Veinte años después de comenzar sus colaboraciones, el dúo compuesto por el guionista Ed Brubaker y el dibujante Sean Phillips seguían estando en la cima en lo que al comic de género negro se refiere. En 2020, cambiaron el formato de miniserie que habían utilizado habitualmente hasta entonces para ofrecer a través de Image una novela gráfica independiente y autocontenida, “Pulp”, que aborda los temas de la mortalidad y la redención bajo un marco que podríamos calificar como neowestern dado que su protagonista es un envejecido cowboy que debe enfrentarse a un nuevo enemigo en la frontera de una nueva era a punto de comenzar con la Segunda Guerra Mundial.
“Pulp” es un trabajo muy en la línea de lo que ya nos tienen acostumbrados estos creadores y aunque no parezca ya tan original como en su momento lo fue, por ejemplo, “Criminal”, sí mantiene las mismas virtudes: una narrativa muy sólida, perfecta comprensión y utilización de los límites del género, personajes bien perfilados e ideas y temas que van más allá de la trama propiamente dicha y que la convierten en atemporal pese a su ambientación de época.
La historia comienza en Nueva York, en el año 1939. Max Winters es un ya anciano escritor de relatos para una revista pulp especializada en westerns. Sus historias del personaje Red River Kid, inspiradas en sus propias vivencias de juventud como cowboy y pistolero, le han permitido ganar suficiente dinero como para sobrevivir durante los duros tiempos de la Gran Depresión. Pero ahora, con la aparición de más publicaciones, la competencia se ha hecho más feroz y vender sus historias más difícil. Sabedor de que está enfermo, la desesperación por asegurar un futuro a su bondadosa, optimista y algo más joven esposa para cuando él ya no esté, le lleva a retomar la peligrosa vida criminal que llevó en el pasado. Pero su intento de asalto es interrumpido por un retirado detective de la agencia Pinkerton, quien en el pasado estuvo encargado de perseguirle. Éste le propone una nueva misión: robar el dinero que los nazis están recaudando en Estados Unidos para financiar su guerra en Europa.
Brubaker tiene un indiscutible talento para, con solo un puñado de escenas, hacer que sus personajes le importen al lector. Gracias a los monólogos en primera persona con los que Brubaker nos introduce en la cabeza del protagonista, es imposible que éste no caiga bien: un hombre de vida ajetreada que, gracias al afecto de una mujer, ha sabido encauzar su vida en la vejez; que lucha por sobrevivir en múltiples frentes y contra diversos enemigos: contra un cuerpo que ya da signos de irrecuperable decadencia; contra editores desconsiderados, codiciosos y desagradecidos; contra el tormento que le produce el recuerdo de aquellos seres queridos que perdió en el pasado; contra una situación económica y una ciudad que no deja espacio a un hombre anciano que vivió sus mejores días en los espacios abiertos del Oeste; contra un movimiento político que encarna todo aquello que odia… Brubaker hace sencillo comprender e identificarse con los motivos que Max aduce para actuar como lo hace.
No es de extrañar que Max Winter sea uno de los antihéroes más personales de Brubaker porque esta historia nació de la toma de conciencia de su propia mortalidad cuando a punto estuvo de ahogarse. Aunque Brubaker se ha labrado fama de no tener remilgos a la hora de bucear en los estratos más oscuros de la sociedad, “Pulp” no es un comic irremisiblemente cínico y desesperanzado. Max toca fondo, sí, pero está decidido a no permanecer allí. Brubaker le da a su cansado protagonista el asidero perfecto para salir de su pozo emocional y económico y, de paso, obtener la redención enfrentándose al enemigo definitivo de cualquier ficción: los nazis.
