31 may 2020

1946- SPIROU Y FANTASIO – Franquin (2)


(Viene de la entrada anterior)

En 1948, cuando Franquin acababa de terminar la historia “Los Planos del Robot”, Jijé y su mujer se marchan a Estados Unidos, un tanto preocupados por la posibilidad de guerra contra la Unión Soviética, y se llevan con ellos a sus dos jóvenes protegidos, Franquin y Morris. Al llegar a Nueva York, se enteran de que tendrán que esperar un año para conseguir un visado de emigrante, así que obtienen uno de turista y se marchan a California, donde creen que está el núcleo artístico del país en lo que a comics se refiere. Al llegar y no sin decepción, Franquin comprende que el viaje ha sido en balde puesto que las dos ciudades donde se concentra la industria del tebeo son Chicago y Nueva York.


Con su visado a punto de expirar, se dirigieron a Mexico, donde las regulaciones eran menos estrictas. Pero Morris y Franquin se quedaron atascados en la frontera durante dos meses hasta que en octubre de 1948 consiguen reunirse con Jijé y su familia en Tijuana, alquilar un piso, continuar dibujando y enviar las páginas por correo a Dupuis, en Bélgica. En navidades, se trasladan a Ciudad de México, donde Jijé y los suyos alquilan una casa en los suburbios y Franquin y Morris una habitación amueblada en el centro, donde siguen dibujando.

Pero la situación económica se torna delicada ya que las transferencias de dinero entre México y Bélgica no son fáciles, así que los dos jóvenes acaban viéndose obligados a mudarse con la familia de Jijé hasta que en junio de 1949 ambos se trasladan a Nueva York. Allí, sus caminos se separan. Morris se quedará en Estados Unidos, donde conocerá a Harvey Kurtzman, asistirá al nacimiento de la revista satírica “MAD” y contactará con René Goscinny, con quien llevaría a la gloria a su personaje Lucky Luke. Por su parte, Franquin, nostálgico y deseoso de reencontrarse con su novia, Lilliane Servais, con la que se casará en 1950, regresa a Bélgica.

El siguiente álbum de Spirou, por tanto, estará muy influido por las experiencias que vivió en Estados Unidos. Se trata de “Los Sombreros Negros y otras tres historias de Spirou y Fantasio” (1952).

La historieta titular, de 15 páginas, escrita y dibujada por Franquin, nos muestra a los dos protagonistas enviados a Estados Unidos para que realicen un reportaje sobre el terreno sobre
lo que subsiste hoy del mundo de los cowboys y las leyendas del Oeste. Al llegar a Tejas, descubren decepcionados que la ciudad de Longhorn es como cualquier otra, con sus grandes edificios y embotellamientos. Por suerte, un hombre les indica que se dirijan a Tombstone, cuya autenticidad permanece intacta. Una vez allí, son nombrados ayudantes del sheriff y obligados a enfrentarse a unos maleantes. Sin embargo, no todo es lo que parece…

Se trata esta de una historia que arranca con una premisa muy pobre, una mera excusa para situar a Spirou, Fantasio y Spip en el mundo del Oeste americano respetando la coherencia del universo que él mismo se estaba ocupando de construir. El truco del reportaje funciona a la perfección y juega con la complicidad del lector, que sabe antes que los propios héroes que éstos han sido engañados por el hombre que les guía hasta Tombstone. La sucesión de aventuras que sigue a este inicio es testimonio de la fabulosa energía que Franquin desplegaría a la hora de narrar las aventuras de su personaje emblemático. El dinamismo y el orden con el que movía a sus figuras dentro de la viñeta y de cuadro a cuadro ya es magnífico, como demuestra la ejemplar pelea entre Spirou y Jack el Gigante. Eso sí, la brevedad de la historia y la confesa improvisación con la que trabajaba Franquin hacen que el desenlace y cierre de la misma sea un tanto brusco.

Gráficamente, el estilo del autor todavía no está maduro. La influencia de Jijé es patente aun
cuando Franquin ya va distanciándose de la misma situando con acierto algunos detalles, como el tupé de Spirou, dibujado de forma distinta de la de su predecesor. Otros aspectos a destacar son la cuidada composición de las viñetas y la forma en que juega con el tamaño de las mismas para imprimir un ritmo rápido y, al mismo tiempo, contar una gran cantidad de cosas pese a las limitaciones de espacio. “Los Sombreros Negros”, en resumen, dista aún de ser una aventura imprescindible de la serie, pero sí es efectiva y cumple con su cometido.

La segunda historia firmada por Franquin de las cuatro que componen este álbum es “Misterio en la Frontera”, de 15 páginas. Tras leer un artículo del periódico sobre un caso de tráfico de drogas, Spirou y Fantasio se proponen resolver el misterio. Dando un paseo por la zona donde los contrabandistas perdieron uno de sus cargamentos, descubren por una mezcla de suerte y observación el método que éstos utilizan para trasladar la mercancía de un país a otro. Pero atraparlos y hacer que los arresten es otra cuestión y tal y como discurren las cosas, más difícil todavía.

