(Viene de la entrada anterior)
Como ya expliqué en mi comentario sobre el primer volumen, “Vida en la Gran Ciudad”, “Astro City” no es, como a primera vista pudiera parecer, un comic de superhéroes del montón. Naturalmente, entre sus protagonistas se cuentan muchos vigilantes y justicieros de gran coraje y entrega que se enfrentan a siniestros supervillanos, normalmente todos ellos inspirados en arquetipos ya bien asentados por DC y Marvel durante muchas décadas en sus respectivos universos.
Pero lo
que hace especial a “Astro City” es que está menos interesada en narrar el
enésimo combate entre las fuerzas del Bien y el Mal que en analizar los
personajes y el entorno en el que se mueven, adoptando muchas veces el punto de
vista del ciudadano corriente y explorando la relación que éstos tienen con los
superhombres. Ya centren la historia Busiek y Anderson en uno o varios
superhéroes o en la gente de la calle, éstos son un pretexto para examinar de
cerca sus vidas privadas. Que los héroes y los villanos estén basados en iconos
del género le facilita al lector una inmediata familiaridad con ellos y su
circunstancia, pero también permite a los autores ofrecer versiones de los
mismos que son al tiempo sintéticas y originales, con las que presentar una
aguda reflexión sobre los clichés del género y cómo sortearlos para renovarlos
en fondo y forma.
Además,
esa complicidad con el lector le permite a Busiek pasar rápidamente de una
historia a otra, de un personaje al siguiente, con el fin de crear un universo
que es al tiempo un pastiche de cosas ya conocidas y un constructo singular en
cuanto a la forma de en que aquéllas se describen y relacionan. Como resultado
y como ya demostró en “Vida en la Gran Ciudad”, Busiek, para contar lo que le
interesaba no necesita invertir demasiado tiempo explicando concentos y
dinámicas propios del género y sus arquetipos.
Aunque el primer arco argumental de “Astro City” había constado de episodios autónomos centrados en diferentes personajes, superhéroes y civiles, de esa ciudad, el segundo, “Confesión”, cambia el paso y adopta la forma de una aventura completa que se extiende a lo largo de cinco episodios y con un protagonista único cuya evolución vamos siguiendo a lo largo de los mismos.
En este
sentido, “Confesión” aspira a entrar en ese ambiguo territorio que es el de la
novela gráfica de superhéroes. Al narrar una saga superheroica en la que los
principales personajes se presentan por primera vez y no necesariamente
volverán a aparecer en ninguna otra parte, Busiek puede contar una historia con
un planteamiento, un nudo y un desenlace en los que se le da un arco muy
concreto a un personaje y se abordan diversos temas. No hay subtramas
inconclusas o heredadas del pasado ni la sensación de que estamos ante un
prólogo de ulteriores aventuras.
El adolescente Brian Kinney llega a Astro City procedente de una pequeña ciudad de provincias, fascinado por los superhéroes y dispuesto a labrarse una vida allí no sólo cerca de ellos sino como parte de ellos. Decide empezar por lo más básico y encuentra trabajo de camarero en el Bruiser´s, un bar al que suelen acudir algunos héroes y de allí pasa, merced a la recomendación del dueño, a desempeñar la misma ocupación en Butler´s, un club privado de clase alta al que acuden los principales superhéroes en sus identidades civiles. Su valiente actuación durante un altercado con un supervillano en el club, le merece el reconocimiento general y, en particular, llama la atención de un enigmático justiciero, el Confesor, que le convierte en su ayudante con el alias de Monaguillo. El enigmático comportamiento y hábitos de aquél despierta la curiosidad de Brian acerca de su origen, identidad y auténticos poderes, pero ni siquiera luchando a su lado contra delincuentes diversos es capaz de desentrañar su enigma.
Por
otra parte, Brian ha elegido mal momento para entrar en la profesión de
superhéroe porque la ciudad está padeciendo una serie de crueles asesinatos en
Shadow Hill, el barrio místico de la ciudad. La incapacidad de los héroes para
resolverlos dispara el resentimiento popular primero y la paranoia después contra
sus antes admirados ídolos, hasta el punto de que los políticos decretan la
prohibición de cualquier actividad superheroica. Brian y el Confesor,
continuarán actuando a riesgo aún mayor de sus vidas, decididos a averiguar qué
se oculta tras todos esos eventos.
