15 abr 2022

1990- BATMAN: PRESA – Doug Moench y Paul Gulacy


Desde finales de los 80 del pasado siglo, aparece en el género de superhéroes una corriente que, en vez de utilizar a los personajes para contar historias sobre otros temas, pretendían analizar lo que significaba la figura del vigilante, tanto para él mismo como para la sociedad en la que se desenvolvía. Por desgracia, la mayoría de estas aproximaciones distaban mucho de ser tan perspicaces, originales o sofisticadas como pretendían sus autores.

 

Batman, por su particular origen y entorno, era un personaje ideal para este tipo de análisis psicológicos tal y como había demostrado, por ejemplo, Frank Miller en “Año Uno” (1987). Pero, a tenor de lo que vino después, su enfoque puede describirse de moderado (un adjetivo que raramente es apropiado para cualquier cosa que haga Miller). Tanto en ese comic como en “El Regreso del Caballero Oscuro” (1986), se atrevió a sugerir algo que solo unos años antes hubiera sido anatema: que un hombre que se viste como un murciélago gigante para combatir el crimen podría no ser el mejor ejemplo de cordura mental. Fue una propuesta inteligente e intrigante, pero en manos de guionistas con menos talento se acabó convirtiendo en un problema. En sus ansias por hacer del personaje algo más oscuro, complejo y adulto, acabaron convirtiéndole en un matón enfurruñado, paranoide y asocial. Como editorial, deberías comprender que tienes un problema de caracterización con Batman cuando dos de tus grandes eventos giran alrededor de su aislamiento y el desprecio que siente por otros héroes (“Crisis de Identidad” y “Crisis Infinita”).

 

Doug Moench, que había ejercido de guionista tanto de “Detective Comics” como de “Batman” en los 80, volvió al personaje con este arco argumental, “Presa”, publicado entre los números 11 y 15 de la colección “Legends of the Dark Knight”, un título que albergaba arcos argumentales independientes entre sí y del resto de títulos DC, firmados por diferentes autores y ambientados en la primera época de Batman como vigilante de Gotham. Para entonces el Batman oscuro y atormentado estaba convirtiéndose en la versión más popular y así, el guion, que mezcla el thriller psicológico y policiaco, nos muestra un Batman que debe librar batallas a varios niveles, siendo uno de los más importantes el psicológico.

 

Durante los primeros tiempos de la carrera de Batman como vigilante, las autoridades aún le consideran un fuera de la ley. El ayuntamiento de Gotham obliga al capitán James Gordon a organizar una fuerza especial con la misión de capturar a Batman y elige como su oficial al frente a Max Cort, un individuo cuyo odio por el héroe bordea la psicopatía pero que Gordon cree no será capaz de llevar a cabo la tarea encomendada. El alcalde, a su vez, contrata como asesor a un psiquiatra cuyo carisma cautiva a todo el mundo, Hugo Strange, que en realidad sufre un peligroso desequilibrio mental en la forma de obsesión malsana por Batman. Strange trabaja duro para desvelar la identidad secreta de éste al tiempo que convence a Cort para que se convierta él mismo en otro vigilante particularmente violento con el fin de, o bien atraer a Batman al combate y tener la oportunidad de atraparlo, o bien desacreditarlo. Con estos dos peligrosos hombres aliados contra él, Batman debe continuar protegiendo a Gotham al tiempo que trata de establecer un acuerdo de colaboración con un James Gordon en delicada situación profesional.

 

Uno de los puntos débiles del Batman de Doug Moench ha sido su tendencia a repetirse en demasía. De acuerdo, cuando un personaje ha protagonizado miles de historias, no es fácil ofrecer un material fresco; pero incluso teniendo eso en cuenta, Moench parecía aún menos original que el resto de sus colegas. Para empezar, bastantes de las ideas que encontramos en “Presa”, (Strange psicoanalizando a Batman; Gordon cuestionándose su relación con el vigilante; la obsesión de Strange con un maniquí femenino –algo que ya había hecho Alan Moore con Clayface III tres años antes-; Batman persiguiendo a un justiciero sádico) ya habían aparecido antes en la trayectoria del personaje.

