2 jul 2020
1946- SPIROU Y FANTASIO – Franquin (3)
(Viene de la entrada anterior)
Si “Hay un Brujo en Champignac” puede considerarse el auténtico arranque del Spirou de Franquin, el siguiente volumen, cuarto de la serie (publicado por entregas en la revista “Spirou” entre 1951 y 1952 y en álbum ese último año) será el fundacional, el primero de la etapa madura del autor.
“Spirou y los Herederos” arranca cuando Fantasio se entera de la muerte de un tío cuyo testamento va a ser leído ante los herederos. El beneficiario final de su legado será, según su testamento supervisado por un notario, aquel que supere tres pruebas. Su competidor en las mismas será su primo Zantafio.
El primer desafío consiste en proponer un invento de utilidad pública. Tras varios intentos de lo más extravagante, Fantasio da con una especie de mochila voladora, el Fantacóptero. Zantafio, por su parte y carente de ideas, espía los logros de su primo y se sirve de un ingeniero profesional para fabricar una moto voladora, el Zantajet, más potente y versátil, pero también más peligrosa. Cuando ésta prende fuego a una casa durante la demostración ante el notario que ejerce de juez del concurso, Spirou, pilotando el Fantacóptero, rescata a un niño atrapado entre las llamas. El notario le otorga la victoria a Fantasio.
A continuación, los dos primos deben arreglárselas para participar en un Gran Premio automovilístico y clasificarse entre los seis primeros. Los tres son contratados por la escudería Turbot. Pero cuando Zantafio ve que sus opciones de participar como pilotos titulares se esfuman, organiza el secuestro de éstos (Martin y Roullebille, a los que volveremos a encontrar dentro de un par de álbumes) en el último momento antes de la prueba, no dejando más opción a la escudería que recurrir a él y a Fantasio para que se pongan al volante de los bólidos. Las maldades de Zantafio no terminan ahí y con la complicidad de otro piloto intenta accidentar durante la competición a su primo. Aunque la intervención de Spirou evita una tragedia, no puede impedir que sea Zantafio quien salga triunfante de esta segunda prueba.
Por último, el testamento del difunto tío les encarga el hallazgo y captura de un Marsupilami, animal casi legendario que vive en las selvas del país latinoamericano de Palombia. No solo es una criatura escurridiza sino que su hábitat está en la región de los temidos indios Chahuta. Al final, Spirou y Fantasio atrapan al Marsupilami y escapan de los indígenas gracias a Zantafio que, aparentemente redimido, decide quedarse en Palombia. La conclusión tiene una acertada moraleja: el testamento no contemplaba, después de todo, ningún legado material, sólo la experiencia y vivencias obtenidas durante esas aventuras.
Por primera vez en la serie, nos encontramos con lo que parece ser una aventura de verdad. Franquin establece claramente el objetivo al principio, revelándole al lector la dirección hacia la que va a discurrir la trama: la superación de las pruebas y obtención de la herencia. Pero después, la estructura elegida le resta un poco de consistencia global, ya que divide la historia en tres actos mayormente independientes que corresponden a cada una de las pruebas incluidas en el testamento. Es una opción que recuerda a la etapa anterior de la serie, como si al final Franquin hubiera imaginado tres aventuras autónomas y las hubiera engarzado con una premisa compartida. En cualquier caso y aunque esto le resta algo de unidad al conjunto, en absoluto afecta a su claridad narrativa y su capacidad para entretener.
Por otra parte, “Spirou y los Herederos” es un álbum que pone de manifiesto el gran ingenio de Franquin y su capacidad para idear y plasmar conceptos y personajes maravillosos. En el primer segmento destaca, por supuesto, el Fantacóptero, un vehículo no solo original sino revolucionario porque, como él mismo afirmó, podría haber funcionado en el mundo real. Su influencia se extiende hasta, por ejemplo, el personaje Tom Strong, de Alan Moore y Chris Sprouse, posee un artilugio prácticamente idéntico que lleva a pensar que el guionista británico conocía esta obra.
