14 sept 2020
1962- SPIDERMAN EN LOS SESENTA– Stan Lee y Steve Ditko (2)
(Viene de la entrada anterior)
Tradicionalmente en el género, los superhéroes habían disfrutado de una posición desahogada que les permitía disponer de guaridas secretas, vehículos y artilugios de lo más variopinto. Eran adultos, se ganaban la vida e incluso algunos de ellos (Batman o Flecha Verde) eran millonarios. Spiderman, por el contrario, no llegaba a fin de mes, tenía que lavar y coser su propio disfraz, pagar el transporte público hasta donde se encontraba el villano de turno, soportar ácidos ataques por parte de los medios de comunicación y el miedo y desconfianza del público en general y de algunos compañeros superhéroes en particular. Era neurótico, compulsivo y profundamente escéptico hacia la idea de verse a sí mismo como un justiciero disfrazado. Los Cuatro Fantásticos discutían entre sí; Hulk y Thor tenían problemas con sus respectivos alter egos; pero Spiderman había de vérselas consigo mismo.
El origen de sus poderes no era particularmente original. La radiación era un comodín narrativo muy extendido en la ciencia ficción de la época y, de hecho, Lee ya la había utilizado para justificar el nacimiento de Los Cuatro Fantásticos o Hulk. Tampoco era novedoso el punto de inflexión que impelía al héroe a luchar contra el crimen: el asesinato de una figura paterna, en su caso el Tío Ben. Ahora bien, lo que motiva a Spiderman en su labor de justiciero no es la tan frecuente venganza de otras ficciones superheroicas sino la culpa. Vivirá para siempre sabiendo que podría haber evitado la muerte de su tío si no hubiera estado tan centrado en sí mismo.
Otro punto de ruptura con la fórmula superheroica establecida fue, claro, su edad. Los adolescentes habían sido tradicionalmente utilizados por los guionistas como sidekicks o acompañantes del héroe maduro, epítome de la masculinidad y modelo recto a seguir por parte de los jóvenes. Servían para que éste tuviera alguien con quien conversar, como alivio cómico y como elemento con el que los lectores más jóvenes pudieran identificarse. Los ejemplos que pueden rastrearse en la historia del género anterior a Spiderman son múltiples: Batman y Robin, Flecha Verde y Speedy, Capitán América y Bucky, Aquaman y Aqualad, Flash y Kid Flash, Superman y Jimmy Olsen… Pues bien, Spiderman era adolescente pero también el héroe nominal. Y como actuaba solo y no tenía con quién hablar, Lee lo compensó introduciendo extensos soliloquios mentales.
Otro factor ya presente en su debut y que he mencionado anteriormente era su talento científico. En la ciencia ficción, tradicionalmente, siempre ha existido una dualidad respecto a la Ciencia: mejora nuestras vidas y hace avanzar nuestra civilización mediante el conocimiento de nuestro mundo y el desarrollo de nuevas tecnologías; pero, simultáneamente, su aplicación perversa, sea involuntaria o deliberada, puede provocar desastres de enorme magnitud.
Stan Lee supo llegar a un equilibrio en este Universo Marvel embrionario, creando personajes que representaban uno u otro enfoque. Reed Richards, de Los Cuatro Fantásticos, era un genio e inventor maravilloso que expandía los límites de lo conocido; Tony Stark creaba una armadura prodigiosa con la que combatir el crimen; Henry Pym diseñaba una sustancia con la que poder cambiar de tamaño e investigar de cerca el mundo de los insectos al tiempo que luchaba contra diferentes amenazas. Por el contrario, Bruce Banner se convertía en el monstruoso Hulk por culpa de la radiación de una bomba Gamma; y multitud de villanos se servirían de la tecnología para sembrar el caos.
En el caso de Spiderman, el joven Peter Parker tuvo desde el principio unas sobresalientes aptitudes científicas que le permitían, por ejemplo, diseñar su revolucionaria red o los lanzadores. Pero Lee supo sacar provecho a ese talento en muchas historias posteriores. Cuando Spiderman se encontraba con un hueso duro de roer, un villano más astuto y fuerte que él o tecnológicamente muy bien equipado, debía combinar sus poderes con algún tipo de invención o truco derivado de sus conocimientos científicos para poder vencerlo, lo que le aportaba más matices: no se trataba simplemente de alguien que vencía por unos poderes que le habían caído de la nada sino por el uso de su cerebro y su dedicación como estudiante.
