18 abr 2020

2000- BATMAN de Darwyn Cooke (1)


Pocos artistas modernos de comic fueron tan respetados como Darwyn Cooke. Empezó su carrera en la serie de dibujos animados de Batman antes de pasar al mundo del comic que la inspiró. Firmó obras excelentes, como la miniserie “La Nueva Frontera” o los casos policiacos de “Parker”. Cuando murió en 2016, con tan solo 53 años de edad, dejó detrás un legado de comics e ilustraciones que probablemente no envejecerán nunca. Tras su desaparición, DC reeditó sus trabajos más representativos, incluido el volumen “Batman: Ego”, que contiene una colección de diferentes historias en distintos formatos, publicadas entre 2000 y 2005 y en las que interviene Darwyn Cooke bien como autor completo, bien como guionista para otros dibujantes.


“Ego”, la historia de 65 páginas que marcó el debut de Cooke para DC, comienza con una persecución entre Batman y un gangster a la fuga tras un robo. Cuando está a punto de caer en manos del justiciero, el criminal prefiere suicidarse. De vuelta en la Batcueva, Batman, herido, habiendo perdido mucha sangre y agotado, empieza a alucinar. Su identidad se desdobla: por una parte, Bruce Wayne; por otra, un Batman que se materializa como una criatura deforme y gigante. El diálogo que entabla con su otro es un viaje al interior de su mente y espíritu. El Batman que llega para atormentarlo tras el fracaso de esa noche, tiene una forma pesadillesca, abrumadora, que es tanto su doble como una especie de entidad independiente que poseyó a Wayne tras la muerte de sus padres y su decisión de impartir justicia tras una máscara y una capa. Es el comienzo de una larga noche en la que Bruce deberá enfrentarse a su lado oscuro, sus decisiones como vigilante, su pasado y su futuro, habiendo de decidir en última instancia sobre la continuidad de su labor como luchador contra el crimen.

La historia está puntuada por páginas-viñeta que sirven para subrayar las etapas vitales tanto de Bruce Wayne (la armonía familiar con sus padres, el asesinato de los mismos) como de Batman. Por
este doloroso examen de conciencia desfilan personajes como Harvey Dent/Dos Caras (el fiscal enloquecido, una especie de reverso oscuro del propio Wayne/Batman), Robin (un muchacho arrastrado a una peligrosa carrera como justiciero), Thomas Wayne (a quien el joven Bruce vio una vez fracasar en el intento de salvar la vida de un paciente) o el Joker (cuyo nacimiento propició el mismo Batman, en un claro guiño a “La Broma Asesina”, de Alan Moore y Brian Bolland).

Cooke plantea una idea de partida interesante: ¿Qué pasaría si Batman y Bruce Wayne pudieran tener una conversación? ¿Cómo discurriría ésta? ¿Qué esperaría y exigiría cada uno del otro y a qué compromisos llegarían? Es un concepto intrigante y, en principio, relevante para el Caballero Oscuro de la era moderna. La que quizá sea obra magna de Cooke en el ámbito de los superhéroes, “La Nueva Frontera”, había dejado clara su aproximación al género: el rechazo de la visión atormentada, violenta, cínica y ambigüa que pareció dominar buena parte de los personajes tras el éxito de “Watchmen” y “El Regreso del Caballero Oscuro” a mediados de los ochenta. En el caso de Batman, ello es consecuencia de la decisión que tomó Frank Miller en esta segunda obra al presentar a Bruce Wayne no como un individuo
equilibrado y sensato sino como alguien en constante lucha interior con sus impulsos más violentos. Con “Ego”, Cooke propone un equilibrio entre ambas versiones del personaje, la oscura y la luminosa.

Cuando Cooke separa a Batman de Bruce y lo sublima como una presencia independiente y con voz propia, ésta suena y razona como el Batman de Miller. “¿Quieres saber lo que es el dolor, cobarde? Yo te enseñaré lo que es”, le dice a Bruce cuando se le aparece por vez primera. Incluso en el monólogo introductorio, Bruce habla con un tono muy similar al que Miller le dio cuando habla de su “misión” con una convicción casi religiosa. De hecho, esa personificación casi demoniaca de Batman murmura: “Últimamente has perdido la fe”. Bruce se preocupa: “La ciudad a la que me he entregado amenaza con aplastarme con el peso de mi compromiso hacia ella”.

