31 mar 2022

1970- NATACHA – Walthéry (2)


(Viene de la entrada anterior)

 

“Un Momento de Pánico” se publicó en “Spirou” entre mayo y julio de 1973 y es un thriller de 18 páginas con abundante comedia escrito por Marc Wasterlain, otro asistente de Peyo (para entonces, Gos ya había comenzado la que sería su gran serie, “Quena y el Sacramús”, y no disponía de demasiado tiempo para colaboraciones). Natacha vuela a bordo del Concorde –que por entonces era sólo un prototipo que hacía sonados vuelos de demostración y no entraría en servicio oficial hasta 1976- cuando en tierra se recibe el aviso de que transporta una bomba que detonará si el avión desciende de cierto nivel de altitud. La tensión aumenta mientras la tripulación registra frenéticamente el aeroplano y la policía trata de averiguar quién es el responsable.

 

Se trata de una historia inspirada tanto en ficciones anteriores como en la realidad de la que derivaban éstas. En un periodo de cinco años, entre 1968 y 1972, el mundo registró 326 intentos de secuestro aéreo, esto es, uno cada poco más de cinco días, la mayoría en Estados Unidos. Incidentes mucho más graves, claro, fueron las bombas a bordo de aviones, de los cuales se registraron nueve desde 1970 hasta el año en que apareció esta aventura de “Natacha”. Por supuesto, estas situaciones dieron lugar a ficciones como “El Vuelo Fatídico” (1966) o “Aeropuerto” (1970).

 

“Un Momento de Pánico” es algo predecible pero de lectura muy amena, con gags bastante locos inspirados en el humor de la revista “Mad” y algunas novedades. Por ejemplo, se presenta al veterano y flemático comandante Turbo, que se convertirá en secundario regular de la serie; y se perfila algo más a Walter más mostrándonos su faceta de coleccionista de discos (pasión que el propio Walthéry cultivaba).

 

La razón de que “Un Momento de Pánico” se quedara en historia corta fue la manifestación de una terrible enfermedad en el padre de Walthéry: el Alzheimer. Fueron meses muy duros hasta su fallecimiento y el humor del autor, comprensiblemente, se oscureció mucho. Fue por eso que aparcó la finalización de “Un Momento de Pánico”, cuyo tono más cómico no se sentía capaz de continuar, y se embarcó en una historia mucho más violenta que supuso un considerable cambio para la línea que hasta entonces había seguido la colección: “La Memoria de Metal” (serializada en “Spirou” de septiembre a diciembre de 1973 y publicada en álbum en 1974 junto a “Un Momento de Pánico”).

 

Una lluviosa noche, Natacha recibe la inesperada visita de Marty, una amiga y compañera azafata en estado de ansiedad, que le confiesa que ha estado involucrada en una red de tráfico de diamantes. Unos siniestros individuos la están persiguiendo reclamándole un objeto inocuo, una jabonera metálica, que aparentemente no tenía que ver con el chanchullo principal. Los dos sicarios aparecen en el apartamento de Natacha y estalla una pelea, quedando ésta inconsciente. Al despertar, su apartamento está revuelto y Marty aparentemente muerta. Pensando que la policía nunca la creerá sin pruebas y con la principal testigo asesinada, se apresura al aeropuerto para encontrar la jabonera, que Marty depositó en la consigna. Los criminales ya están allí esperándola y, tras sobrevivir a una arriesgada persecución en coche sobre carreteras heladas, trata de encontrar al piloto de los vuelos en los que se efectuaba el contrabando.

 

El origen de esta historia se encuentra en una novela escrita por Étienne Borgers, amigo de Walthéry desde el servicio militar y que compaginaba su trabajo de ingeniero industrial con la escritura. Solía pasarle a Walthéry sus novelas mientras esperaba a encontrar editor y esta en concreto, “La Memoria de Metal”, le llamó la atención al dibujante. A pesar de que el protagonista era un hombre y de que Borgers no estaba convencido de que funcionara una adaptación al comic, su amigo le convenció de que sería una aventura ideal para Natacha.