En todo este nuevo enfoque del superhéroe tuvo mucho que ver Ditko. Aunque aún no había llegado a ese punto de su evolución gráfica, Kirby se haría famoso por dibujar a sus personajes con una épica y contundencia fabulosas; eran las suyas figuras que parecían saltar fuera de la página y moverse por el universo u otras dimensiones con imposible facilidad. Sus comics eran más grandes que la vida misma. Los de Ditko, por el contrario, eran la vida misma.
Sus personajes no estaban musculados ni tenían una apariencia imponente. Peter Parker no sólo no era atractivo sino que tenía un aspecto claramente alienado del de sus compañeros, probablemente inspirado en él mismo en sus tiempos de instituto. Si los otros chicos vestían informalmente y se desenvolvían con desparpajo, Parker llevaba corbata, chaleco y grandes gafas. Claramente disfuncional e inadaptado, sus únicos amigos eran sus tíos y sus libros de texto. No es de extrañar que Spiderman conectara inmediata e íntimamente con muchísimos lectores de comics de la época, poco adaptados socialmente, tímidos con el sexo femenino y con gustos diferentes a los mayoritarios.
Su inseguridad y baja autoestima no mejoraron demasiado con la adquisición de sus formidables poderes. Y en lugar de, inmediatamente asumir de forma natural sus responsabilidades y lanzarse a combatir el crimen, saca partido metiéndose al mundo de la farándula. Incluso tiene que coserse su propio traje. Traje que, por otra parte, era también inusual. El brillante diseño de Ditko, salvo la etapa del traje negro alienígena, no ha envejecido un ápice y ha pasado a ser un icono de la cultura popular. Pero en su momento la decisión de tapar por completo las facciones del personaje con una máscara un tanto inquietante, el motivo de las telarañas y que el atuendo fuera un mono de cuerpo entero, sin los típicos cinturones, calzones o botas, fue valiente y pionera. No se veía ningún rasgo de Peter Parker, lo cual, en principio, le restaba mucha expresividad facial. Pero lo que perdía en este sentido lo ganaba en misterio y potencia visual. Asimismo, Ditko sustituyó la pistola lanzarredes por unas muñequeras ocultas bajo el disfraz con la misma función y que dejaban las manos libres al personaje además de hacer que las redes y él se fundieran visualmente de manera más orgánica.
(Por cierto, es probable que el hoy icónico disfraz de Spiderman fuera concebido por Ditko con una combinación cromática diferente. Tal y como se ve en “Amazing Fantasy” y en los primeros números de “Amazing Spider-Man”, el rojo se combinaba con el negro, no con el azul, que se utilizaba para representar los brillos y el movimiento del tejido. No tardaría mucho, sin embargo, en sustituir el azul al negro para conformar definitivamente el disfraz que ha pervivido hasta hoy).
Y luego estaba, claro, el particular movimiento que Ditko le supo imprimir al propio Spiderman. A diferencia de Kirby, que destacaba más por la contundencia física y la cruda energía de sus figuras que por reflejar agilidad o rapidez, Ditko dibujó a Spiderman en posiciones retorcidas, casi inhumanas, pegado a las paredes, deslizándose por una telaraña, saltando y esquivando con rapidez mientras dobla sus esbeltas extremidades con una flexibilidad imposible.
En resumen, Spiderman era un superhéroe absolutamente novedoso. No tenía parangón en la historia del género.
Todo lo cual, sin embargo, no impresionó demasiado al editor en jefe y propietario de Marvel, Martin Goodman, que dio prioridad a las cifras de ventas y canceló sin contemplaciones “Amazing Fantasy” en aquel mismo número 15. Por no hablar de que, en su opinión, el tema de las arañas era desagradable y estaba convencido de que los lectores estarían de acuerdo con él.
Por entonces, las cifras de ventas tardaban un par de meses en llegar a la editorial así que todo el mundo se olvidó del personaje y pasó a otra cosa. Pero al cabo de un tiempo, las cartas entusiastas de los fans y la recepción de dichas cifras, que colocaban a ese número de “Amazing Fantasy” como el mejor vendido en una década, obligaron a recuperar a Spiderman.
