7 abr 2020
1967- CAPITÁN MARVEL: LLEGADA – Stan Lee, Roy Thomas, Gene Colan, Arnold Drake y Don Heck
Se ha dicho a menudo que la utilización que hizo Marvel Comics del nombre “Capitán Marvel” fue fruto del mero oportunismo. Habían existido previamente otros dos Capitán Marvel; el más famoso de ellos, creado por C.C.Beck en 1940, que gritaba “¡Shazam!” para transformarse y que fue publicado inicialmente por Fawcett Publications antes de que DC se quedara con él en 1973; y el otro, un androide alienígena editado brevemente por M.F.Enterprises en 1966.
La denominación “Marvel” era demasiado jugosa como para que Martin Goodman, propietario de la editorial, lo dejara pasar. El contubernio que habían sostenido DC Comics y Fawcett en los años cuarenta y cincuenta a causa de las similitudes entre Superman y el Capitán Marvel había terminado cuando la segunda dejó de publicar comics en 1953. Y en cuanto a M.F. Enterprises, nunca había sido demasiado relevante en el panorama editorial y había abandonado los comic-books en 1967. El campo parecía libre para saltar sobre el nombre “Marvel” y asegurárselo. Con una marca en explosivo ascenso y sus comics vendiéndose por millones, Marvel no quería de ninguna forma que otra editorial pudiera publicar un personaje que contuviera esa palabra y confundiera a los lectores.
Y de esta forma, obedeciendo órdenes de su superior (o a iniciativa propia, según su versión), Stan Lee utilizó una de las cabeceras genéricas de la casa, “Fantasy Masterpieces”, dedicada a reeditar comics aparecidos en otras colecciones, para presentar a lo grande al nuevo personaje. De hecho y aprovechando que las ventas de esa serie no eran nada buenas, se cambió incluso el título de la misma por el de “Marvel Super Heroes”, que con el número 12 (diciembre 67), mostró en su portada, acompañado de esos grandes letreros que tanto gustaban a Lee, al Capitán Marvel. Flamante en su uniforme blanco y verde, fue el primer superhéroe nuevo desde la creación de Daredevil casi cuatro años antes. Stan Lee contaría más tarde a un grupo de estudiantes universitarios que el proyecto había tenido su origen en un estudio de animación que pidió a Marvel un nuevo personaje con ese nombre con el fin de adaptarlo luego a la televisión.
Ese apresuramiento por asegurarse el nombre “Capitán Marvel” podría explicar el temprano abandono de Stan Lee, quien había aceptado el encargo a regañadientes y sólo escribió el primer par de historias antes de pasárselo a Roy Thomas, que a su vez no tardó en hacer lo propio con Arnold Drake. Es como si Lee no hubiera sabido qué hacer con el personaje más allá de darle vida para asegurar el copyright. Y, ciertamente, el Capitán Marvel demostró ser un superhéroe problemático que experimentó numerosos cambios en su atuendo, aspecto, poderes, personalidad y entorno. Su mejor momento llegaría unos años más tarde, cuando los autores le dieron un tono “cósmico” bastante alejado de lo que podemos ver en estos primeros números. La colección sufrió diversas cancelaciones y reinicios antes de que su héroe titular muriera en la novela gráfica “La Muerte del Capitán Marvel”.
Podría argüirse cínicamente que si realmente el personaje fue creado en esas circunstancias, no puede sorprender que surgieran problemas a la hora de encontrar una dirección para su colección regular. Pero, ¿es justa esa afirmación?
Y es que el Capitán Marvel apareció en un momento, finales de los años sesenta, en el que Marvel estaba ya levantando un edificio cada vez mayor sobre los cimientos que había asentado al comienzo de la década. Su éxito comercial y de crítica llevó a Stan Lee a experimentar con proyectos más ambiciosos, como la colección de Silver Surfer en solitario. Con esta perspectiva, podríamos ver al Capitán Marvel como una idea demasiado ambiciosa para su propio bien puesto que no había en ese momento autores a la altura como para desarrollarla con acierto. Aunque sus primeros números no son en absoluto excelentes –especialmente leídos ahora; otros comics de los 60 han envejecido igualmente mal-, también es cierto que no había demasiados títulos que se le parecieran en su época.