Cooke sitúa claramente la acción tras “Año Uno”. Literalmente (Bruce menciona que es el tercer año de su misión) pero también metafóricamente. La historia tiene lugar en una Gotham especialmente oscura y violenta, aunque también poblada por sus coloristas amenazas. Se abre con un matón del Joker
asesinando a su familia y luego suicidándose por temor a lo que su jefe pueda hacerles. Queda claro desde el principio que esta no va a ser una aventura ligera, un encadenamiento de tópicos superheroicos, algo que el propio Batman se encarga de subrayar preparando la escena: “El Joker. Una serie de robos y asesinatos en una gala benéfica. 27 muertos. Lo que más me horroriza es que parece que me estoy acostumbrando. El dolor. La muerte. No soy inmune, pero me he acostumbrado”.

Puede argumentrse que este tipo de aproximación al personaje fue precisamente lo que acabó agotando la diversión de las historias de Batman, haciéndolas desagradables de leer por la continua dosis de automortificación que contenían. Hubo una época en la que los aspectos más extravagantes que conformaban el mito –el Batcóptero, por ejemplo, o el mismo Robin- se retiraron de la colección porque de una u otra forma socavaban los aspectos más retorcidamente oscuros de la psique del héroe. La encarnación del Batman, separado de Bruce, parece resaltar precisamente eso, atacando a su contrapartida humana por utilizar juguetes y gadgets como el Batmovil o la Batseñal: “Sin embargo, no mucho después, tu vanidad y tu necesidad de aprobación dieron paso a la celebridad. He soportado
eso, así como tu necesidad de compañía, en cierto modo patética”.

En justicia, Cooke presenta de forma inteligente una serie de críticas válidas al mito de Batman. En un momento determinado, Batman acusa a Bruce en relación con el Joker: “Cada vez que le capturamos y le dejamos con vida, vuelve a escapar para matar de nuevo. Y todo ese horror, toda esa tragedia, por tu “código de honor”. ¿O acaso el gran Batman necesita a su archinémesis para sentirse completo?”.

Naturalmente, el Joker sobrevive una y otra vez. No puede morir. Originalmente, iba a ser una creación destinada a fenecer al término de su primer enfrentamiento con Batman allá por 1940, pero se pensó que podía funcionar bien como némesis recurrente del héroe. Desde entonces ha alcanzado tal estatus icónico, tal popularidad, que los guionistas –o, más bien, la editorial- no van a dejar jamás que Batman lo mate (siempre y cuando no estemos hablando, claro de la serie “Otros Mundos” o entregas autónomas fuera de continuidad). Por tanto, esta acusación metatextual –que Batman necesita al Joker- es perfectamente válida, si bien resulta
injusto culpar de ello a Batman o a Bruce. Ellos son tan solo personajes atrapados en el guión de un tercero, no son reales. De todas formas, cuestiones como esta o la despreocupación con la que Batman pone en peligro a Robin, se convierten en problemas sólo si se espera que el personaje sea tratado de acuerdo con las directrices más cínicamente “realistas” de las que hablaba.

Y este es quizá el principal problema de “Ego”. Plantea todos estos puntos tan válidos e interesantes como fácilmente solventados en cuanto se considera que Batman no es más que un personaje de ficción. Por tanto, no pueden discutirse con profundidad ni construir alrededor de ellos una historia que verdaderamente vaya a marcar un punto de inflexión para el héroe. Enfrentado al daño y dolor que ha sembrado el Joker, la mejor respuesta que puede ofrecer Bruce es, como mínimo, tibia: “Todos vivimos en peligro. La tragedia nos ataca indiscriminadamente”. Es como si su único argumento fuera: “Son cosas que pasan”.

Para ser justos, hay momentos en los que Bruce casi alcanza la verdad sobre su naturaleza de personaje de comic encarcelado en un status quo que debe racionalizar para sí mismo y para los lectores. Así, al comienzo de la historia, reflexiona:
“Hace mucho que me di cuenta de que no puedo cambiar el mundo. Me ha llevado tres años darme cuenta de que no puedo cambiar de forma apreciable esta ciudad. He empezado a preguntarme si lo único que puedo cambiar es a mí mismo”. Y habida cuenta de las numerosas iteraciones que han existido de Batman, desde el justiciero camp encarnado por Adam West al realista Caballero Oscuro de Christian Bale, ésa es una observación inteligente. Batman no ha conseguido jamás cambiar a Gotham. Sigue siendo tan peligrosa, oscura y corrupta como cuando llegó a ella. Pero el que sí ha cambiado es él, de generación en generación, de un guionista al siguiente.

