16 feb 2020

1981-IDEAS NEGRAS – Franquin


André Franquin es, sin duda, uno de los grandes maestros –sino el mayor- de la que se ha venido en llamar “Escuela de Marcinelle”, el grupo de autores de comic que trabajaron para la revista “Spirou” durante su época dorada, entre los años cincuenta y sesenta. Leyenda indiscutida del comic, Franquin se ganó innumerables seguidores en las dos series principales en las que participó, “Spirou y Fantasio” y “Gastón el Gafe”, gracias a su estilo dinámico, pleno de energía y luminoso, una narrativa impecable y una fusión perfecta de aventura, exotismo, fantasía, ternura y humor protagonizada por personajes memorables. Tanto sus héroes como sus villanos resultaban entrañables porque el lector podía identificarse fácilmente con ellos, con sus pequeñas maldades y torpezas.



Pero Franquin era más que el heroísmo arrojado de Spirou o la torpeza bienintencionada de Gastón. Tenía un lado oscuro, muy oscuro, que aflora en su versión más sarcástica en las historias que componen “Ideas Negras”.

Aunque sus tebeos no daban muestras de ello, lo cierto es que Franquin era una persona que desde los años sesenta había manifestado síntomas de problemas depresivos. A ello se unió el estrés derivado de una gran carga de trabajo puesto que la editorial recurría a él no sólo para dibujar las aventuras de Spirou sino también y a partir de 1957, entregar todas las semanas una plancha de “Gastón el Gafe” además de diferentes dibujos e ilustraciones que se publicaban en las secciones o portada de la revista semanal. A partir de 1968, abandona “Spirou y Fantasio” y se dedica solamente a “Gastón”.

Pero he aquí que en 1973, sufre un infarto seguido de una depresión y su producción se reduce considerablemente, dejando de lado incluso a Gastón. Además, tenía ganas de hacer otras cosas. Aunque sigue colaborando con la revista “Spirou” con pequeñas ilustraciones y a nivel de guión en la serie “Isabel”, dibujada por Will, se siente atraído por la expansión del comic adulto en Francia. Publica, de forma casi anónima y en fanzines de corta tirada, pequeños monstruos y dibujos pesadillescos que solía garabatear cuando se aburría durante las reuniones. René Goscinny le propone utilizarlos para una serie que él mismo se encargaría de guionizar y que aparecería en “Pilote”, pero Franquin no se decide. En 1977, durante la celebración del Salón del Comic de Angouleme, se proyecta una película realizada como montaje de esos dibujos “monstruosos” y que se tituló “Pesadilla Negra”.

Este periodo “Negro” se confirma con su creación de “Le Trombone Illustré”, un suplemento de ocho páginas que apareció incluido en la revista “Spirou” a partir de marzo de 1977.
Aburrido tras más de tres décadas de cultivar el mismo estilo para Charles Dupuis pero leal a la revista que tanto le dio, intenta sacar adelante en su seno este proyecto y dar una orientación algo más adulta a la decana cabecera junto a su amigo Yvan Delporte, que había sido redactor-jefe de la revista desde mediados de los cincuenta hasta finales de los sesenta y que por entonces colaboraba en diversas series para la misma. Aunque el editor no está convencido del tono paródico que ambos le quieren imprimir, Franquin es un pilar tan fundamental para la editorial que no puede decirle que no y le brinda libertad creativa e independencia editorial de la revista que lo alberga, dirigida por Thierry Martens.

Es en el seno de “Le Trombone Illustré” donde nacen las “Ideas Negras”, una ruptura radical respecto a su trabajo previo. Cansado de someterse a las convenciones de la escuela gráfica que él mismo había ayudado a crear, Franquin se expresaba aquí de una forma más agresiva: planchas de una página en blanco y negro en las que denunciaba con ferocidad los aspectos más sórdidos de nuestra sociedad y naturaleza humanas.