El segundo segmento viene marcado por el gusto de Franquin por los automóviles, patente no solo en el tema sino en las escenas de la carrera de coches. No sólo demuestra ser un excelente dibujante de autos (aquí no totalmente originales sino basados en modelos ya existentes) sino que su talento narrativo hace de esa secuencia un ejemplo de cómo transmitir velocidad y suspense.
Y, finalmente, el elemento que termina de encuadrar este álbum en la categoría de absoluto clásico de la colección –y de los comics en general- es la aparición del que quizá sea el más formidable animal del noveno arte: el Marsupilami. El propio Franquin recordaría haber tomado la idea de un libro de Bernard Heuvelmans, creador de la criptozoología (disciplina que se dedica a buscar animales cuya existencia no ha podido ser demostrada, como el monstruo del Lago Ness o el Yeti). Así, imaginó una especie de mezcla entre mono y perro, con piel parecida a la del leopardo y una larguísima cola prensil que utiliza de las formas más inesperadas. Con el paso de los años, Franquin iría otorgándole nuevos atributos, como el del habla. En cuanto al nombre, es la mezcla de tres palabras francesas: “marsupial”, “Pilou-Pilou” (el animalito mascota de la tira de “Popeye” que en España conocemos como Eugene el Jeep o Eugenio el Genio) y “amie” (amigo).
De todas las creaciones de Franquin, ésta sigue siendo la más recordada. De hecho, el autor siempre sentirá una especial querencia por él y, tras dejar la colección a finales de los sesenta, retendrá los derechos sobre el personaje y lo seguirá utilizando independientemente ya de Spirou y Fantasio; una jugada maestra dado que el Marsupilami acabaría convertido en una mina de oro, generando comics, series animadas, merchandising.... Aunque no iba a ser ese el propósito original, fue tan sonada la reacción de los lectores y el cariño que le cogió Franquin, que el Marsupilami no tardaría mucho en convertirse en mascota inseparable de los héroes protagonistas.
Hay que mencionar también, claro, al villano. Zantafio será en lo sucesivo la némesis del dúo protagonista, regresando en tres álbumes más. A veces, sus encuentros serán casuales, como en “El Dictador y el Champiñón”; otras, fruto de sus planes de venganza, como en “La Máscara”; y otras, ejerciendo como sicario de un villano aún más grandilocuente, como en “El Hombre de Z”. Zantafio no es un personaje con matices, como tampoco lo es Spirou (el caso de Fantasio es más discutible), algo que en el tipo de historias que nos ocupa no es ningún desdoro. Es un “malo” de manual: codicioso, malintencionado, tramposo, egocéntrico… Por eso resulta poco verosímil e incoherente su inexplicable “conversión” al final de la aventura. Por suerte, esto fue un error que el propio Franquin se encargaría de solucionar un par de aventuras más tarde, donde lo veremos convertido en el dictador de Palombia.
Gráficamente, Franquin se ha liberado en este punto de la influencia de Jijé y le da a los personajes casi sus formas definitivas. Su línea, aunque más moderna, aún no tiene esa elasticidad por la que se hará famoso (esto se ve sobre todo en el Marsupilami) y la composición de página sigue siendo muy académica, aunque en la secuencia de la carrera automovilística se permite jugar más con el tamaño de las viñetas. Pero en cualquier caso, su lectura es de una claridad prístina y su capacidad para el gag y la acción sobresaliente. Los fondos de sus viñetas están muy trabajados sin resultar cargantes y las perspectivas que aporta de las acrobacias del Fantacóptero o la carrera de coches son totalmente modernas y muy inspiradas en el lenguaje cinematográfico.
En definitiva, en las sesenta páginas de “Spirou y los Herederos”, el lector puede asistir al nacimiento de un estilo, de una forma de narrar historias que marcará el devenir del comic europeo durante décadas. Es, también, un álbum que incluye elementos que se convertirán en centrales para la colección en lo sucesivo: no sólo Zantafio y el Marsupilami sino la compañía Turbot o Palombia.