Para Franquin y durante el tiempo que estuvo al frente de la colección, Spirou y Fantasio eran, primero y sobre todo, dos amigos tremendamente curiosos que se mezclaban en asuntos que a menudo no les concernían pero que estaban dispuestos a investigar. De ahí que sea este asunto
del tráfico de drogas el que toque su fibra de periodistas (si bien en puridad sólo Fantasio es un reportero profesional). En esta ocasión, Franquin plantea un enigma que va aclarándose para el lector al mismo ritmo que para los protagonistas. Sus adversarios son ingeniosos y duros y todo se resuelve en una espectacular persecución que se prolonga cuatro páginas y que parece un ensayo de la bastante más elaborada que veremos más adelante en “La Máscara” (1954).

Una vez más, la editorial modificó el tamaño de las viñetas, lo que resultó en páginas de cinco filas en lugar de las cuatro habituales. Ello, inevitablemente, significó reducir el tamaño de las viñetas, lo que no le hace ningún favor al dibujo de Franquin. Sin embargo y a pesar de esta absurda decisión, no puede dejar de admirarse su dinamismo, la inteligencia a la hora de conectar los planos y montar las secuencias. Su ritmo y fluidez narrativa son formidables. En su modestia, Franquin siempre consideró a Hergé como su referente y a Peyo como el autor que hacía las páginas más disfrutables posible, pero desde luego y a estas alturas, él ya estaba en camino de convertirse en un maestro. Como en la
historia anterior, la influencia de Jijé es evidente y su estilo gráfico todavía no ha cristalizado del todo, exhibiendo cierta ingenuidad en su línea. Pero la calidad de los detalles, de los fondos y el talento con el que resuelve los gags (como el del casco de motorista para el juez) compensan lo anterior.

El álbum se completa con dos historias firmadas por Jijé, “Como una mosca en el techo” (11 páginas) y “Spirou y los Hombres Rana” (12 páginas), de las que no voy a decir mucho por dos razones: primero, porque no las dibujó Franquin, al cual van dedicadas estas entradas; y segundo, porque no están a la altura que podría exigírsele a un maestro como Jijé, padre y pionero, como ya expliqué en el artículo anterior, de la Escuela de Marcinelle. Los argumentos son tontorrones, no demasiado graciosos, carecen de ritmo y trabajo de personajes. Más allá de la nostalgia, la magia está ausente de estas dos últimas colaboraciones de Jijé para el personaje del que había cuidado antes de llegar Franquin.

“Los Sombreros Negros” es, por tanto, un álbum algo irregular debido a la calidad de las historias que incluye, lastrando las de Jijé a las de un Franquin cada vez más seguro de sí mismo. Es interesante, eso sí, para los fans del personaje y admiradores de Franquin puesto que permite ver la evolución de éste y comparar su arte y su enfoque con el de su maestro y antecesor.

“Hay un Brujo en Champignac” (1951) es la primera gran aventura de Spirou y Fantasio y el
primer gran desafío al que se enfrentaba Franquin tras lo que había sido un recorrido en el personaje compuesto de historias cortas en las que lo que importaba era sobre todo la comicidad. En esta ocasión, la idea para el argumento se la dio Jean Darc, seudónimo de Henri Gillain, maestro de escuela y hermano de Jijé. No obstante, Franquin modificó profundamente la historia y sólo conservó de la misma tres elementos: el brujo (el conde), el pueblo (Champignac) y las setas.

Los dos protagonistas llegan a las proximidades del pueblo de Champignac para hacer una acampada. Aún no han bajado de sus bicicletas cuando ya han sido testigos de un par de fenómenos muy peculiares: cerdos con la piel multicolor y vacas que producen grandes cantidades de leche imbebible. Los vecinos del pueblo, con su locuaz alcalde a la cabeza, responsabilizan de todo y arrestan a un gitano que ha aparcado en los alrededores su carreta con su esposa e hijo. Pero Spirou y Fantasio, tras algunas pesquisas y más sucesos extraños relacionados con hongos, acaban sospechando del conde, un anciano y excéntrico aristócrata que vive en un ajado castillo rodeado de un gran parque en el que realiza misteriosos experimentos relacionados con su pasión: la micología.

El conde secuestra a Fantasio y experimenta sus pociones con él, pero asegura a Spirou que su trabajo pretende hacer del mundo un lugar mejor y quiere compensar a los vecinos de Champignac por las molestias que han soportado debido a sus pruebas secretas con los animales. Para demostrar su buena fe, confiesa ante el alcalde y, por tanto, descarga de culpa al gitano; y le da a Fantasio la oportunidad de probar uno de sus productos derivados de los hongos: el X1, una poción que le da superfuerza.

