5 dic 2021

1994- PIN-UP – Yann y Berthet (2)


(Viene de la entrada anterior)

 El segundo ciclo de la serie comprende los álbumes 4 al 6, empezando por “Blackbird” (1998), que se abre en 1960, con el famoso derribo del U2 de Gary Powers mientras sobrevolaba territorio soviético tomando fotografías para la CIA. Powers, en lugar de dejarse morir como exige el reglamento, elige vivir saltando de la carlinga y es inmediatamente capturado. Y a continuación se nos revela que la esposa de Powers es nada menos que Dottie –por quien no parecen haber pasado los años-, que espera en casa el regreso de su marido haciéndose cargo del hijo de éste, Rusty, un niño algo conflictivo con el que no se lleva bien y que huye de casa al recibir la noticia de la desaparición de su padre.

 

Mientras tanto, en los Estados Unidos, el multimillonario Howard Hughes recibe noticia del incidente y encarga a uno de sus hombres, el detective Jeff Chouinard, que averigüe si Powers ha sobrevivido. Éste le informa a su jefe que la mujer del piloto fue la modelo de una de las obsesiones fetichistas de Hughes, la vampiresa del comic “Poison Ivy”. Por su parte, Milton Caniff, creador de aquella serie y ahora dibujante de “Steve Canyon”, también decide sacar partido de la tragedia y tratar de restablecer lazos con Dottie huyendo de la infelicidad que le causan su esposa Tallulah y su pizpireta hija adolescente (a la que bautizaron como Dottie).

 

En Moscú, la KGB tortura a Gary tratando de que revele información confidencial de su aeronave, especialmente su altitud máxima de vuelo, ya que así podrían afinar sus misiles SAM para derribar futuros aparatos. El piloto sortea como puede la situación, pero llega a la conclusión de que todo el incidente ha sido causado por un espía en las filas americanas.

 

Dottie recoge a Rusty en el Área 51, una base aérea en Nevada, donde ha tratado de entrar buscando información de su padre. En el viaje de vuelta, se detienen en el Motel Bates y, por la noche, Dottie es secuestrada por varios hombres que la llevan ante Howard Hughes. El potentado le promete conseguir la liberación de Gary si ella accede a rodar una película para él… y someterse a sus enfermizas fantasías sexuales.

 

En “Coronel Abel” (1999), Dottie ya ha empezado a rodar esa película, una adaptación de las aventuras de Poison Ivy, coprotagonizada por Robert Mitchum. Mientras tanto, el coronel Abel, a cargo de la red de espías soviéticos en suelo americano, le encarga a una mujer de color, Gladys, que asesine a varios de sus miembros, sospechosos de traición a su patria. Uno de ellos, Hayhanen, consigue escapar de la emboscada preparada para él.

 

Pasan los meses y en Rusia, Gary es sentenciado a diez años de condena, librándose de la pena de muerte sólo gracias a la influencia que Howard Hughes tiene sobre el premier soviético, Kruschev. Dottie, que asistió en persona al juicio, regresa a los Estados Unidos presa de la desesperación y en compañía de Chouinard a bordo de un vuelo de la TWA –la línea aérea de Hughes- que acaba estrellándose. Mientras tanto, Milton se inspira en el incidente de Gary Powers para su tira “Steve Canyon”, lo que, por un lado, levanta la ira de las autoridades gubernamentales y la supervisión de su trabajo por parte de éstas; y, por otro, le amerita la vigilancia de Gladys, la agente del KGB.

 

El arco argumental termina con “Gladys” (2000), cuando Hayhanen se entrega a la CIA negociando su inmunidad y entregando al coronel Abel. El arresto de éste obliga a la KGB a enviar a Estados Unidos a la capitana Lioubova -que había sido la interrogadora de Gary en Rusia- y el agente Likhoi para ayudar a Gladys a “congelar” la red de espías.

 

Chouinard, que había sobrevivido al accidente del vuelo de la TWA, encuentra a Dottie siguiendo a Milton Caniff para pedirle dinero. El detective, harto de encajar humillaciones decide dejar de trabajar para Hughes y se ofrece a ayudar a Dottie en recuerdo de los buenos momentos que le proporcionaron las tiras de Poison Ivy mientras combatía en Iwo Jima.

