(Viene de la entrada anterior)
Tras una serie de equipos creativos mediocres que no supieron mantener el tono de la serie ni aprovechar el potencial de los personajes, Alan Davis regresa en el número 42 (oct. 1991) para sacar a la colección de la deriva en que había quedado atrapada y tratar de mejorar las preocupantes cifras de ventas. Y lo hace, además de como dibujante, como guionista.
Fue un paso importante para Davis, un salto
que condicionaría además el resto de su carrera. Al principio no estaba muy
seguro de haber hecho lo correcto dado que su experiencia como guionista era
escasa (tan solo un par de episodios de “Capitán Britania” y un especial de
Lobezno), pero tuvo la fortuna de contar con el apoyo del editor de la serie en
ese momento, Terry Kavanagh. Éste le dio total libertad y le animó a
experimentar sin por ello dejar de hacer su labor, indicándole cuando lo
estimaba necesario aquellas cosas que no funcionaban en tal o cual historia.
Aunque quienes ya conocían a Davis de su etapa anterior en la colección le dieron la bienvenida sin reservas, lo cierto es que era un momento delicado para hacer esta transición a autor completo ya que por entonces muchos dibujantes estrella inflados de ego presionaban en Marvel para convertirse en guionistas… con pobres resultados. En 1990, Jim Valentino escribió y dibujó “Guardianes de la Galaxia” y a Todd McFarlane se le concedió control completo de un lustroso nuevo título de Spiderman; en 1991, Rob Liefeld asumió guion y dibujo de “Los Nuevos Mutantes”, y Jim Lee fue acreditado como coguionista –junto a Chris Claremont- de una nueva colección de los X-Men lanzada por todo lo alto. Todos ellos acabaron marchándose de Marvel, fundando Image Comics y creando para este sello nuevas series de calidad cuando menos cuestionable.
Alan Davis fue mucho más humilde a pesar de
que demostró tener un talento muy superior al de sus multimillonarios colegas. Los
dos años que permaneció al timón de la cabecera fueron los mejores de toda la
trayectoria de la misma gracias a la excelente labor que realizó tanto como
guionista como dibujante. Es una lástima y una injusticia que toda la atención
del momento la acapararan Lee, Liefeld y compañía mientras “Excalibur”, más
apartada del crecientemente aburrido y repetitivo embrollo mutante de Marvel,
demostraba lo entretenido y bien hecho que podía estar un comic de superhéroes.
Y ello gracias al cariño del autor por los personajes y su silencioso pero
indiscutible talento como narrador gráfico. Y, encima, sin necesidad de
contratar a carísimas superestrellas problemáticas con ínfulas de genios.
Aunque, como he dicho, Kavanagh dio carta blanca a Davis para reflotar la colección, sí le pidió que se ocupara de cerrar las abundantes tramas que Claremont había ido dejando abiertas antes de marcharse. Dicho y hecho, Davis dedicó a tal efecto nada menos que ocho episodios, del 42 al 50 (éste un número doble).
Todo comienza con un nuevo ataque de
Rompepuertas y su Tecno-Red, frustrados por el exilio al que les ha condenado
Ópalo-Luna Saturnina tras anular su contrato para capturar a Fénix-Rachel
Summers. Pero el combate contra Excalibur en su propio faro –que, recordemos,
les sirve de base- se interrumpe bruscamente cuando se materializa Horatio
Cringebottom, encorbatado funcionario del Ministerio de Control y Regulación
del Transporte Pandimensional, Departamento de Cumplimiento de Sanciones; y su
ayudante, el mecánico Bert. Ambos paralizan a la Tecno-Red y proceden a
“arreglar” a Cacharro para que en lo sucesivo no dispare transferencias
interdimensionales tal y como el pequeño robot había hecho en la última saga en
la que colaboraron Claremont y Davis.
Al despertar, los miembros de la Tecno-Red se amotinan contra Rompepuertas, que escurre el bulto y desaparece a otra dimensión. Rondador los invita a vivir en el faro con la promesa de que no se meterán en más líos. Mientras tanto, en Tee´irra, una de las muchas Tierras alternativas del Multiverso, un guerrero de aspecto felino, Kylun, se enfrenta a las hordas del hechicero Necrom.
