30 dic 2019

LOS CUATRO FANTÁSTICOS EN LOS SESENTA (19)


(Viene de la entrada anterior)

En las postrimerías de la etapa dorada de los Cuatro Fantásticos, las ideas seguían fluyendo. Tras dos aventuras épicas como las del Doctor Muerte/Silver Surfer y la de la Zona Negativa, el dúo Lee-Kirby no daba respiro al aficionado antes de presentarle su siguiente saga cósmica. Reciclando una vieja idea de la ciencia ficción disfrazada de género superheroico, el nº 64 (julio 67) introduce otro elemento clave del Universo Marvel: los Kree, la única raza extraterrestre de peso que aparecería en la colección además de los Skrulls y un concepto del que futuros escritores extraerían innumerables aventuras.


Los Kree dominaban un vasto imperio galáctico en el que la Tierra no era más que un planeta insignificante indigno de su atención. Tanto era así que ningún Kree lo había visitado en decenas de miles de años. Sin embargo y como era su costumbre, dejaron asignado un Centinela robótico para defender este alejado enclave contra posibles intrusiones. Y es en el número 64 que dos arqueólogos que siguen la pista de una antigua civilización hasta una isla del Pacífico Sur, descubren ese Centinela, el nº 459, y lo activan. Reed, Sue y Ben, que están pasando unos días de asueto en el lugar, se enfrentarán a él.

Temáticamente, los Kree, como Galactus, tenían el propósito de subrayar el insignificante lugar que ocupan los humanos en el universo y, como aquella legendaria trilogía, Lee los utilizaría para demostrar el valor de la especie humana y que virtudes como el amor, el valor y el honor pueden vencer a una raza tecnológicamente avanzada pero moralmente decadente. Era un mensaje que llegó a muchos lectores de Marvel en un momento en el que la sociedad americana se cuestionaba sus propios valores. El camino a la Luna se estaba allanando rápidamente pero la Tierra seguía acosada por problemas como la contaminación, el racismo o la guerra. Cuando en el siguiente número, el kree Ronan el Acusador llega a nuestro
mundo, lo deja claro: “Han dejado de ser salvajes descerebrados y parecen hallarse en la fase secundaria del progreso racial. Su estructura sociológica aún es de naturaleza básicamente económica, y los avances científicos han superado ampliamente los conceptos morales y espirituales (…). Aunque empiezan a dominar el mundo físico, todavía sufren el azote de la avaricia, el odio, el miedo y otros virus del espíritu”.

En cualquier caso, los problemas de los Cuatro Fantásticos con los Kree no terminarían con la derrota del Centinela. El nº 65 (agosto 67) comienza con los miembros del equipo experimentando el mismo sueño: una criatura que se denomina a sí misma “Inteligencia Suprema” de la raza Kree, los acusa de destruir propiedad privada (el Centinela 459), los juzga culpables y les anuncia la llegada de quien ejecutará la sentencia: Ronan el Acusador. Mientras éste surca el espacio y examina la Tierra, Johnny se lleva a Crystal a dar un paseo en su nuevo deportivo, Reed y Sue disfrutan de un día de compras en la ciudad y Alicia es transportada a algún misterioso lugar por un desconocido. Ronan interrumpe todas las actividades del grupo para transportarlos a su “cono de impenetrabilidad” para un rápido juicio y ejecución (“Debo insistir en que permanezcáis en silencio durante la fase de acusación”). Naturalmente, los
Cuatro Fantásticos no van a resignarse a semejante situación y atacarán al kree. Éste, equipado con su “arma universal”, demuestra ser un rival muy peligroso; y aunque finalmente es derrotado, ello sólo sirve para avisar al imperio kree de que la Tierra supone ahora un desafío a su supremacía galáctica.

¿Y qué pasaba mientras tanto con los Inhumanos, que durante tanto tiempo habían servido de secundarios fijos? En el número 64 vemos a Tritón en Nueva York, surcando los cielos en el ciclojet de Johnny. El acuanauta de Attilan había sido huésped del Edificio Baxter desde el número 62 y su estancia en la ciudad pudo haber respondido a un intento finalmente abortado de abrir un arco narrativo nuevo tras abandonar el de la vida universitaria de Johnny. De cualquier forma, Lee y Kirby metieron la pata. En el siguiente número, Sue diría que Tritón y Mandíbulas habían regresado al “campamento” que había establecido la Familia Real de los Inhumanos; y cuatro meses más tarde, en el Anual nº 5, Jack dibujó al inhumano anfibio en Isla Pantera con Ben y la Antorcha, materializándose los tres allí desde el Edificio Baxter como si Tritón hubiera estado allí todo el tiempo.

