A mediados de los años ochenta el panorama del comic book norteamericano seguía bebiendo del espíritu nacido dos décadas atrás. Los comics underground, de la mano de Robert Crumb, Gilbert Shelton o Harvey Pekar libraban su propia guerra desde los años sesenta, pero su distribución siempre fue limitada. Marvel Comics –y, en menor medida, DC- habían realizado tímidos intentos de maduración en los setenta, pero todos aquellos tanteos en el comic adulto no llegaron a fructificar y en su mayor parte los comic books mainstream seguían estando dirigidos a un público preadolescente o adolescente.
Desde comienzos de los años ochenta, el rápido crecimiento del mercado directo –esto es, a librerías especializadas- en detrimento de los tradicionales kioskos y supermercados- cambió las cosas. Los puntos de venta masivos jamás habrían admitido otra cosa que comics dirigidos a todos los públicos, que hubiesen pasado el filtro de la censura oficial y les exonerara de escándalos y demandas. Pero las tiendas especializadas eran otra cosa. Gestionadas y frecuentadas por conocedores y amantes del medio, estaban dispuestas a comercializar material con contenidos más arriesgados.
A ello se sumaron otros tres factores. En primer lugar, la entrada en escena de una nueva

A menudo se mencionan dos obras clave que marcaron la apertura de las grandes editoriales a un tratamiento más adulto de sus comics mainstream: “Watchmen” y “Batman: Dark Knight”. Pero lo cierto es que no fueron las primeras y, además de Alan Moore y Frank Miller (y otros con menor resonancia mediática pero también muy influyentes, como Dave Sim o los Hermanos Hernández), hubo otro creador, no tan mencionado pero de gran importancia para esa revolución: Howard Chaykin.

El nacimiento de un boyante mercado editorial independiente que ofrecía a los autores mayor libertad y los derechos sobre sus obras, permitió a Chaykin aunar ambas vertientes en un solo título que empezó a publicarse en 1983 por First Comics: “American Flagg”, una colección de ciencia ficción que se alejaba gráfica y conceptualmente de los caminos más trillados. Era una mezcla provocativa, violenta, cínica, satírica y sofisticada de elementos de ciencia ficción, espionaje, aventura y erotismo. A lo fresco de su planteamiento se añadían unos diálogos punzantes y un diseño

Dado que la combinación de sexo, violencia e imaginería tecnológica con sabor retro de clara ascendencia pulp le había dado excelentes resultados, Chaykin volvió a recurrir a ella en tres actualizaciones de personajes clásicos para DC: “La Sombra”, “Blackhawk” y “Twilight”. Pero aunque había forzado como nadie los límites de lo admisible en una industria todavía muy tradicional (en la segunda de las mencionadas miniseries llegó incluso a dibujar una felación que levantó ampollas entre los bienpensantes), no era suficiente para él, verdadero “enfant terrible” del comic norteamericano. Y así, en 1988, llega su pataleta definitiva, su obra más controvertida: “Black Kiss”.
No es sencillo hacer una sinopsis del argumento sin entrar en spoilers, pero intentaré hacer una aproximación.

Más tarde ese mismo día, Cass Pollack, músico de jazz en horas bajas, adicto a la heroína e individuo de escasa fibra moral, sale de un tratamiento de desintoxicación para dirigirse al motel donde le aguardan su futura exmujer y su hija de tres años. Pero antes que él llegan dos matones con los que tiene cuentas pendientes, las asesinan y se sientan a esperarle para liquidarlo también en cuanto aparezca.
El motivo del retraso de Pollack es que de camino recoge a Beverly, una atractiva autoestopista

Ese breve resumen ya deja claro que “Black Kiss” es una historia tan bizarra, extraña y perversa como divertida y fascinante. Cuando se publicó por primera vez como miniserie de doce números bajo el pequeño sello editorial canadiense Vortex, “Black Kiss” fue una obra que gustó a muchos, ofendió a otros tantos y sorprendió a todos.

