24 jun 2020

LOS CUATRO FANTÁSTICOS EN LOS SESENTA ( y 24) -Stan Lee y Jack Kirby


(Viene de la entrada anterior)

El nº 90 (septiembre 1969) marca la transición entre la aventura del Topo y otra protagonizada por los Skrulls. Justo cuando parecía que los héroes habían sometido al Hombre Topo, éste los sorprende de una forma un tanto absurda, escapa y regresa a las profundidades de la Tierra. Es ya entrado el número, en la página nueve, donde se recoge la nueva trama que se había avanzado en el episodio anterior. Los autores plantearon el número con más bien escasa acción con el fin de establecer varios hilos narrativos. Kirby se ajustó a esas necesidades regresando a las páginas de nueve viñetas, una rejilla que hacía ya tiempo parecía haber desechado y que supone un bienvenido contraste respecto al creciente e injustificado uso que venía haciendo últimamente de las páginas-viñeta.



A Kirby siempre le habían fascinado los gangsters. Se había criado con ellos en Nueva York, tenía abundante literatura al respecto y las películas de género negro eran sus favoritas desde la infancia. Los temas criminales explotados en las películas de los años veinte y treinta fueron algo que Kirby utilizó en sus comics durante toda su carrera. Y así, los números 91 al 93 (octubre-diciembre de 1969) tienen sus raíces en esa pasión del dibujante así como en dos episodios de la segunda temporada de “Star Trek”: “Una Tajada”, en la que la tripulación de la Enterprise llegaba a un planeta modelado de acuerdo al Chicago de la Prohibición; y “Los Jugadores de Triskelion” (a su vez un plagio de la película “Espartaco” de 1960) en la que el capitán Kirk era obligado a llevar un collar parecido al que Ben Grimm se ve forzado a soportar en esta aventura. Uno de los personajes presentado en el nº 91, “Napoleon G.Robinson”, es un claro y cariñoso homenaje al actor Edward G.Robinson, quien, junto a James Cagney, era el actor favorito del dibujante.

En esta etapa, Kirby –porque Lee ya se había desvinculado casi totalmente de los guiones de la serie aunque todavía los firmaba- trataba de buscar inspiración creativa en nuevos campos.
Con una frecuencia cada vez mayor, las historias del cuarteto se alejaban del Edificio Baxter. En el número 92, por ejemplo, la acción tiene lugar en la galaxia Skrull. No es que fuera precisamente nuevo para el grupo correr aventuras en el espacio, pero ahora incluso sus peripecias terrestres transcurrían fuera de Nueva York. El enfrentamiento contra el Hombre Topo había transcurrido en una zona boscosa de las afueras; y la historia de presentación de Agatha Harkness que vendría a continuación discurre en un apartado lugar al norte de Nueva York. Las todavía recientes sagas con los Inhumanos y el Doctor Muerte estaban ambientadas en el Himalaya y los Balcanes respectivamente; el nº 97 llevaría al cuarteto a un entorno paradisiaco mientras que en el 98 los veríamos en una isla del Pacífico.

Coincidente con lo anterior, se percibe asimismo una tendencia a despojar a los Cuatro Fantásticos de su característico uniforme. La mayor parte de los episodios finales de Kirby nos muestran al grupo con sus ropas de civil durante al menos la primera mitad de cada historia. En algunos números, como el 94, el 96 o el 97, ni siquiera aparecen los trajes azules y negros. ¿Estaba Kirby cansado de dibujar disfraces? ¿O pensó que
, tras el nacimiento de Franklin, los Cuatro Fantásticos se habían convertido en una familia más normal y que, por tanto, los uniformes sobraban?

El último número de la saga, el 93, invierte algo las tornas de meses anteriores: la historia de Ben Grimm esclavizado y vendido por un Skrull para luchar como gladiador en otro planeta es entretenida, pero el dibujo se antoja apresurado y de menor calidad de lo habitual. Y es que, como dijimos, Joe Sinnott se tomó unas merecidas vacaciones, las primeras en veinte años, y Stan Lee llamó para sustituirle a Frank Giacoia. Sus tintas solían ser efectivas y sólidas, pero aquí su elección resultó ser un error. Prácticamente en todas las viñetas, la piel rocosa de la Cosa parece un puzle unidimensional debido a la ausencia de manchas negras. Fue un paso atrás en el estándar gráfico del título.

El Anual 7 (noviembre 1969) supuso una decepción. No contenía historias o ilustraciones nuevas, solo restos y descartes. Incluso la portada de Jack era manifiestamente mejorable. Si los lectores a estas alturas tenían dudas sobre la permanencia de Kirby en la serie, este cadáver terminó de disiparlas.

