Como es harto conocido, la línea editorial de DC Comics experimentó una renovación completa en 1986, cuando su Universo de personajes se remodeló por completo a raíz de la maxiserie “Crisis en Tierras Infinitas”. Entre los muchos cambios que conllevó estuvo el de cerrar la colección “World´s Finest”, que desde 1941 venía reuniendo en sus páginas a los dos principales iconos de la casa, Superman y Batman, resolviendo casos conjuntamente.
Pero he aquí que cuatro años después, Dave Gibbons (célebre dibujante de “Watchmen” o

Hace décadas, tras la muerte de sus padres, Oliver Monks fue puesto bajo la tutela de Byron Wylie, director del orfanato Midway, localizado a mitad de camino entre Gotham y Metropolis. Wylie organizaba a sus protegidos en bandas de delincuentes hasta que sus actividades fueron descubiertas y él enviado a prisión para cumplir una sentencia de treinta años.

Como era de esperar, la llegada de Luthor a Gotham y el Joker a Metropolis pone rápidamente a Batman y Superman en dificultades. Al primero le acusan de amenazar la seguridad de la población tras acudir al rescate de uno de los edificios que Luthor va a demoler; y al segundo, lo ridiculiza públicamente el Joker tras impedir un robo. Los dos héroes deciden entonces intercambiar sus respectivos ámbitos de operaciones para averiguar qué planean sus némesis e intervenir.
En el prefacio de la edición recopilatoria, Dave Gibbons recordaba cómo descubrió estos comics

Efectivamente, su amor por aquellas viejas historias queda patente a lo largo de todo el comic, en el que mezcla la modernidad de comienzos de los noventa con el espíritu y la estética de los años treinta, cuando estos personajes tuvieron su génesis. Continuamente se están trazando los paralelismos y diferencias entre ambos héroes, opuestos y al mismo tiempo complementarios. Superman y Batman son huérfanos los dos, pero el uno es un alienígena cuya identidad civil le sirve de disfraz y el otro un vigilante sin superpoderes

En este sentido, destaca la inclusión de escenas íntimas que nos acercan al corazón de los dos héroes, como ese montaje de viñetas en paralelo donde se narran sin textos los orígenes de ambos; las viñetas en las que se nos cuenta con un elegante vistazo las diferentes formas en que Clark y Bruce pasan las fiestas de Navidad; o incluso los planos generales de Gotham o Metrópolis, que ponen de manifiesto con su arquitectura la diferencia de ambientes en las que ambos desempeñan su función y cuyo espíritu, de alguna forma, ha sido absorbido por sus respectivos vigilantes.
Esas mismas distinciones se dejan claras en el caso de Luthor y el Joker: el metódico y maquiavélico hombre de negocios y el lunático anarquista; el uno es de físico corpulento y se sirve de su fría razón y abultada billetera para allanar los problemas; el otro, enjuto y sembrador del caos, presa del delirio

Por otra parte y recuperando ese espíritu familiar de los viejos comics de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, encontramos que todos los secundarios de uno y otro héroe se conocen y relacionan con naturalidad. Jim Gordon y Perry White conversan como viejos amigos; Lois y Jimmy, que comparten el cinismo propio de los periodistas, tratan con familiaridad a Alfred en una inteligente dinámica que deja retratada a la primera como alguien un tanto pretencioso y al mayordomo como un hombre compasivo y realista. Una paralítica Barbara Gordon en silla de ruedas aparece también de forma anacrónica, tanto por el pretendidamente ligero espíritu de la serie como por alterar la continuidad establecida por “La Broma Asesina”.
Si la sinopsis puede dar idea de que Gibbons tenía una historia en mente, la lectura del comic desmiente rápidamente esa ilusión. Propone un