Al final de “Spirou y los Herederos”, el Marsupilami había acabado en un zoo, una solución que no satisfacía a Spirou y Fantasio, Cuando comienza “Los Ladrones del Marsupilami” (serializado en 1952 y publicado en álbum en 1954), los dos amigos se quedan escandalizados ante el deplorable estado anímico del animal tras los barrotes de su jaula. Olvidando sus escrúpulos y el cumplimiento de la ley, deciden liberarlo y devolverlo a las selvas de Palombia. Pero he aquí que, preparados ya para sucumbir al delito, una desafortunada noticia les mantiene en su estatus de aventureros-detectives.
Y es que el director del zoo les anuncia que el Marsupilami ha sido encontrado muerto. Pero el cuerpo desaparece y los héroes deciden pasar la noche en el zoo en compañía del guardia, convencidos de que el ladrón aún se encuentra en el recinto. Efectivamente, éste se descubre y empieza una frenética persecución (a la que se une un lagarto del Nilo dispuesto a obtener a toda costa la libertad). El ladrón consigue huir pero deja atrás pistas que revelan dos cosas. Primero, que el Marsupilami está vivo; y segundo, la identidad y domicilio del secuestrador: Valentin Mollet.
La esposa de éste, a todas luces en una difícil situación económica, les suplica que no avisen a la policía y les ofrece a cambio la información de que Mollet va a vender el animalito en Magnana (un lugar imaginario localizado quizá en España o en la Costa Azul francesa). Y hasta allí viajan Spirou, Fantasio y Spip para enterarse de que el Marsupilami pertenece ahora al circo de Zabaglione (otro villano, como Zantafio, cuya inicial empieza por “Z”. No será el último). Gracias a la ayuda de una pócima que les suministra el Conde de Champignac, consiguen empleo en el circo con un número de magia. Sólo falta encontrar la oportunidad para recobrar al Marsupilami, algo que no será tan fácil como parece.
En esta ocasión, la génesis de la historia no es atribuible a Franquin. Él quería recuperar al Marsupilami, pero no se le ocurría cómo. Así que su amigo y colaborador, Georges Salmon (alias Jo Almo, periodista especializado en comic y fabricante de muchas de las maquetas que utilizaría Franquin en sus comics, como el Fantacóptero, el Zantajet, el Turbotracción o los vehículos de Zorglub), le propuso una vaga sinopsis a partir de la cual Franquin fue elaborando su historia sobre la marcha. Muestra de su genio es que todos estos álbumes no suelen dar la impresión de contener semejantes dosis de improvisación. Aunque sí hay pistas de ello, como la interrupción de la trama principal por extensos gags en los que daba rienda suelta a su gusto por el humor, como es el caso de la persecución nocturna en el zoo, que se alarga nada menos que siete planchas. También hay ciertas “casualidades” que solo se explican por esta forma de ir tejiendo la trama según dibujaba: el providencial vecino de Fantasio que le presta un necesario coche con los ojos cerrados; la falta de gasolina de camino al aeropuerto; Champignac disfrutando de sus vacaciones en Magnana justo cuando es más necesario…
En cualquier caso y sea cual fuere su método, Franquin ofrece un guion con un pulso sostenido, punteado por gags muy divertidos y con una trama engañosamente simple. Y eso es lo sorprendente: la genialidad que emanaba de un proceso tan instintivo y poco meditado con antelación.
