¿Quién no conoce a Hergé, aunque sea a través de su insigne personaje “Tintín”? Pues bien, mientras que el reportero del tupé es famoso en todo el mundo y se ha convertido en un auténtico icono de la cultura popular, las dos creaciones principales de su compatriota y colega André Franquin, “Spirou” –aunque él no fue su padre gráfico bien puede considerársele quien asentó y consolidó al personaje para siempre- y “Gastón ElGafe”, son mucho menos conocidas fuera de Bélgica y Francia y del círculo de aficionados al tebeo. Y me parece un olvido tremendamente injusto porque Hergé fue un autor excepcional, pero Franquin fue un auténtico genio. De hecho, el propio Hergé dijo de él: “Es un gran artista. A su lado, no soy más que un chupatintas mediocre”.
Y es que Hergé fue un pionero en la abstracción de la línea, pero Franquin tenía algo más. Sus dibujos transmitían una energía, expresividad y movimiento especiales y cada una de sus páginas era una lección magistral de cómo narrar en viñetas. Es más, con el tiempo, Franquin fue depurando su arte y evolucionando su línea al tiempo que mantenía un ritmo de trabajo que Hergé hubiera encontrado insoportable.
Sobre sus orígenes y su etapa en “Spirou” ya hablé en su respectiva serie de entradas. Las historias que imaginó para ese personaje mezclaban aventuras, suspense, humor y fantasía y no solo sentaron cátedra y sirvieron de inspiración para generaciones de autores posteriores sino que siguen teniendo completa vigencia pese a superar algunas de ellas los setenta años de edad. Su otro gran personaje y al que más años dedicó, “Gastón ElGafe”, era muy diferente de Spirou, en formato, inspiración, intención y resultado.
Aunque no fue ni mucho menos el primer “anti-héroe” del comic europeo, Gastón sí fue uno de los primeros “eternos adolescentes”, individuos que se niegan a madurar con la edad y que se empeñan en convertirse en la china en el zapato del sistema, el elemento subversivo del orden establecido. Durante más de tres décadas, Franquin fue añadiendo y puliendo los intereses de Gastón: inventor, aficionado a la música, fanático del bricolaje, chef amateur, amante de los animales… Era un personaje de doble y contradictoria naturaleza: un holgazán incapaz de hacerse cargo de un trabajo corriente y una explosión de energía e inventiva cuando se sumergía en sus extravagantes y casi siempre peligrosos experimentos caseros. Simbolizaba y transmitía esa efervescencia propia de la cultura pop de los sesenta, y representaba simultáneamente sus desilusiones. Su ansia de libertad personal está en continuo conflicto con el control y las limitaciones que le imponen en la oficina en la que trabaja. Su anticonformismo se manifiesta en su insumisión a las normas de todo tipo, desde su vestuario (un raído jersey, unos vaqueros y unas zapatillas costrosas frente a la formalidad del resto de sus compañeros) a su actitud (lleva el pelo largo y descuidado, anda siempre encorvado y soñoliento, trata con familiaridad a todo el mundo y no esconde su aversión al trabajo).
En sus comienzos, sin embargo, Gaston fue una simple anécdota, una broma interna en la redacción de “Spirou”. Franquin y el editor de la revista por entonces, Yvan Delporte, habían imaginado no una nueva serie sino una especie de gag recurrente protagonizado por un personaje perteneciente al staff de la revista y que entorpecía continuamente el trabajo de sus compañeros dibujantes y guionistas.
“Spirou” era un semanario católico belga dirigido a un público eminentemente infantil y que defendía a través de sus series y personajes valores universales. Se publicaban dos ediciones, una para Francia y otra para Bélgica por lo que la publicidad de ambas difería. Las discrepancias de paginación se procuraban solventar recurriendo a desplegables o encartes centrales, pero aun así, solían producirse desajustes. Franquin propuso rellenar las páginas sobrantes con un personaje perezoso, inepto, torpe y anárquico que se alejaba completamente del molde de rectitud en el que se apoyaban el resto de personajes de la casa.
Franquin encontró en Yvan Delporte una sensibilidad acorde a la suya. Guionista y poseedor de una inmensa y llamativa barba, el editor había sido contratado por el propietario de la revista, Charles Dupuis, para hacer de ella un producto más divertido. Delporte era en sí mismo un auténtico personaje que exhibía alegremente sus excentricidades: amaba el jazz, gestionaba un club privado para artistas y leía tebeos en inglés. No era reacio a las iniciativas valientes cuando no estrafalarias, como un número especial de primavera impreso con tinta con olor a violetas que hizo vomitar a toda la imprenta. Como no podía ser de otra forma, la propuesta de Franquin de un personaje subversivo del orden y los ideales de la revista, le encantó. Incluso fue él quien lo bautizó como Gastón (el apellido se lo otorgaría Franquin más adelante).