 

Y así fue. Dejando al margen el mundo de la aviación, Borgers y Walthéry resumen en una sola página toda la información relevante que pondrá en marcha la peripecia y luego se abandonan a una acción frenética en el marco temporal de una sola noche. El propio Walthéry reconoció la influencia de películas policiacas como “French Connection” (1971) o “Bullitt” (1968). Como en estos dos films, encontramos aquí emocionantes escenas de persecución automovilística resueltas con un sobresaliente dinamismo gráfico y narrativo. Y, como anécdota, uno de los asesinos tiene los rasgos del amigo y mentor del dibujante, Maurice Tilleux, gran maestro del comic francobelga y creador de uno de los mejores detectives del comic europeo, Gil Pupila. También podemos ver “cameos” de otros actores conocidos de la época como Raymond Souplex (“interpretando” aquí a un inspector de policía no muy diferente de aquel por el que se había hecho famoso en la serie francesa de detectives “Les Cinq Dernières Minutes”) o Klaus Kinski.  

 

“La Memoria de Metal” (cuyo título, por cierto, alude a la resolución del misterio) fue la mejor historia de Natacha hasta entonces. Y eso que se distanciaba mucho de lo que había podido verse en las entregas anteriores y de lo que todo el mundo creía que sería en lo sucesivo: ambiente nocturno y amenazador, sicarios despiadados, tiroteos con escopetas recortadas, asesinatos, peleas a puñetazos en discotecas, persecuciones desesperadas por callejones, carreras mortales en coche, espionaje industrial… en definitiva, acción y violencia a raudales (esta última dentro de un orden, claro; al fin y al cabo estamos hablando de la revista “Spirou”). De hecho y en cierto sentido, “La Memoria de Metal” es un tebeo vanguardista si se tiene en cuenta hacia donde derivaría el cine de acción de los 80.

 

El éxito de Natacha había traído consigo libertad y Walthéry demostró su madurez utilizándola para situar a su atractiva azafata en contextos y géneros muy diferentes.

 

En 1974, año en el que se serializa en “Spirou” la siguiente aventura de la heroína, “Un Trono para Natacha”, la sexy heroína ya se ha convertido en uno de los principales iconos de la revista y símbolo de los nuevos tiempos que corrían para la editorial Dupuis. Tiempos en los que sabía convivir lo “viejo” y lo nuevo, como reconoció el propio Walthéry, que le propuso al veterano Maurice Tillieux escribir el guion de su siguiente entrega de Natacha.

 

No procede aquí glosar la figura de Tillieux pero baste recordar que, como apunté más arriba, fue uno de los maestros del comic de detectives. Sus dos series principales, “Félix” (1949-1965) y “Gil Pupila” (1955-1978) se cuentan entre las mejores y más influyentes dentro de ese género. Eran las suyas aventuras muy atmosféricas y con guiones bien concebidos y estructurados que, comparadas con otros comics publicados en “Spirou” por la misma época, sobresalían por su madurez y sofisticación.

 

Aunque Tillieux consideraba que Walthéry era más que capaz de encargarse él solo del guion, accedió a su petición proporcionándole una interesante historia de espionaje muy de actualidad en el marco del surgimiento de nuevas naciones africanas al término del proceso de descolonización europea del continente a principios de la década de los 70 y el surgimiento de tiranos y arribistas que traficaban con todo tipo de dudosas mercancías.

 

Natacha desempeña su trabajo a bordo de un vuelo en el que viaja con su séquito un rey africano, Hatume Soscuh, gobernante de la nación de Thenia. La atractiva joven llama la atención del dignatario que insiste en regalarle un costoso collar a cambio de que le enseñe la ciudad durante los próximos días. Natacha, siguiendo el consejo del comandante Turbo y no queriendo provocar un incidente diplomático, no tiene más remedio que aceptarlo. Al aterrizar, es abordada por Leplat y Lebas, dos agentes de la Seguridad Nacional –se supone que francesa- y llevada a presencia de su jefe, el Mayor Martin. Éste quiere que la azafata se haga querer por el monarca, acepte su hospitalidad y aproveche para espiar los movimientos de un miembro de su séquito, el coronel von Tripp, siniestro individuo buscado por los servicios secretos pero protegido por el rey. Dado que éste está dispuesto a firmar un importante contrato con el gobierno francés para explotar el uranio de su territorio, Martin y sus hombres tienen vedada una intervención oficial.

