sal Buscema, cuya intervención pidió expresamente John para este número 25, no fue uno de ellos. Aunque Sal había hecho una buena labor embelleciendo los lápices de Smith en números precedentes, no parecía sintonizar tan bien con John.

A destacar, sin embargo, dos páginas de la historia entintadas –bastante mejor- por John Severin en las que se muestra un flashback a los tiempos del rey Kull, una suerte de “antepasado” de Conan en tiempos muy remotos. Ese segmento, por cierto, hace referencia a una historia de ese personaje que años más tarde, en 1981, Doug Moench y John Bolton adaptarían magistralmente.

El nº 26 (mayo 1973), vio otra adición a lo que se convertiría en un equipo creativo bastante estable: el entintador filipino Ernie Chua. Éste marcó la diferencia, insuflando una nueva vida al arte de Buscema. Mientras que Sal Buscema y John Severin se habían contentado con entintar sólo lo que John había dibujado a lápiz, Chua se preocupó de rellenar todos los espacios vacíos con los detalles necesarios para aportar la profundidad y
verosimilitud que una serie como Conan requería. Mientras que Smith había dibujado a Conan como un joven de agilidad felina, Buscema y Chua lo transformaron en un coloso cuyos músculos intimidaban a cualquiera. De repente, el personaje parecía más adusto, salvaje, especialmente cuando se recreaba en la confianza de su juventud y se reía de las estupideces y debilidades de los hombres civilizados.

A Thomas no se le escapó el cambio de tono impuesto por dibujante y entintador (a Buscema no le importaron nunca demasiado los superhéroes y siempre prefirió trabajar en series de aventuras. Su trabajo aquí así lo demuestra), porque su propia caracterización de Conan experimentó un cambio ya incluso desde el primer número. Conan parecía más brutal, más cínico que nunca antes. A ello probablemente contribuyó el que el cimmerio descubriera que el sagrado Tarim, la deidad encarnada por la que tantos habían perdido la vida en la guerra que llevaba meses librándose, no era más que un infeliz retrasado mental.

Roy Thomas puso fin con este episodio a la muy interesante Guerra del Tarim (nº 19-26), sin duda
una de las etapas más notables de la colección regular de Conan. El bárbaro abandonaría a continuación las tierras hirkanias asoladas por los ejércitos de Yezdigerd para dirigirse hacia el sur.

Los números que siguieron tienen un tono argumental algo disperso tras la coherencia que había dominado la Guerra del Tarim. A ello seguramente no fue ajeno el que Thomas, como he dicho, asumiera su nuevo cargo de director editorial de Marvel, lo que conllevó una importante carga de trabajo que le impidió concentrarse como hasta entonces en los guiones de Conan. Se dedicó entonces a escoger relatos de aventuras históricas escritos por Howard en los años treinta -no protagonizados por el cimmerio-, adaptarlos al mundo hibóreo e insertarlos dentro de la cronología ficticia del guerrero, que en este punto estaba bastante poco definida. Es el caso de “La Sangre de Bel-Hissar” (nº 27, junio 1973), en el que Conan se ve envuelto en el malsano ambiente de una fortaleza ocupada por bandidos de diferentes clanes; o “La Luna de Zembabwei” (nº 28, julio 1973), de atmósfera selvática y brujería vudú.

“Dos contra Turán” (nº 29, agosto 1973), sin embargo, sí marca el comienzo de una nueva etapa más sólida: la de Conan al servicio del ejército turanio. En este episodio, tras llegar a Aghrapur, capital del reino oriental de Turán, Conan provoca un tumulto por un comentario poco afortunado sobre el reverenciadísimo Tarim. Es rescatado por unos individuos que lo manipulan para que les ayude en lo que resulta ser una conspiración contra el rey Yildiz. Al final del episodio, a Conan no le queda más remedio que alistarse en el ejército si no quiere acabar ejecutado.

En “La Mano de Nergal” (nº 30, septiembre 1973), Conan está ya luchando en las huestes turanias de Yildiz y se verá envuelto en el enfrentamiento entre dos grandes fuerzas del Bien y el Mal representadas por los correspondientes brujos. En este punto, Roy Thomas empezó a adaptar relatos de Conan escritos por otros autores, como L.Sprague de Camp y Lin Carter. Éste en concreto había sido comenzado por R.E.Howard, terminado por Carter y publicado en 1967. “La Sombra en el Sepulcro” (nº 31, octubre 1973), fue, al menos en parte, un flashback a la
juventud de Conan: mientras aguarda el ataque de una tribu montañesa junto a sus compañeros del ejército turanio, Conan recuerda un episodio de sus primeros años. Se trataba de una adaptación camuflada de un relato de L.Sprague de Camp que Thomas no había podido incluir al comienzo de la colección al no disponer por entonces de los derechos sobre el mismo.