Hay mucho de notable en “Confesión”: su formato autoconclusivo, la sensibilidad con la que está tratado el protagonista, el uso de la iconografía religiosa y la recuperación de la aventura de espíritu pulp con tintes de ciencia ficción en la forma de unos invasores extraterrestres metamorfos que están sustituyendo silenciosamente a las autoridades humanas.
Cualquier
aficionado se dará cuenta rápidamente de que el Confesor es un trasunto de
Batman, mientras que Monaguillo lo es de su sidekick, Robin. De hecho,
“Confesión” es un tributo a su héroe de referencia, de cuya mitología toma
muchos elementos, empezando por su naturaleza de justiciero-detective que opera
de noche en los barrios marginales de Astro City. Ahora bien, al elegir a Brian
Kinney como narrador de la historia, Busiek toma distancia del icono principal.
El motivo por el cual Brian desea convertirse en un héroe es satisfacer una frustración personal, podría incluso decirse que cobrarse venganza. Su padre era un médico de provincias, un buen hombre del que todo el mundo se burlaba por ayudar al prójimo sin cobrar por ello. Esa generosidad le colocó en una posición económica delicada, viviendo con lo mínimo y muriendo de agotamiento dejando tras de sí abundantes deudas. Amargado, deseoso de distanciarse de la figura paterna, Brian quiere convertirse en un superhéroe triunfador en la gran ciudad.
La
historia, por tanto, plantea los temas del legado que nos dejan nuestros
ancestros y el lugar que realmente nos corresponde en la sociedad cuando
reconocemos, asumimos y valoramos aquellos elementos de nuestro pasado que
nunca vamos a poder dejar atrás. Para Brian, esa transformación vendrá a través
de la aceptación: la humildad y entrega de su padre fue tan heroica como las
también desinteresadas aunque más espectaculares hazañas de los superhéroes. El
Confesor, por su parte, experimentó un momento de debilidad carnal mientras
servía a la causa de Dios en el siglo XIX, lo que le transformó en un vampiro.
Desde entonces, ha tratado de expiar su falta combatiendo al Mal en todas sus
formas, estando dispuesto a pagar el precio supremo: dar su vida para que la
verdad salga a la luz pública, incluyendo su monstruosa naturaleza.
La
iniciación de Brian como justiciero y la revelación de la identidad de su
mentor vendrán acompañadas de dolor y duda; pero a pesar de la desconfianza que
siente por el Confesor tras descubrir su condición vampírica (sospechará que es
el asesino de Shadow Hill), no hay duda de que aquél es para él una especie de
padre sustituto. Su relación le hará madurar en todos los sentidos y aprenderá
y se convertirá no sólo en un superhéroe, sino en un hombre valiente con un
corazón puro que ha sabido reconciliarse con su pasado.
Aparte de todo esto, la historia continúa describiendo y asentando a la propia Astro City como un personaje propio y, en concreto, el barrio de Shadow Hill, central en la trama, revelará más de sus secretos.
Por
desgracia, “Confesión” renquea un poco –no al punto de naufragar, eso sí- víctima
de su propia ambición. Sus homenajes no se limitan a insertar versiones poco
sutiles de Batman y Robin, sino que se extiende a la histeria anti-heroica, un
tema que no solamente se ha tocado bastantes veces antes sino que se ha hecho
mejor en comics con menores aspiraciones. De hecho, la trama, incluidas las
revelaciones postreras, bebe de manera generosa de la saga de los Vengadores
“La Guerra Kree-Skrull” (1971-72) o el odio antimutante de los X-Men –y,
estirando mis suposiciones un poco más, incluso al relato de Lovecraft titulado
“El Morador de las Tinieblas” (1935).
