(Viene de la entrada anterior)
Los números 6 y 7 (marzo-abril 89) constituyen un enlace con el gran evento Marvel del momento, “Inferno”, que afectó principalmente a los títulos de mutantes pero que se ramificó a la mayoría de cabeceras de la editorial. Los demonios han invadido Nueva York provocando todo tipo de aberraciones y locuras, como objetos inanimados transformándose en agresivos monstruos o los propios héroes convirtiéndose en versiones oscuras o diabólicas de sí mismos.
Personalmente, encuentro la historia básica de “Inferno” desordenada, confusa y carente de foco. Trata desesperadamente y sin éxito de parecer profunda a través de la exploración de los demonios internos de los personajes. En el caso de “Excalibur”, no sólo ocurre exactamente eso sino que además el arco de dos episodios tiene aún menos coherencia dado que no enlaza directamente con la rama principal de la saga y no se explica cuál es el marco general en el que se está desenvolviendo la acción (a saber, la exmujer del X-Men Cíclope se volvía maligna y desataba su poder demoniaco sobre Nueva York).
A continuación, viene un número de relleno y tono ligero, el 8 (mayo 89), en el que el equipo continúa en Nueva York, ya la ciudad normalizada, metiéndose en líos. El Capitán Britania y Meggan detectan que sus poderes o bien han disminuido o bien escapan a su control, un efecto que, como más tarde se aclarará, se debe a que éstos están vinculados a Inglaterra y cuanto más se alejan de las islas más se debilitan. En esta ocasión es Ron Lim quien asume la labor artística, uno de esos profesionales en absoluto memorables, con un dibujo y narrativa decentes pero sin personalidad alguna.
Alan Davis regresa en el número 9 (junio 89), donde arranca la mejor etapa de la colección hasta ese momento. Se trata de un arco de dos números en el que los héroes, ya de vuelta en Gran Bretaña, han de enfrentarse a versiones malvadas de sí mismos provenientes de una dimensión alternativa en la que los Nazis ganaron la Segunda Guerra Mundial. Es representativo que esta sea la primera aventura verdaderamente dramática (aunque con destellos cómicos, como los despistados turistas alienígenas o el uniforme seis tallas menor que el Capitán se ve obligado a vestir). Por desgracia y debido a una enfermedad contraída por Davis, tanto el número 10 como el 11 (julio-agosto 89) tendrán como dibujante a Marshall Rogers, que aquí está irreconocible. Muy lejos queda aquel artista que tan buen recuerdo dejó en el género con sus episodios de “Detective Comics” o “Doctor Extraño”. Ni siquiera el entintado de Terry Austin puede solucionar la carencia crónica de fondos, la rigidez de las figuras y unas composiciones poco inspiradas.
El número 11 se centra sobre todo en Rachel y Kitty en el faro que sirve de base de operaciones del grupo y los problemas de inseguridad y autoestima de la última al entrar en escena Alistaire Stuart, un ingeniero electrónico al servicio de “WHO” (Weird Happenings Organization), una rama de los Servicios Especiales del Ejército británico. Kitty se siente atraída por él, pero el inglés no le hace demasiado caso ya que está fascinado por Rachel. Se trata de otro interludio, un episodio que sirve tanto de epílogo a la minisaga anterior como de prólogo al amplio arco argumental que empieza en el siguiente número y que llevará a Excalibur a un alocado viaje dimensional.
En diciembre de 1989 aparece el especial de 48 páginas “Excalibur: Mojo Mayhem”. En realidad, no se puede decir que estrictamente hablando cuente como una aventura del grupo porque la historia está protagonizada por Kitty y los Bebés-X (las versiones alternativas e infantiles de los X-Men presentadas en el Anual nº 12 de los mutantes) mientras que el resto de Excalibur aparece como un simple cameo. La premisa es que los Bebés-X se han convertido en estrellas mediáticas en su dimensión paralela y han tenido que huir a la nuestra para escapar del contrato abusivo con el que les somete Mojo (otro personaje habitual en los X-Men, creado en la miniserie de “Longshot” y factor involuntario en la formación de Excalibur). En la Tierra son perseguidos por un diabólico agente del lunático productor, lo que da lugar a un encadenamiento de situaciones alocadas de corte humorístico que pretenden satirizar el negocio del entretenimiento. La trama es leve y tonta y aunque los Bebés X tienen cierta gracia, se trata de una entrega prescindible por mucho que lleve la palabra Excalibur en su título. El dibujo corre a cargo de Arthur Adams cuyo estilo se ajusta bien al tono buscado por Claremont: suficientemente realista como para no desentonar en el género superheroico pero con un claro matiz caricaturesco.
