9 ago 2016

1973- CONAN - Roy Thomas y John Buscema (4)




En 1974, Marvel empezó a publicar su línea de comics trimestrales de 48 páginas “Giant Size”. Los primeros fueron “Giant-Size Superstars” (mayo 1974, protagonizado por los Cuatro Fantásticos), “Giant-Size Super-Heroes” (junio, con Spiderman), “Giant-Size Chillers” (junio, Drácula) y “Giant-Size Creatures” (julio, Hombre Lobo). Para el verano, Marvel reemplazó esos títulos genéricos por otros que se derivaban de las colecciones individuales, como “Giant-Size Avengers”, “Giant-Size Defenders”, “Giant-Size Spiderman”… y “Giant Size Conan”. En este último caso, su número uno (septiembre 1974) presentó una adaptación de la novela de Robert E.Howard, “La Hora del Dragón” (la única que escribió sobre el personaje. El resto fueron relatos cortos) por Roy Thomas, Gil Kane y Tom Sutton.



De sus 50 páginas, las primeras veinticinco adaptaban la primera parte del libro de Howard, dedicando el resto a reimprimir un primerizo episodio de “Conan el Bárbaro” dibujado por Barry Smith, un par de artículos y un mapa del mundo hibóreo. En los tres números siguientes (el 5 fue una reedición de los números 14 y 15 de la serie mensual), se continuó la historia para concluir en los números 8 y 10 de “La Espada Salvaje de Conan”. Toda esa saga se conoce como “Conan el Conquistador”, una de las más largas del personaje.

La acción transcurre unos años después de que Conan haya conquistado el trono de Aquilonia. Tres conspiradores del vecino y poderoso reino de Nemedia se conjuran con el brujo Orestes para resucitar, a partir de su momia, a Xaltotun, un hechicero del antiguo y perverso reino de Aquerón. Tras conseguir mediante brujería hacerse con el trono de Nemedia, lanzan un ataque militar contra Aquilonia y, de nuevo mediante la magia negra de Xaltotun, dejan fuera de combate a Conan y aplastan su ejército. Conan emprende entonces un largo peregrinaje que le llevará a enfrentarse a diversas criaturas, hechizos, reencuentros con viejos amigos y enemigos, retomar su papel de
pirata e internarse en los templos de Estigia para hacerse con el objeto mágico que pueda neutralizar la magia de Xaltotun y recuperar así su reino. Es, además, la aventura en la que conoce a Zenobia, que más adelante se convertirá en su esposa y reina de Aquilonia.

“La Hora del Dragón” fue también la obra con la que Gil Kane satisfizo su deseo de dibujar al personaje de Howard. Él mismo era un gran aficionado al género de la espada y brujería desde antes de que Marvel comprara los derechos de Conan, y no sólo apoyó desde el comienzo el proyecto de Thomas de adaptar el personaje al comic sino que en 1974 creó su propia novela gráfica con un héroe similar, “Blackmark” y en 1983 convertiría al superhéroe de la DC Atom en una suerte de cruce entre Conan y John Carter en el entorno de un mundo diminuto en el corazón de Sudamérica. Parecía el reemplazo ideal para Barry Smith cuando éste dejó la colección mensual por primera vez y, así, se hizo cargo de los números 17 y 18 de la misma. Pero su ritmo de trabajo y necesidades económicas impidieron que esa relación tuviera continuidad.

No puede extrañar por tanto que, cuando llegó el momento de lanzar una colección trimestral de
Conan, Thomas pensara en Kane para ocuparse del dibujo. John Buscema ya era muy popular por entonces, pero estaba tremendamente atareado con la serie mensual y la reciente “Espada Salvaje de Conan”. El estilo de Kane era enérgico y teatral, con sus figuras adoptando siempre unas poses forzadas pero efectivas. Tenía facilidad para imaginar viñetas con composiciones interesantes, ofrecía una narrativa muy ágil y no tenía miedo a introducir escorzos arriesgados. Por desgracia y aunque a muchos fans les encanta el Conan de Kane (yo mismo creo que “El Tesoro de Tranicos”, parcialmente dibujado por él para “La Espada Salvaje de Conan” es sobresaliente), creo que este no es uno de sus mejores trabajos. Los fondos están muy descuidados y el mundo hibóreo queda, en consecuencia, desdibujado y empobrecido: Belverus, la capital de Tarantia, parece un castillo de segunda clase, los entornos en los que tienen lugar las batallas o los viajes de los personajes apenas están bosquejados…