Dicho esto, la historia de “Los Ladrones del Marsupilami” está, como la de “Los Herederos”, dividida en tres actos (el zoo, la persecución de Valentin Mollet hasta Magnana y el circo), pero en esta ocasión están mucho mejor conectados y ya no se tiene la sensación de estar ante tres aventuras independientes unidas con una simple excusa. Por otra parte, Franquin descubre que puede dilatar o contraer el tiempo a su voluntad. Así y como he apuntado arriba, dedica siete planchas a la peripecia nocturna del zoo; más tarde, en vez de utilizar varias viñetas a mostrarnos cómo Spirou y Fantasio viajan hacia Magnana en coche, prefiere invertir cinco planchas enteras en un gag que transcurre en las aduanas.
Hay que decir que Franquin aprovechaba sus historias para airear sus particulares manías y odios. En este caso, además de la ojeriza que les reservaba a los aduaneros, el villano resulta ser el propietario de un circo, institución a la que el autor le tenía bastante antipatía por la frecuencia con que en ellos se maltrataba y mantenía a los animales. Encontraremos puñaladas similares, en álbumes posteriores, a, por ejemplo, cazadores y militares.
Gráficamente, Franquin da un paso adelante en la maduración de su estilo. Jijé ha quedado completamente atrás y su línea, expresividad, gestos, movimientos y composición de viñeta y desarrollo de las escenas son magistrales en su elegancia, flexibilidad y energía. Prueba de ello es que casi setenta años después de su publicación, sus planchas no han envejecido nada; siguen manteniendo una eterna juventud de la que muy pocos comics pueden presumir.
A pesar de tener un guion algo irregular, “Los Ladrones del Marsupilami” es un álbum muy entretenido, repleto de acción y humor, que probablemente hubiera estado entre los clásicos de la serie de no haber sido porque Franquin hizo otros mucho mejores a continuación.
El siguiente y sexto álbum, “El Cuerno del Rinoceronte” apareció en 1955 y su historia comienza con un robo falso: Fantasio convence a Spirou para que le acompañe en una intrusión nocturna no autorizada en los grandes almacenes “Galerías del Buen Bazar” y escribir así un artículo de impacto. Accediendo al interior del edificio por la azotea gracias a sus Fantacópteros, los dos amigos descubren no sólo que el vigilante ha sido golpeado y amordazado sino que se encuentran con su amigo, el piloto de carreras Roulebille (al que habían conocido en “Los Herederos”), herido en una explosión en la fábrica Turbot. Resulta que dos criminales lo están persiguiendo para robarle los planos de un nuevo prototipo, el Turbotracción. Les confía la mitad de los planos y les revela que la otra mitad los tiene su amigo Martin (también presentado en “Los Herederos”), que permanece oculto.
Aparece entonces Seccotine, joven reportera de la revista “Moustique” –la misma de Fantasio y, de hecho, su posible sustituta y quien le había impulsado a arriesgarse con semejante reportaje para evitar ser desplazado-. La muchacha está investigando el caso y ayuda a Spirou y Fantasio a neutralizar a los bandidos y poner a salvo a Roulebille. Éste, en su delirio, descubre que Martin se había marchado del país para esconderse en una ciudad del norte de África, Bab-el-Bled, así que allá viajan los dos amigos sin darse cuenta de que los criminales les están siguiendo. El viaje acaba prolongándose hasta el centro del continente, ya que Martin había acudido a pedir protección a un amigo suyo, jefe de la tribu de los Wakukus, quien a su vez escondió los planos en el interior del cuerno de un rinoceronte para luego dejar que el animal marchara en libertad. Recuperar la valiosa documentación será otra peligrosa aventura…
En las 62 páginas de ese frenético álbum, Franquin ya se entrega a fondo para crear una historia plenamente madura e integrada en el universo en plena expansión de Spirou. Universo que se ve enriquecido por dos interesantes adiciones: Seccotine y el Turbotracción, un prototipo vanguardista con el que la empresa Turbot recompensa a los héroes por sus desvelos.