 

Tampoco es difícil ver la influencia del “Año Uno” de Miller en esta historia. Batman está enfrentado a la policía de Gotham y las críticas que Gordon hace a su subordinado Max Cort bien podrían interpretarse como críticas al Batman del propio Miller: “Se está convirtiendo en una cruzada para él y los fanáticos son peligrosos”. El Batman de Moench –como el de tantos otros de sus colegas guionistas- entra en conflicto con la policía sin entender que, si uno y otros coinciden en el mismo lugar persiguiendo al mismo criminal, quizá sea él quien esté en el lugar equivocado y que su tarea sea redundante. Un vigilante-superhéroe debería intervenir allí donde la policía no puede; de otro modo, no hace más que confundir y estorbar. Si en “Año Uno”, Batman se ganaba la confianza de Gordon rescatando a su hijo, aquí hace lo mismo con el alcalde rescatando a su hija; Catwoman aparece de vez en cuando –aunque con poco sentido narrativo-; la narración la van guiando las voces en off de Batman y Gordon… Podemos encontrar también elementos de “El Regreso del Caballero Oscuro”. Hay una clara línea divisoria entre el plano consciente e inconsciente de Bruce Wayne; los medios de comunicación desempeñan un papel clave, dándole voz a “expertos” que no comprenden en realidad de lo que hablan…

 

Es llamativo que aquello que Moench no explora (como tampoco el resto de los guionistas que trataron el personaje tras la remodelación de DC a mediados de los 80) sea precisamente la trama de corrupción policial que Frank Miller había introducido en “Año Uno”. Y eso aun cuando tal cosa sí habría justificado la existencia de un vigilante como Batman. Pero a pesar de mostrar a policías descontrolados (Max Cort tampoco es el primero en disparar primero y preguntar después), Moench no los critica e incluso en una escena, Gordon y Batman coinciden en que simpatizan con los policías que odian a éste… aunque al mismo tiempo desprecian a los políticos que albergan idéntico sentimiento. ¿Dos grupos con igual opinión pero uno es “bueno” y el otro “malo”? Esta visión simplista es endémica de la ficción no sólo en viñetas sino literaria y cinematográfica: policías y militares son ensalzados como ejemplos de virtud mientras que cualquiera que represente la democracia que supuestamente custodia (políticos, abogados, periodistas e incluso la población civil ordinaria) son contemplados con sospecha cuando no con desprecio. 

 

Como sucedió con muchas de las reinvenciones de personajes de DC para los “sofisticados” años 80 y 90 del pasado siglo, “Presa” no es un comic particularmente impresionante. El Profesor Hugo Strange, uno de los primeros enemigos de Batman, era el arquetípico “científico loco” de los años 40, que obtuvo un remozado a finales de los 70 de la mano de Steve Englehart y Marshall Rogers, comenzando allí su enfermiza obsesión/identificación con Batman. Fue precisamente esa evolución lo que le aportó al personaje un grado extra de interés. En “Presa” –convertido ya en Doctor Hugo Strange, lo que puede dar lugar a confusiones con el hechicero de Marvel- es tan sólo un psiquiatra demente con un problema con las mujeres. Le falta la maldad gótica y extravagancia de sus viejos tiempos, cuando convertía en monstruos a la gente. Puede que este Strange sea algo más grimoso que su antecesor, pero también más patético y menos amenazador.

 

Por otra parte, su obsesión con Batman parece derivar de ninguna parte, lo que es seguramente su principal debilidad como personaje, ya que el lector nunca puede llegar a comprenderle mínimamente. Ni la locura de Strange ni la de Max Cort están explicadas satisfactoriamente y, de hecho, Moench cubre su apuesta haciendo que Cort caiga bajo el influjo hipnótico de Strange, como si él mismo no estuviera convencido de las motivaciones del policía y se dotara de una justificación adicional.

 

La versión que Moench hace de Hugo Strange como psicólogo “pop” que se excita psicoanalizando a Batman es una especie de parodia de los intelectuales de salón que, en el mundo del héroe y en el nuestro, pontifican retratando al famoso vigilante como un psicópata disfrazado que tiene una fijación casi sexual por el objeto de su obsesión. El problema es que Moench va demasiado lejos y acaba construyendo un villano que oscila entre lo patético y lo ridículo, hablándole a un maniquí vestido con lencería y satisfaciendo su fetichismo con una copia cutre del traje de Batman.