Tampoco los entintadores supieron comprender los lápices de Kane y ni Tom Sutton ni Frank Springer hacen un trabajo memorable con ellos. Yong Montano (uno de los entintadores filipinos que tanto abundaron por Marvel en los setenta y al que se pudo ver sobre todo en sus magacines de terror en blanco y negro) le presta algo más de solidez y textura en el último capítulo de la saga que dibujó Kane, “Corsarios contra Estigia” (ya para “La Espada Salvaje de Conan”). Las dos
últimas entregas las dibujaron John Buscema y el equipo de entintadores de La Tribu encabezados por Tony DeZuñiga.

Dos secuelas a esta historia aparecieron años después. En el “King-Size Annual” nº 4 (1978), Conan devolvía a Tarascus a la capital de Nemedia a cambio de que le entregara a Zenobia. Allí, una vez más, era víctima de una traición que le convertía en prisionero y le obligaba a luchar contra una suerte de minotauro en un laberinto. Finalmente, rescata a Zenobia (después de que ésta, a su vez, lo salve de nuevo a él) y le pide matrimonio ante la aclamación general de sus tropas. Un año después, en “La Prometida del Conquistador” (“King-Size Annual” 5, 1979), se celebraría el matrimonio no sin las esperadas conspiraciones, brujerías y peleas contra un monstruo suplantador de Zenobia. Ambas historias fueron competentemente guionizadas por Roy Thomas y dibujadas por Buscema y Chan con su pericia habitual.


“La Espada Salvaje de Conan” fue sin duda una de las mejores revistas de comic que se hayan
publicado sobre Espada y Brujería. Nacida para explotar la nueva fiebre por el género que había desatado la colección mensual a color de “Conan el Bárbaro” a partir de 1970, su primer número apareció en agosto de 1974, recogiendo el testigo de su antecesora, “Relatos Salvajes”, de la que ya hablé en entradas anteriores.

Se trataba de una publicación en blanco y negro de 64 páginas en formato revista –no comic-book- lo que la libraba de las restricciones de la censura del Comics Code Authority que sí recaían sobre su hermana menor, la colección mensual a color, supuestamente destinada a un público de menor edad. La violencia, sangre y carga sexual que sí tenían los relatos originales que sobre Conan escribió Robert E.Howard, podían ser reflejadas sin temor a pisar el territorio de lo moralmente cuestionable. Era la ocasión para los fans del personaje de conocer la auténtica naturaleza de aquellas historias en toda su plenitud.

No sólo se publicaron aquí historias de Conan. Tras las espectaculares portadas pintadas por ilustradores como Boris Vallejo o Earl Norem, sus páginas albergaron aventuras de otros personajes nacidos de la imaginación de Howard (Red Sonja, Solomon Kane, Kull, Bran Mak Morn) además de ilustraciones y artículos sobre el mundo hibóreo o el género de la Espada y Brujería.

Pero este artículo no pretende analizar íntegramente la colección de “La Espada Salvaje de Conan” y todo el material que en ella se publicó, sino sólo las historias firmadas por el dúo Roy Thomas y John Buscema, publicadas al principio de la andadura de la cabecera y que se encuentran entre lo mejor que se puede encontrar en ella. Y es que, habida cuenta de que tuvo una vida muy extensa (235 números hasta 1995), el nivel de calidad de la revista acabó siendo muy irregular. Además, no repasaré todas y cada una de las historias realizadas por ambos autores, sino que sólo destacaré las que a mi personal entender son las más recomendables.