Y así, en el número 985 de “Spirou”, de 28 de febrero de 1957, sin aviso previo ni explicación, se presenta Gastón abriendo la puerta de la redacción. Desde ese momento y todas las semanas, iría apareciendo en una u otra sección de la revista para causar problemas y sembrar el caos, teniendo sus compañeros –especialmente Fantasio- que dar la cara y explicar la metida de pata correspondiente. Por ejemplo, una página quedaba completamente oculta por el cabezón de Gastón, o un artículo echado a perder por el derrame de un bote de tinta. Nadie, ni siquiera él, sabía qué demonios hacía Gastón allí, quién le había contratado o para qué. Pero el caso es que ya no hubo forma de librarse de él. Aunque se le despidió una vez tras una de sus fenomenales trastadas, fue readmitido a expensas del mismísimo Charles Dupuis, quién sabe si por lástima o porque los lectores se habían enamorado de este auténtico agente del caos y demandaban su continuidad.
A finales de 1957, Gastón obtuvo su espacio propio en forma de gags de dos tiras y Jidéhem (alias de Jean De Mesmaeker), recién incorporado a su estudio junto a Roba, pasará a ayudar a un siembre sobrecargado Franquin tanto con este personaje como en las aventuras de Spirou. En septiembre de 1959, pasó a ocupar media página, prueba de su buena aceptación entre los lectores. Aunque la intención original fue la de que Jidéhem sería quien acabara ocupándose enteramente del personaje, lo cierto es que no acababa de sintonizar con ese tipo de humor y su dibujo tampoco era el más adecuado. Con todo, ayudó a Franquin en las tintas y fondos durante quinientos gags hasta que en 1965 pasó a ocuparse de su propia serie, “Sophie”.
Si el concepto básico que sustentaba “Gastón ElGafe” era muy sencillo, el personaje propiamente dicho constituía una aberración. En aquellos años cincuenta, las revistas infantiles y juveniles ofrecían en sus páginas héroes ejemplares y rebosantes de virtudes: valientes, generosos, entregados, leales, honestos, inteligentes… Solían tener profesiones como cowboys, pilotos, detectives o periodistas, que les obligaban a viajar y exponerse a situaciones peligrosas, lo que facilitaba el trabajo de los guionistas a la hora de imaginar narraciones emocionantes y variadas.
Pues bien, Gastón era lo opuesto. Alguien sin oficio ni beneficio (aunque nominalmente es el chico para todo de la redacción de “Spirou”, lo cierto es que nunca se le ordena nada más complicado que ordenar el correo de los lectores), que no tiene interés por las aventuras (aunque sí es un romántico) y que, aunque le gusta la gente, es indiferente a los problemas que causa con sus ocurrencias.
Cuando Franquin ideó a Gastón, se hallaba en una situación de auténtico ahogo profesional. Llevaba diez años ocupándose todas las semanas de la portada de la revista y diversas ilustraciones para las páginas interiores además de producir ininterrumpidamente aventuras de Spirou y Fantasio; tenía que cumplir con el compromiso de realizar “Modesto y Pompón” para la revista “Tintín” (de esto ya hablé en las entradas de Spirou) y debía preparar un nuevo suplemento de bolsillo titulado “Spirou de Poche”. Por si todo esto fuera poco, acababa de ser padre de su primer hijo. Gastón fue quizá un acto de rebeldía frente a esta sobreexplotación de su talento. Es posible que le aliviara proyectarse en un personaje perezoso y desocupado pero al mismo tiempo ingenioso y bondadoso, que torpedeaba sin malicia los valores familiares que defendía su otro héroe, Spirou. Si éste era un botones responsable, activo, positivo, impoluto, realista y generoso, Gastón era su antítesis “botonil”: desgarbado, torpe, vago, soñador y aprensivo hacia todo lo que huela a trabajo o autoridad.
Su identificación con Gastón puede ilustrarse con el siguiente episodio. A comienzos de la década de los 60, Franquin empieza una nueva aventura de Spirou en la que iba a intervenir también el villano Zorglub. El editor se la rechaza y, decepcionado, le cede el guion a Greg. El resultado será “QRN en Bretzelburg”, pero el esfuerzo continuado y la sensación de estar atrapado en un bucle sin fin, se cobra su precio y en 1961, Franquin cae víctima de una depresión a la que se añade una hepatitis vírica. Durante más de un año, no podrá dibujar ni una página de ese álbum de Spirou. Sin embargo, sí continuó trabajando en Gastón, lo que indica que para él era algo más que un mero entretenimiento, una serie secundaria a la estelar de Spirou. En una entrevista dijo: “Creo que en la vida llega un momento importante; uno en el que descubres que esto no es un juego, que es algo serio, donde nada es gratis, los placeres son raros y difícil encontrar satisfacción. Es a posponer ese momento a lo que siempre me ayuda Gastón”.
