1 jun 2020

LOS CUATRO FANTÁSTICOS EN LOS SESENTA (23) -Stan Lee y Jack Kirby


(Viene de la entrada anterior)

Probablemente, los fans de Marvel en 1968-69 no fueron conscientes de que estaban asistiendo al fin de una era. No sólo la de la gran explosión del Universo de esa editorial sino el de la propia Edad de Plata del comic book, el extenso periodo en la historia del tebeo norteamericano que, a su vez, albergó el desarrollo inicial de Marvel. Aparentemente, nada había cambiado. Lee y Kirby seguían produciendo mensualmente comics llenos de acción y maravilla en “Thor” y “Los Cuatro Fantásticos”; y el primero, ayudado por otros dibujantes, continuaba escribiendo la mayoría del resto de colecciones, incluyendo “Daredevil”, “Silver Surfer” o “Spiderman”. Roy Thomas aún dependía mucho de Lee, pero apuntaba maneras propias en títulos como “Los Vengadores” o “Doctor Extraño”, mientras los estilos gráficos de profesionales como John Romita, Gene Colan o John Buscema evolucionaban en nuevas direcciones.


Como fenómeno, los comics de Marvel seguían en la cresta de la ola, atrayendo la atención de otros medios y celebridades. Sus oficinas en Madison Avenue eran a menudo visitadas por estrellas del rock o directores europeos de cine. Considerado como una especie de gurú por parte de sus jóvenes admiradores, Stan Lee llegó a lo más alto de su popularidad con la celebración en 1972, en el Carnegie Hall neoyorquino, de la velada “An Evening with Marvel”. La editorial publicaba seis millones de comics al mes, lo cual se traducía en unos 25 títulos que vendían de 200.000 a 300.000 ejemplares mensuales. Y por si fuera poco, el acuerdo con la distribuidora Independent News, que había mantenido esclavizada a Marvel durante una década, estaba a punto de caducar, abriendo la puerta a toda una nueva línea de títulos de otros géneros distintos al de superhéroes.

Para complicar más las cosas desde el punto de vista del lector, el cierre de la Edad de Plata no coincidió exactamente con el de la fase más grandiosa de la compañía. Aún más, hubo colecciones, como “X-Men”, “Spiderman” o “Los Vengadores” que siguieron mejorando y alcanzando
sus respectivas cimas aun cuando la época creativamente más efervescente de Marvel ya estaba apagándose a finales de los sesenta. Mientras tanto, seguían apareciendo nuevas colecciones y se produjo el desembarco de un nuevo contingente de profesionales que procedían del fandom.

Pero para aquellos que se molestaron en observar y analizar, ya podían detectarse señales de agotamiento. Steve Ditko hacía tiempo que se había marchado; la eficacia como ilustrador de Don Heck se estaba marchitando; e incluso Romita necesitaba ayuda para terminar las páginas de Spiderman. Pero sobre todo, Jack Kirby había dejado atrás sus mejores años en Marvel. Después de la historia de Psico-Man en el nº 77 de “Los Cuatro Fantásticos”, la colección comenzó un claro declive que sólo se detendría tras su marcha de la editorial en el nº 102.

Después de ese nº 77, los lectores habían tenido que soportar historias muy flojas que incluían tótems indios vivientes y la enésima conspiración de Maximus para gobernar a los Inhumanos. En el nº 84 (marzo 69) comenzó el último arco extenso de la Edad de Plata, recuperando –otra vez más- al Doctor Muerte.

Para entonces, Lee hacía tiempo que se había desvinculado de la colección. El sistema de
colaboración que, obligados por las precarias circunstancias, habían diseñado él y Kirby involuntariamente al comienzo de la Era Marvel había evolucionado con los años. Inicialmente, Lee aportaba detallados guiones y conceptos para que Kirby los dibujara. Gradualmente, esos guiones fueron sustituidos por conversaciones sobre las directrices y puntos importantes del siguiente número; Kirby dibujaba todas las páginas según su propio criterio y se las devolvía a Lee para que éste añadiera los textos. Lee, no obstante, seguía conservando su rol de editor, por lo que tenía la última palabra y podía pedir que se cambiara esto o aquello o utilizar los textos para reorientar el enfoque inicialmente pretendido por Kirby. Es lo que se llamó, Método Marvel.

Conforme fue pasando el tiempo y aumentaban la carga de trabajo y compromisos de Lee más allá de las oficinas de Marvel, fue dejando que Kirby se ocupara de prácticamente todas las decisiones creativas sobre la colección (puede que en ello tuviera también que ver la creciente insatisfacción del artista respecto a su posición en la compañía, sentimiento del que Lee era consciente y con
el que se sentía incómodo). Finalmente, en algún momento de 1968, pareció otorgar definitivamente carta blanca a Kirby para que llevase la serie por donde mejor estimara. Consecuentemente, en los títulos de crédito de la página de arranque, empezaron a aparecer ambos como creadores de la historia que seguía a continuación.