Hoy, “Black Kiss” sigue siendo siniestra, desagradable y divertida a partes iguales. Junto a

Dicho esto, el escándalo que levantó en el momento de su publicación sólo fue posible gracias a la mojigatería e hipocresía en las que vivía sumida la mayor parte de la industria del comic-book. Anestesiados por la preponderancia de un género, el de los superhéroes, conservador y poco proclive a despertar controversias que pudieran afectar a las ventas, los lectores y críticos norteamericanos se quedaron de piedra al pasar aquellas páginas y ver escenas de sexo en grupo, sexo oral, transexuales, palabras malsonantes, sadomasoquismo, blasfemias y asesinatos de niños y curas.
En Europa, sin embargo, no suscitó el mismo debate. Hacía ya años que en el viejo continente se vendían libremente las revistas de comics con contenido erótico y, en el caso de España, nada de lo que mostraba Chaykin hubiera hecho levantar las cejas a un lector habitual de, por ejemplo, “El Víbora”.
¿Está Black Kiss a la altura de su fama? A medias.

“Black Kiss” es un comic construido a base de escenas deliberadamente provocadoras. Lo que no quiere decir que no sea divertido, chocante y frenético. Al fin y al cabo los comics mainstream suelen ser productos notablemente frígidos en los que la sexualidad queda “disimulada” bajo una capa de licra y otra de represión. Al menos, “Black Kiss” tiene el mérito de ir directo al grano. El trepidante caos de violencia y sexo orquestado por Chaykin puede, sin embargo, confundir al lector impidiéndole darse cuenta de la maestría con la que se van introduciendo en la trama las pistas que le ayudarían a descubrir anticipadamente el secreto desvelado al final.
Estamos ante una historia enfermiza y retorcida y Chaykin se esfuerza por no dejar tabú sin

El sexo aquí no cumple la función de matizar ciertas relaciones entre personajes, proporcionar una pausa al relato o hacer avanzar la historia. No, lo que pretende es impactar e incluso incomodar al lector desde el comienzo hasta el final de la miniserie. Ésta se abre con un sacerdote teniendo sexo con una prostituta ciega vestida de colegiala y se cierra con una escena en la que Dagmar es violada brutalmente por su amante, Eric, y sus sádicos colegas. Es un momento atroz que deja inevitablemente un regusto amargo. Y, sin embargo, cuando Beverley llega y ejerce su venganza, Dagmar confiesa que “Entre nosotras…Ha podido ser la experiencia sexual clave de mi vida”. Considerando lo que acaba de ocurrir, resulta un comentario desconcertante y de mal gusto… pero también perversamente divertido e irreverente. Chaykin se esfuerza en ofender al lector y todo el desenlace resulta ridículo y exagerado, como si del clímax de una farsa se tratara.

Dicho todo lo cual, he de repetir que “Black Kiss” no levantó en Europa –bastante menos pacata en cuestiones de sexualidad- ni la décima parte de la controversia que causó en Estados Unidos. Y es que muchas de las escenas más subidas de tono del comic muestran menos de lo que parece a primera vista. Los personajes enfrascados en encuentros sexuales jadean, maldicen, gesticulan y verbalizan obscenidades, pero apenas se distingue, digamos, “acción genital” propiamente dicha. Las imágenes, muchas veces simplificadas o estorbadas por globos de diálogo, se limitan a bosquejar lo que el texto describe

De hecho, esta obra significó una suerte de punto y final, una despedida por todo lo grande de Chaykin del mundo del comic antes de pasar los siguientes quince años escribiendo guiones para la televisión (un medio del que acabó renegando incluso más que del de las viñetas). Pero resulta refrescante leer algo, aunque sea tan políticamente incorrecto como “Black Kiss”, que se atreve a burlarse de los guardianes del buen gusto. Casi treinta años después de su publicación, sigue sin haber muchas obras como esta en el mercado americano.
Cass Pollack, es el arquetípico protagonista masculino de Chaykin, un clon de Dominic Fortune, Reuben Flagg (“American Flagg”), Lamont Cranston (“La Sombra”) o Janos Prohaska (“Blackhawk”). Una de las muletillas del autor es que sus “héroes” tienden no sólo a parecerse físicamente, sino a actuar de la misma forma: de estatura mediana, moreno, judío, temperamental, físicamente enérgico… Es obvio que cuando escribe, Chaykin tiene en mente un tipo particular y muy definido de personaje que

