2 abr 2023

1973- IRONWOLF – Howard Chaykin (y 2)

 


(Viene de la entrada anterior)

A decir de O´Neil, el trabajo de Chaykin fue recibido con cierta consternación en las conservadoras oficinas de DC. Había quien pensaba que había ido demasiado lejos. Aunque admiraban los personajes que había creado y el universo que les acompañaba, creían que todo resultaba demasiado complicado. Pero O´Neil y los fans que ya empezaba a reunir Chaykin creían que el público respondería favorablemente a la épica aventurera de “IronWolf”.

 

Sin embargo, el siguiente número de “Weird Worlds”, el 10 (oct-nov 74) tardaría casi ocho meses en aparecer, un hiato que todavía resulta más desconcertante habida cuenta de que aquél fue el último de la colección. Si se había tomado la decisión de cancelar la colección, ¿para qué molestarse en publicar un último número transcurrido tanto tiempo? Según Chaykin, en aquellos tiempos, el departamento de producción de DC era el que verdaderamente dirigía la editorial. En el último momento debieron tener un hueco en el calendario contratado con la imprenta y decidieron rellenarlo con cualquier comic que estuviera ya terminado. Y ese resultó aquél número de “Weird Worlds”.

 

O´Neil apunta otra posibilidad. Siendo él mismo editor, asegura que nunca vio informes de ventas de los títulos que coordinaba y que eso era una situación de lo más común. Las cifras estimadas de ventas tardaban tres meses en estar disponibles y las definitivas hasta nueve, por lo que a menudo las cancelaciones obedecían a algún capricho o manía personales de alguien en la compañía. Es más, en el texto que escribió para “Weird Worlds” nº10 decía: “WW es un éxito de crítica. Y los informes de ventas indican que también comercial. Entonces, ¿por qué este abrupto final? En una palabra: ecología. (…) No podemos conseguir suficiente papel para publicarlo”, lo que puede interpretarse como que el precio del papel en aquellos momentos era tan elevado que DC se vio obligada a concentrar el dinero en aquellos títulos de éxito demostrado, como Superman o Batman. De todas formas, esto no deja de ser especulación. Además y pese a las entusiastas palabras de O´Neil en aquella despedida a los lectores, en tiempos posteriores admitiría que no creía que IronWolf hubiera causado demasiada impresión en el departamento de producción de DC, donde miraban con desconfianza todo aquello que no fueran tipos musculosos con capas. 

 

En ese capítulo final, la historia se desviaba algo de la premisa inicial. El Jocoso Libertino, tratando de ponerse fuera del alcance del Imperio, se dirige hacia los planetas exteriores y recala en el mundo donde vive el tío de Shebaba para efectuar reparaciones y reaprovisionarse. Allí descubren que aquél trafica con drogas muy adictivas cuyo consumo convierte en monstruos grotescos y agresivos a sus usuarios. Tomando conciencia de lo profundo que ha calado la corrupción, el desilusionado luchador por la libertad reflexiona sobre sus motivaciones para combatir.

 

No se sabe qué es lo que Chaykin y O´Neil habían pensado para la serie en caso de haber continuado con ella, pero al final de este episodio de cierre IronWolf le dice a Shebaba que le ha quedado claro que “ambos bandos son corruptos. El Imperio y los mundos exteriores… Son las dos caras de la misma moneda sucia”. Shebaba le responde que él se tiene a sí mismo y a su sueño: “Llámalo un sueño de paz, de decencia. No vas a admitir que eres un soñador…pero lo eres. Y yo no te fallaré. Un soñador que puede luchar… no es algo malo”.

 

Es difícil imaginar de dónde sacó Shebaba que IronWolf era un hombre de paz porque en todo momento se comporta como un bárbaro por muy noble que fuera su cuna. No olvidemos que había abofeteado a la Emperatriz por flirtear con él y que no se lo pensó dos veces a la hora de dedicarse a la piratería. Fue la propia Shebaba quien le ofreció un sueño, el cual pareció adoptar por la sencilla razón de que no veía otra salida mejor. Y en cuanto a ella, ¿sus ambiciones quedan a partir de ese momento reducidas a ser su segunda al mando? Tan sólo dos números antes era una arrojada e independiente revolucionaria. El texto de la última viñeta describe al protagonista como “Un hombre atrapado en el medio”, así que podría ser que Chaykin y O´Neil lo hubieran llevado por el camino del fuera de la ley de haber continuado la serie.  Rebelde sin causa, IronWolf se convierte en un héroe sin hogar, un personaje sin colección en la que seguir desarrollándose.

