15 abr 2020
LOS CUATRO FANTÁSTICOS EN LOS SESENTA (22) -Stan Lee y Jack Kirby
(Viene de la entrada anterior)
En el nº 78 (septiembre 1968), “El Fin de la Cosa”, comienza un arco de dos episodios en el que Reed Richards, por fin, consigue revertir permanentemente el estado pétreo de Ben Grimm a su forma humana. Sin embargo, ello ocurre justo cuando el Brujo lanza un ataque contra los Cuatro Fantásticos. Es una historia cuya premisa se desliza claramente hacia lo implausible. Si el Brujo, un villano de segunda, había sido incapaz de derrotar a los Cuatro Fantásticos formando parte de los Cuatro Terribles, ¿cómo iba ahora hacerlo en solitario? Por suerte, el todavía poderoso trazo de Kirby y Sinnot compensa el flojo argumento. La página de viñetas que muestra la transformación de la Cosa en Ben Grimm aún transmite ese sentido de lo maravilloso tan característico de la colección en sus mejores momentos. Por otra parte, Lee empieza a introducir una subtrama de suspense relacionada con el embarazo de Sue, un proceso que, dada la exposición que ella sufrió a radiaciones cósmicas y que le otorgó sus poderes de invisibilidad, va a registrar serias complicaciones.
Lo que una vez fue una imparable progresión de novedades, estaba ahora degenerando hacia un estado de inercia, tal y como demuestra el nº 79 (octubre 1968), donde Ben se enfrenta a otro mediocre androide construido por el Pensador Loco. El principal fallo de Lee y Kirby fue siempre su incapacidad para generar villanos de peso. Sí, dieron en la diana con el Doctor Muerte o Galactus, pero éstos no fueron sino excepciones a la regla. En sus primeros días en la colección, siempre que tenían problemas para dar con un enemigo digno de los héroes, recurrían al monstruo o al alienígena de turno. Ahora sustituyeron éstos por androides, a menudo mudos o de diálogos absolutamente estúpidos. Así, desde el número 70, habían presentado a los androides asesinos del Pensador Loco (70-71), el Castigador de Galactus (74), el Androide Indestructible de Psico-Man (76) y ahora otra vez se retomaba el siempre conveniente Pensador Loco.
Este tipo de adversarios, además de lastrar a la serie a base de monotonía y predictibilidad, anulaba uno de los puntos más interesantes de los mejores –aunque no abundantes- momentos de la colección: los villanos carismáticos, con motivaciones y matices en su personalidad. La mayoría, como he dicho, ni siquiera podían hablar y en el resto de los casos, como este, sus líneas de diálogo eran tan malas como “¿Qué? ¿Ese insecto humano se atreve a volver a atacarme?”.
Además, las tramas bien enlazadas que habían hecho resaltar la etapa de mediados de la década dado paso a tramas mucho más sencillas y autoconclusivas centradas en preparar y ejecutar combates. Sólo cabe destacar la viñeta-página en la que Kirby nos muestra a Reed y Sue en la sala de maternidad del hospital. Durante este periodo, estas ilustraciones fueron algunas veces mejores que las que aparecían en los Anuales.
En el nº 80 (noviembre 1968), los autores, como en los viejos tiempos, cambiaron de androides…a monstruos. Tomazooma no era sino el último de una larga lista de grotescas criaturas que se remontaban a los tiempos en los que Marvel se llamaba Atlas: Groot, Tom-Boo-Ba, Vandoom, Goom, Oog,Googam, Fin-Fang-Foom, Taboo… (no tengo explicación a esa especial predilección por incluir una doble “o” en sus nombres). Parece ser que Lee y Kirby habían decidido inicialmente contar una historia muy diferente, pero el segundo, ya fuera porque lo olvidó o porque no estaba de acuerdo con lo hablado, entregó esta nadería sin conocimiento previo de su editor y guionista nominal. Lo único destacable –y no es mucho- es la recuperación de Wyatt Wingfoot, un personaje del que nunca supieron sacar el partido que merecía.
Si los Cuatro Fantásticos hubieran pretendido ser una larga maxiserie, entonces el Anual nº 6 (noviembre 68) habrían sido el clímax perfecto. Sus 48 páginas lo convirtieron en el número de los 4F más extenso hasta la fecha. Para entonces, la tradición de reservar los momentos más importantes del grupo para los anuales ya había quedado bien establecida. En esta ocasión, Reed y Sue se convertían en padres. De acuerdo con Stan Lee: “El Anual nº 6 de FF fue, hasta donde yo sé, el primer comic-book en el que una heroína da a luz. Mucha gente nos dijo que estábamos locos por introducir el tema del embarazo de una heroína en una serie de acción y fantasía, pero, como de costumbre, esa gente infravaloró la inteligencia de nuestros lectores; lectores que siempre habían disfrutado de que pudiéramos combinar la fantasía más alocada con el realismo más creíble y empático”.
