10 mar 2023

2020- SPIROU Y LOS SOVIETS – Fred Neidhart y Fabrice Tarrin

 


A diferencia de otros personajes fosilizados por el peso de la edad e incapaces de reinventarse y conectar con las nuevas generaciones sin perder por ello contacto con las antiguas, Spirou ha sabido mantener una salud gráfica y narrativa envidiable al tiempo que una cadencia regular que no lo ha desgastado. Ello se ha debido en no poca medida a la flexibilidad de la editorial propietaria, Dupuis, a la hora de brindar libertad a autores de primera línea para que dieran sus versiones del veterano personaje, no sólo en cuanto al grafismo y el tono de las historias, sino a su localización temporal. No importa tanto la continuidad con el resto de la serie o la coherencia entre álbumes como el interés e imaginación de la propuesta y la calidad del resultado. Así, en los últimos años hemos visto a Spirou corriendo aventuras muy diversas antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, en la actualidad o, como es el caso que nos ocupa, en lo que fue su edad dorada, los años 50 y 60 del pasado siglo.

 

Era sólo cuestión de tiempo que el guionista Fred Neidhardt y el dibujante Fabrice Tarrin acabaran confluyendo en Spirou. El primero, nacido en 1966, fue tan aficionado al comic francobelga que sus compañeros le apodaron “Spirou”. Publicó su primera historieta, “Les Aventures de Monsieur Tue-Tout” en 1997, colaborando ahí por primera vez con Tarrin (1971), quien había venido participando en la revista “Spirou” desde 1991. A partir de ahí, ambos siguieron trabajando juntos regulamente. En 2010, Neidhardt crea la parodia “Spouri and Fantaziz” y vuelve a coincidir con Tarrin, ahora ya con el auténtico héroe de rojo, en 2007, para el álbum “La Tumba de los Champignac”, guionizada por Yann, encargándose del color que completaría el dibujo de su amigo. Entre 2011 y 2012, Tarrin regresó a este universo con “La Jeunesse Héroïque de Fantasio”, una serie de historias cortas publicadas en la revista “Spirou”.

 

“Spirou y los Soviets” empezó a serializarse en la revista “Spirou” en septiembre de 2019, en su número 4249. Se incluía también en sus páginas un “making of” realizado por Tarrin, recordando la larga gestación del álbum, en el que ambos autores habían empezado a trabajar en 2014, y burlándose de aquellos creadores que han utilizado a Spirou para exorcizar los peores tormentos de su infancia, un enfoque del que él y su socio Neidhardt reniegan. Así, ambos recuperan y potencian el espíritu lúdico y luminoso del personaje, volviendo la vista atrás a su etapa clásica, esto es, la dibujada por André Franquin y escrita por él mismo y por Greg entre los años 50 y 60, produciendo algunos de los mejores álbumes de aventuras del comic mundial.

 

Pues bien, homenajeando la época y el espíritu de los maestros, Tarrin y Neidhardt quisieron ofrecer con “Spirou y los Soviets” una aventura rápida, excéntrica, rica en guiños para el conocedor del personaje, contenida en extensión (les bastan 52 páginas) y cuya única ambición es entretener al lector. ¿Consiguen su propósito? La respuesta depende mucho de las expectativas que se tengan al abrir este álbum. Y es que los ingredientes prometían un plato excelente: no se trataba de un “remake” del “Spirou y Fantasio en Moscú” que realizaran Tome y Janry en 1990, tenía un buen dibujo y color, homenajes a la época dorada del personaje, guiños a Hergé… Ahora bien, el resultado ni parece fresco, ni tiene el humor de Tome y Janry ni la genialidad del maestro Franquin al que aspiran a emular.  

 

Una noche de invierno, un par de hombres de amenazadoras siluetas acechan el castillo de Champignac desde el parque que lo rodea. Tras una tarde de excesivo consumo de licor de frambuesa, Spirou y Fantasio duermen a pierna suelta y cuando se despiertan a la mañana siguiente se encuentran con que el conde ha sido secuestrado. Spip, recuperada de un severo estado de hipotermia, muestra un extraño comportamiento: como si estuviera hipnotizada, la ardilla tiene la compulsión de seguir un rumbo determinado.