En cuanto al coche, ya he apuntado el interés que sentía Franquin por ese ámbito del diseño y la mecánica. El Turbotracción es un elegante coche creado por él a partir de un automóvil real, el SOCEMA-Gregoire de 1953, diseñado por el ingeniero francés Jean Albert Grégoire, uno de los pioneros de la tracción delantera. Su colaborador Georges Salmon, que ya mencioné arriba, le hizo una maqueta de arcilla que le permitió visualizar mejor sus formas y darle un aire más aerodinámico, incluso futurista. Este será el coche de Spirou y Fantasio en lo sucesivo, aunque los modelos irán cambiando con el devenir de los tiempos.
La del automóvil era una industria en expansión en los años cincuenta y, siendo una máquina cada vez más accesible para capas más amplias de la sociedad, no es de extrañar que gozara de gran popularidad entre los jóvenes. La revista Spirou se hizo eco de ello con una sección específica, “Spirou Auto” a partir de junio de 1950, dándole de paso a Franquin la oportunidad de explayarse con su pasión por el diseño de coches. Y es que aunque quien realizaba el texto y dibujo de esa sección era “Starter”, seudónimo del periodista especializado Jacques Wauters, a partir de 1951 Franquin colaboró con él en bastantes ocasiones con sus ilustraciones y dibujos de acompañamiento. Cinco años después, sobrecargado de trabajo, Franquin abandonó este rincón de la revista cediéndoselo a Jean De Mesmaeker, más conocido como Jidehem.
La relación de Franquin con los coches, sin embargo, fue tomando un cariz agridulce con los años. En una entrevista admitió que lo que había empezado fascinándole como máquina sofisticada, un logro del diseño, la ingeniería y la mecánica, había terminado por decepcionarle al invadir las ciudades y convertirse en un elemento contaminante de primer orden. No le resultaba fácil, por tanto, compaginar su entusiasmo por la tecnología con sus preocupaciones ecologistas.
La otra gran innovación de “El Cuerno del Rinoceronte” fue el personaje de Seccotine. Y ello por dos razones. Primero, porque es una mujer y no resultaba pero que nada fácil encontrar féminas en el mundo eminentemente masculino de los aventureros de revistas infantiles y juveniles. Y en segundo lugar, porque es una heroína de verdad, no una marioneta andrógina sin personalidad, una damisela en apuros o –y esto hubiera sido imposible entonces- una exuberante y neumática mujer con la única misión de satisfacer la libido del lector adolescente. Por el contrario, Seccotine se enfrenta con ingenio al machismo de Fantasio (que la ve como una amenaza profesional, lo que aprovecha Franquin para recordar que el protagonista sí vive de su pluma a diferencia de otros periodistas del comic), demuestra tener abundantes recursos en cualquier circunstancia, es tenaz y valiente y, de hecho, los dos jóvenes no habrían podido triunfar en su empeño sin la participación de ella.
Es más, la relación de Seccotine con los dos protagonistas masculinos puede estar sujeta a múltiples interpretaciones. ¿Quizá sus discusiones con Fantasio esconden algún tipo de atracción no reconocida entre ellos? ¿Puede la reserva de Spirou entenderse como una tímida seducción? Mucho después, la sexualidad de Spirou será algo que abordarán guionistas como Yann o Emile Bravo, pero sus raíces se hunden aquí. En cualquier caso, Seccotine es un personaje carismático que Hergé jamás habría sabido cómo integrar en “Tintín”.
La secuencia de arranque en los grandes almacenes es modélica. Si se analiza con calma (lo que no es tan fácil porque la fluidez de su narrativa es tal que uno tiende a pasar rápidamente de viñeta a viñeta y de página a página para averiguar el desenlace), puede comprobarse que Franquin se recrea enlazando un gag tras otro sin por ello ralentizar la trama principal: Fantasio fuerza la entrada con una ganzúa, se golpea la cabeza con el dintel y luego se cae por las escaleras yendo a parar a un carrito de niño con el que se desliza hasta estrellarse contra un montón de cajas etiquetadas como “Frágil”; y, por supuesto, con todo ello monta un jaleo de mil demonios cuando se suponía que debían ser sigilosos. Y, por cierto, que aquí Franquin fue víctima de la censura, que obligó a borrar las pistolas que, con toda la lógica del mundo, los bandidos empuñaban. No se permitía la representación de armas de fuego en una revista supuestamente dirigida a un público infantil aun sabiendo que ello llevaba a momentos absurdos en las tramas.