En los episodios anteriores se había ido creando suspense respecto al peligro que iba a correr Sue Richards cuando llegara el momento del parto. Y ese momento ya estaba aquí. Con su mujer y su hijo no nato en peligro de muerte, la única solución que encuentra Reed es someterlos a una dosis de un elemento de antimateria que sólo se halla en la Zona Negativa. Pero en cuanto él, Johnny y Ben entran en esa dimensión, son capturados por el insectoide Annihilus, el último gran villano que imaginaron Lee y Kirby, y que resulta llevar consigo un “cetro de control cósmico”, exactamente lo que Reed necesita. No hace falta decir que tras una encarnizada lucha, Annihilus es derrotado y los tres Fantásticos regresan a tiempo con el cetro para salvarle la vida a Sue y a su hijo.
Esta historia tenía todos los ingredientes de una épica firmada por Lee y Kirby: de tres a cinco viñetas por plancha, un impresionante fotomontaje a doble página, uno de los finales más dramáticos de la colección hasta esa fecha y el nacimiento de un nuevo miembro de la familia. Y, aun así, a pesar del nervio y extensión de la historia, de alguna manera ésta se diría forzada, artificial, como si los autores estuvieran tratando a duras penas de mantener una era de grandeza que estaba lenta pero indefectiblemente escapándosele de las manos.
De hecho, lo único que salva a la historia de ser una vacía y monótona sucesión de escenas de acción al estilo Kirby es, precisamente, su significado y propósito: la lucha a muerte por la vida de la esposa, hermana y amiga así como de su hijo, ilustra a la perfección los valores positivos y el enfoque optimista de la Marvel de los sesenta. En este caso, el valor de todas las vidas humanas, sin importar lo insignificantes que sean, incluso si todavía no han visto la luz: “¡Parece tan indefenso, tan pequeño, en un mundo tan grande y lleno de peligros desconocidos!”, murmura un sombrío Reed, acunando a su recién nacido hijo entre sus brazos. Los lectores no necesitaban tener supervillanos en su mundo para comprender tales sentimientos. “No cejaremos en nuestro empeño por hacer de este loco mundo un lugar mejor. Para que él y todos los niños del mundo puedan crecer en paz y hermandad”, dice Johnny, dando voz a cualquier adulto responsable y con valores humanos.
El nacimiento del bebé de Sue y Reed podría haber constituido un nuevo comienzo para Lee y Kirby, una nueva etapa. De hecho, el comic finalizaba exactamente con esa frase: “The Beginning”. En lugar de ello, demostró ser un crepúsculo melancólico. Si la colección hubiera terminado aquí, con esa escena final que cerraba el ciclo natural de la vida que había arrancado con el cortejo entre Reed y Sue en los primeros números, aquélla habría tenido la coda perfecta a uno de los comics más creativos, imaginativos y poderosos de la historia del género. Pero, claro está, no fue así. Además, aunque el ritmo de ese número especial era intenso y su premisa y conclusión satisfactorias, adolecía de los mismos problemas que la colección regular, a saber: un cansancio en el dibujo de Kirby y un entintando menos certero de Sinnott. No se entienda esto como que el arte es mediocre. En comparación con muchos de sus contemporáneos, Kirby aún era sobresaliente; pero si se echa la vista atrás sobre su propia carrera, es fácil detectar signos de agotamiento. Y guste o no, su tiempo estaba agotándose. Nuevos artistas con estilos más sofisticados estaban entrando en la industria del comic-book y a no mucho tardar, el dibujo de Kirby, que había dominado ese medio durante treinta años y definido la Edad de Plata de Marvel, sería visto como algo anacrónico.
En el nº 81 (diciembre 1968), Sue se toma una baja por maternidad y Crystal la sustituye. Fue una buena idea por parte de los autores que encajó sin problemas con el espíritu del grupo. Y aunque la nueva dinámica que esa inclusión podría haber suscitado nunca llegó a explorarse y a pesar de que se vuelve a recurrir al Brujo como villano, éste es uno de los pocos comics de cierta calidad de la época de declive de Lee y Kirby. Crystal demuestra a sus compañeros varones su valía en tan solo veinte páginas rematadas por un final optimista. Lástima que las historias no tardaran en colocar a la Inhumana en la misma posición que había ocupado la Chica Invisible tantas veces en el pasado: la de damisela en apuros que los malos secuestran con facilidad y a la que sus compañeros varones tratan con condescendencia y sobreprotección.