Mejor representada está la forma en que Cooke aborda la dicotomía Bruce-Batman. Desde que Miller puso las manos sobre el personaje, la relación entre sus dos identidades ha sido tan interesante como la dinámica que existe entre Hulk y Bruce Banner. Ambas tienen necesidades y metas no sólo diferentes sino mutuamente excluyentes. Cada una es un lastre para la otra, pero al mismo tiempo no puede existir sin ella. Cooke parece sugerir que Batman, como personaje, se beneficiaría de una mejor integración de esas dos identidades. Batman sin Bruce es una mala idea aun cuando
se sugiera la posibilidad de su existencia: “Por tanto, aunque compartamos un mismo cuerpo, te propongo admitir que somos entidades distintas…no eres responsable de mis actos, como yo no lo soy de los tuyos”. Una posibilidad que Bruce identifica inmediatamente como peligrosa, algo que le costaría al personaje su lado más humano: “Fue mi fuerza de voluntad lo que te hizo así. Pero he canalizado tu furia para cumplir un propósito. He templado tu ira. Sin control alguno, tu venganza sería monstruosa. La respuesta es no”.

De hecho, el comic termina de forma positiva, enfatizando los aspectos más nobles de Bruce y su peso en la difícil relación que mantiene con Batman, introduciendo la idea de que éste no es sólo la encarnación del miedo para los criminales sino también un “símbolo de esperanza” para los ciudadanos inocentes. Cooke siempre se manifestó entusiasta de los números que del personaje realizó Steve Englehart en los años setenta, una etapa caracterizada por el optimismo. Así, Batman/Bruce explica que tiene un propósito más elevado que simplemente castigar a los culpables. “No podemos cambiar el pasado”, le dice Batman a Bruce. “Todo lo que podemos hacer es proteger a otros y darles la oportunidad de alcanzar esa felicidad
que nosotros nunca tendremos”. Es una idea muy interesante y quizá la mejor de este intento por reenfocar al Caballero Oscuro bajo una nueva luz.

Técnicamente, “Batman: Ego” es impecable aun cuando todavía el arte de Darwyn Cooke, con rastros de la influencia de Bruce Timm o Mike Mignola, no hubiera alcanzado la excelencia de obras posteriores como “La Nueva Frontera” o “Parker”. El problema del comic radica más en la narrativa, porque este toma y daca entre Batman y su esencia oscura de algún modo carece del poder y la profundidad necesarias, en parte por los motivos expuestos. A pesar de contener buenas ideas, una intensa atmósfera y un ritmo ágil, Cooke no consigue combinar todos esos aciertos en un comic book redondo. Y es que él nunca fue un autor tan cerebral como Neil Gaiman o Alan Moore, para quienes el tema, la idea, cuenta incluso más que los propios personajes. Por el contrario, fue un guionista al que siempre importó más la caracterización y que se sentía más cómodo en historias con personajes fuertes que tomaran el timón de la trama.

Tratándose de su primer trabajo para Batman, su prosa se nota algo rígida y forzada en comparación con obras futuras. Está claro que en varios momentos trataba de evocar los característicos diálogos de Frank Miller, pero también es cierto que carga las tintas en exceso, como cuando Batman piensa para sí: “Como si cada nueva atrocidad fuese el eco de una pistola que se disparó hace mucho en las profundiades de un pozo seco”.

En “Ego”, Cooke quiso explorar el alma de Batman en forma de discusión entre el héroe y su espíritu, pero ese debate no va más allá de lo que para entonces ya eran clichés, lugares comunes muy transitados. En último término, no pone en cuestión la determinación, el origen o el futuro de Batman y/o Bruce Wayne; no es un momento trascendental y sorprendente que cambiará la trayectoria del héroe en lo sucesivo, sino más bien una suerte de actualización, de recordatorio, para que aquél emerja fortalecido en sus convicciones y métodos… una vez más.

En resumen, “Ego” no es una historia imprescindible dentro del universo de Batman, pero ello no significa que carezca de atractivos como los expuestos. Aunque le falta ambición conceptual, visualmente es muy potente y constituye la entrada en el universo DC de quien sería uno de sus mejores creativos.



(Finaliza en la próxima entrada)

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