Tras algunas pequeñas anécdotas caricaturizando nuestros defectos y egoísmos, los gags se zambullen de lleno en un humor negro y atemporal que arroja una visión tremendamente pesimista sobre la sociedad contemporánea. Algunos son de corte fantástico u onírico, con chistes en los que intervienen monstruos o entornos imposibles o que ilustran alegorías recurriendo al absurdo. Otros son mucho más desasosegantes por cuanto se inspiran en miedos, tragedias e injusticias cotidianas: accidentes terroríficos, ejecuciones, suicidios, epidemias, guerras, explosiones atómicas o la propia Humanidad destruyéndose a sí misma de diversas formas. Son especialmente notables aquellos chistes en los que Franquin expresaba su absoluto
rechazo a todo aquello que le repugnaba: los cazadores, el maltrato animal, la contaminación, los fumadores, la pena de muerte, el abuso de poder de la religión, la estulticia del estamento militar, la energía nuclear, los empresarios rapaces, los explotadores, el progreso desmedido, el hombre contra la Naturaleza…

Es este un universo violento, corrosivo, pesimista y desesperanzado que se diría imposible que hubiera salido de la misma mente que tantas aventuras optimistas nos dio de Spirou o el Marsupilami. Franquin se libera así de sus miedos y frustraciones con rebosante sadismo. Los personajes a menudo mueren de formas gráficamente muy grotescas y sólo la maestría de Franquin en el arte de la caricatura y el humor y que el dibujo sea en blanco y negro evitan que ciertas escenas sean verdaderamente desagradables.

Se ha dicho “Ideas Negras” surgió como una escapatoria a las frecuentes depresiones que sufría el autor aunque él mismo declaró al respecto: “No hay relación directa entre mi reciente
depresión y las “Ideas Negras”, más allá de mi tendencia natural a deprimirme. La relación sería directa si hiciera historias tristes y que se tomaran muy en serio. Mis “Ideas Negras” son en broma y no pretenden ser más que una broma”. Por otra parte, aunque la mayoría de los guiones son de Franquin, hay bastantes elaborados a partir de ideas de Yvan Delporte, Luce Degotte, Roba o Marcel Gotlib.

El tono nihilista y violento de esta serie de chistes gráficos sintoniza a la perfección con los dibujos en blanco y negro que delinean siluetas y fondos oscuros. Ciertamente, el dibujo de Franquin sigue siendo reconocible y no difiere demasiado del que ya venía realizando en “Gastón el Gafe”, con esas figuras fluidas y siempre en movimiento y unas onomatopeyas inconfundibles. En esta ocasión, al utilizar sólo siluetas negras (realizadas con un meticuloso trabajo con Rotring) y acentuar el tono caricaturesco, Franquin tiñe sus páginas de un gran pesimismo. Para conseguir ese efecto, claro está, es fundamental el trabajo de sombreado, para el que Franquin se inspira en los grabados de Gustavo Doré, jugando con las masas de blanco y negro para conseguir múltiples efectos: tridimensionalidad, expresionismo,
movimiento, profundidad, opresión… Gráficamente, pocos fallos se le pueden achacar a estos ejemplos de composición, diseño de personajes, narrativa y dinamismo.

“Le Trombone Illustré”, además del trabajo de Franquin, albergó el de otros muchos autores, veteranos o recién llegados, provenientes de Dupuis o de otras editoriales, como Moebius, Tardi, Bilal, Hausman, Will, F´Murr, Comés, Claire Bretecher, Peyo, Gotlib, Rosinski… Todo un éxito de convocatoria para este intento de sumar a Dupuis a la corriente de comic adulto que encabezaban revistas como “Fluide Glacial”, “L´Echo des Savanes”, “Charlie Mensuel” o “Metal Hurlant”. Con un formato tabloide y libre de las convenciones formales y los tabús que lastraban a la historieta francobelga tradicional, fue alabado por la crítica pero acabó resultando un intruso incómodo en el seno de una cabecera tan conservadora y cautelosa como “Spirou”. De algún modo, era una especie de competidor que le echaba en cara a su hermano mayor todo aquello que no era capaz de expresar (ellos mismos se consideraban una publicación “pirata”), ni gráfica ni temáticamente.

Por todo ello y por su tono irreverente (un personaje en concreto, un obispo que Franquin solía dibujar en la ilustración de cabecera, molestaba especialmente a Charles Dupuis), “Le Trombone Illustré tenía desde el principio los días contados. Y, efectivamente, tras treinta entregas, dejó de aparecer. Yvan Delporte, cansado de las continuas censuras sobre el material propuesto, decide cancelar el proyecto (que, por otra parte, no había sido bien acogido por el público de “Spirou”, cuyas ventas descendieron notablemente en el periodo en el cual ofreció el encarte “pirata”).