Los siguientes tres capítulos (32-34, noviembre 1973-enero 1974) llevarían a Conan nada menos que al equivalente hibóreo de China: Khitai. Enviado allí como espía de Turán para valorar la posibilidad de una invasión, no tarda en verse envuelto en las luchas de poder que los brujos gobernantes de la ciudad de Wan Tengri libran entre sí. Su presencia e indomable espíritu dejará en evidencia las debilidades mágicas de los brujos y desbaratará el delicado equilibrio de poder al que habían llegado. En esta ocasión, Roy Thomas consiguió los derechos para adaptar al mundo de Conan una novela de fantasía histórica escrita por Norwell W.Page en los años treinta, relato que le dio la oportunidad al equipo artístico ya regular, John Buscema y Ernie Chua, de jugar con la exótica iconografía del Lejano Oriente: edificios, vestuario, decoración…

Los siguientes números entrarían ya en una dinámica que resultaba repetitiva para el lector habitual. Seguían siendo comics bien realizados pero previsibles. Thomas, ocupado con sus labores editoriales, no tenía tiempo para escribir nada cocinado por su propia imaginación y prefirió seguir rebuscando entre los relatos de Robert E. Howard material susceptible de adaptarse a los parámetros del mundo de Conan. Y, la verdad, es que tras pasar por sus manos todo parecía encajar en el mundo hibóreo. Por ejemplo, el número 35 (febrero 1974), “Las criaturas diabólicas de Kara-Shehr”. Volviendo de Khitai con su recién adquirido camarada Bourtai, Conan se enfrenta a una cuadrilla de salteadores en el desierto, descubre una antiquísima ciudad perdida, un templo en el que aguarda un esqueleto con una joya maldita y una criatura infernal asociada a la misma que desata el caos. Todo bien narrado por Thomas, Buscema y Chua, pero también predecible e indistinguible de aventuras anteriores y posteriores. También es cierto que esa era precisamente el alma de la literatura pulp de la que procedía el personaje de Conan: relatos breves, apoyados en estereotipos fácilmente reconocibles, con una prosa recargada pero evocadora y de disfrute efímero.

La siguiente aventura, “Guárdate de los Hyrkanios que traen regalos” (nº 36, marzo 1974) tiene
algo más de interés. Conan llega a Aghrapur tras su azarosa misión en Khitai y, en reconocimiento a su éxito y a la vista de su valía, es nombrado por el rey Yildiz miembro de su guardia personal de élite. Mientras perfecciona otras habilidades guerreras, mantiene un romance con Amytis, la amante de uno de los generales más próximos al rey, Narim Bey. La amenaza sobrenatural vendrá aquí representada por una estatua de piedra, inspirada a medias por en el Golem de las leyendas judías y el Caballo de Troya, incautada por el príncipe Yezdigerd y enviada a su padre como botín de guerra. Ésta cobrará vida y tratará de asesinar al monarca, magnicidio que Conan evita en el último momento. Queda en el aire la incógnita de si Yezdigerd conocía el peligro y el regalo envenenado tenía como auténtico propósito eliminar a su progenitor. Se trata de un episodio de ambiente cortesano en el que prima la intriga y donde la acción propiamente dicha se concentra en tan sólo cuatro páginas.

El nº 37 (“La Maldición de la Calavera Dorada”, abril 1974) es el único de toda la serie regular dibujado por el gran Neal Adams, quien venía de realizar dos excelentes etapas en Los Vengadores y los X-Men. El resultado de su colaboración, sin embargo, distó de satisfacer a nadie. El problema es que cuando empezó a dibujar el guión de
Thomas, se le indicó que la extensión del comic iba a ser de 32 páginas de tamaño algo más grande de lo normal, probablemente para ser publicadas en blanco y negro dentro de la cabecera “Relatos Salvajes”. Cuando ya había planificado la historia y dibujado las tres primeras planchas, Adams se enteró de que aparecería en formato comic-book y con tan solo 19 páginas. Ello le obligó a comprimir todo el argumento, viéndose obligado a colocar hasta 13 viñetas en una de las páginas. El ritmo se descompensa hacia el final, cuando todo se precipita de una manera atropellada; hay demasiadas viñetas pequeñas y el grado de detalle del dibujo se pierde al reducir el tamaño de la página y quedar las escenas algo ahogadas por el abundante –e innecesario- texto.

Con todo, este episodio destaca de entre los demás tal era el talento de Adams. Su aproximación al personaje era el del gigantón musculoso de Frazetta y Buscema más que el de Barry Smith. Incluso a un tamaño más pequeño del que debió haber sido, su planteamiento visual es impactante. La página de comienzo, con el brujo volviendo a la vida, o la página-viñeta del título, con Conan a caballo luchando contra el viento de las montañas, son memorables. Igualmente llamativa es la portada, que recoge la típica escena de espada y brujería y la lleva a
nuevas alturas.