 

La aventura tendrá un agrio final plagado de traiciones, muertes, suicidios y desengaños, lo que no puede sorprender habida cuenta de la catadura moral de los implicados y la turbiedad de las intrigas de todo tipo que aquí se cuecen: militares, de espionaje, sentimentales y sexuales.

 

Este segundo ciclo de “Pin-Up” tuvo una acogida más tibia por parte de crítica y público, registrando ventas menos abultadas que los tres primeros álbumes. Se criticó a los autores por lo exageradamente enrevesado de la trama y cierta complacencia en la explotación erótica de la protagonista, acusación esta última no del todo infundada aunque quizá un poco severa. Puede que esta recepción fuera la causa de que el siguiente ciclo constara de sólo dos álbumes y, además, rompiera con los personajes y elementos ya familiares.

 

Si en el primer arco argumental la acción transcurría durante la Segunda Guerra Mundial y la posguerra, para el segundo Yann elige el comienzo de los años sesenta, el corazón de la Guerra Fría, un momento en el que las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y la Unión Soviética estaban en su peor momento y el peligro de una guerra nuclear era más real que nunca.

 

Eso sí, Yann no se molesta en entrar en detalles sobre política o siquiera sobre el contexto histórico general, contentándose con evocar la época un tanto a brochazos e invitar (u obligar, según el ánimo con el que uno se aproxime a este material) al lector a profundizar más por su cuenta si quiere saber algo sobre los auténticos Gary Powers, Howard Hughes o “Rudolf Abel” (alias de William Fisher). Esto puede suponer un cierto problema a la hora de entender o disfrutar de los abundantes guiños que contiene la historia para quienes no tengan al menos un conocimiento somero de ese periodo del siglo XX.

 

Lo mismo hace Yann a la hora de presentar a sus personajes. Y eso es todavía más frustrante porque nos encontramos a una Dottie viviendo una vida que nada tiene que ver con el momento en el que la abandonamos al final del tercer álbum: casada con un piloto espía de la CIA y con un hijastro que la odia, mientras que al término del primer ciclo se había reconciliado con su antiguo novio, Joe Willys –el cual sólo aparece una vez en esta nueva historia-. En retrospectiva, podemos entender que quienes disfrutaron con la “primera temporada” de la serie se desilusionaran con la presentación y desarrollo de la segunda. El verdadero problema es que a menudo se tiene la sensación de no estar ya leyendo las aventuras de la pin-up del primer arco aun cuando su pasado la acose perversamente, sino una intriga autónoma de espionaje propia de los años 50 y protagonizada por un extenso reparto irregularmente perfilado.

 

Uno de los mejores hallazgos del primer ciclo, el desarrollo, alternancia y engarce de tres niveles narrativos y temáticos (la carrera de Dottie, las aventuras y desventuras de Joe en la guerra y la tira de comic dibujada por Milton Caniff), resulta mucho menos fluido en esta trilogía. Por ejemplo, lo que se refiere al erotismo: mientras que en el primer arco argumental se utilizaba aquél de forma justificada, sugerente y juguetona, aquí se percibe cierta autocomplacencia y reiteración en la forma en que unos personajes sucumben a los encantos de otros. Gary le es infiel a Dottie con Lioubova, Milton sigue obsesionado con Dottie que, a su vez, es objeto de deseo de Howard Hugues y cae seducida por Gladys… Algunas escenas bordean lo ridículo por poco sutil y forzado como el encuentro lésbico entre Dottie y la asesina en la ducha; o el presentar a Gladys, de raza negra y un físico de modelo, como rusa y espía.

 

En cuanto a Howard Hughes, aun cuando el personaje fuera, efectivamente, un neurótico de primera división, su rol en la historia no deja de ser una variación del acosador libidinoso que había encarnado Milton Caniff en el primer ciclo. Aunque sea un individuo más manipulador, poderoso y con inmensos recursos, lo que hace y por qué lo hace no resulta demasiado sorprendente. Sin duda hubiera sido posible y más interesante utilizar la misteriosa figura de Hughes de mejor manera, pero Yann no supo darle otro enfoque –o no quiso hacerlo, que es tanto o más posible-. Además, convertir a Caniff en un patético y eterno pretendiente de Dottie resulta embarazoso e incluso cruel. Yann tiene todo el derecho del mundo a tenerle antipatía a un artista sin importar lo grande que éste haya sido, pero semejante saña ya resulta indigesta en este punto, especialmente porque no se enfoca ya como un homenaje con toques de humor negro.