Los números 12 a 24 marcan el punto álgido de la serie regular y el fin de su primera etapa porque Alan Davis se marcharía al término de la misma. Claremont, por su parte, escribiría sólo hasta el nº 25, ocupándose a partir de ese momento del resto de sus dominios mutantes (que, aunque él no lo sabía, estaban a punto de serle arrebatados). Tras un año de recorrido en la serie, Claremont y Davis pensaron que había llegado el momento de dar un nuevo giro y tomar un camino más ambicioso por delirante.
La premisa de esta larga saga (titulada “Aventura a Través del Tiempo”) es sencilla y comienza con la conjunción desafortunada de dos elementos presentados en números anteriores de la colección. Por una parte, el pequeño robot llamado Cacharro (tan sólo una cabeza con ojos y boca), obviamente autoconsciente y de origen y capacidades desconocidos, cuyos misterios Kitty (que a pesar de su corta edad es una experta en ordenadores) trata de desentrañar sin éxito. Por otra parte, un tren proveniente de una dimensión alternativa y a bordo del cual habían llegado los Excalibur nazis. Pues bien, accidentalmente, cuando todos los miembros de Excalibur y Alistaire Stuart están juntos en el tren, el poder de Rachel activa a Cacharro y desencadena un salto espacio-temporal, propulsado a todos, vehículo, humano y mutantes, hacia la Tierra de otro plano dimensional. Será el primero de muchos, porque tras correr las más variopintas peripecias en cada una de sus etapas, termian éstas iniciando un nuevo salto con la esperanza de regresar a su hogar…solo para estrellarse otra vez en otra alocada versión de nuestro mundo.
El primer viaje comprende los números 12 y 13 (septiembre y octubre 89) y los traslada a un reino en el que se mezcla lo medieval y lo moderno, la magia y la tecnología. Tras un aterrizaje accidentado en la campiña inglesa, se encuentran con el joven sir William (a quien sus amigos llaman “Billy el Niño”), el heredero del trono que se encuentra viajando a la búsqueda de hazañas con las que labrar su leyenda. Al ver a Kitty, se enamora inmediatamente de ella para desesperación de otra princesa adolescente, Kate, que a su vez ama a William. Decidida a obtener lo que su corazón desea, Kate utiliza la magia para enfrentarse nada menos que a los deseos de la Reina Madre, quien manipula mentalmente a Kitty para que acceda a casarse con su nieto.
No puede pedirse una mejor presentación para esta saga: es divertida, espectacular y extravagante. Una tras otra se suceden escenas memorables, como la del ogro que captura a Kitty y Kate; o la página que combina una conversación cada vez más subida de tono entre Kitty y la Reina Madre en primer plano con la experimentación con el vestuario de Meggan y Rachel al fondo. Es evidente que no solamente Claremont se lo pasa en grande imaginando este peculiar mundo y comprimiendo en tan solo 48 páginas lo que otros guionistas habrían necesitado volúmenes enteros para desarrollar. Alan Davis siempre ha reconocido la generosidad del guionista a la hora de ofrecerle amplio campo para mejorar como diseñador y dibujante, una evolución que aquí se hace evidente para disfrute del lector. Las viñetas están exquisitamente compuestas, fondos y figuras gozan de una extraordinaria riqueza de detalles, los personajes hacen gala de gran expresividad y variedad de formas y el vestuario está particularmente inspirado: tanto Meggan como el Capitán Britania cambian sus uniformes por otros más elegantes. Éste último adopta el del Capitán Marshall, un miembro difunto de los Captain Britain Corps de esa realidad, aunque la auténtica razón para el rediseño fue facilitar el trabajo de los coloristas, que siempre equivocaban las zonas rojas, blancas y azules de su complicado uniforme).
La siguiente parada (nº 14, noviembre 89) es en una Tierra a primera vista tan similar a la de Excalibur que piensan que han vuelto a casa. De hecho, su punto de llegada es el faro que les sirve de base. Pero entonces aparece Rick Jones (el compañero adolescente de, sucesivamente, Hulk, el Capitán América y el Capitán Marvel), les da la bienvenida y se ofrece a guiarlos por un enloquecido mundo en el que versiones alternativas de conocidos héroes y villanos se hallan enzarzados en una eterna batalla global cuyo origen ya nadie recuerda. Excalibur se divide para defenderse y encontrar una solución. Acuden sin éxito a los cuarteles generales de los 4F y los Vengadores… y entonces aparece Galactus, preparado para devorar la Tierra, no tanto con el fin de saciar su apetito como erradicar esa aberrante dimensión del Multiverso. Cacharro revive justo antes del fin de ese mundo para transportar a los protagonistas a su siguiente etapa, privándoles así de conocer el auténtico final de la historia: ¡todo había sido una travesura del Hombre Imposible!
