La revista semanal “Spirou” nace en 1938 de la mano de Jean Dupuis, editor belga que desde mediados de esa década ya contaba con diferentes publicaciones como “Bonnes Soirées” o “Le Moustique”. El objetivo del nuevo semanario era el de captar un público más joven y para ello se quiso crear un personaje emblemático con el que pudieran identificarse los muchachos, alguien de su edad, audaz e inteligente. El escritor Émile-André Robert, amigo de la familia Dupuis que trabajaba en Radio Chatelineau y era propietario de un cine en Charleroi, cerca de la sede de la editorial, propuso durante una reunión familiar el nombre de Spirou, una palabra valona que se podría traducir como “ardilla” pero que también hace referencia a un chico vivaz y lleno de energía. A Dupuis le gustó y el proyecto tomó forma. Sus hijos, Paul y Charles, se harían cargo de la dirección de la revista con Jean Doisy como su primer editor jefe (el cual firmaba algunas de las secciones con el nombre de Fantasio).
La revista, que debutó el 21 de abril de 1938, trataba de combinar lo educativo con el entretenimiento y presentó ya desde su primer número al personaje titular, Spirou, creado por Rob-Vel con ayuda de su esposa Blanche Dumoulin (alias Davine). Rob-Vel era el seudónimo del dibujante parisino Robert Velter, que había trabajado como camarero en un transatlántico, donde conoció al dibujante de comics norteamericano Martin Branner. Se convirtió en su ayudante en la tira “Winnie Winkle” y cuando volvió a Francia en 1936, siguió dedicándose a la historieta destacando en la creación de Toto, personaje principal del periódico del mismo nombre y que llamó la atención de Dupuis.
El pelirrojo y travieso Spirou debutó, como he dicho, en el primer número de su propia revista trabajando como botones del hotel Mosquito, pero las aventuras que corrió a manos de su creador original duraron poco. En 1940, la publicación se interrumpió durante más de tres meses a causa de la invasión alemana de Bélgica durante la Segunda Guerra Mundial y la cautividad de Rob-Vel como prisionero de guerra. Se asigna entonces la continuación de las aventuras de Spirou a Joseph Gillain, alias Jijé. En 1943, el organismo nazi encargado de controlar la prensa, “propone” a Dupuis el nombramiento de un administrador alemán en su empresa, una amenaza ante la que el editor no cede, con la consecuencia del cierre obligado del semanario, que no volverá a abrir hasta octubre de 1944.
Después de la guerra, Rob-Vel, tras colaborar esporádicamente en algunas historietas de Spirou, vende los derechos sobre el personaje a Dupuis y Jijé pasa a ser definitivamente quien lleve las riendas del mismo. Patriarca del comic francobelga, artista superdotado y versátil, entusiasta y generoso, no puede extrañar que Jijé se convirtiera en el hombre para todo de la editorial Dupuis durante años. Es más, sentó las bases estéticas y narrativas de toda una nueva generación de autores, de Peyo a Moebius. Durante tres años, Jijé siguió la línea inicial que había caracterizado al personaje: historias infantiles, sencillas, con mucha fantasía y de humor fácil, herederas de una tradición ya bien asentada en el comic europeo. Pero también realizó aportaciones propias, insuflando un nuevo dinamismo gráfico y creando al personaje de Fantasio, contrapunto del héroe titular en aspecto y personalidad.
En ese momento se produjo un cambio en la línea editorial de la casa. Charles Dupuis quería sangre nueva y autóctona que pudiera ir sustituyendo poco a poco a las series norteamericanas que por entonces constituían el grueso del contenido del semanario. Jijé, que quería viajar a Italia para documentarse para una nueva versión de su biografía en viñetas de San Juan Bosco, organiza un estudio para jóvenes promesas que va a ser el semillero que asegurará no sólo la continuidad sino el éxito de Dupuis en las siguientes décadas y fundando una sólida corriente dentro del comic francobelga basada en el dinamismo narrativo y gráfico, el humor y la fusión de caricatura y detallismo en figuras y fondos. Sería conocida como “escuela de Charleroi” (la localidad donde Dupuis tenía su sede) y se distanciaba mucho del academicismo practicado por Hergé (la “escuela de Bruselas”) sobre el que se habían apoyado tantos autores hasta ese momento. Pues bien, en ese estudio entrarían Morris (“Lucky Luke”), Eddy Paape (“Jean Valhardi”), Will (“Tif y Tondu”) y André Franquin, que es quien ahora nos interesa.
