9 nov 2021

1994- PIN-UP – Yann y Berthet (1)


“Pin-Up” es una de las series de comic que mayor éxito ha cosechado en Francia durante las últimas décadas, tal y como demuestran sus continuas reediciones. Es una colección con mucho encanto pero de difícil clasificación puesto que sólo en el primer ciclo, como vamos a ver, pasa del drama bélico al thriller de asesinos en serie, tocando el melodrama romántico y salpicándolo todo con guiños y homenajes a figuras históricas, del arte y del entretenimiento conformando lo que, en el fondo y vista la colección de forma global, es una mezcla de realidad y ficción que podría hasta leerse como una especie de Historia Alternativa

 

A mediados de los noventa del pasado siglo, Yann Le Pennetier era ya un guionista reputado que había demostrado sobradamente una inusual versatilidad en multitud de géneros y registros, desde el drama romántico de trasfondo histórico (“Sambre”, “Tako”) a la aventura (“Los Intocables”, “Freddy Lombard”) pasando por el humor (“Bob Marone”, “Nicotina”). Además de por su cinismo y su extraordinaria cultura, Yann era conocido por ofrecer a los artistas con los que deseaba colaborar proyectos concebidos a medida de sus gustos y estilos gráficos. Yann y el dibujante Philippe Berthet se conocían desde el comienzo de aquélla década y aunque el segundo no era alguien particularmente aficionado a las pin-ups, lo que había llamado la atención del primero era su talento para dibujar mujeres atractivas, concretamente, en un comic del que él fue autor completo: “Halona” (1993).

 

Los dos autores hablaron sobre estas chicas que habían posado para que sus figuras adornaran los fuselajes de los bombarderos norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial y que luego aparecerían en innumerables calendarios e ilustraciones publicitarias, algunas de ellas incluso alcanzando la fama, como Betty Page o Betty Grable. ¿Quiénes fueron realmente? ¿Cómo vivieron su extraña celebridad? Así nació “Pin-Up”, publicada por Dargaud y centrada en el personaje de Dottie, una muchacha enamorada de un soldado que acaba convertida en icono sexual del lujurioso imaginario de miles de hombres lejanos y obsesión fatal de los más cercanos. El primer ciclo de la serie consta de tres álbumes y la acción abarca desde 1943 a 1945.

 

El ataque de la fuerza aérea japonesa a la base americana en Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 provocó la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. En julio de 1942, los marines americanos estaban combatiendo contra los japoneses en las islas del Pacífico. Entre ellos está Joe Willys, cuya novia, la joven y hermosa Dorothy “Dottie” Partington, le espera en casa. Ambos comparten el mismo tatuaje en el hombro derecho: “R.P.H.”: “Remember Pearl Harbor”, que es precisamente el título de la primera entrega (1994) de la serie que ahora nos ocupa.

 

El álbum va narrando paralelamente el devenir de ambos amantes en entornos muy diferentes. Joe termina siendo el único superviviente de su pelotón en una olvidada isla infestada de enemigos y donde su único aliado es un viejo soldado cuya radio utiliza para avisar a sus tropas de los convoyes aéreos japoneses que les sobrevuelan. Conocerá a un joven y también combatiente John Fitzgerald Kennedy y, ya de vuelta en su regimiento, irá olvidando a Dottie para obsesionarse con la mujer que protagoniza las tiras cómicas que publica la revista militar, Poison Ivy, sin saber que quien le sirve de modelo es ni más ni menos que aquélla.

 

Y es que mientras tanto, en Estados Unidos, la vida de la muchacha ha seguido una trayectoria que ella jamás hubiera previsto. Su amiga y luego compañera de piso es una morena seductora de temperamento fiero llamada Tallulah, que le ofrece trabajar con ella de camarera en el Club Yo-Yo después de que pierda su trabajo de acomodadora en un cine. Dottie no tiene muchas opciones y accede. Allí vende cigarrillos mientras se zafa de los sobones. Uno de los militares que la corteja es un aviador, Earl McPherson, pero Dottie lo rechaza puesto que no ha olvidado a Joe y le sigue siendo fiel.

 

Cuando Tallulah le presenta al dibujante de comics para el cual posa habitualmente, el famoso Milton, éste le ofrece ser la modelo para la protagonista de una nueva serie que va a realizar para el ejército con el fin de subir la moral de las tropas: “Poison Ivy”. Cuando Tallulah descubre que la ha sustituido como modelo preferida del célebre artista, rompe su amistad con ella. En el Pacífico, un Joe totalmente obsesionado por la fantasía de esa mujer de papel que considera suya, le manda un inequívoco y cruel mensaje de ruptura. Dottie, abandonada por su amiga y su amante, experimenta un cambio -en cierta medida alimentado también por el personaje que ella encarna- y decide dejar de colaborar con Milton. Éste, sin embargo, está tan ofuscado por ella como Joe y Earl. A su pesar, Dottie se ha convertido, como Poison Ivy, en una mujer fatal, la fantasía que alimenta los sueños de todos ellos.