El propio título del capítulo, “Demasiados Héroes” resume a la perfección la esencia del mismo y el aficionado no puede sino sentirse impresionado por la cantidad de personajes que Claremont le hace dibujar a Davis. Pero éste no sólo sale airoso del desafío, sino que ofrece páginas magníficas que ilustran perfectamente lo que en el fondo es una crítica a lo absurdo de cualquier guerra. La mecánica narrativa evoca la de un vodevil, con sus continuos giros, sorpresas y situaciones cómicas y absurdas, como ese momento kafkiano en el que Alistaire y Kitty tienen que hacer una inmensa cola en el Edificio Baxter donde se alinean educadamente un montón de villanos esperando su turno para medirse con los 4F.
El número 15 (diciembre 89) cambia un tanto el paso porque, aunque Excalibur sigue padeciendo los impredecibles caprichos de Cacharro (recalan en una dimensión reminiscente del Salvaje Oeste; otra extraída de los antiguos films de terror de la Universal y otra postapocalíptica), el núcleo de la historia recae en esta ocasión en Rompepuertas y su Tecno-Red de mercenarios, atrapados en la Tierra hasta que no satisfagan su contrato con Ópalo-Luna Saturnina, a saber, atrapar a Fénix-Rachel Summers. Mientras tanto, han encontrado refugio en un viejo almacén del muelle de Brighton. Allí reciben una nueva oferta de Nigel Frobisher, ayudante de Courtney Ross. Empujado por el odio que alimenta hacia el Capitán Britania, encarga a la banda alienígena que capturen a James Bradock, el hermano de aquél, un mutante de gran poder pero completamente enloquecido y que se halla prisionero de un tirano africano.
Nos encontramos casi a mitad de la saga y este capítulo, visto con perspectiva, apunta a una falla en el diseño de la misma. Por una parte, los viajes transdimensionales de los protagonistas son muy divertidos y pintorescos, pero no tienen efecto alguno acumulativo ni dejan huella en los personajes, lo cual nos hace preguntarnos a dónde quería llegar Claremont o siquiera si pretendía que esta larga aventura abriera una nueva dirección para la serie.
Por otra, en este capítulo se presenta una nueva subtrama, recurso este por el que Claremont sentía una especial predilección y con la que había sabido impulsar y dinamizar la colección de los X-Men durante más de una década. Ahora bien, la relevancia de esta adición es cuestionable por cuanto la aventura principal ya es lo suficientemente épica y será sólo años más tarde, cuando Alan Davis pasaría a ocupar el puesto de autor completo de la colección, que recogerá todos estos pedazos dispersados y abandonados por Claremont y los reunirá en un todo coherente.
Así que, ¿por qué añadir la amenaza de James Braddock cuando por el momento Excalibur ni siquiera sabe cómo y cuándo regresara a su Tierra, o lo que hace funcionar a Cacharro (cuya investigación Kitty y Alistair habían abandonado al estar demasiado ocupados sólo en sobrevivir)? La Tecno-Red es divertida pero su recuperación e inmediata asociación con Nigel Frobisher parecen algo forzadas, como si Claremont hubiera querido mantenerlos en un plano relevante, preparados para enlazar su camino con el de Excalibur (algo que no ocurriría en realidad hasta mucho después). El resultado es que este episodio es menos alocado y entretenido que los anteriores, como si fuera un relleno que permitiera completar los nueve episodios prometidos inicialmente para esta saga. Tampoco es que sea un fracaso, ni mucho menos, ni un desvío demasiado radical del meollo de la aventura principal, que en los siguientes dos números, el 16 y el 17 (diciembre 89), alcanzarán otra nueva cota de calidad.
En una taberna repleta de alienígenas, un narrador encapuchado le cuenta a un entregado auditorio las aventuras de Excalibur en ese mundo. Todo comienza con la dispersión accidental de los miembros del grupo nada más entrar en el plano dimensional a bordo del tren. Rondador Nocturno salva a la princesa Anjulie de una horda de piratas antes de que ésta le deje inconsciente y lo lleve a su palacio para convertirlo en su amante. Desorientado por el sospechoso comportamiento de la hermosa mujer, Kurt la sigue hasta los calabozos, donde descubre el horrible destino reservado a los prisioneros: ser ofrecidos como sacrificio a un monstruo que absorbe su energía vital y asegura el poder de Anjulie sobre esta Tierra. En las gelatinosas garras de esa criatura se encuentran sus amigos esperando a ser devorados.