Franquin nació el 3 de enero de 1924 en Etterbeek (un suburbio de Bruselas), hijo de un estricto empleado de banca. El rigor disciplinario en su hogar y en la escuela católica a la que asistió dejó en él recuerdos lúgubres de su infancia. Y quizá por ello buscó evasión en la fantasía y el humor de los comics que caían en sus manos, tanto norteamericanos publicados en revistas francesas (“Mickey Mouse”, “Popeye”, “Snuffy Smith”, “Smokey Stover”, “Blondie”) como europeos (sobre todo, claro, el ya entonces archifamoso “Tintín”). Aunque su padre quería que cursara estudios de ingeniero agrónomo, su talento artístico, apoyado por su madre, se impone. Desde tierna edad demostró una inusual habilidad con el dibujo y ya a los 11 años publicó sus primeras ilustraciones en un diario de Bruselas, destacando sobremanera sobre otros niños de su generación. Así, en 1942, a los 18 años y con su país sometido a la ocupación nazi, entra en el Instituto Saint-Luc de Bruselas, una institución artística tan prestigiosa como tradicional y muy académica que no satisfizo las ansias de libertad de Franquin, que la abandonó al cabo de un año y medio (una experiencia por la que también había pasado Hergé años antes).
Pero algo bueno salió de aquello: su amistad con otro alumno cuatro años mayor que él, Eddy Paape, que al acabar el curso en Saint Luc había empezado a trabajar en los estudios de animación CBA (Compagnie Belge d´Actualités), con sede en Lieja. Se trataba de una empresa centrada en la realización de cortometrajes de entretenimiento que ocupaban el lugar de las producciones americanas vetadas por los ocupantes alemanes. Franquin, aprovechando que necesitaban animadores, entra a trabajar allí. Su estancia le permitirá no sólo desarrollar su estilo y aprender a dinamizar las figuras sino que le pondrá en contacto con otros dos personajes que serán clave en la historieta europea, aunque entonces nadie podía imaginarlo. Por una parte, Maurice de Bevére, más conocido como Morris; por otra, Pierre Culliford, quien alcanzaría la inmortalidad como Peyo.
El fin de la Segunda Guerra Mundial significó el levantamiento del veto sobre los dibujos animados americanos y ello llevó a la ruina al estudio CBA. Y he aquí que Morris, que ya llevaba colaborando para las revistas de Dupuis desde 1944, se entera de que la editorial está buscando nuevos dibujantes. ¿Por qué no darle la oportunidad a sus amigos? Y así, Franquin, Peyo y Paape entran en la casa que va a lanzar sus carreras.
Franquin empieza su rodaje en Dupuis realizando chistes y portadas para “Le Moustique” y “Bonnes Soirées”. Charles Dupuis no tarda en darse cuenta de su talento y le abre la puerta de la publicación estrella, “Spirou”, encargándole nada menos que una historia para su personaje titular. Dibujadas en 1946, las doce páginas de “El Tanque”, aparecen publicadas en el Almanaque de 1947. La prueba es un éxito. Tan seguro está de él Jijé, que cuando en 1946 decide irse, como he dicho, a Italia, le pasa a Franquin el testigo de la serie nada menos que a mitad de la historia que se estaba serializando en ese momento, “La Casa Prefabricada”.
Tras algunas historias cortas de prueba que le sirvieron para hacerse con el dibujo y la dinámica del personaje, Franquin realiza las cuatro aventuras cortas que fueron recopiladas por Dupuis en 1950 en su primer álbum bajo el nada original título de “Cuatro Aventuras de Spirou”, y que nos permiten descubrir los primeros esfuerzos del autor que convertiría al personaje en el gran icono del comic de aventuras que es hoy.
En “Spirou” y los planos del robot” (14 páginas), el científico Samovar resulta herido por su último experimento. Los periódicos anuncian su traslado a un hospital, lo que preocupa a Spirou y Fantasio ya que los planes del robot que construía el sabio podrían caer en las manos equivocadas. Sus temores están bien fundados porque, efectivamente, unos criminales organizan el secuestro de Samovar.