Mientras bajaba el telón de la década, el trabajo de Kirby no era el único que se resentía. Tras entintar el trabajo de Jack durante cinco años, Joe Sinnott estaba cansado. En una carta personal, afirmaba: “He trabajado para Timely/Atlas y Marvel Comics desde 1950 y nunca tuve vacaciones, sólo me tomé uno o dos días libres aquí y allá, pero siempre cumplí con todos los plazos de entrega. Llamé a Stan y le dije que necesitaba un descanso, unas cuantas semanas de vacaciones para irme de viaje con mi familia. Si hubiera sabido entonces que Kirby pronto dejaría Marvel, me hubiera quedado en el comic hasta entonces y cogido las vacaciones a continuación”.

La petición de Joe era comprensible. Mantener el ritmo de Kirby era una labor agotadora, así que Stan pidió a Frank Giacoia que lo sustituyera en los números 93, 96 y 97. Sus confiadas pinceladas y manchas no hubieran quedado del todo mal unos años atrás, pero a estas alturas la ausencia de Joe Sinnott se dejaba notar.

Oro factor hizo que la serie perdiera otra dosis más de profundidad y dirección. A mediados de 1969 llegaron órdenes de Goodman para que no se realizaran más arcos narrativos que abarcaran varios números. Abandonar esa estructura que
tan buen resultado había dado implicaba restringir los instintos de Kirby. Toda la acción y el drama debían comprimirse en los estrechos límites de veinte páginas. Los Cuatro Fantásticos perdieron su empuje y cayeron en la inercia y la monotonía.

El número 94 (enero 1970) fue uno de los últimos momentos en los que Los Cuatro Fantásticos volvieron a brillar antes de que Kirby se marchara a DC, la excepción a la mediocridad en la que ya se había instalado la serie. La historia comienza con una acertada escena doméstica en la que Ben se entera de que Sue y Reed han bautizado a su hijo Franklin Benjamin Richards en su honor –y en el del padre de los hermanos Storm-. A continuación, por un breve momento, el lector piensa que la gran mujer fatal de la época dorada de la serie, Madam Medusa, se ha entregado otra vez a su lado oscuro. Por desgracia, no era más que una ilusión porque no tarda en hacerse evidente que ha regresado a las filas de los Cuatro Terribles sólo para espiarlos y frustrar sus planes.

En este número se presenta a Agatha Harkness, la “canguro” más siniestra de toda la historia del comic. Harkness fue uno de los pocos personajes de esta última etapa de Lee y Kirby que perduraron en la colección y su génesis es aún motivo de debate. Algunos piensan que Stan la creó porque en este punto Kirby había dejado ya de “regalar” nuevos personajes a Marvel; otros creen que una página nunca publicada de este número demuestra, gracias al parecido de la hechicera con Roz Kirby, que fue creada por Jack.

A pesar de las mencionadas órdenes del editor de no realizar historias que se alargaran más allá de un número, Kirby consiguió superar esta limitación con este thriller gótico de veinte páginas. Sería la última vez. De nuevo en el nº 95, 96 y 97 (febrero-abril 1970), encontramos guiones con poco fuste y villanos del montón (el Dr.Fausto, más androides asesinos, un monstruo sin personalidad) e interesantes viñetas-página que cada vez ocultan menos un arte crecientemente descuidado al que el entintado de Giacoia no ayuda en absoluto. Entre esas páginas se encuentra la nº 8 del nº 95, en la que la Cosa sostiene sobre sus hombros todo un edificio para evitar que sepulte a los viandantes; y la 13, un primer plano de Johnny Storm con un sombreado más lúgubre de lo habitual.

El número 98 (mayo 1970) aporta cierto alivio por varias razones. En primer lugar, por el
regreso de Joe Sinnott a las tintas, aun cuando ya ni siquiera él era capaz de insuflar al dibujo de Kirby la energía de otros tiempos. En segundo lugar, esta historia, que tiene lugar en julio de 1969, cuenta el intento de sabotaje Kree al primer vuelo espacial americano a la Luna. Aunque muy lejos de los mejores momentos de la colección, es un argumento mejor que los cuatro que seguirán. Y ello a pesar de que este intento de mezclar la épica del mundo real y los logros humanos en el Espacio con la fantasía de los Cuatro Fantásticos no casaba muy bien. Al fin y al cabo, en el mundo Marvel, hacía ya mucho tiempo que viajar a la Luna no resultaba demasiado complicado para los superhéroes.