Stan Lee se apoyó para el arranque del personaje en lo que él y Jack Kirby habían narrado en “Los Cuatro Fantásticos” pocos meses antes (nº 64-65, julio-agosto 67). Así, el Capitán Marvel es en realidad Mar-Vell, un militar de la raza alienígena Kree. Éstos habían sufrido un par de derrotas consecutivas a manos del cuarteto (el Centinela y Ronan el Acusador) y para calibrar la verdadera amenaza que suponían los humanos, la autoridad de los Kree, la Inteligencia Suprema, envía a Mar-Vell en misión de espionaje a la Tierra. Los Kree distan de ser pacíficos. Su imperio intergaláctico es agresivamente expansionista y las conclusiones que extraigan de sus investigaciones podrían tener nefastas consecuencias para nuestro planeta.
Así que, mientras su nave se mantiene oculta y en órbita, Mar-Vell llega solo para infiltrarse en una base militar norteamericana de investigación. La suerte hace que pueda asumir la identidad de un científico, Walter Lawson, que muere en accidente mientras se dirigía a ocupar su nuevo puesto en las instalaciones (los Kree tienen la conveniente ventaja de asemejarse a humanos caucásicos). Pero cuando surge alguna amenaza, Mar-Vell no duda en lanzarse a la acción armado de un cinturón cohete, una pistola de rayos y vistiendo su uniforme y casco Kree, que le oculta el rostro y que hace que los terrestres que le ven le tomen por un nuevo superhéroe.
Así que ahora Mar-Vell se encuentra atrapado en un juego de múltiples identidades y lealtades, cada una con un propósito diferente: un espía kree disfrazado de científico humano que es secretamente un superhéroe admirado por los mismos terrícolas que tiene que traicionar. Son un montón de bolas en el aire que requieren de un guionista competente para que no caigan al suelo. Pero también esa liosa situación hizo de Mar-Vell un personaje muy poco ortodoxo en los comics de aquella época, una especie de anti-héroe; o al menos, un héroe cuyos motivos y agenda no estaban en absoluto claros. Como había hecho ya con Silver Surfer, Lee diluyó la esencia alienígena del personaje para que pudiera simpatizar más con los humanos. Naturalmente, esta cercanía con la raza a la que puede que ayude a exterminar, le provoca un conflicto psicológico y moral, oscilando su afinidad entre sus congéneres kree y su pueblo terrícola de adopción. Sus emociones y en particular su muy humana relación con Una y Yon-Rogg, impide a la serie tomar una dirección que hubiera sido más interesante: la de adoptar el punto de vista alienígena, que era lo que inicialmente Lee había conseguido con Silver Surfer antes de suavizarlo en aras de su gusto por el melodrama.
Adicionalmente, intervienen en las historias dos estratos de personajes secundarios que aportan sus propias complicaciones al personaje. Por una parte, están los humanos de la base militar, que en cualquier momento pueden averiguar la mascarada de Mar-Vell. La que más problemas le da es la jefa de seguridad, Carol Danvers (una función sorprendente y muy progresista para una mujer en un comic de los 60. Carol más adelante se convertiría en Ms.Marvel, otra superheroína y Vengadora). Por otro lado, se encuentran dos Kree de la nave nodriza: Una, la oficial médico y amante de Mar-Vell; y el malvado comandante Yon-Rogg, que odia al protagonista y desea a Una.
Esta somera exposición puede servir para comprender que se trataba de un comic más ambicioso para su época de lo que podría haberse pensado; bastante más complejo en su planteamiento que, por ejemplo, “Daredevil”, “Doctor Extraño” o incluso “Los Cuatro Fantásticos”. Y claro, el problema surge cuando no se asignaron a la colección guionistas a la altura de ese potencial.
Además, en esos casos siempre está presente el peligro de que cuanto más específica sea la premisa de una serie regular, más problemático resulta desarrollarla por cuanto ello requiere necesariamente un cambio en el estatus quo. Probablemente por eso, a pesar de haber presentado unas subtramas ambiciosas y complejas, los siguientes números se limitaron a narrar historias tópicas de interminables peleas entre Mar-Vell y diversos enemigos forzudos (el Centinela, el Super-Skrull y Namor) sin profundizar ni avanzar en ninguna de aquéllas. Tampoco los personajes gozan de demasiada profundidad. Sabemos que Mar-Vell y Una se aman porque lo repiten continuamente pero no porque veamos una relación convincente entre ambos. Y Yon-Rogg no se molesta lo más mínimo en disimular lo villano que es actuando de forma absolutamente inverosímil: si ama a Una, bien podría hacer algún esfuerzo en seducirla mientras planea la muerte de Mar-Vell, pero en cambio la trata bruscamente y no esconde su animadversión por su subordinado. Aunque quizá el principal problema sea el propio Mar-Vell, quien a pesar de ese torbellino emocional y sentimientos encontrados que debe gestionar, nunca acaba de tener una personalidad definida. Se limita a ser el arquetípico superhéroe de los sesenta (atractivo, noble, valiente, entregado, generoso, capaz en el combate, fiel amante) cuando la premisa que se había presentado requería de una angustia interna que sí estaba presente en muchos otros personajes de la Marvel de entonces.
