Con cada uno de sus álbumes, Bruno Duhamel ha ido afianzándose no sólo como autor de comic sólido a todos los niveles sino como heredero de la tradición de los grandes moralistas del pasado, desde Lord Byron a Mark Twain. En cada una de sus historias, cambia de tema y ambientación abordando cuestiones alejadas de lo que podría calificarse como convencional: los viajes improbables de un anciano solitario (“El Viaje de Abel”), la expropiación de una abuela cascarrabias (“Jamás”), la reinvención de un famoso arquitecto (“El Regreso”) o los atropellos que sufre un ermitaño escocés tras su inmersión en la sociedad hija de las nuevas tecnologías (“#NuevoContacto”).
Son historias en las que se denuncian los excesos de nuestra
sociedad, protagonizadas por marginados y en las que Duhamel no sólo consigue
crear atmósferas muy específicas sino que las desarrolla con un ritmo personal
y bien medido en el que se fusionan el humor ligero la fantasía y la sátira.
Esa misma fórmula, con igual satisfactorio resultado, es lo que encontramos en
su siguiente álbum, “Pistas Falsas”, un western moderno en el que el autor denuncia
diversas realidades, comportamientos y actitudes presentes en los actuales
Estados Unidos, desde el culto a las armas y la violencia a la pobreza
intelectual disfrazada de hueca pedantería, pasando por la corrección política
a la hora de interpretar la Historia, los prejuicios raciales y sexuales, el
turismo de masas superficial e irrespetuoso o la hipocresía moral.
Durante quince años, Frank Paterson Junior ha interpretado
el papel del sheriff Jake “Wild Faith” Johnson en un espectáculo del Oeste que
se celebra todos los días en un pueblo turístico patrocinado por la Asociación
Nacional del Rifle. Frank, que posiblemente sufre de un síndrome de Asperger no
diagnosticado, se identifica obsesivamente con su personaje e insiste en que
todo el show y sus participantes sean lo más fieles posible a los registros
históricos. Y es precisamente jugando la baza de la fidelidad histórica que, un
día, su jefe le despide argumentando que ya es demasiado mayor para encarnar a
Johnson, aunque en realidad está más preocupado por su estado mental que por su
edad.
Sin familia, estudios ni trabajo, Frank no tiene nada más por lo que vivir. Sus ya excolegas le compran como regalo de despedida un tour organizado en autobús por los escenarios más icónicos del antiguo Oeste. En un intento desesperado de llenar el vacío que ahora lo consume, Frank acepta. Sus compañeros de viaje son un grupo variopinto cuya armonía, desde la primera parada en Monument Valley, empieza a agriarse a causa tanto de los ácidos comentarios encajados por uno de ellos, antiguo marine, como del conocimiento enciclopédico que Frank tiene de la Historia de esas tierras y que deja evidencia al resto.
Aquella primera noche, Frank se pierde por el desierto de
los alrededores y un indio le facilita involuntariamente un viaje místico que
le abre los ojos a las mentiras que la Historia ha transmitido en relación al
ídolo que con tanto fervor ha estado encarnando durante años. Y es que el auténtico
Jake Johnson no fue más que un matón borracho y egoísta al que las
circunstancias brindaron fortuitamente la posibilidad de pasar a la
inmortalidad como un héroe. A partir de ese momento, en cada parada para
admirar una maravilla natural o disfrutar de los placeres nocturnos de las
ciudades, las discusiones y trifulcas dentro del grupo irán aumentando en
violencia hasta que la situación degenera tanto que Frank, ahora sí, se siente
obligado a ejercer de sheriff, culminando lo que se ha convertido en un viaje
de autodescubrimiento y una epifanía respecto a la auténtica naturaleza de un
pasado que no fue como creemos y deseamos.