El nº 99 (junio 1970) supone una absoluta decepción, sin nada que realmente merezca la pena reseñar. Stan Lee estaba claramente pensando en otra cosa cuando en la última página se revela descuidadamente que Rayo Negro es el hermano de Crystal, lo que deja en mal lugar la relación del monarca con Medusa… también hermana de Crystal. Las últimas entregas que Lee y Kirby hicieron de Los Cuatro Fantásticos fueron las más tristes. Había un inconfundible hastío y cansancio tanto en los guiones como en el dibujo. Hasta la página-viñeta con los Inhumanos resulta postiza, rígida y descuidada. Hacia el final del número Kirby ni siquiera se molestó en dibujar los fondos.

Para celebrar el gran logro que suponía llegar al número 100 de la colección (julio 1970), los planes iniciales consistieron en realizar un especial de mayor extensión con una épica batalla contra multitud de enemigos clásicos. Pero por razones económicas el proyecto se abandonó y Kirby se vio obligado a redibujarlo todo para poder condensarlo en 20 páginas a base de rejillas de nueve viñetas que no conseguían transmitir grandiosidad alguna. El resultado es que los héroes y sus adversarios (más androides del Pensador Loco) se enfrentaban sin pasión ni ganas. El número centenario del grupo veterano de Marvel fue la mayor decepción del año.

Los últimos dos números son igualmente prescindibles. El 101 (agosto 1970) intentaba explotar el interés popular en la mafia que había despertado “El Padrino” de Mario Puzo (por cierto, un viejo conocido de Stan Lee, ya que a comienzos de los sesenta, el escritor había publicado bajo el seudónimo de Mario Cleri en revistas masculinas editadas por Martin Goodman, como “Swank” o “Male”). Así que aquí tenemos a los Cuatro Fantásticos, que una vez se enfrentaron con Galactus, siendo amenazados por un matón de tercera armado con una metralleta. Y todo con un dibujo rígido, apresurado y las ahora
obligadas páginas de nueve viñetas que intentaban concentrar toda la historia en las veinte páginas estipuladas por el editor.

El 102 (septiembre 1970), con el regreso de Namor como enemigo y Magneto como su aliado, constituyó el nada destacable final de toda una época, un inmerecido epitafio a la colaboración de dos personalidades de la Historia del Comic que cambiaron el género para siempre, creativa y comercialmente. El guión parece destinado a niños de seis años: por ejemplo, Magneto se pasa casi toda la aventura bajo el agua y sin necesitar aparato respirador alguno. ¿Se olvidó Kirby de que Atlantis era un reino sumergido o quizá pensó que los niños ni se darían cuenta?

Los últimos doce números ´de “Los Cuatro Fantásticos” en los que Kirby participó fueron casi una negación de las muchas virtudes que había acumulado la colección durante los nueve años anteriores: sin trabajo de caracterización ni creación de personajes potentes; sin una continuidad clara; sin esa atmósfera de sofisticación, humor, épica y autoparodia ni el espíritu y
carisma que habían hecho de los comics Marvel una lectura obligatoria para cualquier fan de los superhéroes, la acción y la aventura. En comparación, los guiones que por entonces todavía firmaba Stan Lee para “Capitán América” o “Spiderman”, conservaban todavía su energía

Y finalmente ocurrió lo que en 1965 hubiera resultado inimaginable. Tras 102 números dibujados de “Los Cuatro Fantásticos”, en 1970 Jack Kirby abandonó Marvel para trabajar en su competidora, DC Comics. “Recuerdo ir a la oficina y ver un cigarro aplastado contra la pared y una pequeña nota debajo que decía “Renuncio”, recuerda el artista Don Heck. “Jack ya estaba viviendo en California por entonces, así que algún otro de la redacción hubo de hacerlo, pero así es como yo me enteré de que se había marchado”. Con excepción de un número reservado para el 108 (marzo 1971) y la poco interesante novela gráfica de Silver Surfer (1978), Stan Lee y Jack Kirby no volverían a colaborar nunca más. La Edad de Plata, el Renacimiento de Marvel y del comic de superhéroes, que durante unos años habían parecido inextinguibles, finalizaron abruptamente. La odisea había terminado.

Era aquel un momento en el que soplaban vientos de cambio para Marvel. Los mejores
guionistas y dibujantes parecían abandonar los títulos de superhéroes por los de ciencia ficción, fantasía o terror, ajenos todos ellos a la continuidad establecida del Universo Marvel. Aunque quizá a muchos les sorprendió la noticia de la marcha de Kirby, ya hemos ido viento en las entregas anteriores de esta larga serie que las señales de agotamiento llevaban tiempo presentes. Su renuncia, impulsada a partes iguales por la frustración, el enfado y la envidia, llegó cuando tenía que hacerlo.