Roy Thomas continuó en “La Espada Salvaje” una línea similar a la que venía siguiendo en la
colección mensual a color, si bien pudo extenderse más en el desarrollo narrativo, incluir más textos y ser más fiel a la carga de violencia que tenía asociada el personaje. Por lo demás, trató de mantener la cronología ya establecida para él, ya fuera adaptando relatos originales de Howard que no hubieran tenido buen acomodo –tanto por extensión como por temática- en la serie a color, como reciclando historias protagonizadas por otros personajes –escritas o no por Howard- e insertándolas en el mundo hibóreo de Conan.

Se le ha criticado bastante a Roy Thomas su tendencia a la verborrea. Efectivamente, abundan en sus historias los cuadros de texto con una prosa recargada y florida que hoy se antojan vetustos e innecesarios habida cuenta de que el comic es un arte eminentemente visual y que el exceso de palabras suele ralentizar el ritmo de lectura. Sin quitarle razón a los críticos, hay que decir en defensa del guionista dos cosas. En primer lugar, que ese estilo de guión era muy habitual en aquellos años, quizá motivado por el deseo no confeso de los guionistas de hacerse valer, de reivindicar su valía o satisfacer sus ocultas fantasías de convertirse en “verdaderos” escritores. Y en segundo lugar, que la prosa que Thomas vertía en sus textos de apoyo remedaba la del propio Howard, recogiendo de esa forma el espíritu “pulp” de sus libros y ajustándose al mismo en fondo y forma.

Los artistas que trabajaron en “La Espada Salvaje” pueden dividirse en dos categorías: los estables y los invitados. En cuanto a estos últimos, en los primeros números de la revista, Thomas intentó dar entrada a nuevos dibujantes, como Alex Niño, Walter Simonson, John Brunner, Tim Conrad o el peruano Pablo Marcos, pero ninguno de esos nuevos estilos cuajó entre los lectores; unos lectores, por cierto, bastante conservadores que se habían enganchado al personaje con John Buscema. En realidad, no es justo comparar ambas categorías de dibujantes en términos de calidad porque aquellos que participaron más en la colección tuvieron la oportunidad de mejorar sus estilos y perfeccionar su versión de Conan y el mundo Hiborio. Esa es, sobre todo, la razón por la que el trabajo de John Buscema fue el que estableció el molde definitivo del personaje.

Ahora bien, a esas alturas Buscema se hallaba tan sobrecargado con las historias de Conan tanto para “La Espada Salvaje” como para “Conan el Bárbaro” que era prácticamente imposible que sacara tiempo para entintar sus propios lápices. Y es aquí donde entran los artistas de origen filipino a los que desde comienzos de los setenta había recurrido Marvel buscando dibujantes y entintadores baratos y rápidos y que en buena medida determinarían el estilo visual de los diferentes magazines en blanco y negro de la casa, ya fueran los de bárbaros, artistas marciales o terror. Así, el estilo de Buscema para Conan fue, digamos, reconvertido en otros tres dependiendo del entintador que terminara sus lápices. De Ernie Chan
(Ernesto Chua) ya hablamos en entradas anteriores y fue el que se ocupó sobre todo de “Conan el Bárbaro”. En la primera etapa de “La Espada Salvaje” destacaron sobre todo Alfredo Alcalá (quien en 1976 consiguió un visado de residencia permanente en Estados Unidos) y Tony De Zuñiga.