 

 

Ninguna de las conclusiones y reflexiones de Strange son particularmente profundas o inteligentes y a menudo es despreciado por otros personajes como “psicocháchara inútil e irrelevante”. Incluso el normalmente sensato y equilibrado Gordon no aguanta los esfuerzos de Strange para parecer más importante de lo que en realidad es utilizando sus “conocimientos” sobre Batman. A pesar de sus diplomas y experiencia, Strange no comprende a Batman tan bien como lo hace el propio Gordon. Deduce que debió ser víctima de un trauma, pero falla en el marco temporal. No cae en la cuenta de que debió ser un niño cuando sufrió tal impacto emocional y que ha dedicado todo el tiempo hasta su madurez a prepararse para ser Batman.

 

Nunca da la sensación de que Strange sea una auténtica amenaza para Batman. Y, por eso, no resulta del todo creíble que, a la hora de la verdad, a éste sí le afecten sus discursos. Uno diría que, además de adiestrar su cuerpo y afinar múltiples habilidades, Bruce Wayne trabajó en su mente, pero, sin embargo, se deja influenciar por las palabras del mediático Strange. “¿Qué clase de hombre busca descanso en un lugar como este?” se pregunta en una escena en la que se encuentra en la Batcueva. “¿Tiene razón Hugo Strange sobre mí?”.

 

Su auténtica victoria, física y sobre las dudas que le acosan, llega cuando se reafirma en su estatus de héroe y rechaza todas las insidiosas afirmaciones que Strange había ido colocando en su mente en relación a sus motivaciones y validez de su misión con objeto de desmontar tanto su psique como su imagen pública. Al final de la aventura, confirma para sí, para el resto de personajes y para el lector, que es un héroe y no un oscuro constructo pseudopsicológico.  

 

Ese empeño en diseccionar a Batman, en explicar sus motivaciones recurriendo a complejos, traumas, obsesiones o incluso psicopatías, no le ha hecho ningún bien al personaje. Moench sugiere en varias ocasiones que Batman necesita de algo de misterio y los reiterados intentos de deconstruirlo pueden acabar por anular el puro disfrute de sus aventuras. Cuando Batman tumba a un gangster desnudo recién salido del jacuzzi, se toma un momento para asomarse por la puerta y decirle a su amante: “Necesita sus pantalones”. ¿Es posible que Batman también necesite estar vestido en lugar de continuamente desnudado y analizado? “No funciona a la luz del día”, musita en otro pasaje, quizá queriendo decir que su impacto, su misterio, podría desaparecer bajo un severo escrutinio.

 

Una aportación esencial a este comic es el dibujo de Paul Gulacy. Ayudado por el entintado de Terry Austin y los colores de Steve Oliff, su estilo realista y muy detallado, combinado con un buen ojo para las secuencias de acción (no en vano dibujó la etapa más recordada de “Shang-Chi, Master of Kung Fu” en los 70), la narrativa y la composición, le da a “Presa” una gran atmósfera. Es cierto, no obstante, que Gulacy, un dibujante de prestigio y con veteranía, tropieza en ciertas viñetas con figuras en escorzos absurdos, extremidades mal proporcionadas y excesiva rigidez. También cae en cierto erotismo facilón al mostrar abundancia de planos con mujeres en poses sugerentes, escasa ropa o desnudez apenas cubierta por el agua de una bañera o una sábana (por no hablar del disfraz de Catwoman, tan ajustado que deja poco a la imaginación). 

 

“Presa” arranca despacio y se resuelve demasiado fácilmente, pero entre inicio y final ofrece una historia razonablemente entretenida. Es cierto que podría haber sido más corta, lo cual es irónico dado que la trama se va resolviendo de forma bastante abrupta: Batman y Gordon deducen la culpabilidad de Strange y Cort a partir de escasas evidencias y el desenlace es anticlimático en su simpleza. Después de cinco números, habría sido de esperar algo más elaborado. Pero su principal problema es que tropieza más que triunfa al tratar de hacernos creer que es una historia inteligente y profunda.

 

“Presa” no es un mal comic pero tampoco la obra emocional e intelectualmente relevante que aspira a ser. Es una lectura entretenida, incluso absorbente a ratos; y, aunque no es imprescindible, sí tiene interés como exploración de la dirección editorial que estaba experimentando el personaje a raíz del éxito de las obras seminales de Frank Miller. Moench quiere expresar en ella su rechazo a la versión más oscura, extrema y “deconstruida” de Batman, reivindicando la validez del personaje idealizado, más misterioso y, consecuentemente, más eficaz tanto en su lucha contra los criminales de Gotham como fuente de entretenimiento para los lectores.