 

IronWolf se inserta en la tradición del forajido heroico y honesto enfrentado a los villanescos representantes de la autoridad opresora y cruel en la mejor tradición de Robin Hood. De hecho, es fácil ver en la urdimbre del personaje las leyendas, literatura y cine de capa y espada, siendo el suyo un arquetipo popularizado y perfeccionado por actores como Douglas Fairbanks o Errol Flynn.

 

Pero a diferencia de esos héroes y reflejando los nuevos y convulsos tiempos en los que aparecieron estos comics, al final de su serial IronWolf rechaza servir tanto al Imperio como a la Rebelión y decide seguir su propio camino que, como he dicho, probablemente implicaba el regreso a la piratería. No hay aquí una clara dicotomía entre el Bien y el Mal representados por fuerzas políticas, y el desilusionado protagonista y sus aliados terminan luchando no por una causa sino por su propio honor.

 

Con su mezcla de espadas y pistolas láser, naves espaciales, política feudal, intrigas cortesanas y una mayor carga violenta y erótica de lo que era habitual en los comics de la época, “IronWolf” integró ciencia ficción, fantasía y elementos retrofuturistas para crear una space opera dinámica y conceptual y visualmente muy atractiva que, quizá, fue lo que llevó a George Lucas a elegir a Chaykin como dibujante de la adaptación de su película.

 

Durante los siguientes años, Chaykin continuó perfeccionando su arte trabajando para varios títulos antológicos de DC y Marvel. Y en 1976, presentó a Cody Starbuck en las páginas de “Star Reach”, una revista en blanco y negro editada independientemente por Mike Friedrich y dirigida a un público más adulto. Se ha dicho que Starbuck no era más que un reciclaje de IronWolf; incluso sus naves portaban el mismo nombre –Jocoso Libertino-, aunque más bien puede interpretarse como un ejemplo temprano del molde que Chaykin reciclaría una y otra vez durante muchos años para forjar a sus héroes.

 

El autor ha citado a Henry Fonda, William Holden o James Garner como arquetipos que encarnan su idea de cómo deberían ser y actuar los héroes: “Elegancia bajo presión, una honradez básica con la sensibilidad de un crótalo”. A eso se añade que esos héroes suelen ser zurdos. Tanto IronWolf como Cody Starbuck beben de los mismos tropos de la CF: imperios corruptos, pícaros rebeldes y espadas que conviven con pistolas láser.

 

Antes de que Han Solo completara la carrera de Kessel en menos de doce parasegundos, ya existía IronWolf. Sería injusto para los héroes espaciales anteriores a él afirmar que Han Solo se inspiró exclusivamente en él. Existen, no obstante, indudables similitudes y son versiones del mismo arquetipo, el del pícaro carismático que sobrevive gracias a su ingenio, y cuando éste no es suficiente, no dudan en coger un arma y confiar en que la fortuna favorezca al más osado.

 

A pesar del éxito que obtuvo “Star Wars”, Chaykin siguió siendo un profesional eficaz pero algo marginal en la industria del comic. Hacía comic-books cuando le ofrecían llenar algún hueco en esta o aquella colección o ilustraciones. Fue un pionero en la realización de novelas gráficas, pintadas a todo color, que adaptaban novelas de Alfred Bester (“Las Estrellas Mi Destino”), Samuel R Delany (“Empire”) o Michael Moorcock (“Espadasdel Cielo, Flores del Infierno”). En 1981, recuperó a Cody Starbuck para una última etapa realizada con la misma técnica que esas novelas gráficas y que fue publicada en las páginas de la revista “Heavy Metal”.

 

En 1983, tras diez años de profesión en el ámbito del comic, Chaykin por fin alcanzó la gloria cuando la editorial First lanzó su “American Flagg”, un tebeo de CF del que fue autor completo. Crítica y público apoyaron esta irreverente sátira cargada de humor negro, extravagancia y sensualidad, impulsando su carrera y abriéndole las puertas a otros proyectos personales. Tres años después, dejó “American Flagg” en otras manos y resucitó y modernizó el personaje de La Sombra para DC en una miniserie rebosante de violencia. En 1988, hizo lo mismo con el aviador “Blackhawk”, un personaje veterano de DC (aunque fue inicialmente lanzado por Quality Comics en los años 40).

 

Fue por entonces, en 1987, que DC, a tenor de la fama que estaba alcanzando Chaykin, decidió reimprimir, sin el permiso ni visto bueno del autor, un comic recopilando los tres episodios existentes de IronWolf con una calidad de impresión mejorada y nuevo coloreado. La iniciativa, apadrinada por el editor Mike Gold (que había sido también el editor de “American Flagg” antes de pasarse a DC), fue recibida con agrios comentarios por Chaykin, que en un artículo calificó a su antiguo colega de “profanador de tumbas”, acusándolo de aprovecharse de un trabajo inmaduro –del que, implícitamente, se avergonzaba- para ganar dinero fácil.