En “Pistas Falsas”, Bruno Duhamel cuenta la misma historia,
el duelo en el OK Corral (o, más bien, su sucedáneo) tres veces bajo otros
tantos puntos de vista. Primero, como una escenificación moderna y burda en un
show para turistas tan poco exigentes como entregados. Segundo, la visión que
tiene Frank bajo los efectos de la sustancia alucinógena del indio, de los
hechos reales ocultos por capas de leyenda e intereses creados. Y, por último,
reformulada como un acto de redención cuando Frank se convierte en el mundo
real en el vigilante que durante tantos años pretendió ser. La intención del
autor es la de mostrarnos la diferencia entre lo real y lo ficticio del pasado
de una nación, los Estados Unidos, propenso a convertir en leyendas a las
figuras de su Historia.
Gran amante del western, Duhamel no titubea a la hora de
trazar la línea divisoria entre el mito y la realidad de aquel lugar y tiempo. El
álbum comienza con la escenificación de un episodio ficticio del Oeste basado
en uno real: el duelo en el OK Corral de 1881. Este show en el que participa
Frank no es sino un heredero cutre de los inmensamente populares espectáculos
ambulantes norteamericanos del siglo XIX, de los cuales quizá el más famoso
fuera el de Buffalo Bill. De hecho, la memoria colectiva norteamericana de la
Historia del Oeste fue en buena medida creada y moldeada tanto por estos
espectáculos que escenificaban episodios famosos utilizando actores pero
también personajes reales que vivieron allí y entonces, como Toro Sentado,
Calamity Jane o Annie Oakley. A esto se añadió la labor distorsionadora de las
revistas pulp. El propio Buffalo Bill fue elevado al estatus de leyenda gracias
a las ficciones que escribía y editaba Ned Buntline. Luego vendría el cine, que
desde sus comienzos animaba en celuloide versiones de pistoleros, vaqueros e
indios extraídas de los circos y las revistas. Y así, la leyenda sustituyó, en
el curso de tan sólo una generación, a la realidad.
“Pistas Falsas” es, sobre todo y como indica el propio
título, una reflexión sobre la verdad y la mentira. Y de estas últimas hay
muchas en este comic, mentiras que van de lo irónico a lo trágico. Los sheriffs
heroicos del auténtico Lejano Oeste fueron tan criminales como los bandidos que
perseguían; los indios estaban lejos de ser los “antepasados bonachones del
movimiento hippie”; la alegre luminosidad de Las Vegas oculta crimen y
degradación; el maravilloso paisaje de Monument Valley convive con una reserva
india plagada de homicidios, desnutrición, alcohol y drogas; el chamán indio
Lobo Blanco no es más que un timador que droga y se aprovecha de los turistas
incautos; la icónica águila calva que adorna el emblema nacional no es tal sino
un pigargo…
Esa diferencia entre mito y realidad sirve de pretexto para
trazar un retrato sutil y emotivo del protagonista, un hombre dividido entre la
vida real y la leyenda, entre la mentira y la verdad. Cuando Frank es despedido
del trabajo que se ha convertido en su vida, empieza a perder contacto con la
realidad, una sensación que aumenta tras tomar conciencia de la mentira que ha
estado escenificando, pero también viviendo, durante muchos años encarnando
como un héroe a quien no fue más que un asesino de baja estofa. Su cordura se
agrieta y la difícil convivencia con sus compañeros de tour no le ayuda. La
amargura se transforma en ira y el suspense va en aumento conforme pasan los
días: ¿acabará convirtiéndose Frank en un carnicero que utiliza el revolver
oculto en su maleta para cobrarse su venganza contra un mundo que le rechaza?
Pero cuando la situación en el grupo finalmente estalla, opta por fusionar su
fantasía con la realidad para forjar su propia leyenda en el presente,
demostrando de paso que, aunque su mente no sea la más equilibrada posible y su
vida pueda ser la de un perdedor, su sentido de la moral y la justicia no han
perdido el rumbo.