Pero he aquí que Marcel Gotlib, sobresaliente dibujante de comics de humor y editor por entonces de “Fluide Glacial”, le propone a su admirado amigo Franquin que continúe en su revista la publicación de “Ideas Negras”, donde llegarían a totalizar sesenta páginas, reunidas luego en un álbum en 1981. A pesar de su popularidad (del primer álbum –aparecieron dos- se vendieron 40.000 ejemplares en un mes, lo cual nos da una idea del prestigio de Franquin y la calidad de la obra), el autor acabó por abandonar las “Ideas Negras”. Sobre todo porque ya se hallaba inmerso en un nuevo proceso depresivo que se prolongaría dos años y en el que no parecía lo más aconsejable centrarse en
una obra tan negativa y pesimista; pero también porque entendía que había caído en una fórmula repetitiva y predecible. Él mismo se mostraba muy crítico con muchas de las historias, ya fuera por la premisa, el desarrollo o la ejecución gráfica.

Ciertamente, no todos los gags tienen la misma calidad. Algunos son un poco difíciles de comprender, demasiado absurdos o abstractos para el lector medio; los hay algo repetitivos en cuanto al tema elegido y solventados con rapidez para cumplir con los compromisos de entrega. Y tampoco hay que esperar un humor demasiado sutil. Decapitar al partidario de la pena de muerte es una solución fácil, como también disparar al cazador, hacer que el torero resulte descuartizado por la que iba a ser su víctima o retratar a los políticos como corruptos, los ricos como villanos y la guerra como abominable.

Se puede argüir que no hay reflexión ni fineza en el tratamiento y exposición de estos problemas. Posiblemente así es, aunque habría que tener en cuenta lo limitado del formato y el estado anímico del propio Franquin –que, como he dicho,
a posteriori se mostró descontento con no pocas de esas planchas-. Probablemente nunca hubo intención de trabajar mucho sobre el mensaje más allá de transmitir la idea de que todo es absurdo, de que somos incurablemente estúpidos y de que todo terminara mal algún día. Ante semejante panorama, lo único que queda es reírse; reírse de nosotros mismos y de nuestra insensatez y, con la risa, arrebatarle la victoria absoluta a la inminente oscuridad.

Por otra parte y aunque bastantes de los gags expuestos tienen un carácter universal y atemporal, otros son claramente hijos del periodo histórico en que nacieron, finales de los setenta y principios ochenta, con una Guerra Fría aún “caliente”, el sueño de la utopías izquierdistas en retroceso ante un capitalismo cada vez más vigoroso –proceso que se materializaría en el ascenso al poder de Margaret Thatcher en Inglaterra en 1979; y de Ronald Reagan en Estados Unidos en 1981- o el despertar de la globalización y sus consecuencias en la gente ordinaria. En este sentido, defender el medio ambiente, criticar la pena de muerte, acusar de corrupción a los políticos, de estulticia a los militares y de estafadores a los religiosos podía ser atrevido en 1977, pero hoy son temas sobre los que se ha
escrito y bromeado hasta la saciedad y que ya no impactan de la misma manera a un lector más que bregado con este tipo de humor. Y, de todas formas y aunque quizá no sea tan novedoso, desgraciadamente, sí continúa estando vigente.

Con todos sus defectos, las historias que forman “Ideas Negras” son en su mayoría graciosas –de una forma siniestra y retorcida, claro- y respetuosas con la premisa original además de ejemplares en cuanto a su desarrollo narrativo. Pocas veces la estupidez humana ha tenido consecuencias tan satisfactorias sobre el Noveno Arte. Prueba de su vigencia es que, desde su primera aparición, nunca han dejado de reeditarse (en el mercado francobelga, por supuesto. En España, Franquin sigue siendo un genio por descubrir para demasiados aficionados al comic), lo cual demuestra que el humor desplegado en estas balas venenosas no han perdido actualidad y continúan divirtiendo y haciendo reflexionar a nuevas generaciones de lectores.

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