(Viene de la entrada anterior)
En junio de 2004 comienza un nuevo y ambicioso ciclo de la serie bajo el título “La Edad Oscura” y cuyo primer volumen consta de 8 episodios reunidos bajo el título “Hermanos y Otros Extraños”. La historia es en realidad una reformulación del proyecto que Busiek presentó a Marvel como continuación de “Marvels” y que se iba a titular “Crimen y Castigo”.
En él, Busiek planteaba un viaje al pasado de Astro City dado que la acción se desarrolla en los años 70 del pasado siglo, aprovechando para desvelar uno de los principales enigmas de la colección, la naturaleza del Agente de Plata. El arco de este personaje sería un trasunto del que había experimentado el Capitán América de Steve Englehart durante la saga del Imperio Secreto en aquella década. Como ya había hecho en sus mejores historias del género (“Marvels” y diferentes episodios de la propia “Astro City”), el punto de vista es el de dos personas ordinarias, sin superpoderes. Y, de nuevo y como venía siendo usual en la serie, se nos presentarán versiones modificadas pero identificables de grandes figuras de los universos superheroicos de DC y Marvel.
Como el título de todo el ciclo indica claramente, los tiempos en los que va a transcurrir este drama son difíciles, empezando por el prólogo, ambientado en 1959, siguiendo en 1972 para el primer volumen y continuando en 1977 para el segundo, años turbulentos en los que los habitantes de Astro City perderán la fe en sus superhéroes mientras la Guerra de Vietnam se enquista y la presidencia de Nixon se ve salpicada por el escándalo de Watergate.
En ese contexto, dos hermanos negros, Charles y Royal Williams, habiendo perdido a sus padres en una pelea entre héroes y supervillanos cuando eran pequeños, han seguido caminos completamente diferentes en sus vidas de acuerdo a la visión del mundo que les imprimió a sangre y fuego aquella tragedia (desilusión para Royal y frustración en el caso de Charles): el segundo se ha hecho policía y el primero es un delincuente de baja estofa. Aunque cada uno se gana la vida en campos opuestos de la ley, siguen manteniendo una relación cercana hasta que la abierta desaprobación de Royal hacia la relación sentimental que su hermano mantiene con Darnice (a la que acertadamente ha calado como alguien solo interesado en el dinero) les separa. Mientras tanto, ambos son testigos de las dificultades que experimenta la ciudad en la que viven.
Los dos clímax de estos años oscuros serán la caída del Agente de Plata y el ascenso del Diácono. El destino del primero había sido un misterio desde el comienzo de la serie diez años atrás y sólo se sabía que otros vigilantes lo consideraban una vergüenza, aunque nunca se explicaban las razones. Ahora nos enteramos de que, convertido en instrumento de fuerzas superiores (y no del todo aclaradas), mató al Maharajá de Maga-Dhor, supervillano pero también jefe de Estado de su propia nación. Ese crimen le vale la condena y la ejecución en la silla eléctrica, aunque posteriores apariciones harán dudar de que esté realmente muerto.
En cuanto al Diácono, había sido el hombre de confianza del grotesco hampón Joey “Platypus” Platapopoulos. A espaldas de su jefe, organizó una sangrienta guerra de bandas por toda la ciudad al término de la cual emergería como único líder criminal. Para conseguirlo, contrata los servicios de Aubrey Jason, responsable de la muerte de los padres de los hermanos Williams.
Una tercera subtrama es la relacionada con la venganza de Terciopelo Negro, a la busca y ejecución de los hombres que la utilizaron para experimentar con drogas a resultas de las cuales obtuvo sus terroríficos poderes. En su letal misión arrastra al Ángel Callejero, auténtico símbolo de los vigilantes de la época y que, bajo la influencia de aquélla y el ambiente que se respira en la ciudad, parece haber sucumbido a sus demonios internos. Las acciones de Terciopelo Negro empeorarán todavía más la situación de caos urbano, lo que llevará a la intervención de Apollo 11 (unos héroes cósmicos), la Primera Familia (mezcla de los Cuatro Fantásticos y los Challengers of the Unknown) y el hechicero Simon Magus (trasunto del Doctor Extraño).
Como ya había hecho en los volúmenes 2 (“Confesión”) y 4 (“El Ángel Caído”), Busiek estructura este ciclo como una extensa narración dividida en varios episodios y cuya acción se desenvuelve a lo largo de una década incorporando a un gran número de personajes, aunque tomando como eje central las vidas de los hermanos Williams.