Buscema se erige en el pilar de “La Espada Salvaje” desde su primer número, con sus lápices entintados por Pablo Marcos. Pero ya en el número 2 (octubre 1974), en la historia “El Coloso Negro”, une sus fuerzas con el gran Alfredo Alcalá, sembrando la semilla de la grandeza que estaba por venir. Se trata de la adaptación de un cuento de Robert E.Howard en el que Conan defiende un reino del ataque de un poderoso brujo resucitado tres mil años después de su muerte. La historia tuvo tan buen resultado artístico y de crítica que más adelante Marvel la reimprimió a todo color para una Treasury Edition. Un coloreado que resulta, por cierto, totalmente innecesario, ya que son precisamente las tintas de Alcalá, meticulosamente aplicadas en un estilo barroco y reminiscente de los grabados de Gustavo Doré, lo que hace de esta historia algo sobresaliente. Por primera vez, el lector no echaba de menos el color. Se trataba de arte en blanco y negro pensado para disfrutarse en blanco y negro,
de la misma forma que los directores cinematográficos anteriores al Technicolor utilizaban el blanco, el negro y los tonos de gris para fabricar sofisticadas texturas y atmósferas. Durante los dos años siguientes, el trabajo conjunto de Buscema y Alcalá en “La Espada Salvaje” alcanzaría un nivel de excelencia capaz de medirse con cualquier otro comic de calidad. Insuflaron auténtica vida al mundo hiborio y lo hicieron parecer tan real como el nuestro.

En el número 4 (febrero 1975) aparece la historia “Sombras de Hierro a la Luz de la Luna”, una de las mejor dibujadas de toda la serie. Originalmente publicada por R.E.Howard en 1934, Roy Thomas realizó con ella una de las mejores adaptaciones al comic, precisamente porque se resistió a la tentación de efectuar cambio alguno. Su fidelidad tanto al texto como al espíritu del relato de Howard da como resultado una historia que transmite todo su espíritu de misterio y terror, a un nivel rara vez
conseguido cuando se trataba de relatos más modernos.

La trama transcurre en la época en que Conan se había erigido como rey de los kozakos –una suerte de bandidos inspirados en los jinetes ucranianos del (casi) mismo nombre-. Habiendo sido derrotados en batalla y prácticamente masacrados por un ejército turanio (los equivalentes a los turcos otomanos en el mundo hibóreo), Conan ha conseguido sobrevivir ocultándose en los pantanos. Rescata a la esclava Olivia de ser violada por Shah Amurath, el general turanio y ambos huyen adentrándose en las aguas del mar interior de Vilayet tratando de huir del ejército vencedor. Al cabo de unas horas llegan a una isla aparentemente desierta y en cuyo interior se alzan las ruinas de un siniestro templo. No tardan en darse cuenta de que algo los acecha desde la espesura pero cuando tratan de huir, encuentran su barca destrozada y un contingente de peligrosos piratas que desembarcan en la isla.

Se trata de una historia autocontenida que se puede leer independientemente de cualquier otra
pero que, al mismo tiempo, está bien inserta en la continuidad del personaje. Es más, forma una suerte de bisagra entre dos periodos de su vida y en sí misma define la trayectoria global del propio personaje: al comienzo, está tan despojado de todo como imaginarse pueda: derrotado, herido, cubierto de barro y sobreviviendo a base de ratas crudas; pero gracias a su fuerza de voluntad, astucia y vigor físico, terminará la peripecia como capitán de un barco pirata con una bella mujer a su lado.

El dibujo de John Buscema y Alfredo Alcalá es magnífico. Parece ser que al primero no le gustaba en absoluto la técnica de entintado del segundo. A la vista del espectacular resultado, probablemente una de las historias mejor dibujadas del cimmerio, esto parece difícil de entender. Probablemente la razón de su descontento estribaba en que las detalladas e incluso barrocas tintas de Alcalá ocultaban en buena medida la línea de Buscema. Es más que probable, incluso, que en alguna ocasión el filipino ignorara por completo el dibujo de Buscema y diera su propia versión de la escena. No obstante, el don de Buscema para la composición de viñeta y el dinamismo de las figuras está inconfundiblemente presente en momentos como las peleas a espada o la huida de Olivia por la selva.

Afortunadamente, los lectores no tenemos que preocuparnos por estas cosas, sino solo disfrutar con el resultado. Las páginas-viñeta que abren cada capítulo son magníficas, como la escena onírica de Olivia en el interior del templo o la primera aparición de un Conan enfebrecido por la rabia y el agotamiento en la página tres. La combinación del texto de Thomas, la maestría narrativa de Buscema y las evocadoras tintas de Alcalá consiguieron un auténtico clásico en la historia de Conan.



(Continúa en la siguiente entrada)

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