Los siguientes episodios no son demasiado destacables desde el punto de vista argumental. En el nº 38 (“El Guerrero y la Mujer Lobo”, mayo 1974) Conan, descubiertos sus amoríos cortesanos por parte del general Narim Bey y tras sobrevivir a un retorcido complot contra su vida, no tiene más opción que desertar del ejército turanio. A partir de aquí, comienza un vagabundeo por la región que durará varios episodios en los que se combinarán los ya familiares elementos: personaje en apuros –normalmente una bella muchacha-, bandidos o sicarios a los que atacar con la espada, algún brujo o maldición, quizá una ciudad perdida o una joya enigmática y una criatura monstruosa.

Gráficamente, cabe destacar el nº 38 por cuanto John Buscema entinta su propio trabajo, ofreciendo un interesante estilo y juegos de sombras que recuerdan a Joe Kubert. Pero era un trabajo extra que le debía ocupar demasiado tiempo y aunque vuelve a repetir como artista completo en el siguiente episodio, en esta ocasión vemos un dibujo mucho menos elaborado. El nº 40 (“El Diablo de la Ciudad Olvidada”, julio 1974) cuenta con el dibujo de Rich Buckler, lo que supone una agradable variación, sobre todo en lo que a composición de página y viñeta se refiere, puesto que el fuerte entintado de Ernie Chua se las arregla para que el trazo y la línea se asemejen mucho al de los comics en los que él mismo colaboraba con John Buscema. Éste regresó, ya con Ernie Chua, en el siguiente capítulo.

En los nº 43 y 44 (Octubre-Noviembre 1974) los lectores se reencontraron con Red Sonja, a quien no habían visto desde su brusca separación de Conan en el nº 24 (marzo 1973). Ambos guerreros, huyendo de unos cazarrecompensas, acaban prisioneros de una pareja de atractivos vampiros. No es que se trate de una historia que deje demasiado bien a la guerrera hirkania, puesto que es Conan quien en último término los saca a ambos de apuros salvándole la vida a la mujer en varias ocasiones. Ésta, aparte de su valor y su
mal genio, aporta poco más allá de liquidar a su femenina némesis vampírica y atizarle un par de veces a un Conan desprevenido. Eso sí, aquí la vemos en la colección vestida por primera vez con ese biquini de cota de malla que pasaría a ser su atuendo característico y que había sido creado por el dibujante español Esteban Maroto para “La Espada Salvaje de Conan” nº 1 (Agosto 1974).

En el aspecto gráfico hay poco que añadir. El primer número fue entintado por Ernie Chua con su rotundidad característica, mientras que las tintas del segundo recayeron en los Crusty Bunkers, un grupo de entintadores adscritos a la empresa de diseño gráfico Continuity, fundada y supervisada por Neal Adams. Dado que se trató de un trabajo colectivo y poco personal, su labor alterna momentos eficaces con otros simplemente cumplidores.

También de los Crusty Bunkers es el entintado de “La Última Balada de Aza-Lanti”, (nº 45, diciembre de 1974), un guión original de Thomas sin nada particularmente memorable, aunque su inserción de un poema de Thomas y su final de tono edípico, le otorgan cierto carisma –casi arruinado por el monstruo de horrendo diseño imaginado por Buscema.



(Continua en la siguiente entrada)

3 comentarios:

  1. Todo el mundo canta las excelencias de los lápices de John Buscema añadiendo que su mejor entintador es él mismo. En Conan, en mi opinión, luce mucho más cuando es entintado por Tony de Zúñiga y, en especial, por Alfredo Alcalá. No, por Ernie Chan, no.

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  2. Estoy de acuerdo contigo en que el Conan de Buscema mejoraba mucho cuando le entintaba alguien medianamente competente. Cuando lo hacía él mismo, el resultado era bastante normalito. Lo que sí tenía era un dominio de la figura y un sentido del movimiento y la acción magistrales. sabía colocar a las figursa en las viñetas y moverlas con acierto. Pero le faltaba atención por el detalle. Como dices, Alfredo Alcalá es, en mi opinión, el que le ha entintado mejor en Conan, aunque no en la colección regular sino en La Espada Salvaje de Conan, de la que hablaré en una próxima entrada. Sus historias son absolutamente espectaculares -cuando utilizaba la plumilla, porque sus aguadas y carboncillos no me parecen tan acertados-. Tony deZuñiga también me parece muy sólido. Y en cuanto a Ernie Chan, sí que lo considero muy adecuado para los lápices de Buscema y, de hecho, creo que algunos de sus trabajos para Conan el Bárbaro son sobresalientes. El problema es que no era lo mismo trabajar para la colección mensual -a color y con fechas de entrega ajustadas- que para La Espada Salvaje de Conan -que tenía, al principio, una cadencia más amplia y donde los autores tenían más tiempo para dedicar al dibujo y/o entintado-. En las próximas entradas iré haciendo un repaso a toda esta obra. Gracias por tu comentario.

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  3. Pues a mi cuando más me gusta J. Buscema en Conan el Bárbaro es cuando él es su propio entintador. Me encanta esa pureza, es casi línea clara a lo Hergé. A mi este intervalo me parece muy vulgar salvo por el nº 31, que mencionas, el 41, que no lo haces, y el 45, que de crío me dejo loco por lo que te hace imaginar.

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