 

El segundo volumen, titulado “Poison Ivy”, apareció publicado en 1995 y en él nos encontramos a Dottie trabajando como operaria, como tantas mujeres entonces, en una fábrica de bombarderos propiedad de Industrias Mitchell. Por casualidad, se entera de que Tallulah ha dejado el Club Yo-Yo para ser la modelo de la nueva heroína de Milton que sustituye a Poison Ivy: Texas Lady. Pero ese cambio no satisface al ejército y es por ello que el coronel Eigrutel, del Servicio de Propaganda, le propone a Dottie que, en nombre de la patria, vuelva a ser la musa inspiradora tanto de Milton como de los miles de hombres que combaten en el frente. Ella acepta en la esperanza de que, de algún modo, ello le sirva para encontrar a Joe y vengarse de él. Tallulah accede a hacerse a un lado a cambio de casarse con Milton, un enlace al que éste se verá obligado por encontrarse ella embarazada.

 

Mientras tanto y sin saberlo, Dottie, en su identidad de Poison Ivy, no sólo sigue marcando los destinos de Joe y Earl en la guerra, sino que de alguna forma los reúne. Joe ha sido capturado por los japoneses y trasladado a un campo de trabajos forzados en Birmania (donde, por cierto, conoce al dibujante de comics e ilustrador inglés Ronald Searle). Y al divisar la figura de Dottie pintada en el fuselaje del avión de Earl –que está efectuando una misión de bombardeo de un puente que recuerda al infausto del río Kwai-, siente las fuerzas renovadas, huye y, tras muchas fatigas en la selva, es encontrado por los comandos británicos y devuelto al ejército americano. Mientras se recupera, gana un concurso organizado por el ejército cuyo premio es pasar una noche con Poison Ivy en persona.

 

Earl, por su parte, sigue obsesionado por Dottie (de ahí que hiciera pintar su figura en su avión), pero su escuadrilla está siendo diezmada misión tras misión y sus hombres aseguran que las eróticas imágenes de esas mujeres en los bombarderos les han hecho víctimas de una maldición. Y efectivamente, poco después Earl es derribado, envuelto en llamas mientras se abraza al dibujo de “Dottie”.

 

Este primer ciclo termina con “Flying Dottie” (1995), cuya primera página muestra el vuelo del Enola Gay y el lanzamiento de la primera bomba atómica sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Tres días después, una segunda cae sobre Nagasaki y Japón capitula. La Segunda Guerra Mundial llega así a su fin. Poison Ivy pierde su razón de ser y Dottie deja de posar para Milton. Necesitada de ingresos, se rebaja a ejercer de modelo fetichista para el fotógrafo Irving Klaw. Alcoholizada y amargada, acepta participar, por algo más de dinero, en fotos de bondage.

 

Mientras tanto, un misterioso asesino ataca una tras otra a las chicas que durante la guerra trabajaron en el Club Yo-Yo, que ha sido recientemente pasto de las llamas en un incendio provocado. El fotógrafo sensacionalista Wee Gee y el inspector de policía Vargas acceden colaborar en la solución de ese caso. A todo esto, Milton, todavía casado con Tallulah y con una hija pequeña, es incapaz de olvidar a Dottie y contrata a Eigrutel, que ahora es detective privado –y amante de Tallulah- para que la encuentre. Y, por si fuera poco, Paula, hermana y ayudante de Klaw, encuentra a Joe Willys, vagando por las calles ciego e indigente, y trata de convencerle para que vuelva con Dottie.

 

“Pin-Up” narra sobre todo la evolución vital, psicológica y profesional de la protagonista (de acomodadora a vendedora de cigarrillos en un club, luego modelo para un dibujante de comics y, por fin, de fotografías fetichistas) con el gran decorado de fondo de la participación norteamericana en la Segunda Guerra Mundial. El guion tiene un alcance ambicioso que comprende desde los grandes eventos históricos a las vivencias individuales, todo ello aderezado con los punzantes diálogos por los que Yann es bien conocido.