Hay mucha información relevante para el personaje que transcurre “fuera de plano”. Max nos habla casi despreocupadamente de la muerte de su hermano pero ésta no se nos muestra nítidamente. Sabemos que tuvo una esposa y una hija, pero sólo podemos imaginar qué fue de ellas. Max es reacio a entrar en detalles, incluso a la hora de recordar esas figuras de su pasado. Esa deliberada huida mental de ciertos pasajes de su propia vida nos dice más del personaje de lo que lo haría cualquier explicación en un cuadro de texto. En un momento determinado, él mismo se justifica: “Supongo que cuando has vivido tanto, tus silencios pueden decir tanto como tus palabras”. Brubaker acierta por completo en su negativa a arrastrar a Max de vuelta a su pasado simplemente para facilitar al lector la compresión de éste, prefiriendo en cambio la sutileza y la confianza en la empatía e inteligencia del lector.
Los comics de Brubaker y Phillips no son en absoluto ajenos a la violencia, pero la que aquí vemos, quizá por ser un anciano el que la inflige y la recibe, es más impactante de lo habitual. Y, sin embargo, la violencia y la acción no son lo relevante en este comic aun cuando bien podrían haberlo sido porque hay persecuciones en coche, tiroteos, robos… Pero esos momentos no parecen tanto el clímax de un desarrollo previo como meros interludios. Una simple conversación entre Max y su editor ocupa tres páginas completas mientras que una persecución en automóvil se resuelve en plancha y media. Y es que esos momentos de acción no son los que hacen a Max quien es. Ya no. Puede que una vez fuera un bandido famoso, pero ahora solo quiere vivir tranquilo. De hecho, vuelca ese anhelo en sus personajes literarios, a los que quiere dar un final feliz en forma de cabalgada a México para que tengan un retiro tranquilo. Puede verse en su cara el enfado y la decepción cuando el editor tacha esa parte de su manuscrito por considerarlo anticomercial. Max quiere para sus personajes lo mismo que para sí, pero la sociedad no se lo permite ni a aquéllos ni a éste.
Como suele ser habitual en la gente de edad, Max vive en buena medida en el pasado, rememorando su juventud. Pero los detalles de esos flashbacks son nebulosos. Rara vez se distinguen los rostros de los personajes y tampoco en esos recuerdos vemos de frente a Max o a su compinche Spike: sus caras están sumidas en sombras o mirando en otra dirección. Ese recurso crea distancia entre la escena y el lector y sugiere la pérdida de nitidez y detalle de los recuerdos lejanos. Pero también asistimos a momentos que, para Max, no han perdido viveza, como aquel en el que su hermano muere de un tiro mientras huía a caballo con él; o cuando vio a Spike por última vez, un hombre vacío y muriendo un poco cada día víctima de la vida apacible y sencilla. A través de estos flashbacks comprendemos que lo que le hace sentir viejo a Max es el haber sobrevivido a todos aquellos que significaron algo para él y con los que compartió los mejores momentos de su vida.
Imbricadas en el arco personal del protagonista y el desarrollo de la trama, encontramos otras ideas muy interesantes aunque, dada la extensión de la obra, insuficientemente desarrolladas: la forma en que la auténtica Historia, cruda y raramente poblada de héroes, es higienizada y reformulada para el consumo de masas por la cultura popular; el despiadado y triturador método empresarial de las revistas pulp que luego heredaría la industria del comic; o la a menudo convenientemente ignorada aceptación de los nazis por parte de sectores de la sociedad norteamericana…
Quizá lo único que impida destacar a “Pulp” sobre otras obras firmadas por la pareja es que su protagonista no resulta del todo novedoso. Max es otro antihéroe con el gatillo fácil al que se le ha acabado la suerte y nada tiene que perder. Ciertas escenas recuerdan a otras vistas en, por ejemplo, “Criminal”. Aunque en este sentido “Pulp” carece de auténtica originalidad, no está de más recordar, como ya nos adelanta el título, que esta es una historia de género y que en éste ya no quedan muchos espacios para la novedad. De alguna forma, es también un ejercicio metatextual: una historia de sabor pulp sobre un escritor de pulps que abunda en clichés tan típicos de éstos como los forajidos del Lejano Oeste y los nazis. En este punto de sus carreras, Brubaker y Phillips conocen al dedillo su oficio y el género criminal. Podemos decir que no nos sorprenden pero eso es válido igualmente para la inmensa mayoría de creadores en la cultura popular. La regularidad no equivale a ausencia de talento, sólo a profesionalismo.