 

Natacha acepta el peligroso encargo a regañadientes y se las arregla para obtener el apoyo de Walter, que será contratado como cocinero del rey y servirá tanto de alivio cómico de la historia como de auténtica ayuda cuando la situación se torne peligrosa y violenta.

 

Con este cuarto álbum podemos decir que Natacha ha alcanzado su forma definitiva: una mujer femenina, independiente, con carácter, decidida, inteligente y con un acusado sentido de la justicia. Lo mismo puede decirse de Walter: gruñón, algo torpe, pero de gran corazón y más útil de lo que podría esperarse cuando la ocasión lo requiere. En cuanto a los guiones, seguirá primando la aventura sobre el realismo o la coherencia, lo cual, en sí, no tiene nada de malo.

 

El siguiente álbum, “Doble Vuelo” (1976) es una compilación de historias cortas, formato que, por su propia naturaleza, suele ser algo irregular. La limitada extensión impide desarrollos argumentales sofisticados y a menudo son simples anécdotas más o menos alargadas y resueltas con mejor o peor tino. De todas formas, Walthéry ya tiene en este punto el suficiente oficio como para salir airoso y la lectura de esta entrega es más satisfactoria de lo que podría pensarse.

 

“Doble Vuelo”, de 22 páginas, es sin duda la mejor de las historias del volumen. Escrita por Mittei (otro guionista y dibujante veterano del panorama francobelga), nos presenta a Natacha inmersa en un thriller que explota el cliché del “falso culpable”. Y es que la hasta ese momento irreprochable azafata, ídolo de miles de lectores, pasa a comportarse de manera impropia e inesperada: nada menos que secuestra el avión en el que viaja ante el completo desconcierto de Walter y el comandante Turbo… y, para colmo, luego se convierte en cómplice de un chantaje con las vidas de los pasajeros en la balanza. Como se descubre hacia el final, sus actos obedecen a la amenaza que sobre su vida supone un explosivo que le han implantado unos criminales. Es una historia un tanto inverosímil quizá, pero con un ritmo frenético y acción rebosante que recuerda al de películas posteriores como “Speed” (1994) o “Transporter 3” (2008).

 

Hoy estamos ya muy acostumbrados a este tipo de historia, pero Walthéry la desarrolla con un excelente pulso desde su mismo inicio; el cual, por cierto, es idéntico al del primer álbum de la serie con la única diferencia de que la heroína exhiben un peor humor. Se adivina que Natacha tiene sus razones para actuar como lo hace y la gracia está en acompañarla en su aventura y descubrir sus motivos. Por otra parte, podría haberse tratado de una trama muy siniestra, pero Walthéry sabe aligerarla con cierto humor de fondo no siempre evidente; por ejemplo, convirtiendo en peligrosos delincuentes a colegas suyos como Franquin, Greg o el propio Mittei. Y, por supuesto, no se olvidan los toques recatadamente eróticos, como esa faldita que vuela continuamente sin revelar nunca nada o la fantasía de viejo solterón que supone el cambio de uniforme de azafata al de enfermera, con una falda igualmente escasa. 

 

La segunda historia, “La Estrella del Alba”, guionizada por Gos, es incluso anterior, ya que apareció en el especial de Navidad de “Spirou” de 1970. Gráficamente eso se nota en unos personajes todavía no del todo definidos y una composición de página algo rígida. El guion es una mera excusa para reunir diferentes elementos propios de esas fechas señaladas: una joya que lleva el nombre de la estrella que guió a los Tres Reyes Magos al Portal de Belén; la cena de Navidad organizada por Natacha y presidida por el correspondiente árbol decorado; la nieve… La premisa –unos ladrones que pretenden utilizar una doble de Natacha para reemplazarla en un vuelo y robar la mencionada gema- es interesante y tiene potencial, pero las siete páginas de que disponen los autores no son suficientes para explotarlo y todo ha de resolverse con excesiva rapidez para insertar una última escena de bondad navideña al estilo Frank Capra.  