Preso de un nuevo ataque de celos y exasperado
por la molesta presencia en el faro de la Tecno-Red, el Capitán Britania ataca
a Rondador y le rompe una pierna, siendo arrestado inmediatamente por la
policía del Multiverso. Su juicio se celebra en Otro Mundo y la condena es a
muerte. En Tee´irra, Kylun libera a la princesa Sa´tneen y ambos se enfrentan a
Necrom, que asesina a la joven antes de huir a través de un portal dimensional.
El guerrero lo persigue… y aparece en el cuarto de baño del faro de Excalibur,
donde Rondador consigue tranquilizarlo y que les refiera su historia: resulta
que Kylun es nada menos que el niño al que habíamos visto abducido por un
portal dimensional abierto por Cacharro en el número 2 de la colección mientras
huía de Arpía y sus mercenarios y que –dado que en esa dimensión el tiempo
transcurría a otro ritmo- ahora se ha convertido en un gran guerrero y enemigo
mortal de Necrom.
Sin tener aún noticias del Capitán Britania,
Rachel le propone a Meggan acompañarla al hogar de la familia londinense donde
pasó su infancia para aprender más sobre sus poderes y su origen. Poco después,
Alistaire Stuart (recordemos, el científico de WHO presentado en el número 6),
llega al faro pero, dado que Rachel se halla ausente, Kitty aprovecha la
oportunidad de disfrutar de una escapada romántica en su compañía. Rondador
Nocturno pone a prueba a sus pupilos, la Tecno-Red, colaborando con una
investigación que está llevando a cabo WHO relativa al robo de una serie de
reliquias religiosas, unas pesquisas que les pondrán en competencia directa con
otra agencia gubernamental, la FI6, que cuenta con su propio operativo mutante,
Micromax.
Como vemos, Alan Davis imprime un ritmo endiablado a la historia, hilando trama tras trama, atando cabos, encajando abundante información y presentando nuevos personajes sin resultar el conjunto en ningún momento confuso o apresurado.
Indultado in extremis por Ópalo-Luna Saturnina, el Capitán Britania decide pasar un tiempo en Otro Mundo para aprender algo más sobre la policía omniversal y su papel en ella. Un anciano colega le informa de que su rol de protector de su Tierra, la 616 del Multiverso, y la formación de Excalibur no son casuales sino producto de las manipulaciones en la sombra de la hija del fallecido Merlin, Roma, señora del Otro Mundo. Ésta se justifica ante un enfurecido Capitán mostrándole cómo habrían sido las cosas de no haberse formado Excalibur.
Mientras tanto, en la Selva Negra alemana,
Rachel y Meggan descubren que tienen mucho en común (una infancia traumática,
recuerdos vagos de sus respectivos pasados, inmensos poderes difíciles de
controlar) y hallan a un anciano y moribundo Neuri (una antigua raza que Davis
había presentado en el especial “Lobezno: Sed de Sangre”) que le revela a
Meggan su auténtica naturaleza. En el faro de Excalibur, siguen ocurriendo
cosas raras, entre ellas la materialización de un nuevo personaje: la atractiva
Cereza, guerrera del Ghran Jhar, con los poderes de “generar campos energéticos
maleables de luz coherente” y que se une al cada vez más extraño y variopinto
grupo liderado por Rondador.
Mientras tanto, Ópalo-Luna Saturnina envía un grupo de mercenarios para recoger a la Tecno-Red y avisar a Rondador Nocturno de que dentro de poco la Tierra va a ser destruida, sin dar mayores explicaciones. Mientras tanto, el Capitán Britania, Rachel y Meggan regresan al faro para conocer a Kylun y Cereza y enterarse de la ominosa profecía.