Si Kirby no hubiera abandonado Marvel en 1970, seguro que habría desarrollado más la idea de los Kree. Las historias de complemento de los Inhumanos publicadas en “Thor” nos contarían que aquéllos eran en realidad el resultado de un experimento Kree y una nueva serie, “Capitán Marvel”, tenía como protagonista a un representante de esa especie residiendo y luchando por la Tierra. Pero en lo que se refiere a los Cuatro Fantásticos de Kirby y Lee, los Kree sólo volverían a aparecer en el número 98, justo antes de que el dibujante se marchara a DC.

En agosto de 1967 aparece el mencionado Anual nº 5 (publicado como “Fantastic Four King-Size Special), en el que Lee y Kirby reunían junto a los protagonistas a otros personajes a los que se esperaba dotar pronto de colección propia: Pantera Negra y los Inhumanos. Todos ellos se enfrentaban a Psico-Man en una isla de Wakanda, pero lo verdaderamente relevante fue el anuncio de Sue Richards de su embarazo.

Es difícil imaginar el impacto que semejante noticia debió tener en los lectores del momento, las implicaciones que ello sugería y las consecuencias que tuvo para el comic de superhéroes. Ya había sido una sorpresa que Reed y Sue se casaran un par de años antes, pero al fin y al cabo existían otros superhéroes con vida matrimonial. Ahora bien, llevar su relación un paso –lógico-
más allá sí era novedoso y, de hecho, podría incluso haber levantado suspicacias dentro del Comics Code Authority. El verdadero significado de casar a los superhéroes y dejar que tuvieran hijos tenía menos que ver con marcar un hito en la historia del comic que sobre hacer que su mundo se pareciera más al nuestro. A partir de entonces ya no sería inconcebible que los héroes pudieran formar familias, ocuparse de la educación de sus hijos, los ahorros y los impuestos, envejecer y morir…e incluso tener relaciones sexuales. Esto iba mucho más allá de los problemas sentimentales de Peter Parker. Por el momento y de forma inmediata, la llegada de un bebé acercaría todavía más a los miembros de los Cuatro Fantásticos a la idea de una auténtica familia extendida, con padres, madres, tíos, sobrinos, hermanos, novias… Por desgracia, era una imagen y una emoción que no sobrevivirían a la marcha primero de Kirby y después de Lee y conforme la colección fue avanzando sin ellos, ese sentido familiar iría diluyéndose.

La explicación para las numerosas erratas cometidas en el Anual nº 5 (noviembre 1967) se han hecho evidentes décadas después de su publicación original gracias a la aparición de páginas con el dibujo originalmente previsto para él.

En la versión publicada, Crystal se quedaba con Reed y Sue en el Edificio Baxter, mientras que el resto se marchaba para luchar contra el Psico-Man. En cambio, la portada del comic mostraba a Crystal luchando contra el villano junto a Ben, Johnny, la Pantera Negra y los Inhumanos. La razón fue esta: en el dibujo original, Kirby había situado a Crystal junto a Ben, Johnny, Tritón y Mandíbulas, pero olvidó dibujarla después de la página 20. Así que Stan tuvo que hacer que la muchacha fuera eliminada de la lucha a partir de la página 14, lo que dejó huecos vacíos en las viñetas y composiciones desequilibradas. Además, la lucha de Pantera Negra contra el Hombre-Bestia se quedó inconclusa, otro olvido de Kirby que hubo de ser explicado de forma poco convincente a través del diálogo colocado al final.

A pesar de estas incongruencias (que nadie pareció notar en el momento), este fue el Anual más espectacular desde el número 2 aunque las tintas –acreditadas a Joe Sinnott- fueran las de
Frank Giacoia, un acabado que sólo subrayaba los defectos de Kirby. Los pin-ups de los Inhumanos lucen espléndidos y en cuanto a la historia de complemento de Silver Surfer, una fábula sobre lo vacía que puede ser una vida sin amor ni compasión, cabe decir que su inclusión obedeció a los planes de Martin Goodman para abrir una nueva colección dedicada a Hulk, cuyas aventuras hasta ese momento se habían contado en “Tales to Astonish” compartiendo cabecera con Namor. La idea era llenar el hueco en esa revista con las peripecias de Silver Surfer y su aparición en el Anual serviría como presentación de esa nueva etapa. El surfista cósmico, dibujado ahora por Marie Severin cruzó su camino con el gigante verde en los números 92 y 93 de “Tales to Astonish” (junio-julio 67) pero no hubo continuidad y el proyecto nunca llegó a materializarse (esa colección moriría en marzo de 1968, transformándose en el segundo volumen de “Hulk” y comenzando su numeración con el 102).