Ninguno de los personajes, protagonista incluido, suscita el menor sentimiento de empatía, pero no se trata de un fallo del creador, sino que están deliberadamente construidos para resultar despreciables. Todos ellos son criminales despiadados, inadaptados sociales o aquejados de severos trastornos emocionales, sexuales o mentales (o todo ello a la vez). Quieren conseguir algo para ellos mismos (dinero, sexo, poder, inmortalidad) y no les importa en absoluto herir o matar a quien sea necesario para ello. Son cínicos y malhablados y uno no puede sentir sino alivio cuando mueren de forma violenta. El único personaje verdaderamente inocente es la pequeña hija de Pollack, pero es presentada en el primer número y brutalmente asesinada dos páginas después.
Black Kiss es un comic nihilista que adopta el formato de la serie negra, lo estira y lo deforma para construir una historia propia de los ochenta en la línea de la delirante fantasía cinematográfica de muerte, amor y locura “Blue Velvet”, dirigida por David Lynch; o la visión postmoderna del vampirismo que propone Brett Easton Ellis en el cuento “Secretos de Verano”

Según afirmó Chaykin: “Black Kiss” es una de las cosas más divertidas que he hecho nunca, una comedia oscura que realicé en un punto de inflexión en mi vida. Pasé ese punto y ahora ya estoy en paz”. Algo de eso debió haber, porque aunque nunca ha perdido del todo ese tono irreverente y su gusto por el fetichismo, ya nunca ha vuelto a embarcarse en un proyecto tan explícito.
Chaykin es, sin duda, uno de los grandes innovadores del medio en su vertiente gráfica. Junto a

También lo son las portadas de cada número, espectaculares ejemplos de diseño gráfico: provocativas, eróticas y con una composición clara y elegante. Por desgracia, ese impulso experimentador no halla continuación en las páginas interiores. Y es que “Black Kiss” no es uno de los trabajos más finos de Chaykin en lo que a dibujo se refiere. Se antoja demasiado apresurado, con figuras mal terminadas, líneas fuera de lugar y cierta sensación de amontonamiento. No hay verdadera experimentación formal o una declaración de estilo narrativo.

En el caso de “Black Kiss”, como he apuntado antes, no se trata de que la historia sea particularmente compleja sino que el continuo cruce de personajes, encuentros y desencuentros, exige del lector una atención especial e incluso una segunda lectura que permita descifrar, conocido ya el final, algunas de las claves que se van dejando caer. Quizá lo más molesto sea la profusión de bocadillos de diálogo, que a veces ahogan la viñeta y producen cierta sensación de agobio.

La historia se ajusta a la ya mencionada preferencia de Chaykin por un mundo con un estilo

Mención especial merece la magistral aportación del rotulista Ken Bruzenak, por entonces habitual colaborador de Chaykin. Gran parte de todos los aciertos gráficos de la obra en lo que a diseño de la página se refiere puede atribuírsele a él, ya sean las fuentes de texto utilizadas como su disposición en la viñeta. Y, por supuesto, su brillante uso de las onomatopeyas, tanto en las letras elegidas para representar los más variados sonidos como su traslación gráfica y emplazamiento de forma que se integren perfectamente en la acción.
Junto a “American Flagg” y “Cody Starbuck”, “Black Kiss” es uno de los comics importantes en la bibliografía de Chaykin, no sólo por su tono provocador sino porque se encuentra claramente entre lo mejor que ha escrito. Algo tuvo que ver sin duda la libertad que le

“Black Kiss” fue un cocktail Molotov arrojado al templo del comic americano. Irónicamente, con el tiempo Chaykin acabó regresando al mundo de las viñetas con el rabo entre las piernas y bastante más dispuesto a plegarse a las exigencias de las grandes editoriales de lo que “Black Kiss” hubiera dado a entender, lo cual constituye, a fin de cuentas, toda una metáfora de la industria del comic en su conjunto.
Por otra parte, “Black Kiss” era en sí mismo un callejón sin salida, una convulsión que difícilmente podía tener continuidad dentro de la carrera del autor, al menos en lo que a su agresivo tono se refiere. Guionistas posteriores como Greg Rucka, Brian Azzarello, Jason Aaron o Ed Brubaker demostraron que en el comic se podía hacer serie negra completamente adulta, con sexo, violencia y temas escabrosos, pero sin caer en los histrionismos nihilistas de Chaykin. En este sentido, “Black Kiss” fue tanto una obra pionera como un producto de su tiempo.
¿Merece la pena leer “Black Kiss? Si te molestan la generosa exhibición de violencia y sexo, lo mejor es que lo olvides. Si, en cambio, eres capaz de entrar en el espíritu de historias fuertes en forma y fondo, te gusta el género negro y disfrutas con los finales no necesariamente felices pero sí que den un vuelco a la trama y te animen a leerla con otros ojos, esta es una obra que debes tener.
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