No han tenido tiempo de digerir las novedades
cuando Kitty les llama desde un yacimiento arqueológico sito en Irlanda, en el
que científicos de WHO supervisados por Alistaire han realizado un
descubrimiento asombroso: una cripta hermética a cientos de metros de
profundidad en cuyo interior hay un humanoide vivo. En las proximidades, un
joven monje de aspecto élfico, Feron, abandona a los sacerdotes que lo criaron
y adiestraron para ser el anfitrión de la Fuerza Fénix. Rachel descubre en la
cripta recién hallada la fuerza Anti-Fénix, que derrota a Excalibur antes de
ser convocada y absorbida por Necrom, escondido en un almacén abandonado de
Londres. En el faro, Cacharro se metamorfosea en una especie de humanoide
energético que genera a su alrededor severas distorsiones espacio-temporales.
A partir de aquí, la tensión va en aumento
hasta un espectacular clímax en el faro en el cual los héroes se enfrentan a un
Necrom investido de parte de la Fuerza Fénix mientras Merlin regresa al mundo
de los vivos, revelando que su muerte no había sido sino un engaño destinado a
Necrom, un viejo enemigo suyo. Aunque al invocar la Fuerza Fénix después de
meses de mantenerla dormida, Rachel pierde los recuerdos de su pasado que había
empezado a recuperar, consiente a ello como única forma de detener al hechicero.
Su épico combate les lleva a las profundidades del espacio, destruyendo
planetas y estrellas hasta la derrota del villano. Entretanto, la fuerza
combinada de Meggan y un Capitán Britania fortalecido en secreto por Roma,
destruyen el faro, que resulta ser una suerte de portal que unía todas las
Tierras alternativas, minando de esta forma parte del poder de Merlin.
Como conclusión a esta avalancha de aventuras, Rachel es recuperada, comatosa y vestida con el traje original de Fenix-Jean Grey, Roma impide que su padre se cobre venganza sobre Excalibur por la destrucción del Faro y el grupo –contando ya en sus filas con Kylun y Cereza y acompañados por Alistaire, Feron y Cacharro- adoptan como base la Mansión Braddock.
En ese número 50 termina una aventura épica
que conforma un comic de superhéroes intachable y una lección de narrativa
gráfica. No hay nada superfluo o prescindible en estos ocho episodios y la
única pega –mínima- que le podemos encontrar es el escaso peso que se le otorga
a Kitty en el curso de los acontecimientos. Alan Davis consigue, en primer
lugar, recoger los personajes y subtramas que habían ido quedando dispersos y
abandonados por la serie desde su lanzamiento unos años antes y no sólo
integrarlos en la trama sino otorgarles un papel esencial en la misma.
Descubrimos así que la formación de Excalibur no fue casual, como tampoco que
Brian Braddock se convirtiera años antes en el Capitán Britania de Tierra 616
(un préstamo-homenaje al cuerpo de Linternas Verdes de DC); averiguamos el por
qué de esa torpeza física e intelectual que parecía pesar sobre un Brian antaño
brillante estudiante; o el destino de Kylun, que pasa de ser un niño asustado a
un bravo guerrero.
Gradualmente y demostrando un talento
excepcional, Davis va uniendo estos hilos perdidos con la coherencia necesaria
para formar un tapiz mucho más amplio del que hubiera podido soñar Claremont en
ese peculiar Multiverso que sustenta muchas de las aventuras del grupo. Hay
otros peones de los que Davis decide prescindir, como la Tecno-Red, a los que
da una salida algo abrupta pero bien encajada tras un interludio cómico en el
que se homenajea-parodia el origen de los X-Men, con Rondador actuando como
mentor. La introducción de Cereza es menos natural pero la escena en la que se
presenta a sí misma es memorable, preguntándole a Kurt cuál es la especie
dominante de este mundo y quién de los presentes responde a tal especificación,
a lo que el mutante, rodeado por Kylun, Cacharro y la Tecno-Red, no tiene más
remedio que responder que “De todas las formas de vida de esta sala, tú pareces
la más humana”.
La transformación de Cacharro es también sorprendente, no resolviéndose su enigma al término de este amplio arco argumental sino que continuará alimentando las tramas de números subsiguientes. En cuanto a Feron, es un personaje muy interesante del que nadie tuvo el detalle de acordarse años después cuando se planteó el regreso al Universo Marvel de la Fuerza Fénix en el crossover “Vengadores vs X-Men” (2012), optando en cambio por recuperar a Hope Summers, uno de esos personajes producto del incestuoso microuniverso mutante.