Un cambio de estatus que se hizo dolorosamente evidente en los últimos veinte números de la serie firmados –sólo nominalmente- por ambos, ya que Kirby, ahora con más libertad pero menos entusiasmo, se limitó a seguir el camino de menor resistencia. Para idear sus argumentos, revisaba el cine o la televisión del momento y realizaba sus propias adaptaciones de lo visto al mundo de los Cuatro Fantásticos (una fuente de inspiración que seguiría utilizando cuando marchó a DC en 1970). Así, encontraremos la trama de aquel episodio de “Star Trek” en el que la Enterprise llegaba a un planeta que reproducía la era dorada del gansterismo americano; o criaturas y argumentos extraídos directamente de “La Mujer y el Monstruo” (1954) o “La Invasión de los Ladrones de Cuerpos” (1956).

Para este episodio nº 84, la víctima del plagio fue la serie televisiva británica “El Prisionero”
(1967-68), una mezcla de ciencia ficción, alegoría y thriller psicológico que en ese momento se emitía en la televisión americana y que seguía las aventuras de un agente británico sin nombre que dimite abruptamente de su empleo, es secuestrado y retenido en una aislada aldea vigilada por sofisticados sistemas de seguridad. Kirby inició aquí un arco argumental de cuatro números que constituiría el último enfrentamiento de los sesenta entre el Doctor Muerte y los Cuatro Fantásticos. Y también su última contribución digna a la colección.

Nick Furia se reúne con los Cuatro Fantásticos –por si a alguien se le había pasado por la cabeza que el equipo se había desvinculado del resto del Universo Marvel- y les informa sobre la posibilidad de que en Latveria, el pequeño estado centroeuropeo regido por el Doctor Muerte, se estén desarrollando unos robots muy peligrosos. De forma bastante ingenua, creen que su entrada como civiles en el país pasará desapercibida pero Muerte, utilizando a sus androides, les detecta, captura y priva hipnóticamente de sus poderes, liberándolos a continuación para que vivan sometidos como
ciudadanos normales y corrientes de Latveria. Éstos llevan una existencia aparentemente feliz. Tienen todo lo que necesitan y nadie pasa hambre ni miseria…pero no disponen de libertad –que es, precisamente, la premisa de la mencionada “El Prisionero”.

A pesar de su premisa falta de originalidad, Kirby consigue narrar esta saga de cuatro números con la majestuosidad propia de su estilo e incluyendo escenas muy bien ejecutadas, como esa secuencia “pre-créditos” en la que un desesperado prisionero trata de escapar de Latveria sólo para ser detenido por el propio Muerte, retratado en una espectacular página-viñeta. También destaca la pintoresca ciudad latveriana que se convierte en prisión de los héroes, una localidad que Kirby dibuja magistralmente a base de tópicos e idealizaciones, con abundantes castillos, cabañas, cafés callejeros y escenas cotidianas protagonizadas por gente ataviada como tiroleses de cuento. El único punto chirriante es la aparición de otro robot multiusos, esta vez propiedad de Muerte, un androide mudo, verde y sin rostro que no solo no aporta nada nuevo sino que transmite la impresión de cansancio a la hora de probar ideas frescas.

El dibujo de Kirby, terminado por el siempre eficaz Joe Sinnott, conserva su fuerza y
dinamismo, pero empiezan a verse grietas en el conjunto global. La pereza y la prisa asoman la cabeza en el uso reiterado de ciertas posturas, líneas y composiciones, un defecto que se agravará en los números siguientes.

La tarea de Lee, por su parte, se tornó tan importante como aburrida. Cuando Kirby se hizo con el control creativo de la serie, le dio más importancia a las escenas de acción que a las de caracterización. Por eso cobraron más relevancia los pocos momentos que Lee podía encontrar para poner en las bocas de los personajes palabras que no solo hicieran avanzar la trama sino
con las que pudiera encontrar matices a las personalidades de los mismos.

El nº 86 (mayo 1969) se abre con los Cuatro Fantásticos a punto de enfrentarse a las numerosas fuerzas robóticas del Doctor Muerte sin contar con sus poderes, que es básicamente algo que ya habíamos podido leer en los números 39 y 40 (junio-julio 65). Pero mientras aumenta la tensión antes de que explote la acción, vemos algo inusual: la atención se desvía de los 4F para centrarse en los
latverianos ordinarios que deben vivir bajo el yugo de Muerte. En pasadas historias, se les había visto de lejos como pintorescos centroeuropeos aterrorizados por su monarca, sí, pero sin que éste influyera demasiado directamente en sus vidas. Ya en una escena del número 85, Lee había expuesto su auténtica situación: “A pesar de las festividades, la gente va por las calles como si fueran sonámbulos”, “El miedo y la tensión están tan presentes en el ambiente que casi son palpables”. Más tarde, cuando los aldeanos se dan cuenta de que su monarca está dispuesto a sacrificarlos con tal de matar a los 4F, se alían con éstos en lo que promete ser una heroica e inútil resistencia.