 

El guionista, por otra parte, plantea un delicado equilibrio. El comic introduce obvias modificaciones históricas (sobre todo en la caracterización que hace de Milton Caniff y todo lo que rodea su vida y la creación de la serie Poison Ivy), pero al mismo tiempo establece como marco un periodo y localizaciones muy precisas utilizando, por ejemplo, noticiarios cinematográficos. Asimismo y aunque el retorcido serial que se cuenta es poco verosímil (por ejemplo, ¿cómo es posible que Joe, cara a cara, no reconozca a su antigua novia tras la apariencia de Miss Lace?), se hace un esfuerzo por revestirlo del máximo realismo posible. Las consecuencias del conflicto se muestran crudamente en la forma de soldados muertos, lisiados, heridos o torturados por los japoneses (retratados como unos luchadores temibles y fanatizados). Aunque es obvio que guionista y dibujante se han documentado extensamente sobre el equipo, armamento, jerga y comportamiento de las tropas americanas, Yann adopta conscientemente no el punto de vista de un observador objetivo que contempla y expone los hechos históricos con la perspectiva del tiempo transcurrido, sino el de un guionista cinematográfico estadounidense que hubiera creado una ficción patriótica en aquella misma época, lo que explica el evidente sesgo racista con el que se describe al ejército japonés.

 

Eso sí, fiel a su fama de irreductible polemista, Yann tampoco se muestra complaciente con su retrato de los soldados americanos. Los presenta como arrogantes y obsesionados con el sexo, machos supersticiosos, veniales y vengativos. Lo cierto es que, en general, los hombres no salen bien parados en estos comics y son las mujeres, personajes fuertes aunque en una posición social poco ventajosa, las que dominan el guion con su carisma. En este sentido, podríamos hablar incluso de un comic feminista.

 

Lo cual, por cierto, no ha sido comprendido por muchos lectores, críticos y libreros, que han solido considerar a “Pin-Up” como un tebeo básicamente erótico, incluso vulgar, hasta el punto de habérsele colocado en la sección de comics para adultos. Y ello aun cuando resulta obvio que ni Yann ni Berthet tenían en mente un producto semejante, un comic que se limitara a sacudir las hormonas masculinas aprovechando el innegable erotismo de las pin-ups. De hecho, estos tres primeros álbumes tienen un carácter bastante inofensivo en ese aspecto y abordan el atractivo y seducción femeninos con cierta inocencia y elegancia retro. No hay nada ofensivo en “Pin-Up” –al menos para un lector mínimamente sensato, claro- ni en su planteamiento, ni en su enfoque ni en el resultado final. No es un comic que explote burdamente el sexo femenino sino un tributo a las mujeres, su inteligencia, su belleza y su férrea determinación.

 

De hecho, bajo la pátina de glamour y homenaje al erotismo de otros tiempos, lo que se esconde es una tragedia tremendamente amarga: la de la evolución de Dottie, que, merced a los múltiples golpes que le asesta la vida, pasa de ser una chica modesta, ingenua, sumisa y emocionalmente dependiente a una mujer segura de sí misma, cínica y sin reparos a la hora de utilizar su atractivo sexual para convertirse en un mito erótico. El lector puede entender perfectamente por qué ella vuelve locos a los hombres y, al mismo tiempo, el precio que debe pagar por su independencia: el desdoblamiento de su personalidad y el vacío emocional. Poco a poco, el personaje de Poison Ivy va desplazando e imponiéndose a la “antigua” Dottie, no sólo a nivel físico y psicológico, sino también moral. Igualmente, Milton, Earl o Joe, se dejan llevar por sus fantasías y son incapaces de ver, entender y, por tanto, amar, a la Dottie que se esconde tras el sexy vestido negro.

 

Entrelazados con la historia de Dottie, hay segmentos que funcionan como un ejercicio de metalenguaje. Se trata de las tiras de Poison Ivy que va dibujando Milton. En ellas, Yann satiriza lo absurdo del conflicto, militar pero también sexual, en el que se hallan inmersos los hombres. Pero esos insertos tienen más funciones. Para empezar, Dottie, al interpretar a ese personaje y leer la versión de sí misma que plasma Milton en el papel, va acercándose cada vez más a la vampiresa en su aspecto y comportamiento. El dibujante, como un maestro titiritero, las utiliza no sólo para burlarse de Dottie y Joe, sino para influir en las decisiones que éstos toman tras leerlas.  El maquiavélico autor, por tanto, utiliza su ficción para manipular la realidad a su conveniencia. Estas tiras tuvieron tan buena aceptación entre los lectores que los autores crearon varias nuevas como material complementario de la edición integral.