Davis no olvida tampoco recordarnos que las aventuras de Excalibur tienen lugar en Gran Bretaña. Así, además de recuperar al inspector Dai Thomas, introduce otros secundarios tan interesantes como la médium Miss Emelia Witherspoon; o el mutante Micromax, un agente del gobierno inglés.
A este esfuerzo de síntesis de lo antiguo y lo
nuevo se añade un depurado trabajo de narrativa que consigue integrar un amplio
reparto de personajes en una larga aventura con un ritmo frenético. Reconociendo
que necesita uno, Davis crea un villano de peso, figura que no existía en los
episodios de Claremont, quien prefirió explotar la naturaleza disfuncional de
la “familia” Excalibur y las situaciones cómicas derivadas de enfrentarlos a
adversarios absurdos y ridículos. Necrom es un enemigo temible al que no
presenta inmediatamente sino que va sugiriendo en pequeñas dosis su amenaza y
su poder hasta hacerlo eclosionar en el último y grandioso acto. Para evitar
convertirlo en el típico “villano providencial”, conecta con mucho acierto su
origen y evolución a las diversas mitologías que había ido edificando tanto la
colección “Excalibur” como la del “Capitán Britania” (Merlin, el Multiverso) y
los “X-Men” (la Fuerza Fenix, Rachel Summers) antes que ella.
Davis articula la primera parte de este arco
argumental alrededor del tema de la identidad, conectando muy inteligentemente
a dos mujeres que hasta ese momento nada tenían en común: Rachel y Meggan. De
esta última, el lector no familiarizado con las aventuras en solitario del
Capitán Britania antes de formarse Excalibur, sabía poco o nada aparte de que
actúa o reacciona movida por la empatía y que, aparte de alguna otra capacidad
extraordinaria, tiene poderes metamorfos. Pero ella conoce tan poco como el
lector acerca de su pasado, sus auténticos orígenes e incluso su verdadera apariencia.
Una carencia que encuentra su eco en Rachel, quien a su vez descubre que cuanto
menos utiliza el poder Fénix, más retornan a ella sus recuerdos (tal y como se
había narrado en “X-Men”, proviene de una Tierra futura paralela en la que los
mutantes fueron exterminados por los Centinelas). Animando a Meggan a regresar
a sus raíces y acompañándola en ese peregrinar, consigue ella misma alejarse
del bullicio y violencia que siempre rodea a Excalibur y recuperar la serenidad
que le ayuda a encontrar quién es y cuál es su lugar en este mundo y este
tiempo.
Gráficamente y contando con la ayuda del
entintado de Mark Farmer y el color de Glynis Oliver, Davis ofrece al lector
ocho episodios consecutivos absolutamente impecables en los que consigue esa
síntesis perfecta que es su fórmula “secreta”, aquella que le ha ganado el
favor incondicional de tantos fans: la fusión de un realismo ejemplificado en
los fondos y las bien medidas proporciones de figuras y caras, con la estética
idealizada propia del género superheroico. Y dado que las historias oscilan
continuamente entre lo extravagante y lo serio, entre el realismo y lo
imposible, Davis estira con éxito las capacidades de su estilo al máximo,
animado por la libertad que le daba el escribir sus propios argumentos.
Las páginas muestran claramente lo mucho que estaba disfrutando Davis con esos personajes. El montaje de las planchas, el detalle de los fondos, el diseño de los personajes y entornos, la expresividad facial y corporal de todos los que intervienen en la aventura (y son muchos) son sobresalientes. Se maneja con igual soltura a la hora de retratar una escena cotidiana en el salón de una modesta casa londinense que en los maravillosos salones de Otro Mundo o una apocalíptica batalla en el espacio exterior. El trabajo gráfico de Davis para estos números de Excalibur no sólo no ha envejecido nada, sino que sigue siendo hoy una lección de narrativa y dibujo para muchísimos autores, quizá más vistosos pero también menos diestros y cálidos a la hora de retratar a los personajes con los que trabajan.
(Finaliza en la próxima entrada)
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