 

Tres mujeres dominan el reparto: la agente Lioubova, con su cabello rubio y un rostro que apenas esconde el fuego que arde bajo su aparente frialdad; Gladys –con su atípico olor de piel habida cuenta de su origen o, al menos, afiliación política- exuda una sorprende delicadeza para ser una asesina lesbiana; y, por supuesto, Dottie, con un nuevo peinado pero tan atractiva y decidida como siempre. Ese trío femenino eclipsa a los hombres que las rodean, como el soso Gary (por el que Dottie siente una devoción difícilmente comprensible –y que nada tiene que ver con la relación que el auténtico Powers mantenía con su esposa-), Howard Hughues (demasiado tarado y manipulador como para poder sentir la menor simpatía por él) o Robert Mitchum (“estrella invitada” superficial y de nulo recorrido). El único hombre que sobresale algo en todo el reparto es Jeff Chouinard, que sigue una evolución interesante que culmina en redención y sacrificio.

 

Al trabajo de Philippe Berthet se le pueden poner menos pegas que al del guionista. Sus páginas siguen siendo sobresalientes y desde el principio utiliza composiciones de página y transiciones espacio-temporales que no sólo se adecúan perfectamente a lo que se está narrando, sino que añaden un significado metafórico. Por ejemplo, el accidente del U2 con el que se abre la historia se enlaza con el avión de juguete de su hijo Rusty rompiendo el cristal de la ventana de su casa. En otras ocasiones, esas transiciones alternan la noche y el día; o la ciudad y el desierto. Todo gira alrededor de los contrastes: la piel blanca de Dottie y la oscura de Gladys; el color de las escenas en el mundo real y el blanco y negro de la película rodada por Hughes; el brillo de la luz del día y la penumbra de la habitación del millonario…

 

Aunque Berthet suele organizar sus páginas en tres filas de viñetas, no tiene problemas en, si lo estima necesario, romper esta estructura añadiendo una cuarta o incluso una quinta, pero siempre sin dar la sensación de amontonamiento. También hay planchas con composiciones atrevidas que contrastan con el montaje más clásico del primer ciclo. Por ejemplo, aquella en la que Gary está en la prisión rusa, mostrándolo en un catre con un plano picado central, situando a cada lado dos columnas de tres viñetas en las que, a través de una mosca que vuela y queda atrapada en una telaraña, se simboliza sus reflexiones y la conclusión a la que llega con ellas.

 

Por otra parte, su estilo mantiene la elegancia del primer ciclo. Para esta historia, sin embargo, combina su línea clara con amplias superficies negras acordes a la atmósfera más opresiva que permea toda la trama. Como en la primera trilogía, Berthet se mueve con comodidad en el dibujo de “época”, representando a la perfección los aviones, los automóviles, el mobiliario, la arquitectura o la moda del periodo en el que se desenvuelve la acción.

 

En resumen, que este segundo ciclo de “Pin-Up” adolece de uno de los defectos de Yann: es un guionista hábil, que desafía al lector con sus simbolismos y homenajes, que se documenta a fondo y construye historias y personajes con carisma; pero también un autor que no perdona a nadie: maltrata a sus personajes y les pone las cosas difíciles a sus lectores; algo que puede quizá interpretarse como autocomplacencia. “Pin-Up” es, sin duda, uno de sus títulos más accesibles, pero su segundo arco argumental parece impregnado de un grado extra de agresividad, como si Yann no hubiera quedado satisfecho con el éxito del primero y se esforzara por hacer de la serie un producto menos amigable.

 

Dicho lo cual, en mi opinión y a mi gusto, sigue siendo un comic que –a pesar de su evidente y no siempre justificada descomprensión narrativa- se lee con agrado. Yann sabe mantener el interés y propone una historia más original y ambiciosa que la de la mayoría de los tebeos que sale al mercado en un año. 

 

(Continúa en la entrada siguiente)


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