Se trata esta de la continuación de una aventura anterior, “Radar el Robot” –también escrita y dibujada por Franquin-, en la que se había presentado al típico “mad doctor”: Samovar, científico multidisciplinar que más que fabricar robots pretende “incendiar la atmósfera”, una referencia clara al miedo atómico que había impregnado el subconsciente colectivo tras las recientes explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki en 1945 y que atormentarían a Franquin toda su vida. A partir de estos elementos y la recuperación del secuestrado –y luego amnésico- Samovar, el guion presenta una larga persecución en la que Spirou se enfrentará a un grupo de villanos que pretenden dominar el mundo sirviéndose de los robots del sabio. Persecución en la que Franquin ya demuestra su genio en densas páginas (a veces incluso con quince viñetas) en las que los coches corren y evitan –o no- diferentes obstáculos. Es una comedia de enredo con secuencias delirantes pero de innegable ritmo inspiradas en el cine mudo y especialmente en los dibujos animados, arte para el que, recordemos, ya había trabajado Franquin. Éste sentía una gran admiración por las películas de Walt Disney y en fechas posteriores viajaría a Estados Unidos con Jijé y Morris en busca del sueño americano, si bien aquello no fructificó y, de hecho, él fue el primero en regresar a Bélgica.
La relación de Franquin con Spirou siempre fue complicada. Consideraba al botones de rojo como una cáscara vacía, sin personalidad. Sin embargo y hasta cierto punto, su trabajo contradecía su opinión puesto que aquí ya vemos que lo retrata como un héroe que no está dispuesto a quedarse al margen y que intervendrá en defensa del débil y para evitar desastres de uno u otro calibre. Es el auténtico protagonista, siendo Fantasio una mera comparsa cómica con el que tiene que cargar. Ahora bien, este Fantasio, constantemente recomendando precaución a Spirou y dotado de un carácter frívolo, es muy diferente psicológicamente del personaje que llegará a ser en cuestión de unos años. Y también, ya en este punto, es muy distinto del que había creado su antecesor Jijé, un dandi feo y vanidoso. Lo mismo puede decirse de Spip, todavía no la ardilla perezosa y gruñona sino la mascota y activa ayudante de su amo.
Visualmente, el estilo de Franquin en esta aventura todavía es muy deudor del de Jijé: una línea fina, perspectivas bien definidas, una composición que permite sacar el máximo partido de las viñetas pequeñas (encajando en ella varios personajes y el decorado sin que el resultado parezca abigarrado) y una extraordinaria legibilidad digna del storyboard de un corto de animación.
En “Spirou sube al Ring” (20 páginas), las aventuras del héroe le han granjeado la admiración de los chavales del barrio, pero uno de ellos, el malvado Peloduro, lo desafía a un combate de boxeo. Con ayuda de Fantasio, Spirou empieza a entrenarse mientras su adversario, que quiere asegurarse no solo la victoria sino la lealtad del resto de muchachos, los aterroriza con palizas. Cuando por fin se celebra el evento, el cómplice de Peloduro hace todo lo que está en su mano, legal e ilegal, para ayudar a su jefe.
Es esta una historia que sirvió a Emile Bravo de inspiración para su revisitación de Spirou en “Diario de un Ingenuo” (2008). Fantasio sigue desempeñando el papel de mero ayudante del héroe, en este caso de sufrido entrenador. La historia discurre muy rápidamente, dividida en dos actos: el entrenamiento de Spirou paralelamente a las fechorías de Peloduro; y el combate propiamente dicho, en el curso del cual las maldades de éste y su cómplice provocarán la respuesta de los seguidores del primero. Y si bien el argumento puede resumirse en tan pocas palabras, Franquin lo utiliza para situar socialmente a Spirou: podemos imaginarlo fácilmente como un muchacho de orígenes y condición modestos antes de servir como botones en el hotel Moustique. En cuanto a su oponente, aunque presentado como un joven innoble y canallesco, Franquin no puede resistirse a redimirlo al final, anticipando lo que luego será una constante en sus aventuras: sus villanos siempre serán más torpes que malvados.