 

La última historia del álbum es “Juego de Manos, Juego de Villanos” (1975), con guion de Lemasque, una aventura bastante convencional pero entretenida y con toques “tintinescos”. Sirviéndose de la excusa de la magia (en la forma de un vuelo que atienden Natacha y Walter y en el que viajan 45 magos procedentes de un congreso internacional), el argumento, desarrollado en 13 páginas, vuelve a conectar el thriller de espionaje y policiaco con el humor y el tema del “doble”. Como de costumbre, si prestamos atención podemos ver las facciones de alguna conocida personalidad del comic en la forma de ciertos personajes, en este caso el mentor de Walthéry, Peyo, como director de un teatro.

 

En definitiva, un álbum agradable de leer que, sin embargo, deja claro que el personaje funciona mucho mejor en aventuras de cierta extensión.

 

Y ese es el caso de “El Decimotercer Apóstol” (1978), para el que Walthéry vuelve a recurrir a Tillieux como guionista. De hecho, éste no se esfuerza demasiado y refunde dos aventuras de su personaje “Félix”: “Las Tres Cruces” y “La tierra tiembla”, ambas de 1954. Sin embargo, el resultado, lejos de ser un aburrido plagio, es la mejor historia de Natacha hasta ese momento.

 

Cansada tras un turbulento vuelo y una discusión con Walter, Natacha decide visitar a su viejo amigo Justino, que trabaja en un museo como ayudante del profesor Karel, un eminente pero algo excéntrico arqueólogo. Es aquí donde se desvela que la auténtica pasión de Natacha en su juventud había sido la arqueología, campo al que deseaba dedicarse profesionalmente antes de que ciertos “acontecimientos familiares” la llevaran por otro camino. La protagonista quiere pasar sus vacaciones acompañando a la inminente expedición a Turquía que está organizando el profesor para encontrar la tumba del decimotercer apóstol, Matías, escogido por el resto de los discípulos de Jesús tras su muerte para sustituir a Judas.  

 

El profesor se resiste al principio, pero cuando Natacha lo salva de un accidente, accede a que les acompañe. También se unirá Walter y lo que prometía ser una aventura arqueológica que comienza bajo el mar y prosigue por las montañas costeras, acaba tornándose en algo bastante más peligroso no sólo por los frecuentes terremotos que azotan la región sino a causa de unos delincuentes que pretenden apropiarse de los posibles hallazgos.

 

“El Decimotercer Apóstol” supone un nuevo giro para la serie porque en esta ocasión desaparecen por completo los aviones hasta tal punto que que para viajar a Turquía, Natacha y Walter cogen el tren, nada menos que el Orient Express (cuyo último viaje entre París y Estambul tuvo lugar precisamente por entonces, en mayo de 1977). Durante el viaje, Natacha viste un sugerente salto de cama y en las playas mediterráneas luce su bronceado con bikinis y vestidos de flores. El guion de Tillieux y el dibujo de Walthéry crean una fascinante atmósfera de exotismo y misterio oriental que quizá todavía podía encontrarse en la Turquía de los años 70 del pasado siglo: el luminoso azul del cielo Mediterráneo, los pintorescos zocos, los atardeceres sobre el Bósforo con el horizonte recortado por las siluetas de mezquitas y minaretes, los animados puertos pesqueros…

 

Un auténtico libro de viajes en el que guionista y dibujante aprovechan para separarse ocasional y sutilmente de la imagen de postal que, por otra parte, están proponiendo. Por ejemplo, informándonos de que, pese al cliché, el fez normalmente asociado a ese país, está prohibido por ley –al menos para los ciudadanos turcos-; o mostrándonos, de fondo, a una mujer con velo mirando desaprobadoramente a Natacha a causa de su ajustado atuendo, un detalle que es fácil pasar por alto pero que señala la brecha entre ambas culturas.

 

“El Decimotercer Apóstol” es un álbum a la medida perfecta de Natacha.Tiene exotismo y aventura mezclado con misterio y acción; y su guion tanto como su dibujo le permite brillar a la protagonista en todo su esplendor. No solamente es atractiva, sino que es inteligente, honesta, decidida, valiente y segura de su feminidad. ¿Cómo podían resistirse a ella los jóvenes lectores de “Spirou”?

 

(Continúa en la siguiente entrada)

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