Por su parte y un mes después del Anual nº 5, los Inhumanos se mudaron a la colección de “Thor” a partir del nº 146, reemplazando tras cuatro
años como complemento de la misma a “Tales of Asgard”. Ambientadas en un pasado lejano, esas historias cortas aportaban información sobre la trayectoria de los personajes y, a partir de la segunda entrega y como he apuntado antes, los ligaba a los recién presentados Kree. La joven Crystal, no obstante y a tenor de su romance con la Antorcha Humana, permanecería junto a los Cuatro Fantásticos jugando un papel más importante en sus aventuras.

Con la perspectiva que da el tiempo, resulta una coincidencia notable que cada dos anuales de los 4F, éstos sirvieran de punto y aparte en la colección, cerrando una etapa y abriendo la siguiente. El nº 1 sirvió para señalar el final de la era de Dick Ayers y el conflicto del triángulo Reed-Sue-Namor. El 3 anunció la llegada de la Etapa Cósmica, ya que el nº 44 fue el publicado inmediatamente después. El nº 5 marcaría el inicio del declive de la colección, el momento en el que Kirby se asentó en la inercia.

Algo había cambiado. No se trataba de una decadencia clara y patente, sino más bien una vaga sensación de repetición, de pereza creativa. A partir del nº 68, las historias se hicieron menos ambiciosas y las innovaciones escasearon. Las
escenas de combate pasaron a ocupar la mayor parte de las páginas y los temas de gran calado cósmico desaparecieron.

El principal problema fue el rechazo de Kirby a contribuir con nada que no fueran ideas recalentadas y conceptos reciclados. Se ha apuntado a que el origen de esa desidia fueron los cambios que Stan Lee introdujo en el argumento de los nº 66 y 67 (sept-oct 67), cambios que Kirby juzgó inaceptables. A partir de ese momento, consideró que era una pérdida de tiempo aportar más creatividad de la estrictamente necesaria, ya que su labor podía ser sometida a modificaciones sin consultarle y sólo con el fin de convertir su trabajo en clichés facilones. Pero veamos estos episodios con un poco más atención.

Si se examina con la perspectiva que da el tiempo, la Edad de Plata de Marvel no había durado demasiado. Desde el nº 1 de los Cuatro Fantásticos hasta el 66, en 1967, sólo habían pasado seis años, pero en ese tiempo la editorial había atravesado al menos dos fases diferentes y estaba inmersa en una tercera. Y, sin embargo y en lo que se refiere al desarrollo de los personajes Marvel, ese periodo parecía más dilatado. Los Cuatro Fantásticos son un buen ejemplo de ello. Desde aquel tosco primer número en el que habían sido presentados los cuatro protagonistas, Reed y Sue habían pasado
del cortejo (con altibajos causados por Ben y Namor compitiendo por el afecto de ella) al compromiso y el matrimonio, y se acababa de anunciar la inminente llegada de un primogénito. Johnny había evolucionado de adolescente impaciente y cabeza hueca a joven adulto enamorado. El único que no había cambiado demasiado era Ben. Al principio, siempre estaba enfadado y sujeto a estallidos de ira por verse atrapado en un cuerpo monstruoso. Al principio, ocultaba su apariencia con ropa que le permitieran moverse con discreción entre la gente ordinaria. Con el tiempo, estos sentimientos fueron atenuándose conforme fue asumiendo su condición y obteniendo el cariño de la escultora ciega Alicia Masters.

Pero bajo esa superficie aparentemente más serena, la Cosa aún escondía una baja autoestima que de vez en cuando explotaba en forma de violentos arrebatos de celos siempre que creía amenazada su relación con Alicia. Con todo y con eso, en general, los lectores tenían la sensación de que Ben Grimm había aceptado ser la Cosa. Esa ilusión se rompe en las páginas iniciales del nº 66, “¿Qué se Oculta Tras la Colmena?” (con una trama sospechosamente parecida al relato “Crisálida”, de Ray Bradbury), cuando Ben descubre la desaparición de Alicia y demuestra que, después de
todo, no se acepta a sí mismo tan bien como todo el mundo creía. Cuando Reed trata de consolarlo, le golpea enviándolo al otro extremo de la habitación. “¡Ben! ¿Cómo has podido? ¡Reed es tu mejor y más antiguo amigo!” le recrimina una sorprendida Sue. “Claro, Claro. Todo eso ya lo sé. Pero si hay algo que no necesito de él ni de nadie ¡es compasión! Sólo lo he empujado. Se pondrá bien. Ojalá pudiera decir lo mismo de mí…sin Alicia”. Fue un brutal recordatorio de que para algunos de los personajes Marvel, como sucede en la vida real, hay heridas que jamás cicatrizan.

