Yannick Le Pennetier, más conocido como Yann, es una institución dentro del comic europeo, un guionista culto, inteligente, heterogéneo, sofisticado y con un volumen de producción impresionante. Ha colaborado con múltiples dibujantes tanto creando series nuevas de todo tipo de géneros como dando su personal interpretación de personajes clásicos, como “XIII”, “Lucky Luke”, “Thorgal”, el Marsupilami o “Spirou”.
Es para este último que une fuerzas y talento con Olivier Schwartz. Juntos realizaron una de las más alabadas versiones alternativas del veterano botones dentro de la línea “Una Aventura de Spirou” con un par de álbumes, “La Mujer Leopardo” (2014) y “El Botones de Verde Caqui” (2009). En esta serie (además del también muy recomendable álbum “Gringos Locos”, 2012) emergió el potencial que tenía la confluencia de ambos autores, especialmente a la hora de comprender, integrar y reformular los códigos de los comics francobelgas clásicos desde el máximo cariño y respeto. “Atom Agency” es la culminación de esa tendencia, un comic en el que los dos creadores se liberan del universo Spirou pero no de su estilo, atmósfera y tono.
La historia arranca en agosto de 1949, en Le Cannet, una ciudad francesa de la Costa Azul. El Aga Khan, el hombre más rico del mundo en aquel momento, y su esposa, La Begum, salen de su lujosa mansión a bordo de su Cadillac para dirigirse al aeropuerto de Niza. Al girar en una curva, un coche les corta el paso y en pocos segundos se completa el más espectacular robo de la posguerra. Los ladrones se llevan un bolso con joyas valoradas en 220 millones de francos y un diamante de 22 quilates.
En París, el joven Atom Vercorian, hijo de un comisario de la policía, sale del cine con su cita y lee en el periódico la noticia del robo. Esa parece ser su oportunidad para cumplir su sueño: establecerse como detective privado. Deja plantada a la muchacha y sale disparado a la comisaría donde su padre ejerce de policía para tratar de obtener alguna información que le ayude a comenzar sus pesquisas. Éste está sufriendo intensas presiones por parte de su superior –que, además, tiene prejuicios contra los armenios como los Vercorian-. No parece haber demasiada información al respecto pero Atom consigue ponerse al día con la investigación gracias a sus “padrinos”, detectives amigos de su padre, y se pone manos a la obra.
Atom cuenta con la ayuda de su secretaria y ayudante para todo tipo de menesteres, Mimí, una jovencita moderna, valiente y de fuerte carácter; pero a raíz de meterse en una apurada situación que providencialmente acaba resolviéndose bien, se dan cuenta de que necesitan un socio que les proporcione algo de músculo. Mimí, aficionada a la lucha libre, piensa inmediatamente en Jojo el Trompo, una antigua gloria de ese deporte que se retiró a causa de una lesión. Mimí le persigue y trata de convencerlo, pero es sólo tras enterarse del caso en el que andan metidos ella y Atom que no sólo accede a unirse a ellos sino que aporta todos sus ahorros para convertirse en socio de pleno derecho más allá de “matón” a sueldo. Y así, los tres empiezan sus pesquisas encaminados por los antiguos compañeros de su padre en la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial.
Para esta primera entrega de lo que es ya una serie abierta, lo primero que hace Yann, obviamente, es presentar a sus protagonistas, empezando por Atom, un joven avispado, valiente hasta rayar la temeridad, inteligente, ambicioso y entusiasta –aunque, también algo falto de carisma-. A su alrededor, una carismática joven, un luchador melancólico y gruñón y un padre con un pasado misterioso. Es un reparto tradicional para una historia que bebe de los clásicos sin avergonzarse de ello, todo lo contrario. En la cuarta viñeta de la primera página, la Begum exclama: “¡Cielos! ¡Mis Joyas!” al darse cuenta de que sus preciadas gemas, de las que nunca se separa, se han quedado en la mansión. Es uno de los muchos homenajes que Yann tributa en este álbum, concretamente a la aventura de Tintín “Las Joyas de laCastafiore” (1962). Atom viste pantalones de golf, como el famoso aventurero-detective de Hergé; y tanto él como los secundarios debe mucho a la gran obra de Maurice Tilleux, “Gil Pupila” (1956-1979), detective residente de la revista “Spirou” y que formaba equipo con su secretaria Cerecita y su fortachón empleado Libélula. De hecho, el esquema de la historia recuerda mucho al que seguía Tilleux en esa serie: un enigma, un detective que llega donde la policía no es capaz y villanos más ridículos que perversos.