Tras rescatarlos y morir la malvada princesa, llega el momento de que se unan todas las tribus de esa realidad y se elija, mediante un torneo, al que será nuevo campeón de ese mundo. No solamente será difícil organizarlo, sino que entre los participantes se esconderá un traidor dispuesto a asesinar a los héroes.
Este díptico resucita la exuberante épica de la serie empezando por las excelentes portadas, particularmente la del número 16, en la que se homenajea la famosa ilustración que Frank Frazetta realizó para John Carter de Marte. Rondador Nocturno adopta aquí el papel de espadachín seductor que rinde tributo no solamente al personaje de Burroughs sino a la miniserie que del mutante azul realizara Dave Cockrum. En pocos comics hasta ese momento había brillado tanto Rondador Nocturno como aquí. Claremont y Davis narran con su ya habitual acelerado ritmo una peripecia que hila deliberadamente un cliché tras otro: la hermosa princesa en peligro, el horrendo monstruo lovecraftiano, la revuelta popular contra un tirano, el abordaje pirata, la mujer fatal, el torneo… sólo para neutralizar varios de ellos de forma muy habilidosa. Por ejemplo, la princesa resulta ser la villana; el Capitán Britania no adopta el papel de líder –de hecho, se le ve bastante perdido en un entorno de capa y espada que Rondador comprende mucho mejor-; Kitty debe lidiar con la preferencia de Alastair por Rachel y el sexista atuendo que debe vestir, por no mencionar al doble humanoide de Lockheed, que despierta los celos de su mascota dragón.
La construcción de estos dos episodios es magnífica, con abundantes peripecias, tiempo para todos los personajes, homenajes diversos y un giro final dramático. Una vez más, Davis se encuentra en estado de gracia y borda unas páginas elegantes y rebosantes de energía ayudado por el espléndido entintado de Paul Neary y el color de Glynis Oliver. De hecho, Alan Davis era un gran admirador de John Carter y puso tanto entusiasmo en el dibujo que Claremont, tras ver las primeras ocho páginas del nº 16, reescribió el resto para que pudiera haber una segunda parte y así dejar espacio para el disfrute de su colega y, con él, de todos los lectores.
Pero semejante nivel de calidad no podía mantenerse durante mucho tiempo y ya fuera por cansancio u otros compromisos, Alan Davis se ausenta durante los cinco siguientes episodios. Sin duda, si Davis se sentía inspirado por las aventuras que imaginaba Claremont, éste a su vez conseguía mejores resultados cuando sabía que iban a ser dibujadas por aquél. Y a la inversa. Los episodios 18 al 22 (enero-mayo 90), dibujados por Dennis Jensen, Rick Leonardi, Ron Lim y Chris Wozniak son mediocres no sólo en el arte sino también en los guiones. Claremont, como si estuviera esperando pacientemente el regreso de Davis, ni siquiera se molesta en desarrollar la trama a partir de lo sucedido en el número 17, en cuyo final Excalibur se encontraba brevemente con el Profesor Xavier, su amante Lilandra y los Saqueadores Estelares.
Cuando Davis vuelve a la colección en el número 23 (junio 90), la saga ya está casi en su final y uno no puede evitar pensar que se ha desaprovechado parte del potencial de la misma. De haber sido algo más corta, podría haberse disfrutado íntegramente del buen hacer del dúo creador sin necesidad de interrupciones, números de relleno e historias insulsas. Con todo, Claremont solventa la papeleta razonablemente bien permitiendo que el lector que haya decidido prescindir de ese interregno sin Davis pueda reengancharse sin problema de comprensión alguno, como si la transición del número 17 al 23 fuera lo natural y planeado originalmente.
Aunque los dos números finales de la saga (23 y 24, junio-julio 90) no forman un díptico como sí había sido el caso de los episodios 12 y 13 o 16 y 17, son ambos de lectura amena. En el primero, Excalibur llega a una Tierra gobernada por un régimen policial represivo en el que su versión –femenina- del Capitán Britania tuvo que tomar medidas radicales para garantizar la paz aun cuando ello supusiera privar a los ciudadanos de muchas libertades e imponer una absurda maquinaria burocrática. Aquí, el “crimen” de los héroes es tener superpoderes ya que eso les hace proclives a sembrar el caos (tal y como demuestran al materializarse su tren y estrellarse contra lo alto de un rascacielos). Se trata, obviamente, de una sátira de los comics británicos del Juez Dredd e incluso los uniformes que aquí visten los Justicieros recuerdan a los del legendario policía.