El primer acierto de esta entrega es que sigue siendo accesible para el neófito aun cuando, obviamente, recompensa en mayor medida al seguidor veterano con las respuestas a algunos de los misterios planteados en la primera parte. Obviamente, la más importante es la relacionada con el destino del Agente de Plata, cuya tragedia le permite a Busiek sintetizar todo lo que va mal en la ciudad (y, por extensión, en los Estados Unidos durante los años 70), presa de la desconfianza, la desilusión, el desprecio, la ira y la incomprensión mutua. De fondo, discreta pero eficazmente, la situación y acontecimientos políticos de aquella época, tanto nacionales como internacionales, insuflan mayor vida a todo el conjunto. Es una historia épica y siempre ambigua: ¿La caída del Agente de Plata, como la del país que representa, fue debida a un acto de locura transitoria o, poniéndose al servicio de una fuerza superior, se trató de un sacrificio deliberado cuyas consecuencias estaba dispuesto a aceptar? Busiek no aclara todavía la cuestión pero sí utiliza la situación para mostrar cómo el gesto de un solo hombre puede desencadenar un caos general y duradero.
Busiek utiliza otros superhéroes, ya sean cósmicos o callejeros, para homenajear a personajes que aparecieron en el género superheroico durante los años 70 así como las aventuras cósmicas de los grandes grupos: Luke Cage (Perro Infernal), Puño de Hierro y Colleen Wing (los Dragones de Jade), Capitán Marvel (Luchador Estelar), Creeper (Jack Caja de Sorpresas), Punisher y Motorista Fantasma (Caballero de Azul), Capa y Puñal (Terciopelo Negro), Doctor Extraño y Clea (Simon Magus y Grimoria), Vengadores y Liga de la Justicia (Guardia de Honor), los Cuatro Fantásticos (Primera Familia), SHIELD (EAGLE)… A pesar de este amplio reparto, Busiek mantiene incólume en este volumen su capacidad de mezclar referencias enciclopédicas que sólo captarán los fans veteranos con facilidades de acceso para el lector ignorante de los recovecos del género.
Y éste puede ser precisamente uno de los puntos débiles de este comic. A estas alturas, los análogos ya estaban más que vistos en el comic norteamericano, versiones apenas disfrazadas de otros personajes más famosos. Ahí están “Planetary” o “Authority” como ejemplos insignes. Ciertamente, en sus inicios “Astro City” fue una de las series pioneras en este mecanismo, pero entrado el siglo XXI, distaba ya de ser original. Diseñar un nuevo traje y darle un nuevo nombre a estos trasuntos de superhéroes DC o Marvel ya no es suficiente si el guiño metalingüístico no viene acompañado de una adecuada caracterización. Busiek se había desenvuelto muy bien en estas lides en casos como el Monaguillo o el Samaritano. Este último es claramente un trasunto de Superman, pero también un personaje en sí mismo.
Pero en La Edad Oscura, hay demasiados personajes como para que el guion pueda dedicarles el tiempo suficiente para ir más allá de la mera pincelada. Por eso es difícil que el destino del Agente de Plata nos importe demasiado. Es un personaje hueco. No sabemos nada de él, no le hemos acompañado en sus aventuras y hemos compartido sus buenos y malos momentos como para que sintamos tristeza ante su muerte o alegría ante su reaparición.
Finalmente y como he mencionado al principio, Busiek recurre a otra de sus herramientas preferidas a la hora de abordar el género de los superhéroes. Toda la épica que se desarrolla de fondo se sustenta sobre un par de personajes ordinarios, sin poderes, con los que resulta más fácil identificarse que con las distantes figuras de los vigilantes. Ciudadanos ordinarios, anónimos, de Astro City, pero no ajenos a la existencia de superhumanos. De hecho, la ironía es que sus vidas dieron un giro dramático por la intrusión de aquellos en su tranquila vida familiar, determinando la actitud y filosofía vitales de sus respectivas trayectorias adultas. Busiek tiene cuidado de no pintar a Charles, el policía, como un modelo de virtud y madurez. Es un hombre ciego a los defectos de su propia esposa, un hermano rencoroso y un cobarde que evita la corrupción pero que tampoco la denuncia.
Igualmente, hubiera sido fácil caer en la caricatura en el caso de Royal. Sí, como criminal de poca monta se acerca al estereotipo que frecuentaba series televisivas de la época como “Las Calles de San Francisco” (1972-77) o “Starsky y Hutch” (1975-79), pero su astucia y pensamientos no son los de una caricatura. Se siente incómodo y descontento con algunas de las decisiones que se ve obligado a tomar. Es mucho más leal a su hermano que a la inversa - de hecho, llegado el momento, no duda en sacrificar su propia libertad para salvarlo- y, como veremos al final de la cuarta parte, es su flexible sentido de la venganza lo que evita que Charles acabe consumido por el odio y deje morir al Agente de Plata, el hombre al que consideran culpable de la muerte de sus padres.