Yann hace una labor interesante y meritoria engarzando todos estos homenajes y guiños en un argumento que, a su vez, está fina e indivisiblemente hilado con hechos y personajes históricos, una fórmula en la que ya había brillado en series como “Pin-Up” (1994-2011) o “Los Innombrables” (1980-2004). El robo de las joyas de la Begum se produjo cuando y como se nos narra en las primeras páginas (de hecho, la mencionada frase la pronunció en realidad la Begum y quizá Hergé la adoptó para su irritante diva); el golpe fue organizado por Paul Lecca, un famoso personaje del submundo marsellés de la época; la personalidad de la tercera y última esposa del Aga Khan, antigua reina de la belleza, está retratada con fidelidad; aunque pueda parecer chocante, el wrestling fue tremendamente popular en la Francia de los años 50; Charles Aznavour, el artista cuyos pasos desearía el padre de Atom que siguiera su hijo, era armenio como ellos y su auténtico apellido era Aznavourian; Georges Valentin, el irascible Director de Seguridad Nacional en el comic, existió en realidad aunque su cargo era el de Director de la Policía Judicial; es incluso posible que el referente para el padre del protagonista, el comisario Tigran Vercorian, sea la némesis del mencionado Valentin, Pierre Bertaux, antiguo miembro de la Resistencia y Director de la Seguridad Nacional de 1949 a 1951 –cargo que, por cierto, abandonó tras haber creído en la palabra de honor del culpable del robo de las joyas de la Bégum-.
Siendo un álbum de presentación para la serie, el guionista se toma su tiempo para situar a los personajes. La acción es algo lenta en arrancar y el desenlace un poco apresurado. Aunque se pierde en la traducción, los diálogos incluyen abundante jerga parisiense y marsellesa pero en cualquier caso son ágiles y permiten una lectura fluida.
El dibujo de Olivier Schwartz es, sin duda, una de las grandes bazas de este álbum. Narra la historia con una elegancia y dinamismo insuperables. Si el guion de Yann es un homenaje a sus geniales e influyentes predecesores belgas, el dibujo de Schwartz lo es a la de la escuela clásica de dibujantes de ese mismo país, representada por gigantes como Jijé, Peyo, Tilleux o Franquin y actualizada en los 80 del pasado siglo por Yves Chaland.
Su línea clara y los brillantes colores describen perfectamente el ambiente mediterráneo en el que transcurre buena parte de la acción. Los fondos están dibujados con un detalle extraordinario –sin por ello resultar recargados-, sobre todo en los planos generales. Schwartz no toma atajos de ningún tipo e incluso las figuras que están más alejadas las podemos ver realizando alguna acción. Los anuncios publicitarios y letreros son reproducciones de los de la época y su excelente tratamiento de los coches recuerda al de Franquin o Tilleux, maestros a la hora no solo de dibujar modelos reales sino de darles auténtico movimiento. Los personajes, diseñados con ese aire caricaturesco propio de la escuela Spirou, están perfectamente caracterizados y resultan fácilmente identificables.
“Atom Agency”, en definitiva, no reinventa el thriller policiaco, pero mezcla de forma muy equilibrada todos sus elementos de tal manera que, apelando a la nostalgia de los lectores más veteranos, no renuncia a la modernidad ni en su guion ni en su ritmo o dibujo. Moviéndose entre la estética retro y la actual, Yann y Schwartz han creado una historia autocontenida que tiene entidad en sí misma más allá de sus referencias y homenajes, que es muy agradable de leer, argumentalmente sólida, rica en atmósfera, ágil y que recupera todas las virtudes de Gil Pupila al tiempo que lima sus debilidades y moderniza el conjunto.
En un mundo del comic ya completamente orientado hacia la publicación de álbumes –o novelas gráficas para los amantes de ese término- y la modernidad, “Atom Agency” ofrece una refrescante mirada al pasado. Se trata de un comic pensado principalmente para los nostálgicos del estilo de las dos grandes revistas franco-belgas de los años 50 y 70, “Spirou” y “Tintín”, pero que merece y puede alcanzar a un más amplio segmento de lectores.
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