Pero incluso las fuerzas de seguridad de esta dimensión desconocen que están siendo manipuladas por la versión maléfica de Ilyiana Rasputin que aquí existe: la Niña Oscura. Rachel se enfrenta a ella y consigue derrotarla pero Excalibur aún tiene que responder por los destrozos causados y encontrar a Kitty, ahora considerada una fugitiva pero en realidad transportada, por fin, a su propia Tierra, donde es atendida por Courtney Ross –identidad falsa adoptada por Opalo-Luna Saturnina-.
Y ese es más o menos el final de la saga y el de la etapa Claremont-Davis en “Excalibur”. El resultado global, siendo muy entretenido, deja demasiadas cosas por responder y se remata de forma brusca e incoherente. Al parecer, Ópalo-Luna Saturnina había ido siguiendo todos los saltos dimensionales del equipo con creciente preocupación y desagrado ante el peligro que suponían para la estabilidad del Multiverso. Sin embargo, y a diferencia de Rachel (a la que busca desde el número inaugural acusada precisamente de la misma falta), los absuelve. Es una reconciliación arbitraria y mal explicada que obliga al lector a hacer determinadas presunciones sobre las auténticas razones que se ocultaban tras la formación del grupo.
El enigma que rodea a Cacharro (que experimenta una renovación express en el número 24 con la que supuestamente ve limitado su poder, impidiendo nuevos viajes sorpresa) sigue sin aclararse. Sabemos tan solo que el robot es un portal mecánico y viviente, pero ¿quién lo fabricó? ¿para qué? ¿estaba previsto que se integrara en Excalibur? Son puntos importantes que no llegan a aclararse.
Este descuido a la hora de rematar la saga no solía ser lo habitual en Claremont cuando escribía los X-Men. Allí había demostrado ser un narrador brillante capaz de manejar simultáneamente múltiples subtramas y un extenso reparto de personajes. “Aventura a Través del Tiempo”, por el contrario, parece más una colección heterogénea de aventuras autonómas, muy entretenidas pero que no dejan poso alguno en los personajes. Da la impresión de que Claremont no sabía cómo ponerle punto final.
Pero tenemos que ser indulgentes y reconocer también los méritos de la saga. En sus mejores momentos (y los hay en suficiente cantidad como para que amerite leerla), el sentido de la maravilla y la fantasía que transmite y el talento gráfico con el que se viste hacen de estos números unos comics refrescantes, punzantes y muy divertidos; un soplo de libertad y elegancia artística, virtudes cada vez más escasas en los comics de la época. Fue una joya y una curiosidad en el panorama superheroico de finales de los ochenta, pero incluso hoy cuesta encontrar series mensuales que la igualen en energía y fluidez.
Como he apuntado más arriba, Davis se marchó en el número 24 y Claremont solo aguantó un episodio más. Probablemente, fue lo mejor que pudieron hacer llegados a ese punto. Aunque Davis nunca flaqueó, el guionista no parecía tener demasiado claro qué hacer con los personajes ni qué tono darle a la colección una vez se acabaran las extravagancias de los viajes por el Multiverso. El humor tenía un recorrido limitado antes de empezar a parecer forzado y repetitivo y no eran pocos los que pedían que el grupo regresara al Universo Marvel e interactuara con otros superhéroes. Durante dos años se habían abierto más tramas de las que se habían cerrado y los protagonistas, demasiado ocupados enfrentándose a mundos y villanos estrafalarios, no habían tenido tiempo de desarrollarse. Todas estas carencias se harían harto evidentes con el regreso, ya en el nº 42 (octubre 91) de Alan Davis, esta vez para coger las riendas como autor completo, firmando una etapa sobresaliente que consiguió atar todos los cabos sueltos dejados por Claremont.
En cualquier caso, que “Excalibur” sobreviviera no sólo a la marcha de Claremont y Davis sino a una sucesión de mediocres dibujantes y guionistas que durante dieciocho números consecutivos sumieron a la serie en la incoherencia artística y la deriva argumental, dice mucho del bagaje y el núcleo de fans agradecidos con los que ambos autores dotaron a la colección.
(Continúa en la siguiente entrada)
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