Pero ni siquiera Gastón podía detener la marcha de los turbulentos años 60. En 1967, cansado, Franquin abandona “Spirou” con el álbum “Un Bebé en Champignac”. Y poco después, las manifestaciones y levantamientos de mayo del 68 tienen consecuencias más allá del ámbito político. La cultura francófona se ve afectada por ese movimiento y el comic experimenta su propia revolución. Franquin pertenecía a una generación de autores europeos enamorados de la cultura y el diseño norteamericanos. De repente, se vieron rodeados por los peores aspectos de ese país: el consumismo desaforado, la explotación desconsiderada de los recursos naturales, la contaminación, el gasto armamentístico… Franquin, tal y como llevaba años dejando bien claro en muchas de sus historias y gags, era un pacifista que se oponía a la pena de muerte y que despreciaba la autoridad militar. En Gastón, aprovechaba para burlarse de los cazadores, los policías, los generales… pero su humor era cada vez más corrosivo y desencantado.
En 1974, Angouleme albergó su primer salón del comic y en él se premió a Franquin por el conjunto de su carrera. Pero el mundo del comic que él había contribuido a revolucionar en los cincuenta y sesenta, era ahora un escenario muy diferente en el que se movían autores como Gotlib, Druillet, Mandryka, Bretécher o Moebius. Desde finales de los 60 y durante los 70, nacieron nuevas publicaciones con ánimo vanguardista tanto en su arte como en sus planteamientos narrativos: el nuevo “Pilote”, “Hara-Kiri”, “L´Echo des Savannes”, “Metal Hurlant”, “Fluide Glacial”, “Charlie Hebdo”… El centro de la innovación en el comic se había trasladado a Francia y ya no estaba interesado en los lectores juveniles sino en los adultos. “Spirou”, en cambio, se aferraba al pasado y seguía teniendo en plantilla un “consejero religioso”.
A pesar del creciente sentimiento de aislamiento, Franquin permaneció fiel a Dupuis y rechazó varias ofertas jugosas, incluyendo una de “Charlie Hebdo”. Entonces, en 1975, sufrió un ataque al corazón. En cuanto se recuperó siguió creando y trabajando con la misma energía. Escribió guiones para “Isabelle”, la serie dibujada por Will; y creó, en 1977 y junto a Yvan Delporte, el proyecto de una publicación “pirata” que aparecería como encarte de “Spirou” cada semana: “Le Trombone Illustré”. Duró sólo unos pocos meses antes de caer víctima de las rencillas y los celos intestinos pero la libertad creativa de la que dispuso le permitió crear la serie de gags titulados colectivamente “Ideas Negras”. No debe sorprender que muchos pensaran que el corrosivo humor, violencia y tono pesimista que desplegó Franquin en esos chistes fueran completamente opuestos al optimismo que siempre había caracterizado a “Spirou”. Cuando un exasperado Dupuis cerró “Le Trombone Illustre”, Marcel Gotlib le encontró un nuevo hogar a las “Ideas Negras” en la revista con la que él colaboraba, “Fluide Glacial” (de esta genial obra ya hablé también en su respectiva entrada), donde aparecería hasta 1983. “Ideas Negras”, que no ha perdido ni un ápice de actualidad, fue una evolución lógica de su trabajo anterior. Allí volcaba todo lo que no podía reflejar ni siquiera en “Gastón ElGafe”, su lado más oscuro y su humor más negro y brutal.
Pero volvamos a la serie que nos ocupa para estudiarla un poco más de cerca. En 1966, pasa a ocupar una página completa que desarrolla un gag con un componente eminentemente visual pero complementado con agudos diálogos, creativas onomatopeyas y juegos de palabras. Aunque Gastón trabaja en la redacción de la revista “Spirou”, la serie no satiriza la industria de los comics o su proceso creativo sino la vida de oficina (que, en realidad, Franquin solo veía de lejos porque él trabajaba desde casa).
El estilo de Franquin se caracterizaba por personajes siempre tremendamente nerviosos y en movimiento y un talento inigualable para estructurar no solo la comedia (eligiendo siempre el ritmo, las escenas y la composición de viñeta precisos) sino para reflejar con calidez y humor la vida cotidiana. Cuando dejó de encargarse de “Spirou y Fantasio”, dispuso de más tiempo para “Gastón ElGafe” y ello se pone de manifiesto en un mayor detallismo en los fondos (Franquin dibujaba meticulosamente incluso los utensilios de escritorio más insignificantes o todas las tuercas y tornillos de tal o cual invento de Gastón) al tiempo que amplía el universo de la serie, tanto en el campo de acción del protagonista (situándolo no ya sólo en la oficina sino en la calle, en la playa durante las vacaciones o en excursiones al campo) como en el número de secundarios y personajes recurrentes.
Gastón, como he dicho, fue contratado de una forma un tanto inexplicable como ayudante en las oficinas de “Spirou” y los gags de la serie se centran en sus esfuerzos por escabullirse de cualquier tarea que le asignen, bien para dormitar bien para dedicarse a sus hobbies mientras todo el mundo alrededor trabaja frenéticamente tratando de entregar a tiempo los encargos, encontrar algún documento extraviado o firmar unos contratos importantes. Su tarea principal es la de ocuparse de la correspondencia que los lectores envían a la redacción. Las siempre crecientes pilas de cartas sin responder y los intentos de Fantasio y León Prunelle, sus responsables, para que se ocupe de ello o que encuentre algún tipo de documentación en el archivo, son gags recurrentes.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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