Y así, se decidió lanzar un nuevo título exclusivamente para él. Una decisión un tanto arriesgada si tenemos en cuenta que –por razones que expliqué en las entradas dedicadas a “Los Cuatro Fantásticos” de los 60-, Marvel tenía limitado el número de colecciones por parte de la distribuidora (propiedad de su competidora, DC). El que buena parte de casi todo su reducido catálogo constara de títulos genéricos le permitía introducir una variedad de personajes e historias. Sólo aquéllos personajes con unas ventas sólidas o sobre los que se tuvieran puestas muchas esperanzas, obtenían cabecera propia. Era el caso de “Los Cuatro Fantásticos”, el western “Rawhide Kid”, la comedia adolescente “Patsy Walker” o “Hulk”
Stan Lee siempre defendió la versión de que sabía que aquel número 15 de “Amazing Fantasy” iba a ser el último y que, por tanto, pensó que no tenía nada que perder y se arriesgó a ofrecer un superhéroe diferente. Es una buena historia, pero probablemente falsa ya lo supiera él o no. ¿Por qué? Pues porque los dos primeros números de lo que luego sería la colección regular de Spiderman estaban integrados por dos historias cortas de 14 y 10 páginas respectivamente, extensión que era la habitual en antologías como “Amazing Fantasy”; y no sería hasta el tercero que la totalidad del comic pasó a constar de una sola aventura. Ello lleva a pensar que Lee y Ditko produjeron por adelantado material para al menos dos números más de “Amazing Fantasy” sin saber que ésta iba a ser cancelada; material que luego fue reciclado para arrancar la colección mensual de Spiderman. Una muestra más de la mala memoria de Lee o de su habilidad para embellecer y simplificar la historia original en aras de mitificar su propia biografía.
Así que seis meses después de su debut en “Amazing Fantasy” y aprovechando el hueco dejado por la cancelación de “Hulk” –cuyas ventas habían sido mediocres-, lo que había sido inicialmente concebido como un experimento autoconclusivo de resultado incierto, halla continuación en “The Amazing Spider-Man” nº 1 (marzo 63), nuevo título que fue recibido por los lectores con entusiasmo.
Peter Parker va perfilándose más como personaje, combinando un poco de dos adolescentes ya preexistentes: algo de la impulsividad de Johnny Storm y algo del sentido del deber y la responsabilidad de Rick Jones, añadiendo a la mezcla una generosa dosis de ansiedades y dudas. Peter es muy inteligente pero está socialmente aislado y si mantiene su identidad civil en secreto no sólo es por no poner en peligro a su familia –no a sus amigos, porque no tiene- sino porque, de hacerse pública, lo podrían arrestar y eso sí que acabaría con su tía May.
En el primer número se incluyen dos historias. La primera es muy sencilla y sirve para establecer lo que van a ser las líneas generales de la colección. La página-viñeta de apertura ya era muy significativa: el protagonista con su espalda contra una pared, acorralado por dedos acusadores y puños enfurecidos que le gritaban: “¡Rareza! ¡Amenaza Pública!”. Los lectores ya podían imaginarse que esto no iba a ser el típico comic de superhéroes complaciente donde el héroe salvaba el día y los ciudadanos agradecidos lo felicitaban.
De hecho, Spiderman iba a ser el primer superhéroe temido, odiado y vilificado de la historia del género, no porque quisiera imponerse al mundo criminal mediante el miedo, como Batman, sino porque no se atenía a las normas establecidas. Los primeros números plantearían una situación inédita en este tipo de comics: los medios de comunicación ejerciendo su poder para manipular a la opinión pública, atizando los miedos irracionales entre la gente para crear una mentalidad de masa. Sí, J.Jonah Jameson, que ya aparece en el número 1 y que se convertiría en adelante y para siempre en uno de los principales secundarios del universo arácnido, sería el principal responsable, pero no era más que el símbolo del poder y la actitud de muchos periodistas del mundo real.
El héroe perseguido no era una idea completamente nueva en Marvel. Ya hablé en su propia serie de entradas del caso de Hulk. Pero había una buena razón para que los militares persiguieran al monstruo verde (gris primero): era un psicótico con un poder incontrolable que sembraba el caos por donde iba y amenazaba a la gente y las propiedades. El caso de Spiderman era totalmente diferente y original porque su acoso era consecuencia de una intensa y continua campaña mediática promovida por un editor con graves problemas de personalidad.