 

Revisando las notas del conde, averiguan que el animalito ha debido ser sometido a la radiación del GPS (Global Proyekt Sovietsky), un invento soviético que anula la voluntad del sujeto y le impone un único objetivo: llegar al punto de emisión del rayo. En esos diarios se enteran también de que los rusos le propusieron a Champignac colaborar en un proyecto de alto secreto en Moscú y que, tras negarse el sabio, había estado sufriendo el acoso de la KGB. Agentes de ese servicio de espionaje deben haber sido los responsables de la desaparición del científico. Para encontrar a su amigo, por tanto, Spirou y Fantasio sólo tendrán que seguir a la ardilla.

 

Como los dos compañeros no tienen dinero y, además, necesitan acreditación para viajar al otro lado del Telón de Acero (son los años cincuenta, en plena Guerra Fría), consiguen convencer a su avaro editor, Dupuis para que les envíe allí con la excusa de escribir un reportaje sobre la Rusia soviética. Dupuis accede, eso sí, haciéndoles pasar por reporteros de la revista de comics “Vaillant”, conectada con las juventudes comunistas y financiada entonces por el Partido Comunista.

 

Y así lo hacen, dando comienzo una peripecia que les llevará a encontrar al conde, que está siendo presionado por un fanatizado científico para que participe en un plan de dominación mundial, el CCCP (Communisicheski Cerebralni Chromosomu Programma), que consiste en utilizar misiles para diseminar por todo el mundo una molécula contenida en el hongo Astalin Marxoide, con el que se activará el gen comunista de todos aquellos que la inhalen, creando así la largamente esperada utopía comunista global.

 

La premisa de partida -el secuestro del conde de Champignac por una potencia extranjera que quiere aprovecharse de sus conocimientos científicos y el rescate que emprenden a continuación Spirou y Fantasio- no es demasiado original, aunque tratándose de una propuesta que pretende recuperar el sabor de la etapa Franquin-Greg, es aceptable. En esta primera parte, que transcurre en Bélgica, es donde se concentran la mayoría de homenajes: se menciona a Tintín y la revista Pif y el automóvil de los protagonistas es el Turbotracción clásico; aparece el señor Dupuis en persona y otros miembros ficticios de la redacción de “Spirou” que Franquin presentó en “Gastón ElGafe”, como Boulier, el señor de Mesmaeker o Gastón, además de una versión eslavizada de Natacha, la azafata creada por Walthéry. También hay un par de guiños a James Bond: Dupuis desempeñaría el papel de “M” y Raoul Cauvin el de “Q”, facilitando a los héroes los extravagantes gadgets que les sacarán de apuros. Estos detalles ni mejoran ni empeoran la historia. Son inclusiones simpáticas que sólo apreciarán los aficionados más veteranos y conocedores tanto del personaje como del comic-francobelga.

 

La segunda parte, ambientada en Rusia, es más increíble en cuanto al desarrollo de su trama y consiste básicamente en una serie de revelaciones, giros y persecuciones no particularmente inspiradas pero tampoco aburridas. Ninguno de los personajes secundarios tiene demasiado interés, ya sea la amargada directora del gulag; Natalya, la exuberante guía y agente barbuda del KGB; o Tanya, la niña que acoge a Spirou en su hogar y que luego “adopta” a Spip. Lyssenko, el villano de la historia, fue un personaje real (un individuo nefasto que, subordinando la ciencia a la política, negó los progresos de la genética, hizo encarcelar a los científicos más prestigiosos del momento y devastó el sistema agrícola de la Unión Soviética con sus ocurrencias), pero aquí se lo retrata, caricaturizándolo hasta el histrión, como un sabio loco extraído de una vieja película expresionista de terror, quizá el hermano perdido del “Nosferatu” de Murnau.

 

El final, que abarca las diez últimas páginas y ya de vuelta en una Bélgica transformada por obra y gracia del Astalin Marxoide, no sólo altera negativamente el ritmo (parece una historia corta sacada de otro comic y pegada ahí) sino que se antoja algo forzado y con una moraleja simplona, planteando confrontación algo tosca entre el comunismo y el capitalismo radical salpicado de gags y, nuevamente, referencias a lugares y personajes de la etapa clásica: Palombia, los vecinos más reconocibles del pueblo de Champignac o de la redacción de Dupuis…

 