Por otro lado, está el propio Muerte. Siempre fue uno de los villanos más complejos y fascinantes y sus traumas, ambiciones y psicosis estuvieron mejor justificadas que los de otros enemigos de los superhéroes Marvel o DC. En esta saga que ahora nos ocupa es donde Muerte alcanzó uno de sus mejores momentos, subrayando las contradicciones inherentes a su doble vertiente: aspirante a conquistador mundial consumido por el odio hacia toda la Humanidad, y monarca con responsabilidades hacia su pueblo.

La dramática batalla de los 4F y los latverianos resistentes contra el ejército de androides de
Muerte termina con la llegada de la Chica Invisible, que salva las vidas de todos ellos cuando el monarca, cegado por su odio y olvidando a sus súbditos, detona un artefacto destructor que aniquila el pueblo. En el número siguiente, el 87 (junio 69), durante el asalto de los 4F a la fortaleza de Muerte, Sue y Crystal se separan de sus compañeros y acaban como invitadas en el comedor del castillo por el propio Muerte, que las espera ante una elegante mesa llena de viandas. En una escena que recuerda a las que protagonizaban los carismáticos y educados villanos de James Bond (pero cuya tradición se remonta a la forma en que Hollywood retrataba a los aristocráticos oficiales nazis, infames y despiadados al tiempo que respetuosos con las convenciones del anfitrión), Muerte desconcierta a las mujeres con una pregunta: “¿Ha elegido ya un nombre para su hijo, señora Richards?”

A continuación, las deleita con un recital de piano interpretando “su propia partitura” mientras los tres miembros masculinos del equipo atraviesan cautelosamente salones repletos de obras de arte y tesoros. “Sólo deseo vivir rodeado de belleza y cultura. Disfrutar de los pequeños placeres que nos da la vida”, afirma Muerte con serenidad poco antes de asesinar a un subordinado que,
tratando de defender a su amo, ha dañado parte de su colección de arte. “¿Qué son unas miserables vidas en comparación con las inmortales obras que podrían acabar destruidas?”, exclama enfurecido. Al final, la batalla termina no porque triunfen los 4F sino porque Muerte decide que la victoria no merece el precio que su reino debe pagar por ella. Gracias a los detalles que durante los ocho años anteriores habían ido diseminando los autores sobre la personalidad de Muerte, podemos creernos ese final tan inesperado y anticlimático con que cierran la saga.

Saga que fue el último coletazo de la edad de oro de la colección. Aquí podemos encontrar todavía su característico melodrama, sus héroes y villanos más grandes que la vida misma o su desarrollo en varios episodios. Superando sus raíces televisivas, esta épica constituye un monumento a la gargantuesca naturaleza de Muerte y su vieja enemistad con Reed Richards. Por desgracia, la historia también convierte en fórmulas recicladas la grandiosidad del estilo desarrollado años atrás por Lee y Kirby. Hay trabajo de caracterización, sí, pero no con la sutileza y profundidad con que ya entonces animaban sus argumentos guionistas como Roy Thomas. Lo narrado era consistente con
acontecimientos pasados, pero aquellas referencias y cruces con el resto del Universo Marvel que habían hecho de este un ámbito narrativo tan sofisticado y fascinante, ya no eran en absoluto frecuentes (tan solo la mencionada aparición de Nick Furia).

Incluso las composiciones de página y viñeta de Kirby empezaban, ya lo he apuntado antes, a repetirse. A pesar de esa desaceleración creativa y la dejadez en el trabajo de figuras que se detecta también en el trabajo de Joe Sinnott, el genio de Kirby sigue ofreciendo momentos memorables. Sus fondos de la ciudad de Latveria están llenos de detalles y, al menos una vez en cada episodio, se incluye una página-viñeta de Muerte. Aunque narrativamente son irrelevantes, gráficamente son espléndidas y Kirby consigue que, aun cubierto por una armadura que limita la expresión facial, el villano transmita una sensación de enorme amenaza, poder y, según el momento, ira o benevolencia. El nº 87 fue la última vez que Kirby dibujaría a Victor von Doom en la colección de los 4F.

En general, este ciclo de cuatro números constituye una excepción en esta última época de monotonía y decadencia para la colección. A partir de aquí, la inmersión en la banalidad y la falta de inspiración serían la norma.

Esa tendencia vuelve a aparecer entre los números 88 y 89 (julio-agosto 69), cuando Kirby, rematando una subtrama sobre la búsqueda de una nueva casa para Sue y Reed en la que criar a su bebé, trae de vuelta a uno de esos villanos que debieran haberse quedado en el recuerdo: el Hombre Topo. Es esta una historia mayormente olvidable y la recuperación de ese enemigo un error puesto que resulta de todo punto inverosímil que este ser grotesco, del tamaño de Franklin Richards y prácticamente ciego, sea un rival a la altura de los cuatro poderosos héroes más Crystal. Y, sin embargo, durante veinte páginas intenta convencernos que de consigue mantenerlos a raya. A destacar las cuatro viñetas-página con que Kirby narró esta historia a fin de terminar más rápidamente (si bien todas ellas tienen gran belleza y energía). Hacía ya bastantes números que para Kirby esta colección se había convertido en un mero encargo del que ya estaba pensando en deshacerse. 



(Finaliza en la siguiente entrada)


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