Franquin pone en escena una gran inventiva para proporcionar a las escenas la máxima viveza y efectividad ciñéndose a una estricta rejilla de quince viñetas por página, aunque ya se va permitiendo planos más amplios y otros especialmente llamativos, como ese en el que se muestran las siluetas a contraluz de Spip peleándose con la rata de Peloduro mientras sus dueños lo hacen en el ring. Los personajes son muy expresivos, conservando eso sí algo del estilo de Jijé, como ese aire suave y casi femenino de Spirou. Fantasio, por otra parte, ya pertenece gráficamente a Franquin: elegante, alto y esbelto sin resultar ridículo. Y en cuanto a la galería de secundarios y personajes de fondo, es tan amplio como variado, disfrutando cada uno de su propio y diferenciado aspecto.
En “Spirou monta a Caballo”, los dos amigos deciden pasar un día de equitación a instancias de Fantasio, al que le adjudican una excelente montura mientras que Spirou tiene que conformarse con un jamelgo de caprichoso temperamento y que provocará diversos incidentes.
Es este el segmento más flojo de los cuatro que componen el álbum, aunque no por ello deja de ser una anécdota simpática y con puntos de interés. Dado lo escaso del argumento y lo rápido de su lectura, es fácil pasar por alto las señales que avisan de desarrollos futuros, como ese caballo travieso que bien podría ser un antecesor del Marsupilami: ambos se comportan de forma imprevisible, bromista e incontrolable. Con el pretexto del animal, Franquin se divierte escenificando varios desastres cómicos similares a los que el pintoresco animal palombiano provocará años después.
“Spirou y los Pigmeos” comienza cuando el protagonista y Spip se topan con un leopardo mientras están en el campo haciendo picnic. La bestia les sigue hasta su hogar, donde se ven obligados a alimentarla mientras Spirou trata de averiguar su origen antes de arruinarse comprando quintales de carne. Fantasio ve una noticia en el diario que revela que el felino pertenece al emperador de Lilipanga, el cual resulta tener su domicilio muy cerca. Este hombre es en realidad un colono blanco que reina sobre una isla en la costa del Congo cuyos nativos están enfrascados en una guerra irresoluble. Spirou y Fantasio lo acompañan a sus dominios y tratan de resolver la situación.
Esta última historia nos ofrece ya atisbos claros de lo que será la etapa de Franquin al frente del personaje. Como el episodio del boxeo, está dividido en dos actos bien diferenciados: el primero se sirve del talento del autor para el gag y las situaciones absurdas, como la cohabitación de Spirou y el leopardo; el segundo entra de lleno en el espíritu aventurero que dominará casi todos los álbumes posteriores, situando la acción en el África colonial de los años cuarenta, cuando el Congo era todavía propiedad del rey de Bélgica y la actitud hacia los nativos era de condescendencia.
La lectura de esta historia no puede sino recordar la posterior “El Cuerno del Rinoceronte”, realizada ocho años después. En ambas, Franquin escribe y dibuja el continente africano y sus tribus con una mezcla de ternura e ironía, como pone en evidencia el final del conflicto entre los Lilipangos y los Lilipangus. Es una situación que hoy nos remite a la tragedia de la antigua colonia belga de Ruanda, inimaginable medio siglo antes cuando Franquin decidió abordar esos odios raciales a menudo injustificados con benevolencia y humanismo. Incluso el personaje del emperador, que no deja de ser un condescendiente colono blanco, está tratado con bondad. El auténtico villano de la historia es un traficante –también blanco- que participa en la historia de una forma marginal.
Fantasio gana peso en la aventura, compartiendo más escenas con Spirou que en las entregas anteriores y tomando parte activa en los acontecimientos y su resolución. Es obvio que Franquin comprendió la importancia de dotar al héroe protagonista de un compañero que sirviera para introducir una dinámica más fresca y trazar las diferencias entre personalidades (algo parecido a lo que Hergé había hecho con Tintín y Haddock).
También el dibujo mejora, liberándose gradualmente de las ataduras que suponían las quince viñetas por página y ensayando paneles más alargados horizontalmente e incluso puntuales insertos. Asimismo, se recrea en el dibujo de animales salvajes sobre decorados naturales en los que Franquin podía volcar su imaginación decorativa.