A la hora de resituar a Spirou en un contexto histórico diferente del actual, esta propuesta no llega ni de lejos a las recreaciones, más sofisticadas, completas y originales que ofrecieron Emile Bravo (“Diario de un Ingenuo”) o Yann (“El Botones de Verde Caqui”). Lo que parece intentarse en “Spirou y los Soviets” es formular una contrapartida en clave moderna al seminal álbum “Tintín en el País de los Soviets”, publicado en 1930. Aquél fue la primera aventura del famoso reportero del “Petit Vingtieme” y su fox terrier Milú y constituyó una ácida sátira del régimen comunista que denunciaba las horribles condiciones de los ciudadanos que vivían a su sombra. Aquel fue un encargo hecho al joven Hergé por parte de su jefe y editor, el padre Norbert Wallez, abiertamente anticomunista, que deseaba aleccionar a la juventud belga sobre los horrores del bolchevismo.

 

Pero claro, la comparación entre los dos comics acusa la diferencia de época y la evolución de las ideas en los últimos 90 años. El álbum de Tintín tenía sentido en su tiempo y lugar. Hergé –al que se ha tachado muchas veces de derechista si bien posiblemente sería mejor calificado como conservador humanista- quería denunciar los atropellos y mentiras de un gobierno entonces muy vivo, ineficaz, tiránico, hipócrita y corrupto. A su caricaturesca manera, “Tintín en el País de los Soviets” fue un comic político.

 

“Spirou y los Soviets”, por el contrario, parece más un refrito recalentado, con un posicionamiento ideológico similar –por mucho que los autores al final traten de disfrazarlo disparando su munición satírica contra algunos males propios del capitalismo- pero atacando un régimen que llevaba ya tres décadas difunto. Como sátira ni es particularmente elegante ni añade nada a lo ya expuesto por innumerables humoristas gráficos durante las décadas que duró la Guerra Fría. Puestos a hacer crítica política con mayor vigencia, bien podrían haber llevado a los héroes a la actual Corea del Norte. Puede que ello hubiera supuesto sacrificar el homenaje a la época y estilo de Franquín, pero también es cierto que éste nunca hubiera hecho una crítica tan específica de un país tan concreto. Franquin, que tenía una vena satírica despiadada, apuntaba a temas universales que no pasan de moda, como la crueldad de los regímenes políticos, el maltrato al medioambiente o la estulticia de los militares.

 

Aunque Neidhardt y Tarrin guían a los protagonistas por una aventura bastante improbable incluso para los parámetros por los que habitualmente se mueven Spirou y Fantasio y que esta entrega no va a dejar una gran huella en el currículo de éstos, sí consiguen ofrecer, como he dicho, una lectura entretenida, respetuosa con los personajes y dinámica que recupera el tono del Spirou clásico de los años 50 y 60.

 

Ahora bien, el disfrute y valoración que cada cual haga de “Spirou y los Soviets” dependerá de sus gustos, pero, pese a lo que pueda parecer, la propuesta de Neidhardt y Tarrin o bien es arriesgada o mal enfocada. Para algunos lectores veteranos, las numerosas referencias a la etapa de Franquin y su deliberado homenaje al tono que caracterizó su etapa, serán una fortaleza; mientras que, por el contrario, los lectores más jóvenes y esporádicos del personaje, puede que no las comprendan ni valoren, viendo en ellas un oscuro estorbo.  

 

Por otra parte, incluso los fans curtidos pueden tachar a “Spirou y los Soviets” de fallida por mucho que aprecien el indiscutible mérito del dibujo: ¿Para qué tratar de imitar algo que un genio del comic como Franquin ya hizo perfectamente setenta años atrás? Y, además, sin aportar demasiado que pueda calificarse de verdaderamente nuevo. Pero el principal problema es que los autores quieren abarcar demasiado en solo medio centenar de páginas lo que lleva a tejer una trama rápida, sí, pero que carente de coherencia entre los diferentes segmentos. Más parece una sucesión de escenas humorísticas no muy bien hiladas, clichés deliberadamente burdos sobre el comunismo y el capitalismo que hablan más de los estereotipos del pasado que de la actualidad, e ideas que merecían un mayor desarrollo pero que no salen del estado embrionario.

 

“Spirou y los Soviets” tiene puntos positivos, negativos y otros que podrán ser apreciados en mayor o menor medida según el gusto, sensibilidad, edad y expectativas del lector. Pero parece claro que es un álbum destinado a dividir a los fans: para algunos, fue la mejor entrega del personaje en mucho tiempo; para otros, supuso una decepción que sólo merece estar entre la “gama media” de la longeva serie.

 


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