Cabe preguntarse si este aspecto del nuevo comic de Spiderman fue idea de Lee o tuvo también algo que ver Ditko. Y es que el dibujante había estado muy interesado en la filosofía del Objetivismo promulgada por la filósofa ruso-americana Ayn Rand. Dos de los principales ingredientes de su novela “El Manantial” (1943) -y de su adaptación cinematográfica de 1947, con guión de la propia escritora- eran el poder de la prensa (encarnada en el editor de un periódico) para destruir la reputación de una persona; y la férrea determinación del protagonista, el joven arquitecto Howard Roark, por preservar su independencia. Y, efectivamente, el principal enemigo de Spiderman, más que la galería de grotescos villanos de turno, siempre serán esas fuerzas que tratan de suprimir su individualidad, expresada en su deseo de compaginar su faceta de superhéroe, estudiante y buen sobrino.
Y así, nada más comenzar esta su primera historia oficial, vemos cómo Peter escucha los ruegos de su tía al casero para que les de más tiempo para pagar el alquiler. Durante unos momentos, el joven se plantea utilizar sus poderes para el crimen y solucionar así la crisis económica familiar –endémica durante los siguientes años-, pero su fibra moral se rebela contra tal pensamiento y decide continuar en cambio con su carrera en el mundo del espectáculo. Mientras llega ese momento, en la página 3, los compañeros de instituto se meten con él llamándolo “ratón de biblioteca”; y una página después, averigua que el cheque con el que le habían pagado sus shows –argumentando un problema con los impuestos, su empleador ya no le paga en efectivo, como había sido el caso en “Amazing Fantasy” 15- no puede cobrarlo en el banco sin desvelar su identidad secreta. “No sea tonto. Un traje lo lleva cualquiera. ¿Tiene el carnet de la Seguridad Social o el de conducir a nombre de Spiderman?”, le pregunta el cajero.
Para colmo, pierde su espectáculo a causa de la campaña contra él que está llevando a cabo la prensa y que lo retrata como una amenaza para la sociedad: “¡Los niños podrían intentar imitarle!”, declara Jameson en una especie de conferencia o rueda de prensa, “¡Piensen lo que ocurriría si hicieran un héroe de este monstruo sin ley! ¡No podemos permitirlo! ¡Exijo que se le ponga fuera de la ley! Un ser tan peligroso no tiene sitio en nuestra ciudad”.
Más tarde, incapaz de conseguir dinero como Spiderman ni encontrar un trabajo como Peter Parker, ve como la tía May empeña sus más preciadas posesiones personales. Eso es la gota que colma el vaso para su creciente frustración y golpea la pared jurando “¡No me rendiré! ¡Tengo que ganar dinero como sea! ¡No puedo defraudar a tía May, aunque eso signifique que Spiderman vuelva a caminar por la ciudad de noche!”
Intentando limpiar su imagen pública y demostrar que no es una amenaza, salva la vida de un astronauta que, además, es el hijo de Jameson. El lanzamiento de su cohete ha ido mal y la cápsula amenaza con estrellarse, así que Spiderman interviene y se convierte en la celebridad del día. Para Jameson esa “usurpación” del protagonismo que debía tener su hijo –y él mismo por delegación- es imperdonable y no hace sino exacerbar su animadversión por el héroe. A decir verdad, Lee no estuvo nada fino en esta hazaña absolutamente inverosímil. Parece claro que su intención era aprovechar la popularidad de que disfrutaban los astronautas en ese momento, con la Carrera Espacial entre EEUU y la URSS en su momento álgido; pero a cambio socava el tono realista y de superhéroe “de perfil bajo” que había sido la premisa básica del nuevo personaje.
En cualquier caso y esperando ser exonerado, Peter se sorprende al comprobar que su valiente acto no ha servido de nada. El influyente periódico de Jameson redobla sus esfuerzos difamatorios e incluso el FBI lo busca para arrestarlo. El propio Lee, en un cuadro de texto hacia el final, lo deja bien claro: “Por desgracia, si algo se grita suficientemente alto, siempre habrá quien lo crea…”, haciéndose ominoso eco de esa teoría de la propaganda defendida por Hitler.
La historia se cerraba de una manera que pronto se haría familiar para los fans del nuevo personaje, con un preocupado y sudoroso Peter Parker revisando el periódico y preguntándose cómo es posible que haya llegado a un punto en el que incluso la Tía May ha sido convencida por el pensamiento único: “Querido, espero que encuentren a ese horrible Spiderman y lo encierren antes de que cometa un crimen”. El asalto contra la independencia de Peter Parker y Spiderman había comenzado desde el mismo arranque de su existencia y nadie en ese punto podía imaginar cómo iba a desarrollarse en el futuro.