 

Pero es que esas tiras, además de servir de original e ingenioso recurso narrativo, también cumplen otro papel: evocar y homenajear al famoso autor Milton Caniff, de cuya imaginación salieron tiras de prensa legendarias como “Terry y los Piratas” o “Steve Canyon”. Pues bien, durante la Segunda Guerra Mundial, Caniff, como contribución personal al esfuerzo bélico (fue rechazado para el servicio de armas al sufrir de flebitis y narcolepsia), produjo sin cobrar nada durante cuatro años y para las publicaciones militares, una tira, “Male Cale” (de la que ya hablé en su propia entrada), destinada a mantener alto el nivel de las tropas. Estaba protagonizada por Miss Lace, una vampiresa con escotado vestido largo de noche y guantes negros. Y la modelo de la que se sirvió Caniff se llamaba, sí, Dottie Partington, el mismo nombre que la protagonista de este comic. “Pin-Up”, por tanto, fantasea tanto con Miss Lace como con su contrapartida de la vida real, Dottie. Poison Ivy es una copia exacta de este personaje y las tiras que protagoniza tienen el mismo espíritu que las que dibujó Caniff.

 

Aunque Berthet respeta los rasgos físicos de Caniff, lo que no se corresponde con la realidad es el carácter que Yann le atribuye. El dibujante tenía sus sombras y era un hombre de talante muy conservador, pero aquí aparece retratado como un sátiro de odiosa personalidad, manipulador, obsesivo y atrapado en un matrimonio insatisfactorio, un Pigmalión que desea poseer en cuerpo y alma no sólo a su femenina creación sino a la mujer que la encarna.

 

Y tratándose de un comic escrito por Yann, no podía faltar el simbolismo. En esta ocasión, abundan elementos y situaciones relacionados con el fuego: los personajes fuman continuamente; las cerillas de propaganda del Club Yo-Yo tienen forma de starlettes que, al encenderse, van quemándose desde la cabeza; el propio club es pasto de las llamas; Dottie quema la foto de Joe y, más tarde, su vestuario y recuerdos de Poison Ivy; el avión de Earl cae a tierra envuelto en fuego; y todas las páginas están coloreadas por Topaze con una paleta cálida pero apagada en la que predominan el rojo, el anaranjado, el amarillo y el ocre.

 

En cuanto al dibujo de Berthet, puede que no sea sugerente a primera vista, pero técnicamente es impecable, con una línea clara, elegante y sensual que no le impide retratar también momentos de gran crudeza. El trabajo de documentación para recrear el periodo histórico en el que transcurre la acción es asimismo encomiable, pero sin caer nunca en el abigarramiento de viñetas en el que a veces incurren otros dibujantes ansiosos de demostrar lo mucho que han estudiado la época en cuestión.

 

Para cuando inició esta colección, Berthet ya llevaba en la profesión diez años y unos quince álbumes, habiendo dejado atrás su periodo formativo bajo la tutela de Eddy Paape para adoptar un estilo más realista y seguidor de la línea clara. Sin embargo, a lo largo de estos tres primeros álbumes se aprecia una sutil evolución en su línea y composición, fruto de la forma en que fue abordando los guiones de Yann. Éste, al principio, además del guion escrito, le enviaba un borrador gráfico de cómo debían quedar las páginas y las viñetas. La intención de Yann era la de guiarle y facilitarle la tarea, pero Berthet no tardó en sentirse limitado y le pidió a su colaborador libertad para estructurar el guion en viñetas y páginas.

 

Y así, inicialmente se observa que Berthet realiza planchas con un considerable número de viñetas, hasta doce en algún caso. Pero ya en el tercer álbum, ese número ha descendido a ocho o nueve, dándole la oportunidad de dibujar escenas más despejadas y atmosféricas, especialmente las nocturnas. La variedad de planos y puntos de vista también aumenta y, hacia el final, los decorados se oscurecen coherentemente con el tono de la historia.

 

Berthet destaca asimismo en el diseño de los personajes, todos ellos con un encanto especial. Sus hombres transpiran una clase y virilidad rancias acordes con la época en la que transcurre la acción; pero, naturalmente, son sus mujeres las que se llevan la parte del león. Tallulah es la encarnación de la mujer fascinante y manipuladora, inspirada por Joan Crawford, la arquetípica morena fatal. Y Dottie, la pelirroja mezcla de Rita Hayworth y Maureen O´Hara, de ingenuidad y erotismo, cuya silueta realzada por el vestido de Poison Ivy recuerda inconfundiblemente a Bettie Page. Sin embargo, Berthet consigue no convertirla en un mero objeto sexual, una criatura deseable pero vacía, y en cambio le insufla vida, elegancia y verosimilitud, evitando que sus escenas de desnudo caigan de bruces en el voyeurismo facilón.

 

“Pin-Up”, por tanto, es en su trilogía de apertura una obra muy recomendable como pastiche de géneros y homenajes, pero también como drama psicológico que trata temas como la manipulación, la venganza, la obsesión y, sobre todo, el poder que la ficción ejerce sobre nuestros sueños e incluso nuestra propia realidad.

 

(Continúa en la siguiente entrada)

 

 


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