Pero es que, además de que Frank se haga pasar por quien no
es (dice ser un “Marshall” jubilado, que el resto de sus compañeros de viaje entienden
como un miembro retirado del cuerpo de alguaciles de Estados Unidos, una
agencia federal), algunos de quienes más cerca tiene –incluida la guía, Salina,
de origen mexicano- mienten, esconden algo o no son quienes dicen ser. De
hecho, el variopinto grupo parece la trasposición de un foro de internet: el
moderador, los plañideros del arrepentimiento por los pecados de las
generaciones pasadas, el troll, los adalides de las minorías, el pedante
sabelotodo… todos ellos firmemente convencidos de poseer la verdad y reacios a
escuchar cualquier argumento que ponga en evidencia su ignorancia o su
parcialidad. Y así, cada parada del autobús acaba convertida en un intercambio
de invectivas cargadas de pedantería, arrogancia, condescendencia y desprecio
con los que se ilustran las diferentes actitudes e interpretaciones de diversos
mitos del western: los sheriffs, los forajidos, la brutalidad de los colonos,
los chamanes, los indios, los discursos de comunión con la naturaleza…
Contrariamente a lo que nos podría sugerir el grafismo
semicaricaturesco de Duhamel, en esta historia hay poco humor. Sí, a veces los
personajes resultan risibles por su comportamiento y hay pequeños toques
cómicos aquí y allá; pero, al margen de Cochise, el guía indio que aparece al
final, toda la historia es eminentemente seria, sobre todo en la última parte.
La excursión, a veces disparatada, de Frank y sus irritantes compañeros de
viaje podría haberse abordado con una mayor dosis de humor pero a costa de
escorar la historia hacia la sátira y perder por el camino el proceso de
naufragio y renacimiento vital del protagonista. Por otra parte, Duhamel sabe
crear una excelente atmósfera desde el principio, dosificando los silencios,
insertando diálogos concisos y certeros y aumentando gradualmente el clima de
violencia conforme pasan los días y el ambiente en el grupo de turistas va
degradándose.
Duhamel narra impecablemente esta historia utilizando su ya
muy bien depurado estilo a mitad de camino entre la caricatura y el realismo;
un estilo que se diría pensado para historias más ligeras pero que,
sorprendentemente, funciona a la perfección aquí. Los paisajes del Oeste
americano, con sus espectaculares formaciones geológicas enclavadas en entornos
áridos (el Valle de la Muerte, Monument Valley, el Gran Cañón) están
particularmente bien representados (especialmente si tenemos en cuenta que no
pudo permitirse un viaje a esas localizaciones para documentarse sobre el
terreno). Los personajes están muy bien diferenciados y todos tienen un amplio
rango expresivo. En las alternancias de primeros planos intercalados con
grandiosas panorámicas, quizá pueda detectarse cierta inspiración en los
spaghetti western de Sergio Leone. El color digital, contra lo que pudiera
parecer a primera vista, se ajusta muy bien a una narración que transcurre
sobre todo al aire libre y en entornos naturales, ofreciendo una amplia gama de
colores con los que fijar el momento del día, la temperatura ambiente o la
época en la que transcurre la escena.
“Pistas Falsas” es un álbum de lectura engañosamente ligera
porque sus temas son profundos y la historia más rica y diversa de lo que
podría parecer, abarcando la crónica social, la interpretación del pasado y el viaje
interior. Posicionándose a mitad de camino del western y el drama contemporáneo
y añadiendo unas gotas de humor, sátira y thriller, examina los mitos
fundacionales de unos Estados Unidos criados y alimentados con leyendas y cuyos
habitantes viven atrapados por las contradicciones derivadas de las falsas
interpretaciones de su pasado. El desorden psicológico de Frank, víctima de esa
tensión, no es sino un reflejo de la sociedad en crisis en la que vive.
Este no es sólo un álbum de lectura refrescante sino diría que incluso necesario en esta época de revisionismo histórico con intencionalidad política, un comic descarnado pero emotivo, que combina la crítica a ciertos aspectos de la sociedad moderna con el drama íntimo de un personaje que debe afrontar un viaje de autodescubrimiento tanto físico como espiritual. “Pistas Falsas” es una fábula moderna que pone más énfasis en el significado de las situaciones y diálogos que en su verosimilitud, lo que le permite al autor distanciarse de la realidad para cuestionarla y transformar una historia en el fondo sencilla en algo mucho más rico y emotivo. Si te gustan los westerns, te gustará “Pistas Falsas”; y si los detestas, también te gustará porque su historia es tanto un homenaje como una desmitificación.
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