Aunque la situación no dejaba de tener su ironía: justo cuando mayor control tenía sobre la serie dado que Lee ya apenas colaboraba en los guiones, ya no le quedaban energías para continuar. Kirby fue víctima no sólo de la trituradora corporativa sino de sus propias decisiones: no haber sacado mayor partido de su talla como creador; no haber negociado con mayor dureza y haberse mantenido ajeno a los movimientos editoriales y empresariales; tampoco ayudó su mudanza a California por motivos de salud, ya que lo alejó todavía más de los centros de decisión.

En los años que siguieron, Jack Kirby hizo amargas declaraciones contra Stan Lee, normalmente en las páginas de revistas para aficionados, atribuyéndose a sí mismo más mérito del que realmente había tenido. Estaba claro que sentía que no había recibido todo el reconocimiento que merecía por su contribución al crecimiento de Marvel.

“Solía preguntarme por qué se había ido”, afirmó Stan Lee. “Cuando se marchó a DC insistió en ser el guionista, el editor y el dibujante. Y yo me dije que debía estar cansado de ver en los créditos “by Stan Lee and Jack Kirby”, conmigo como editor. Creo que quería demostrar lo bueno que era sin mí, pero no tengo forma de saber si estoy en lo cierto”.

Kirby siguió su carrera en DC y aunque nunca le faltaron ideas, sin la ayuda de un guionista y editor con talento, no fue capaz de integrarlas y articularlas en historias coherentes pobladas
por personajes con los que simpatizar. Era como un barco sin timonel. Ya nunca volvió a tener el éxito que le acompañó cuando estuvo asociado con Joe Simon en los años cuarenta y con Stan Lee en los sesenta. Aunque seguía ofreciendo diseños y viñetas impactantes, demostró no haber aprendido las virtudes de Stan Lee como guionista: su humanismo y empatía, su habilidad a la hora de transmitir sus propios valores a través de la caracterización de los personajes. Esa fue la razón de que el éxito de Marvel se mantuviera incólume tras la marcha de Kirby por mucho que en su momento hubiera especulaciones sobre sus posibilidades de supervivencia sin su principal mente creativa. Por el contrario, fue él quien ya no consiguió interesar al lector contemporáneo con sus nuevos proyectos. Sin las emociones humanas, el reparto de personajes secundarios carismáticos o elementos tan sencillos como las subtramas románticas, sus historias estaban condenadas al fracaso ante un lector más sofisticado que el de diez años antes y que ya no se conformaba con las batallas espectaculares entre superseres.

Stan Lee, todavía editor en jefe, continuaría escribiendo “Los Cuatro Fantásticos”, ahora con los dibujos de John Buscema. Tras la marcha de Kirby, la serie perdió fuelle, aunque disfrutó de ocasionales remontadas, como las etapas guionizadas por Gerry Conway o Roy Thomas, o la escrita y dibujada, ya en los números 232 al 293, por John Byrne, cuyo tratamiento de los personajes a principios de los ochenta fue recibido por los aficionados como una segunda edad de oro. Pero de eso hablaré en futuras entradas.

Lee y Kirby provenían ambos de un ambiente obrero y judío. Los dos fueron trabajadores rápidos e infatigables que podían producir historias de notable calidad sin fallar un solo plazo de entrega. Pero aparte de eso, fueron creadores completamente opuestos en todo lo demás. El destino los reunió porque Lee era el único editor que hubiera contratado a Kirby y Jack el único artista de calidad que Stan estaba dispuesto a utilizar. Unieron sus fuerzas ya muy avanzadas sus respectivas carreras y, contra todo pronóstico, tan distintas personalidades y talentos se complementaron, creando una dinámica que renovó completamente el género de los comics de superhéroes.

Los Cuatro Fantásticos de Stan Lee y Jack Kirby fueron muchas cosas: el origen del Universo Marvel, protagonistas de algunas de las más fascinantes e imaginativas historias que ha dado el género, escaparate ambicionado por autores de prestigio… pero, sobre todo, una familia, la
primera familia auténtica del mundo de los superhéroes. Y eso siguen siendo hasta hoy, con sus problemas, sus discusiones y reconciliaciones, huídas y regresos, nacimientos y muertes… Son casi sesenta años de aventuras y tribulaciones, de encuentros y desencuentros, de angustia existencial…Pero los cuatro miembros originales todavía siguen allí, reafirmando sus lazos de sangre y amistad, legado de unos creadores revolucionarios que transformaron la cultura popular del siglo XX con un “Big Bang” que dio origen a un vasto universo que ahora, amplificado por toda una serie de superproducciones cinematográficas, sigue generando ingentes cantidades de dinero pero, sobre todo, alimentando la imaginación de millones de fans por todo el mundo.





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