En resumen: estas cuatro historias, realizadas entre 1947 y 1949, le sirvieron a Franquin para asentar su estilo y alejarse de la influencia de su maestro Jijé. Por otra parte, no todas tienen igual interés. Dos de ellas, “Los Planes del Robot” y “los Pigmeos” desarrollan auténticas intrigas, mientras que “el Ring” y “a Caballo” son meros encadenamientos de situaciones cómicas y gags. En todos los casos, sin embargo, sí es patente que Franquin alargaba las secuencias con las que se sentía más inspirado, desequilibrando el argumento en su conjunto; argumentos, dicho sea de paso, que no son gran cosa. Él mismo confesaría años después que hasta que empezó a colaborar con Greg (en el decimocuarto álbum, “El Prisionero de los Siete Budas”) y aprovechando la libertad de que gozaba, acostumbraba a improvisar el guion sobre la marcha, hilando peripecias que animaran al lector a comprar la revista la semana siguiente. Era un “método” que obviamente le dejaba espacio para hacer lo que deseara, pero que también le producía angustia e inseguridad (de hecho, al final de su etapa, acabaría cayendo en bloqueos y depresiones); algo perfectamente comprensible si tenemos en cuenta el frenético ritmo de producción que le impuso la editorial, recurriendo a él continuamente para que aportara todas las semanas, además de la parte correspondiente de la serie principal, ilustraciones y gags complementarios.
(Continúa en la siguiente entrada)
Hola: soy un nostálgico de los tebeos de mi infancia (fin de los 70-principios de los 80) y tengo una duda de aquel entonces, por lo que estoy recurriendo a blogs especializados como el suyo. Vera: sé que hubo una revista juvenil (hacia 1982-84) que incluía varias páginas de Tintín, pero no recuerdo el nombre, porque debió de durar poco. Por aquel entonces no tenía más tebeos que los que de tarde en tarde llegaban a casa, así que tenía que releerlos una y otra vez, como todo el mundo, supongo. Un amigo mío se lo compró y me lo prestó. Se trataba de un tebeo (o comic) con personajes que no eran de Bruguera, puede que fueran de la escuela Belga. No estoy seguro de si se trata de "Fuera Borda", Spirou, o alguna otra. También recuerdo que contenía aventuras de un indio americano fortachón.
ResponderEliminar¿Sabría decirme? Muchas gracias y un saludo:
Leandro
No son muchos datos, la verdad. En España se publicó Spirou Ardilla, con personajes de Dupuis. La revista Fuera Borda" se publicó entre 1984 y 1985, pero no incluía comics del "indio fortachón", que supongo se refiere a Oumpah-Pah, de Goscinny y Uderzo, y que, en cambio, sí apareció en la edición española de "Tintín" (segunda época, la primera fue entre 1967 y 1969), en la que además de Tintín sí estaba Oumpah-Pah. Aparecieron 20 números entre 1981 y 1982. Búscalo en https://www.tebeosfera.com/colecciones/tintin_1981_bruguera.html
EliminarHola: soy un nostálgico de los tebeos de mi infancia (fin de los 70-principios de los 80) y tengo una duda de aquel entonces, por lo que estoy recurriendo a blogs especializados como el suyo. Vera: sé que hubo una revista juvenil (hacia 1982-84) que incluía varias páginas de Tintín, pero no recuerdo el nombre, porque debió de durar poco. Por aquel entonces no tenía más tebeos que los que de tarde en tarde llegaban a casa, así que tenía que releerlos una y otra vez, como todo el mundo, supongo. Un amigo mío se lo compró y me lo prestó. Se trataba de un tebeo (o comic) con personajes que no eran de Bruguera, puede que fueran de la escuela Belga. No estoy seguro de si se trata de "Fuera Borda", Spirou, o alguna otra. También recuerdo que contenía aventuras de un indio americano fortachón.
ResponderEliminar¿Sabría decirme? Muchas gracias y un saludo:
Leandro
Buenos días, estoy buscando el número 7 de la serie "La guarida de la Morena" y he encontrado uno con el lomo amarillo. No se si lo hay con el lomo azul, como el resto de la serie o es que ese, en concreto, lo editaron con el lomo amarillo. Gracias.
ResponderEliminarGrijalbo lo editó con el lomo amarillo, sí. El mío también es así.
EliminarHola, estoy intentado encontrar el número 7 de la serie, "La guarida de la Morena" y he encontrado un ejemplar con el lomo amarillo. No se si lo hay también con lomo azul, como el resto de la serie o ese, en concreto lo publicaron con el lomo amarillo. Gracias.
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