Sean Phillips y su hijo, Jacob, que aquí ejerce de colorista, cambian el estilo gráfico y el tono cromático según la escena transcurra en el pasado o en el presente. Para los recuerdos de Max de su vida en el Oeste, los Phillips utilizan líneas más finas y nítidas y una gama reducida de tonos luminosos y terrosos (amarillos, naranjas, marrones) para los fondos, resaltando con un brillante rojo en los planos cercanos la característica camisa camisa que viste el joven Max. Además, esas páginas han sido tratadas con algún tipo de efecto “vintage” que les hace parecer extraídas de una vieja revista o comic amarilleado por el paso del tiempo. Con todo ello, se trata de reproducir la sensación que tiene Max al recordarlo: unos tiempos más sencillos, pero también más intensos.
Por el contrario, la paleta de colores para la Nueva York invernal de finales de los años 30 es más fría, lo que permite definir más a los personajes y los decorados. Los trazos son más gruesos y hay mayor abundancia de sombras. Max está cansado y su mundo lo parece también. Hay, sin embargo, momentos de inesperado colorido. Rosa, su pareja y único apoyo, siempre viste con colores más vivos y, de hecho, las escenas en las que aparece tienen un tono más cálido, dando la sensación de que ella ilumina cualquier habitación en la que esté. Hay también un par de veces que vemos a Max recortado contra un fondo rojo, momentos en los que está cerca de la muerte –no es casualidad que, como he dicho, en sus recuerdos, siempre vista de rojo brillante puesto que fueron días en los que la muerte tampoco andaba lejos.
Hay en las páginas de “Pulp” cierta rigidez intencional. Phillips casi siempre coloca a los personajes en el centro de la viñeta y aunque su trabajo de sombreado aporta mucha atmósfera y carácter, lo que tenemos aquí es básicamente narrativa de la vieja escuela, esto es, mostrar al lector sólo la información necesaria y mantener la trama en marcha. Hay más texto en “Pulp” del que parece a simple vista y, en cierto sentido, hay tanto en él de novela como de comic. Hay muchas conversaciones, monólogos interiores, cuadros de texto informativo… pero Brubaker y Phillips están tan compenetrados que las palabras nunca llegan a ahogar el dibujo. El artista encuentra siempre la imagen, la ambientación, el plano, la expresión corporal y la composición que mejor representan las palabras sin solaparse a éstas y, además, sin dejar que los globos y cartuchos se coman la viñeta.
“Pulp” es, en resumen, otra sólida historia de género negro firmada por ese equipo perfectamente sintonizado que es el que forman Ed Brubaker y Sean Phillips. Además de una exploración de los orígenes y causas de la violencia y las consecuencias que la penuria y la desesperación pueden tener sobre un individuo que se creía reformado de un pasado violento, “Pulp” es también una aguda, dura y ocasionalmente tierna mirada a la vejez y las limitaciones que conlleva.
El dúo de creadores no sólo continúa demostrando que están lejos de haber secado su capacidad para plasmar en viñetas lo peor y lo mejor del ser humano, sino que se reinventan con una historia de venganza, redención, legado y últimas oportunidades más melancólica de lo habitual, centrada más en la angustia, miedo y confusión del protagonista que en la pura acción violenta. Sus 72 páginas se leen sin darse cuenta y en ellas se despliega un drama perfecto en su prosa, ritmo, caracterización, dibujo y color que no busca impactar al lector con trucos fáciles sino animarle a reflexionar sobre la huella que dejamos en el mundo. Imprescindible para los que disfruten de las historias protagonizadas por criminales perdedores y antihéroes.
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