Deprimido y desesperado por no perder aquello que quizá sea lo único que le permite conservar su cordura, la Cosa encuentra en Central Park cierto consuelo en la sencilla y sincera admiración que le demuestran los niños y los adultos corrientes. Mientras tanto, Reed deja de lado el sufrimiento de Ben y trata de averiguar el paradero de Alicia. Resulta que Lee y Kirby habían preparado un ingenioso giro con el que incluir a la escultora en esta trama: un grupo de científicos brillantes, instalados en un centro al que denominan La Colmena, están experimentando en secreto e ilegalmente con el genoma humano y han creado un nuevo tipo de ser superior, pero al que no pueden acercarse debido a la luz cegadora que emite. Necesitan, por tanto, de alguien ciego que no sólo pueda aproximarse sin recibir daño en sus ojos, sino que pueda luego recrear en arcilla
lo que sus manos toquen. El caso es que los científicos han perdido el control sobre su criatura y “Él” (como se refieren a ella) está evolucionando de una forma y a una rapidez que no habían predicho, envolviéndose mientras tanto en una suerte de aura impenetrable para la vista.

El nº 67 se abría con Reed Richards inmerso en uno de sus inventos, una escena excelentemente resuelta por Kirby al mostrar, ante un boquiabierto Ben Grimm, el enrevesado esquema del microcircuito en el que está trabajando su amigo y que demuestra una vez más su inteligencia. Éste incluye anotaciones manuscritas como “Revisar el minicircuito antes de probarlo” o “calibrar todos los cálculos al máximo decimal”. En un descanso y mientras Alicia se interna por los túneles de la Colmena al encuentro de Él, vemos al grupo tomarse un descanso en la mesa del desayuno. Parece un momento insustancial e innecesario para la trama pero son escenas como estas las que transmitían el espíritu de familia y cohesión que habían hecho de “Los Cuatro Fantásticos” la piedra angular de Marvel. No era coincidencia que se pareciera tanto a incontables momentos televisivos de comedias familiares de los cincuenta y sesenta. “Te sentirás mejor en cuanto te
sirva unas cuantas tortitas, Ben, Querido. Y las he untado con mantequilla, como a ti te gusta”, dice una solícita y hogareña Sue. Ben responde: “¡Leches! Ahora no estoy de humor para pensar en comer. Bueeeno…Comeré un poquito, pero sólo para no perder fuerzas”, y al mismo tiempo se zampa de vez una docena de tortitas.

Poco después, cuando se están preparando para transportarse a las instalaciones de la Colmena, Reed le ordena a Sue que se quede atrás. Podía parecer una salida sorprendente (por no decir condescendiente y machista) habida cuenta de los peligros a los que a esas alturas se había enfrentado la Chica Invisible, pero en realidad era una pista sobre la gran revelación que iba a producirse poco después, en el Anual nº 5: el embarazo de Sue.

Minutos más tarde, Reed, Ben y Johnny se encuentran luchando por sus vidas contra el ejército privado de la Colmena; y Alicia llega a su meta. Como había sido el caso en las primeras apariciones de Silver Surfer en la colección, Alicia se convierte aquí en la encarnación de las mejores virtudes del ser humano: empatía, generosidad, compasión, valentía, honestidad… pero el contexto era completamente diferente.
La extraña presencia de Él había permanecido durante casi toda la aventura anterior fuera de plano, manifestándose sólo como extrañas luminosidades y efectos antes de aparecer, en este número 67, en forma de capullo en cuyo interior ese ser estaba metamorfoseándose.

El científico que acompaña a Alicia, asustado, decide destruir el capullo: “Lo que hemos hecho está mal…ha sido una locura. Abandoné todo por lo que había trabajado. Mi reputación, mi hogar, la práctica de la medicina…Todo por el loco deseo de gobernar el mundo algún día. ¡De convertir al resto de los humanos en mis esclavos (…) Pero ahora, aunque signifique morir, ¡debo destruirlo!”. Pero esa crisis de conciencia llega demasiado tarde y es interrumpida por la explosión del capullo, señalando la salida del ser de su interior. El numero finaliza de una forma un tanto abrupta: Alicia es rescatada por los Cuatro Fantásticos y sólo en las últimas viñetas se revela la auténtica forma de Él: un Adonis dorado que acusa a la Colmena de conspirar contra sus congéneres antes de acabar con ellos y partir hacia el espacio.

