La muerte no es lo que solía en los comic books. Hubo un tiempo en el que la muerte de los personajes causaba una enorme conmoción entre los aficionados. Gwen Stacy, Jean Grey, el Capitán Marvel, Elektra… fueron momentos clave en la historia del género superhéroico. Desgraciadamente, editores y autores, por motivos que ahora no vienen al caso, no respetaron el legado de aquellas buenas historias y antes o después acabaron resucitando a casi todos los héroes (y villanos) caídos en acto de servicio. Los lectores aprendieron a no creerse esas muertes y, por tanto, éstas dejaron de tener el dramatismo pretendido. ¿Alguien creyó por un momento que Superman / Clark Kent, por mucho que se difundiera en la prensa de todo el mundo, iba a permanecer muerto definitivamente? ¿O el Capitán América?
Hay una segunda opción, menos espectacular pero con sus propias ventajas: tejer la tragedia alrededor de la muerte de un personaje conocido pero secundario. El impacto será menor, claro, pero de esta forma los autores pueden disfrutar de mayor libertad e incluso ciertas garantías de que esa muerte sea definitiva.
Ese fue el punto de partida que el novelista Brad Metzler eligió para escribir una miniserie de siete números, “Crisis de Identidad”, que se convirtió en el gran acontecimiento DC de 2004 y arranque de uno de esos macroeventos con los que las grandes editoriales afligen regularmente al aficionado.
En el primer episodio, Sue Dibny, la esposa del Hombre Elástico, es brutalmente asesinada


De hecho, lo que ofrece Meltzer es más un thriller policiaco que un relato de acción superheróica al uso, thriller que gira tanto alrededor del misterio planteado por el asesinato como de la interacción de los personajes entre sí y con sus seres queridos. Todos éstos, que forman un elenco de lo más amplio y diverso, aparecen muy bien diferenciados gracias a la experiencia como novelista de Meltzer.

La muerte de personajes veteranos, el engaño de varios miembros del grupo, la horrible traición de uno de ellos… Hay muchos giros argumentales, sorpresas y acontecimientos destinados a cambiar las vidas de los héroes implicados en mucha mayor medida que el evento cósmico de turno. Brad Meltzer teje una historia que impulsa al lector a seguir leyendo hasta el sorprendente e inesperado desenlace. Y lo hace manteniendo a los pesos pesados en un segundo plano. Superman, Batman y Wonder Woman juegan un papel marginal –aunque su influencia es determinante en la historia-, mientras que los “segundones” –perdóneseme la expresión- son los que soportan el peso

Tampoco hay grandes supervillanos implicados en el complot. No veremos aquí a Luthor o al Joker, sino a “malos” de segunda fila, como Merlyn, el Capitán Boomerang, Dr.Luz o Deathstroke. Y, sin embargo, Metzler sabe darles una profundidad y matices como antes no habían tenido. La psicopatía violenta del Dr.Luz; la mezcla de decrepitud, humanidad y desesperación de Boomerang o la fría determinación de Deathstroke son toques geniales, lecciones de cómo deberían ser tratados los supervillanos en los comics de superhéroes en lugar de manejarlos como intercambiables peones megalomaniacos, imposibles de distinguir si se quitan el disfraz y prescinden de sus poderes.
Normalmente, los comic books muestran a los buenos luchando contra los malos. En “Crisis de Identidad” no sólo vemos a los héroes comportándose casi como villanos, sino a éstos ayudándose entre sí y mirando los unos por los otros. Sí, Deathstroke y el Calculador sólo lo hacen por dinero, pero

No obstante, no es una historia perfecta. Quizá su principal fallo sea la identidad del asesino –que no quiero revelar aquí-. La gracia de los relatos de misterio consiste en ir diseminando pistas que el lector avispado pueda detectar y relacionar con el fin de adelantarse a la resolución o, al menos, formular hipótesis sobre la identidad del criminal. Pero en “Crisis de Identidad” no las encontramos. Sólo hay una revelación sorpresa al final, exponiendo una motivación que resulta impredecible para todo aquel que no sea un fan incondicional de los números de la Liga de la Justicia de los años setenta y ochenta.

La miniserie se vendió muy bien. Fue un gran éxito para DC ese año y recibió incluso una temprana edición de lujo en tapa dura. Se hizo merecedora de multitud de premios y mucha atención por parte no sólo de los medios especializados, sino de la prensa generalista, como The New York Times o Entertainment Weekly. En buena medida, ello fue debido a que Meltzer era ya una personalidad conocida fuera del ámbito del comic gracias a sus novelas policíacas de éxito (“The Tenth Justice” y “The First Counsel”). De hecho, era su nombre el que destacaba en las portadas de las recopilaciones de la miniserie

En cambio, la experiencia de Meltzer en el ámbito de las viñetas era mucho más reducida: tan sólo un arco narrativo de seis números en “Green Arrow” tras la etapa de Kevin Smith en esa colección. Atrapado por la marea superheróica levantada por las películas de Marvel, Meltzer decidió aprovecharse de ella.
Afortunadamente, lo hizo escribiendo una historia que podía disfrutarse de forma autónoma, sin depender de la habitual e insufrible lectura de todos y cada uno de los crossovers en las colecciones regulares. De hecho, el propio guionista afirmó que su idea era la de ofrecer una historia pequeña y emotiva. No fue hasta que Meltzer hubo terminado de escribir y presentó el guión al editor Dan Didio y al guionista Geoff Johns, que éstos decidieron insertarlo en una línea narrativa mucho mayor. Didio decidió reutilizar algunas ideas –como el borrado de memoria de Batman o la recuperación de ciertos villanos- en otros títulos y utilizarla como base para el primer macrocrossover que supervisaría como editor en jefe: “Crisis Infinita”.