Dos semanas después, ya de vuelta en la ciudad. Spirou y Fantasio leen en el periódico cómo el septuagenario conde causa sensación al presentarse a todo tipo de competiciones deportivas…y ganar. Naturalmente, hace trampas ya que está utilizando el X1 para hacerse con los premios y financiar así sus investigaciones. Por desgracia, Hércules, un pequeño malandrín cómplice de los más peligrosos delincuentes Valentino y Narciso, escucha por casualidad una conversación entre Spirou, Fantasio y el conde y le roba a éste el maravilloso producto. El ladrón engaña a Valentino y Narciso para que se inyecten el X2, que les hace envejecer prematuramente, y él se queda y utiliza el X1, empezando una campaña de robo de bancos. Pero los efectos de la sustancia no tardan en desvanecerse…

Franquin ofrece en esta entrega una aventura mucho más reconocible como suya, si bien aún
tenía que madurar como guionista: el desarrollo de la trama es lineal y se efectúa no tanto en base a un sólido argumento como a la sucesión de situaciones y gags. También aquí se nota la improvisación con la que trabajaba, habiendo de esperar todavía unos años a que llegaran sus mejores obras gracias a la colaboración con el gran guionista Greg. Así, Spirou y Fantasio hacen un descubrimiento (el problema con los animales en Champignac) e inician una investigación que un personaje periférico (el gitano) les ayudará a resolver, entrando entonces en liza el conde y las diferentes situaciones a que dan lugar sus experimentos con Fantasio. A continuación y tras una elipsis, la historia entra en un segundo acto emplazado en la ciudad, con el conde y sus victorias deportivas, la intromisión de los atracadores y, de nuevo, los gags que se derivan del robo y uso de las fórmulas prodigiosas del inventor.

Aún no está aquí ese toque de locura, incluso delirio, que hará tan especiales aventuras posteriores gracias a la ayuda de personajes con chispa, como el Marsupilami, Seccotine o villanos como Zantafio, Zorglub, John Helena… Franquin aún se muestra algo inseguro, pero
ello no le impide asumir el desafío de darle a los personajes que había heredado un formato más largo que permita moldear mejor las peripecias.

Empieza aquí la construcción de ese particular y entrañable universo que ya formará para siempre parte fundamental de la serie. Comenzando por Pacomio Hegésipo Abelardo, Conde de Champignac, prototipo del sabio extravagante y recluso del que muchas veces en el futuro se servirá Franquin para, mediante sus experimentos micológicos, plantear la aventura o bien ayudar a resolverla. En esta presentación, lo vemos como un científico inicialmente sin escrúpulos que siembra deliberadamente el caos entre el vecindario al utilizar a éste como sujeto involuntario de sus experimentos. Aunque luego pide perdón, tampoco parece muy arrepentido y, de hecho, unos días después, no tiene inconvenientes en doparse con sus propias fórmulas para amasar una fortuna en competiciones deportivas. En entregas posteriores, se perfilará mejor su personalidad subrayando su conciencia, filantropía, pacifismo y generosidad.

Por otra parte, su decadente pero entrañable castillo –más bien una mansión palaciega- está
inspirado en uno real sito en Natoye, en la provincia belga de Namur, que el autor había visto justo después de la guerra tras haber sido destruido por los alemanes.

Y, por supuesto, hay que destacar el pueblo de Champignac y sus habitantes, especialmente el verboso alcalde y el despistado funcionario Duplumier. Franquin utilizará Champignac como decorado de varias aventuras, retratándolo de forma ambivalente. Por una parte, es la representación idealizada de la pequeña ciudad de provincias: tranquilo, familiar, agradable, donde la vida transcurre a un ritmo lento y las convulsiones del mundo moderno no traspasan el paradisiaco entorno campestre. Es como si el pueblo hubiera quedado atrapado en una especie de burbuja protectora. Pero, por otra parte, la villa también tiene su lado oscuro –aunque siempre abordado desde la sátira y la parodia cariñosa- que aflora en personajes como el alcohólico Dupilón o el alcalde, epítome de político provinciano y rebosante de prejuicios. Por si no fuera poca cosa su incontinencia verbal, es racista, demagógico y desconfiado con todos los forasteros, tal y como comprueban los dos protagonistas

Franquin sigue mejorando su narrativa, si bien ajustándose a una rejilla muy conservadora y rígida de ocho viñetas por página. Hacia la mitad del álbum, tímidamente, empieza a variar ese esquema con alguna viñeta alargada o filas con tres viñetas en lugar de dos. Incluso con esas limitaciones, consigue imprimir un ritmo constante y ágil a la historia, sacando el máximo partido del espacio del que dispone. En primer lugar, gracias a un agudo sentido de la composición, que le permite disponer un gran número de objetos y personajes en una viñeta sin que el conjunto de la impresión de apelmazado o confuso; y, por otra parte, la finura y elegancia de su línea. Los decorados son un tanto ingenuos, idealizados, pero dibujados con una evidente preocupación por la claridad, sin dejar que interfieran con la acción principal. Por otra parte, los personajes siguen bebiendo en su representación de la herencia de Jijé, en especial Fantasio, el conde o el alcalde, que aún no han alcanzado su aspecto definitivo. Por el contrario, Spirou y Spip no evolucionarán ya mucho más aparte de, en el caso del primero, cobrar algo más de altura y esbeltez y lucir un tupé más largo.

En resumen, un álbum no a la altura de los mejores clásicos de la colección, pero sí un hito que marca un antes y un después en la misma.

(Continúa en la siguiente entrada)


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