La portada de ese número volvió a ser encargada a Jack Kirby, quizá porque en ella aparecían los Cuatro Fantásticos. Este hecho tuvo su importancia porque se trató de uno de los primeros crossovers del Universo Marvel. Tanto en este título como en el de “Los Cuatro Fantásticos” (en cuyo número 12, el mismo mes en que Spiderman debutaba en “Amazing Fantasy” 15, La Cosa se enfrentaba con Hulk), Lee, Ditko y Kirby empezaron a tejer el tapiz de continuidad que conformaría el Universo Marvel y la clave del éxito de la compañía. Y no porque ningún otro editor hubiera hecho esto antes, sino por el tipo de interacción que se producía entre personajes de diferentes títulos: lo que ocurría entre ellos en uno de estos crossovers no se olvidaba sino que tenía consecuencias e influenciaba subsiguientes encuentros meses o años después.
Además y como podía esperarse de un primitivo Universo Marvel dominado por la paranoia y el miedo, cuando los héroes se juntan, asumen inmediatamente lo peor y acaban peleándose entre sí antes de tomar un respiro y dialogar para aclarar la situación. Y así, Spiderman se escabulle en el interior del Edificio Baxter y sus famosos inquilinos luchaban contra el intruso dándole la oportunidad de demostrar sus poderes. Cuando Mr.Fantástico calma las cosas y le pregunta por sus intenciones, Spiderman lo dice bien claro: quiere unirse a ellos a cambio de dinero. Pero cuando le explican que no hay salario alguno que ganar, que ese no es su sitio y que, encima, no se fían de él porque la policía lo busca, Spiderman se marcha disgustado.
Lo más interesante de este crossover es que establece un marco muy original sobre el que se apoyará parte del Universo Marvel: los Cuatro Fantásticos y Spiderman no se unen para solucionar un crimen o ayudar a alguien necesitado. Interactúan de una forma realista y derivada de sus propias personalidades y situaciones particulares. Igualmente reseñable es que, a diferencia de los otros héroes pioneros de la casa (Thor, el Hombre Hormiga, Iron Man, Hulk), Spiderman siempre se mantuviera independiente y no pasara a militar en las filas de ningún grupo. Interactuaba –menos frecuentemente, eso sí, de lo que lo hacían otros colegas suyos- con otros superhéroes, pero ni pasó a ser parte de los Cuatro Fantásticos (como vemos en este número) ni se postula para Los Vengadores. Parece que en ello tuvo bastante que ver Steve Ditko, que, con buen criterio, pensó que el aura de neurosis y marginación y el entorno adolescente que constituían dos de las claves fundamentales de Spiderman, dejarían de tener sentido si era aceptado en un conjunto socialmente aceptado de justicieros adultos. Lo mismo valía para los villanos, que Ditko insistía en que fueran exclusivos de Spiderman y no heredados de algún otro superhéroe.
Y así, la segunda historia de aquel nº 1 presentaba al primero de lo que iba a ser una ilustre galería de villanos: El Camaleón. No tiene poderes, sino que es un espía industrial con fenomenales habilidades para adoptar el aspecto de otras personas. Y, como el propietario del periódico comunista cuyo plan frustraba la Antorcha Humana en una de sus primeras aventuras en solitario (“Strange Tales” 101, octubre 62), el Camaleón roba secretos militares estadounidenses para venderlos a los soviéticos. Cuando se entera de que Spiderman ha sido declarado proscrito, decide hacer de él un cabeza de turco de sus propios robos utilizando su habilidad y recursos para disfrazarse y asumir las identidades de terceros.
Así, como les había sucedido a “Los Cuatro Fantásticos” en un par de sus primeras aventuras, Spiderman es acusado injustamente por unos delitos que no comete. Y aunque se demuestra al final que no tuvo nada que ver, sí queda claro lo fácilmente que es caer, voluntariamente o no, en el lado incorrecto de la ley. Tan desilusionado se encuentra al final del caso, que, aunque ha conseguido que la policía atrape al Camaleón, no se siente en absoluto satisfecho con la situación y lo vemos corriendo por un callejón mientras se lamenta: “Nada me sale bien…sniff..¡ojalá no tuviera estos superpoderes!”.
También hay que destacar que es aquí donde aparece por primera vez otro de los característicos poderes de Spiderman: su sentido arácnido, ideado por Ditko, una especie de sistema de alerta psíquico que avisa al héroe de un peligro inminente.
(Continúa en la entrada siguiente)
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