En el número 5 (septiembre 68), Roy Thomas es sustituido por Arnold Drake, un profesional importado de la DC cuyo trabajo allí en “La Patrulla Condenada” parecía demostrar que había comprendido el espíritu Marvel mejor que muchos de sus colegas en esa casa (aunque, irónicamente, su recorrido en la propia Marvel fue muy corto). Aunque hay una cierta mejora en la calidad de los guiones y las tramas se complican algo más introduciendo algunas variaciones respecto a la fórmula tradicional, está claro que tampoco él sabía qué hacer con el personaje. Creó, eso sí, una tensión romántica entre Mar-Vell y Carol Danvers, con lo cual aquél pasaba a estar atrapado en un triángulo sentimental con Una –o un cuadrado si tenemos en cuenta a Yon-Rogg-. Eso sí, algunos de los diálogos y situaciones son extrañamente sexistas para un autor que había inventado una de las superheroinas más liberadas de los sesenta: Elasti Girl de la Patrulla Condenada. Otra complicación aparece cuando se descubre que el auténtico Walter Lawson (el científico fallecido cuya identidad había asumido Mar-Vell) tenía sus propios secretos. Eso sí, en lugar de jugar con esa idea durante unos cuantos números, Drake lo liquida en un par de ellos.
Tanto el “Marvel Super-Héroes” 12 como los cuatro primeros números de la colección regular cuentan con arte de Gene Colan, uno de los grandes del comic. Sin embargo, sus páginas aquí distan mucho de contarse entre sus trabajos más destacados, ya fuera porque aún estaba formándose como artista, porque no le interesaba demasiado el material (“era horrible”, admitió, “una imitación de cualquiera de los otros personajes disfrazados que había hecho”) o bien porque ninguno de los entintadores que le asignaron (Frank Giacoia, Paul Reinman, Vince Colletta) comprendían sus lápices. Dado que Colan fue un artista que tendió a permanecer en las colecciones que le gustaban durante años (“Daredevil”, “La Tumba de Drácula”, “Doctor Extraño”) el hecho de que abandonara al cabo de un puñado de números podría ser sintomático. Hay aquí y allá destellos de su magia –acción explosiva, figuras dinámicas, ángulos poco habituales- pero se trata de páginas en general toscas que no compensan las debilidades del guion. A Colan le sucedió Don Heck, un profesional que nunca fue particularmente brillante pero que aquí, con excepción de algunas composiciones de página algo más atrevidas de lo habitual, demuestra que su estilo se había quedado completamente caduco y sus energías exhaustas.
Cuando el Capitán Marvel hizo su debut, Myron Fass (the M.F.Enterprises, que había publicado, como he dicho, otro personaje con ese mismo nombre) puso una demanda por incumplimiento de copyright, pero no llegó a ninguna parte. Martin Goodman le ofreció unos irrisorios 4.500 dólares para zanjar la disputa y aquél aceptó, desapareciendo del radar para siempre. Tampoco volvió a saberse del estudio de animación que supuestamente inició el proyecto.
Puede destacarse por último lo mucho que estos episodios tempranos de “Capitán Marvel” influyeron en el Universo Marvel. Los Kree ya se habían presentado unos meses antes en “Los Cuatro Fantásticos” pero probablemente fueron estos números los que los definieron a su imperio y establecieron su amarga rivalidad con otra raza para entonces veterana, los Skrull. Aquí se halla, por tanto, la base de tantísimas sagas de Marvel con el conflicto Kree-Skrull en su centro.
Estos episodios iniciales de Capitán Marvel son sólo recomendables para rendidos fans marvelitas. Aunque no son lo peor que publicó la editorial por aquellos años, carecen del ingenio, el pulso y la brillantez de otros comics de superhéroes contemporáneos, tanto en la caracterización del protagonista y los secundarios como el carisma de los villanos o la energía de sus tramas. Visto desde otro punto de vista, las ideas que pugnaban por salir de esos torpes argumentos eran muy ambiciosas. Dado el gusto de los autores y lectores modernos por revisitar viejos comics y personajes, sería interesante ver qué podrían hacer hoy con ellas un buen equipo creativo.
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Hola ¿De dónde sacas tú tanto material?
ResponderEliminarSaludos desde Brasil
Jaja, la experiencia y muchos años acumulando enciclopedias...
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