La inserción retroactiva de la agresión sexual a Sue Dibny y otros elementos igualmente

Pero fue precisamente esa deriva moral desde el blanco y negro al gris lo que fascinó a otros lectores, cansados ya de las versiones tradicionales. Dan Didio profundizará en esa línea en los dos años siguientes, alejando a todos los héroes de la casa de su impecable currículo ético. Hasta Wonder Woman dejó de ser la embajadora de la paz de Isla Paraíso para convertirse en una vigilante callejera.
La conmoción que “Crisis de Identidad” supuso para el Universo DC, en contra de lo que muchos aficionados interpretaron, no fue gratuita ni obedeció a un capricho insustancial del guionista. Meltzer demuestra ser muy consciente de lo que ha hecho- la violación, los borrados de memoria…- en una conversación entre Wally West y Green Arrow, el primero se lamenta: “Pero ¿no lo entiendes? Lo habéis arruinado”. Oliver Queen no responde, pero con anterioridad le había dicho a Wally que “la gente siempre creyó que entonces era más sencillo. Pero no lo era”. Esa es la clave. Wally piensa que las hazañas de la Edad de Plata han quedado empañadas; y Ollie, en

“Crisis de Identidad” es una deconstrucción del género superhéroico que consigue enriquecer a los personajes y hacerlos más humanos, rebajarlos del pedestal de dioses tanto en el plano físico como moral. Es una historia cuyo final, con tristeza y amargura, nos dice que, pese a todo, la vida sigue, y que Supermán seguirá volando sea como sea, incluso con su inocencia ya perdida.
Lo cierto es que, al final, los lectores más conservadores se salieron con la suya. Una vez más, los editores no supieron respetar una buena historia y Sue Dibny volvió de entre los muertos…o algo así. Dos años después de la miniserie, en la macrosaga “52”, el Hombre Elástico moriría para reunirse con su esposa y formar una pareja de “detectives fantasma”, lo cual parece una burla a la intensidad con la que se habían tratado en “Crisis de Identidad” la muerte de Sue y sus efectos emocionales en su marido.
En resumen, esta miniserie es una buena historia de superhéroes. Puede que quienes busquen una aventura al uso no encuentren aquí lo que desean, pero “Crisis de Identidad” mantiene al lector atrapado tanto por el misterio planteado y la investigación que desata como por la atención, cariñosa pero sin renunciar a la dureza, que se les presta a los personajes.
A mi esto no me gustó nada y eso que a mi plin los superhéroes de DC. Pero por muy bien que está escrito no se debe aceptar que sea tramposa y que viole todas las convenciones superheroicas. Para ser adulto y original no hace falta ponerse sórdido y saltarse todas las convenciones. Es absurdo esta tendencia de que lo maduro y gris pasa por la falta de escrúpulos y ser inmoral. Se podía haber hecho y mejor y por eso está bien que esto, igual que Meltzer, haya caído en el olvido.
ResponderEliminarMe parece respetable la opinión, aunque no la comparto. Uno puede saltarse las convenciones siendo sórdido o no. Al fin y al cabo, es lo que hicieron Alan Moore (Miracleman, Watchmen), Howard Chaykin (La Sombra, Blackhawk, American Flagg), Frank Miller (Dark Knight, Born Again) y muchos otros a su sombra. Desde luego, se puede hacer mejor o peor, esta claro, pero es una opción. También es cuestión de gustos, pero a mi me pareció bien esta visión más oscura de los héroes, aunque comprendo que moleste a quienes prefieran las versiones más luminosas. También imagino que es más difícil hacer algo diferente de todo lo ya hecho en casi cien años de historia de superhéroes sin salirse del camino trillado. pero como he dicho e independientemente de los valores estéticos o narrativos, es cuestión de gustos.
ResponderEliminarPor supuesto. Pero es que ni Moore ni Miller se cargaron las convenciones. Sus personajes siguen siendo superhéroes, el género es totalmente reconocible y respetado en sus cómics. Las cosas inventadas por Meltzer son totalmente gratuitas y por ello sin sentido. Seguramente lo que aquí pasa es que Meltzer es un cantamañanas al lado de Moore y Miller (y Chaykin en sus mejores momentos). Al novelista no le salió. No se trata, al menos en mi caso, de luz y oscuridad, es que Meltzer no supo hacer bien lo que pretendía y se quedó fuera de juego.
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