Franquin ponía constantemente a prueba la elasticidad de la narración, planteando aventuras que podían estirarse y contraerse a su voluntad pero a las que siempre dotaba de un gran dinamismo y, cuando era necesario, suspense, como en la secuencia de la persecución por las calles de Bab-El Bled. Eso sí, su improvisación vuelve a entreverse en un guion que comienza como un misterio de espionaje industrial de ambientación urbana y que, tras una parada en el norte de África musulmán acaba transformándose en una alocada aventura en el Congo con presencia de fieras e indígenas estereotipados (que, imagino, levantarán más de una ampolla a los bienpensantes propensos a la indignación de turno).
La secuencia africana es otra oportunidad para que Franquin demuestre su genialidad a la hora de orquestar gags. Quizá sea el único dibujante que pueda hacer creíble que una ardilla le ponga la zancadilla a un elefante. Le sirve asimismo para articular su mensaje ecologista y su oposición a la caza como deporte: no muere ni un solo animal en toda la aventura. Salvar a una gacela de morir cazada por un nativo a punto está de hacerles perder la vida a los protagonistas; y mientras que hubiera sido más fácil ir matando rinoceronte tras rinoceronte hasta encontrar los dichosos planos, durante semanas se toman la agotadora molestia de capturarlos con vida, examinarlos y luego liberarlos. También sorprende que tras haber recuperado al Marsupilami en el álbum anterior, éste no forme parte de la aventura (aunque en el futuro tendrá su oportunidad de visitar este continente en “La Mina y el Gorila”).
A riesgo de repetirme, diré que vuelve a impresionar la energía y frescura que transmite este álbum muchas décadas después de que fuera publicado por primera vez. “El Cuerno del Rinoceronte” es una mezcla perfecta de aventura, comedia y drama criminal que forma parte de la selección de indispensables de la colección.
(Continúa en la siguiente entrada)
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Excelente análisis. Franquin era un grande y empieza a demostrarlo, sobre todo, en estos álbumes.
ResponderEliminarFranquin es uno de mis artistas favoritos (¡cómo no!) y sigo con interés tu revisión de su obra con Spirou. Me has picado la curiosidad y, en cuanto pueda, releeré El Cuerno del Rinoceronte, porque en su momento y después de los dos anteriores me decepcionó un poco. Quizás fue, como señalas, el cambio de tipo de aventura a medida que esta avanza, lo que me dio una mayor impresión de improvisación que en los anteriores. En este caso deberé volver para que el bosque no me distraiga de los árboles
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQue maravilla!
ResponderEliminarFranquin es un genio, y tu analisis admirado, lúcido y certero no hace sino acrecentar mi pasión por Spirou en general y SU Spirou en particular.
Hace un año publique una reseña similar a esta, un poco menos estructurada, tal vez estímulada por la dicha que me produce su lectura. Dejo aqui el link por si quieres darle una hojeada:
http://coleccioncomicsenrique.blogspot.com/2019/02/spirou-el-botones-octogenario.html
Gracias por tu comentario. El artículo que incluyes es también muy bueno y de lectura recomendable. Un saludo
EliminarQue maravilla!
ResponderEliminarFranquin es un genio, y tu analisis admirado, lúcido y certero no hace sino acrecentar mi pasión por Spirou en general y SU Spirou en particular.
Hace un año publique una reseña similar a esta, un poco menos estructurada, tal vez estímulada por la dicha que me produce su lectura. Dejo aqui el link por si quieres darle una hojeada:
http://coleccioncomicsenrique.blogspot.com/2019/02/spirou-el-botones-octogenario.html