Esto no supondría mayor problema si Busiek acertara ofreciendo una versión más sofisticada o inteligente de esas historias. Pero no es el caso. Como muchos guionistas modernos, está tan centrado en intentar escribir una historia profunda que olvida que primero necesita asentar unas bases sólidas. Quiere ofrecernos una ilusión de realidad para que podamos aceptar la idea de la histeria anti-superhéroes o que la revelación sobre la naturaleza del Confesor cause el impacto deseado. Pero hay algo que no acaba de cuajar. Puede ser que la ciudad de Astro City no resulte tan “realista” como la Nueva York de Spiderman o la Gotham City de Batman; o quizá es que esa reacción de odio contra los superhéroes hubiera necesitado de un mayor recorrido que explicara mejor sus orígenes; o que el guion sea a ratos un tanto irregular, incluso simplista, con una poco convincente cháchara detectivesca sobre estudiar los hechos y reconocer las pautas.
Da la
impresión de que Busiek está regurgitando cosas que ha leído en otros comics
sin haberlas digerido a través de una sensibilidad nueva, intentando
presentarlas como algo profundo, pero careciendo del lado visceral que tenían
la mencionada saga de la Guerra Kree-Skrull o tantos comics de los mutantes
marvelitas. Y en ello tiene también que ver que Busiek nos lo cuente en vez de
limitarse a mostrarlo. Buena parte de la historia descansa en la narración en
primera persona del protagonista, eliminando con ello cualquier sutileza y
expresando abiertamente lo que en otros tebeos quedaba elegantemente implícito.
Por ejemplo, Brian nos explica la maravillosa naturaleza del heroísmo, cómo los
héroes siguen luchando por proteger a la gente que ahora les odia y persigue.
El guion presenta como algo nuevo y, además, verbalizándolo innecesariamente,
ideas que estaban en el núcleo de muchos tebeos de superhéroes ya desde sus
inicios, como Spiderman o los X-Men.
Al
menos en parte, esto ocurre porque toda la historia tiene un único conductor.
Brian es el narrador y, en muchos aspectos, el único personaje (aunque al
Confesor se le da algo más de definición ya avanzada la saga). Incluso los
compañeros de clase de Brian existen sólo para rellenar espacio en la viñeta o
servir de meras marionetas con las que dar mayor variedad de opiniones en torno
a un tema. Busiek, como ya he dicho, le da a Brian su propio arco: lo inicia
llegando a Astro City amargado y avergonzado de su fallecido padre, y lo
concluye reconociendo a éste como un auténtico héroe anónimo. Es una idea
interesante, pero también resulta difícil de creer que Brian, por no hablar del
lector, sea incapaz de reconocer la nobleza del proceder de su padre. Y como le
ocurría a Phil Sheldon en “Marvels”, la anterior obra de Busiek, el propio
Brian no es un personaje particularmente bien construido. Por ejemplo, cuando
en un momento determinado contempla la posibilidad de abandonar su actividad
superheroica, es difícil creerlo porque no se ha proporcionado indicio alguno
de que tenga otros intereses, aptitudes o salidas.
Adornar los comics de “Astro City” con las portadas fotorealistas de Alex Ross puede ser problemático porque el dibujo de las páginas interiores difícilmente estará a la altura de esas ilustraciones. Sin embargo, Brent Anderson, auxiliado por las tintas de Will Blyberg, mantiene bien el tipo. Dota de realismo y diversidad a las figuras y los rostros, ambienta con pericia las escenas en su entorno urbano correspondiente y, tratándose de una historia con un componente terrorífico, aporta una atmósfera acorde a las escenas que la requieren. El resultado de la colaboración entre Busiek, Anderson y Ross es el de un realismo al tiempo fantástico y poético, pero también cruel, violento y sucio cuando tiene que serlo.
Pese a los defectos indicados, lo cierto es que “Confesión” es un tebeo cuyo balance puede considerarse positivo. Es menos inteligente, original y profundo de lo que pretende ser, pero tiene un ritmo ágil, está bien dibujado y mezcla eficazmente la épica, el suspense y el drama para ofrecer una lectura cuanto menos entretenida y moderadamente satisfactoria para el aficionado veterano.
(Continúa en la siguiente entrada)
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