Ambos hermanos, pese a sus diferencias, tienen más en común de lo que están dispuestos a reconocer. Aunque cada cual por sus propios motivos, ambos desconfían de los vigilantes; y los dos están rodeados de corrupción y tratan de mantenerse al margen de problemas mientras puedan. Charles se resiste a aceptar los sobornos de los que viven todos sus compañeros en el departamento de policía, pero tampoco quiere aceptar la oferta del agente de asuntos internos para denunciarlos. Royal culebrea entre los peces gordos del lumpen, pero siempre mantiene un perfil bajo y no desea llamar la atención, quizá porque en el fondo siente que su auténtica madera es distinta de la de los ladrones, estafadores y matones con los que se codea.
Es a través de la trama de los hermanos que Busiek va presentando los cambios que acontecen no solo en la sociedad sino, en un ejercicio de metalenguaje, en la narrativa superheroica. En Marvel, por ejemplo, los años 70 vieron la llegada de los superhéroes callejeros por una parte (Luke Cage y Puño de Hierro, los Hijos del Dragón, el Motorista Fantasma, Shang-Chi) y los cósmicos por otra (Capitán Marvel, Warlock). El Agente de Plata comete un asesinato; la Primera Familia se enfrenta al gobierno y la opinión pública con tal de proteger a uno de los suyos y la Guardia de Honor viola las fronteras de otras naciones buscando evidencias que puedan exonerar al Agente. En la Casa Blanca, Nixon lidia con la Guerra de Vietnam y el escándalo Watergate. Las calles de Astro City, como las de Nueva York en los 70, se han convertido en un polvorín, asfixiadas como están por el crimen, la corrupción y la violencia.
En esta ocasión, el montaje, línea y texturas del dibujo de Brent Anderson tiene una cualidad más cruda, tosca incluso, sin el detalle y la belleza a la que nos había acostumbrado en entregas anteriores. Ignoro si esto es producto de alguna circunstancia personal o si deliberadamente “ensució” su estilo para que reflejara el espíritu de la historia. Sea como fuere, sus páginas capturan perfectamente la confusión, los tumultos, la suciedad y la violencia de ese periodo de la historia de la ciudad. Tampoco ha perdido esa fluidez narrativa que le permite pasar con total naturalidad de una conversación entre hermanos a una superpelea entre héroes y villanos. Nada parece fuera de lugar y todo está en el que le corresponde. Es más, su estilo es el idóneo para reflejar los años 70 dado que bebe no poco de dos de los artistas más importantes que vio esa década en los comics de superhéroes: Neal Adams y Gene Colan. En resumen, Anderson sigue siendo el dibujante perfecto para este proyecto que mezcla universos preexistentes para crear otro totalmente original.
Como siempre, mención especial a las portadas y diseños de personajes de Alex Ross, auténticamente magistrales por su imaginación, elegancia, técnica y composición.
“La Edad Oscura: Hermanos y Otros Extraños” es una especie de versión condensada y teñida de nostalgia de “Civil War” y “Reinado Oscuro” en la forma de recorrido por los años más turbulentos de la historia de Astro City, pero también por la de los comics de superhéroes que surgieron en los años 70 de nuestro propio mundo; un drama que abarca toda una ciudad pero que se focaliza en la relación íntima de dos hermanos en lados opuestos de la ley.
(Continúa en la próxima entrada)
Siendo como soy un fan de Astro City, la saga de La Edad Oscura me pareció algo fallida. Aunque sirve muy bien al propósito de mostrar el ambiente de los 70 tanto en cómics como en la vida real, la encontré demasiado dispersa, demasiado estirada y mi interés por los hermanos Williams fluctua a lo largo tanto de esta como de la segunda parte, cuando debería de ser el ancla. Quizás hay un exceso de personajes e historias, como si Busiek tuviera miedo de no poder presentar todo lo que tenía en mente en los próximos años y quisiera sacarlo todo ya mismo. No sé. Sin duda es disfrutable, y tanto la historia de Terciopelo Negro y sobre todo El Caballero Azul están muy bien, pero es el problema de ser un guionista excelente: el nivel de exigencia de los aficionados sube
ResponderEliminarEstoy bastante de acuerdo contigo. Funciona mejor esta serie cuando se centra en un solo personaje y en recorridos más cortos.
Eliminar