 

Diez años después, Doug Moench y Paul Gulacy regresan a la colección “Legends of the Dark Knight”, concretamente entre sus números 137 y 141 (2000-2001), para ofrecer una cuasi secuela de “Presa” titulada “Terror”. Y utilizo el adverbio “cuasi” para indicar que el lector no necesita conocer la historia original para enterarse perfectamente de lo que aquí se narra.

 

Strange, cuyo cadáver no había sido encontrado en el final de “Presa”, vuelve a la ciudad ansioso de venganza. Pero en esta ocasión, en lugar de utilizar a un policía fanático como peón, se las arregla para infiltrarse en el Asilo de Arkham como psiquiatra y liberar al Espantapájaros. Este villano de estrafalario aspecto utiliza la combinación de armas letales y un gas psicotrópico que induce en la mente de quien lo aspira sus peores miedos para vengarse de aquéllos que en su juventud se burlaron y abusaron de él.

 

Este es el principal elemento diferenciador entre “Presa” y “Terror”. Mientras la primera tenía pretensiones de “realidad”, con un Batman teniendo que lidiar con policías y criminales, la segunda es claramente una historia de superhéroes contra supervillanos. Incluso el estilo de Gulacy, tras una década, ha experimentado una transformación importante, sustituyendo su estilo realista por otro algo más caricaturesco en el que llama especialmente la atención las exageradas expresiones de los personajes.

 

La historia comienza razonablemente bien. Strange comete un asesinato aparentemente aleatorio y luego visita periódicamente al Espantapájaros en su disfraz de honesto psiquiatra. El lector espera que vaya desarrollándose una trama compleja conforme el manipulador villano mueva los hilos desde las sombras para lanzar un ataque psicológico contra Batman. Pero entonces, Moench sorprende con un giro de guion completamente inesperado que deja la aventura en manos del Espantapájaros. A partir de ese momento todo es previsible: una historia sobre el villano capturando o matando a sus antiguos compañeros de instituto y con un clímax en el que Batman debe sobrevivir a las trampas dispuestas por su enemigo en un viejo caserón. Ya había hablado de la tendencia a repetirse de Moench. Pues bien, aquí tenemos otro ejemplo, porque esta premisa del Espantapájaros buscando a sus antiguos acosadores ya la había utilizado en los números 523 y 524 de “Batman” (agosto-sept.1995).

 

Si los guionistas de Batman lo habían ido deslizándolo hacia la neurosis y la obsesión malsana, sus villanos siguieron una evolución semejante. Para hacerlos parecer más “realistas” y “peligrosos”, todos se habían convertido en psicópatas homicidas, dando como resultado una repetición poco estimulante. Todos se comportaban de la misma forma y hablaban con la misma voz. Es lo que ocurre aquí con el Espantapájaros.

 

Cuando Strange y el Espantapájaros están juntos, hay un deliberado tono de comedia en su relación, dado que estos dos lunáticos dialogan de forma un tanto irracional. Lo que nos lleva a otro problema: el énfasis de Moench en los villanos. Mientras que “Presa” era clara e indiscutiblemente una historia de Batman, en “Terror”, el héroe nominal pasa a ser un mero disfraz más que la persona que lo viste. Los villanos ocupan más páginas que él e incluso Catwoman le roba escenas, uniéndose a la batalla al utilizar su atractivo sexual para formar con él una inestable alianza. El caso es que no parece haber suficiente Batman en esta historia de Batman.

 

En cualquier caso, no hay argumento suficiente como para justificar los cinco números de este arco, recordándonos el por qué la editorial había ido recortando la extensión de las historias que se publicaban en “Legends of the Dark Knight”. Tampoco el nuevo estilo de Gulacy es un cambio bienvenido –el entintado de Jimmy Palmiotti no ayuda demasiado a mejorar su involución-. Y si lo que se pretendía era ofrecer el regreso de uno de los grandes villanos de Batman, Hugo Strange, en el seno de una colección que presumía de publicar material más ambicioso, el resultado no podía ser más incoherente: una historia del montón y más larga de lo necesario sobre el Espantapájaros.

 

 

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