Las intenciones de Kirby habían sido bastante diferentes. Intrigado por las tesis objetivistas de
Ayn Rand, había imaginado a Él como la encarnación última de esa filosofía, un ser que veía el universo y la vida en términos lógicos absolutos. No transigiría nunca con sus propios principios y todos sus actos estarían motivados por su propio interés. Ayudar al prójimo era, por tanto, anatema para él y el hecho de que sus creadores lo vieran como un auxilio para nuestra especie acaba revelándose como una aberración.

Al recibir los lápices de Kirby para ese episodio, Stan Lee no se sintió en absoluto satisfecho con la historia que su colega había ido detallando en los márgenes de las páginas. De la misma forma que el Silver Surfer de Lee y John Buscema había cambiado el concepto ideado originalmente por Kirby para el personaje, Lee cambió ahora la intención original de Kirby para el “capullo” que aparecía en el primer número de esa saga. Reinterpretó las imágenes para dejar a los científicos como unos simples villanos que planeaban utilizar su creación para fines egoístas. Kirby se sintió horrorizado cuando le devolvieron las páginas ya con los diálogos insertos en ellas pero se vio obligado a modificar su conclusión y acomodarse a la nueva dirección que había impuesto Lee. Lo que él había imaginado como una historia sobre la creación de un humano superior que nos considera tan inferiores que no tiene
reservas en eliminarnos, se transformó a través de Lee en una sobre villanos que quieren conquistar el mundo y les sale el tiro por la culata.

Lo cierto es que este tipo de cambios, que reflejaban más la propia visión del editor que la del creador, ocurrían continuamente en la industria del comic book. Stan Lee era el editor de Kirby además de su coautor y los fans tienden a olvidarlo cuando afirman que éste fue el artista peor tratado de la historia del comic. ¿Puede alguien defender con argumentos sólidos que Lee efectúo esos cambios sencillamente para molestar a Kirby? ¿O se limitó a ejercer su prerrogativa? De hecho, Lee era el único en la dirección de Marvel que apreciaba a Jack Kirby. Desde luego, Martin Goodman no le tenía en gran estima y los siguientes propietarios de la editorial aún lo valorarían menos. Es posible que Stan pensara que la idea de Kirby para esa historia no distinguía claramente entre el bien y el mal y, con la intención de hacerlo más comercial y accesible al lector medio, decidiera simplificarla.

Por otra parte, también pudo tener algo que ver una directiva de Martin Goodman entonces en
vigor. Éste había empezado a preocuparse porque las historias de Marvel se convirtieran en algo difícil de seguir para quienes él pensaba eran sus lectores: los niños.

Sea como fuere y con su orgullo herido, Kirby llegó a la conclusión de ya que había aportado suficientes personajes, argumentos y situaciones a Marvel. Demasiadas veces había visto sus creaciones modificadas contra su voluntad o arrebatadas para que Lee se las acreditara. Ya no quería permanecer en Marvel pero en ese momento no había otras alternativas disponibles con semejantes condiciones económicas, así que se resignó a seguir trabajando. Aunque su profesionalidad continuaría siendo ejemplar, ya no aportaría nada que a él le pareciera verdaderamente relevante.

“El” y otros personajes notables presentados en 1967 (el troll Ulik en “Thor” 137-139; Blastaar; el Hombre Creciente en “Thor” nº 140; el grotesco Modok en “Tales of Suspense” 93-94; y la novia asgardiana del dios del Trueno, Sif en “Thor” nº 136) no serían los últimos que Kirby crearía para Marvel, pero sí se puede afirmar que lo más importante de su producción para esa editorial ya quedaba atrás. Desde el número 68 y hasta su marcha a DC en 1970, Kirby ya no volvería a contribuir con argumentos complejos relacionados con los temas que le interesaban, como la política, la ciencia, la mitología, la religión o la filosofía; ya no volvería a presentar personajes de fuste que Marvel pudiera capitalizar en solitario o en otras colecciones. En su lugar, recurriría a otros personajes ya veteranos en la serie o múltiples androides y robots, la mayoría mudos y totalmente intercambiables.


(Continúa en la próxima entrada)

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