En el nº 82 (enero 1969), Crystal regresa al Gran Refugio para conseguir el beneplácito de la Familia Real de los Inhumanos que le permita unirse a los Cuatro Fantásticos durante la baja maternal de Sue. La aventura continuaría en el número siguiente, el 83 (febrero 1969), otra vez, y odio repetirme, bien dibujado y entintado con profesionalidad pero con abuso de las plantillas de cuatro viñetas y viñetas –página (la mitad parecen ser meros pin-ups), figuras rotundas en las que ya no se tiene en cuenta el personaje o las proporciones anatómicas (Reed y Johnny, por ejemplo, tienen unos músculos de los que carecían cuando Kirby los dibujó inicialmente) y la tediosa sucesión de batallas con adversarios de escasa enjundia, en este caso los Alpha Primitivos y ¡sorpresa! otro androide llamado Zorr. Los ya mencionados problemas de Lee y Kirby a la hora de crear villanos vuelven a aflorar: durante 14 meses, no presentaron ni a uno nuevo, limitándose a reciclar al Brujo, Maximus, el Doctor Muerte, el Topo, los Skrulls y los Cuatro Terribles.
Quizá el momento más llamativo de esa nueva saga de los Inhumanos sea la página once del nº 83, cuando se regresa brevemente al Edificio Baxter para ver a Sue arropar a su bebé en la cuna y deseando que Reed estuviera con ella para elegir juntos un nombre para él. Es otro de esos tranquilos momentos de humanidad que, yuxtapuestos a la fantasía dinámica propia de los superhéroes, hicieron grande a Marvel (curiosamente, el niño aún tardaría nada menos que catorce meses en adquirir su nombre, Franklin Benjamin, en el número 94 (enero 70).
Por entonces, los problemas de Kirby con Marvel empezaron a revestir carácter de irreconciliables. Ya en 1965, Kirby había hecho notar que Lee estaba disfrutando de una desproporcionada publicidad en calidad de único artífice del éxito de Marvel. Esto, como es natural, le irritó profundamente porque él realizaba aportaciones fundamentales a los guiones que, pensaba, no eran reconocidas ni remuneradas. Martin Goodman le había prometido una parte de la recaudación por merchandising así como como una compensación por haberse alineado con Marvel en el litigio planteado por Joe Simon respecto a los derechos del Capitán América. Ninguna de las dos promesas se cumplió. Aún peor, según afirmaría John Buscema, fue en aquella época cuando Martin Goodman decidió que Kirby estaba ganando demasiado dinero. Amenazó con recortarle la tarifa por página y sólo cuando amenazó con marcharse, el propietario abandonó la idea.
Pero, sobre todo, el contrato de Kirby había expirado. Los nuevos dueños de Marvel, Perfect Film and Chemical Corporation, le daban largas a la hora de renegociarlo hasta que, cuando por fin le ofrecieron sus condiciones, eran tan draconianas que nadie en su sano juicio las hubiera aceptado. Aquella fue la ofensa final. La brecha entre Marvel y Kirby era ya insalvable. No quería abandonar la compañía, pero sentía que no le habían dejado otra opción. La situación se había hecho tan insoportable que no tuvo más alternativa que marcharse. Empezó a guardarse para sí sus ideas sobre nuevos personajes, que serían sus bazas ante aquel nuevo editor que decidiera contratarle.
La negativa de Kirby a contribuir con nuevos personajes o argumentos emocionantes dio como resultado un extraño híbrido. Los lectores podían ver páginas excelentemente realizadas que contaban historias flojas y aburridas. Era una dicotomía ilógica que no podía perdurar. Uno puede imaginarse fácilmente a Kirby dibujando aquellos últimos episodios de “Los Cuatro Fantásticos” mientras veía la televisión. El argumento del siguiente número consistiría en lo que fuese que estuviera viendo en la televisión en aquel momento, ya fuera “El Prisionero” (FF nº 84-87), “Star Trek” (nº 91-93) o “La Mujer y el Monstruo” (nº 97). ¡Qué lejos parecían quedar los hechizantes episodios de la era cósmica del cuarteto!
Sencillamente, el pozo de las ideas se había secado. Era como si el corazón del comic se hubiera convertido en polvo debido a que el de Kirby ya no estaba con él. Aún era capaz de imbuir en cada línea que dibujaba un asombroso poder, pero ahora parecía superficial, distante.
Por primera vez, Kirby parecía estar tomando atajos. Antes nunca se hubiera rebajado a dibujar una viñeta-página sin más motivo que demostrar su virtuosismo. Siempre las había utilizado para ofrecer al lector su sentido de lo maravilloso, o para impulsar o ralentizar la acción. De cualquier forma, siempre habían sido recursos puntuales, extraordinarios. Pero en 1969, con la década a punto de expirar, casi cada número de los Cuatro Fantásticos tenía por lo menos dos de esas páginas si no tres. El número 89 (agosto de 1969), por ejemplo, tenía nada menos que cuatro. Sin duda, el cambio de Marvel a un formato de página menor tuvo algo que ver, pero la mayor parte de ellas se antojan gratuitas, como si Kirby tuviese prisa por terminar el número.
(Continúa en la entrada siguiente)
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