Por desgracia y contrariamente a sus intenciones inicialmente declaradas, en lugar de ofrecer un argumento tan sencillo como la premisa, fácil de leer y asimilar, Gibbons trata de ponerse a la altura de los guiones más elaborados y “trascendentes” que por entonces ya dominaban muchos de los proyectos especiales de DC, sobre todo de Batman, y coloca esta aproximación clásica en los raíles de una trama innecesariamente compleja, confusa y alargada. El ritmo es demasiado rápido como para permitir un seguimiento y comprensión adecuados de una historia por lo demás farragosa y que se desarrolla a demasiados niveles (las intrigas inmobiliarias de Luthor, los planes del Joker, el regreso de los fantasmas del pasado en el orfanato y las pesquisas e intervenciones de Superman y su entorno por un lado y Batman y el suyo por el otro). Si uno de los objetivos era recuperar el tono lúdico, despreocupado y con salpicones de comedia de los viejos comics, fracasa en toda la línea. Ni el

Otro fallo reside en la introducción de dos clímax, al final del segundo y tercer número respectivamente. El segundo de ellos, que debería haber permitido cerrar la historia, deja paso a una extensión artificial en el tercero que cuenta la guerra desatada entre los dos villanos mientras Batman y Superman tratan de limitar los daños y poner fin al conflicto. Al final, eso sí, las tramas se cierran, las piezas regresan a sus puntos de partida y todo el mundo vuelve a sus casas, ya estén en Gotham o en Metrópolis, como si nada hubiera pasado. Es otra de las características de las historias de la Edad de Oro: el mundo nunca cambia y sus actores tampoco.
Aunque la guerra entre Superman y Luthor siempre ha sido eminentemente psicológica (con el segundo celoso del poder del primero, tejiendo maquiavélicos planes para engañarlo y derrotarlo), la de Batman y el Joker sí ha desembocado

En este su primer guion, Gibbons tuvo el lujo de contar como artista con otro grande del comic book, y uno, además, cuyo estilo no está muy alejado del suyo aunque es objetivamente superior desde un punto de vista técnico

Rude confesó haber tenido que trabajar muy duro para completar la miniserie, ajustándose a las meticulosas indicaciones del guionista, pero también obteniendo inspiración de referencias personales. De hecho y como ha demostrado en múltiples ocasiones, Rude es un enamorado de las versiones más clásicas de los superhéroes en general y en esta ocasión quería conseguir una representación muy concreta de los dos pioneros de ese género, Superman y Batman. Así, incluye en sus viñetas guiños y homenajes a Curt Swan, Bob Kane, los dibujos animados de Superman de los años cuarenta, tanto el Batman más primitivo como la versión de Mazzuchelli para el entonces reciente “Batman Año Uno” (1988), el Joker de Jerry Robinson y el Luthor de John Byrne.
Sus páginas y viñetas (embellecidas por el minucioso entintado de Karl Kesel y el color de Steve Oliff) ofrecen una composición exquisita de gran poder evocador, inventiva y refinamiento estético. Las poses que adoptan sus figuras son a un tiempo exageradas y realistas, como si fueran

Gibbons disfruta de un apoyo inmejorable en Rude dado que éste, solo con la fuerza simbólica de sus imágenes, transmite lo que no podrían hacer páginas enteras de texto. Y lo demuestra desde el principio, porque las primeras dieciséis planchas de la miniserie transcurren prácticamente sin una sola palabra, dedicando ocho páginas a narrar la intervención de Batman en un robo de joyas en Gotham y luego la de

Es por el excelente trabajo de Rude que, en último término, “Los Mejores del Mundo” es un tebeo a recuperar y disfrutar. Cada viñeta es un retablo, cada página un tutorial de cómo narrar y componer de un nivel rara vez visto en los comic-books mainstream.
En definitiva, un comic irregular en cuanto a su guion y con más potencial que resultados, pero cuya lectura merece la pena gracias a su sobresaliente calidad gráfica y su carácter de homenaje a una estética y un espíritu añejos pero todavía cautivadores y a unos personajes que han estado con nosotros desde hace más de ochenta años. “Los Mejores del Mundo” no pretende más que contar una historia sin derivaciones ni consecuencias para el futuro. Esta nostálgica recuperación de una forma ya casi extinta de entender y leer comics de superhéroes siempre es bienvenida en una época en la que la meta editorial siempre parece consistir en atacar engañosamente al statu quo con tremebundos eventos…que, a la postre, tampoco cambian nada.
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