 

Gold no tuvo reparos en admitir que, efectivamente, aquel lanzamiento era un triunfo seguro para la editorial: el nombre de Chaykin arrastraba por entonces a muchos lectores que no habían tenido oportunidad de conocer su primera etapa y, además, para DC reutilizar un material antiguo no suponía apenas coste. Sin embargo, Gold supo convencer a Chaykin del valor de aquel trabajo quizá inmaduro, sí, pero también íntegro, entusiasta y, después de todo, base para lo que sería su futuro desarrollo.

 

En 1991, Chaykin fue invitado a revivir el rico legado de héroes futuristas que DC había ido acumulando a lo largo de cuatro décadas, en una miniserie de tres especiales titulada “Twilight” (“Crepúsculo”) e ilustrada maravillosamente por Jose Luis García López. Para la ocasión se recuperó un amplio reparto de personajes largo tiempo olvidados, como Star Hawkins o Tommy Tomorrow, integrándolos en una continuidad común antes inexistente.

 

En ese punto de su carrera, Chaykin se había ganado la reputación de deconstructor de héroes. Éstos ya no eran los seres puros de corazón de los comics del pasado, sino individuos seriamente desequilibrados, cínicos o violentos, dioses con los pies de barro. En aquella miniserie –en la que Chaykin no dejó títere con cabeza, impidiendo que la editorial pudiera seguir explotando esa corrosiva visión del futuro en otros productos derivados-, apareció brevemente IronWolf, cuyas naves de madera antigravitatoria jugaban un papel importante en los acontecimientos galácticos.

 

Quizá aquel reencuentro reavivó las llamas de un viejo amor y Chaykin se reconcilió con este hijo de juventud. En 1991, colaboró con el dibujante Mike Mignola en una miniserie de tres números prestigio para Marvel que adaptaba los primeros cuentos de Fafhrd y el Ratonero Gris, aquellos personajes de espada y brujería creados por Leiber que habían sido su primer encargo profesional serio a comienzos de los 70. La asociación de ambos creadores fue tan satisfactoria que al año siguiente volvieron a asociarse para resucitar a IronWolf en una novela gráfica de 96 páginas titulada “Las Llamas de la Revolución” y para la que contaron con otros dos colaboradores: John Francis Moore como coguionista (quien había coincidido con Chaykin en la serie televisiva de “Flash” cuando éste pasó una temporada trabajando en Hollywood) y P.Craig Russell como entintador.

 

“Las Llamas de la Revolución” no es un “remake” de los tres episodios originales en el contexto de la nueva continuidad que el propio Chaykin estableció en “Twilight” sino una secuela de aquéllos con un trasfondo modificado para ajustarse a ésta. El IronWolf original se desarrollaba en el “Imperio Galaktica”, con centro en la Tierra. Pero nada más empezar la novela gráfica ya se nos informa de que aquella denominación no era más que un ejercicio de presuntuosidad porque el “imperio” consta sólo de tres planetas y un puñado de lunas. También se dice que los primeros colonos humanos que se dispersaron por la galaxia bautizaron “Tierra” a muchos de los planetas en los que se asentaron, siendo la del Imperio Galaktica tan sólo uno más. Esto exige ignorar que en el serial original IronWolf volaba por el Gran Cañón, pero por lo demás la nueva situación que se describe es coherente con la primitiva.

 

Hay otra excepción a esa coherencia. “Las Llamas de la Revolución” se abre contando de nuevo algo que ya había aparecido en “Weird Worlds” nº 8: el momento en el que Lord IronWolf quema los bosques ancestrales de su familia para impedir que la madera anti-gravitatoria caiga en manos de su traidor hermano, aliado con la emperatriz Erika. En la serie original, aquella tragedia se narraba de forma en exceso apresurada y casual, no dándole la importancia que sin duda tenía. Ahora, los autores lo convierten en el gran momento dramático que se merece. A partir de ahí, la novela gráfica es ya una nueva historia que enlaza con el material antiguo.

 

Eso sí, como fue el caso de muchas de estas reformulaciones en clave moderna que se llevaron a cabo en los 80 y 90, Chaykin y Moore proceden a escardar todos aquellos conceptos que ya no eran viables. Por ejemplo, el ya muy sobado concepto de un capitán pícaro y carismático que se une a una banda de rebeldes en su lucha contra un imperio maligno. Por otra parte, es complicado entender plenamente la trama si no se ha leído previamente “Twilight”, dado que muchos personajes, acontecimientos y trasfondo derivan directamente de ella.

 

En “Las Llamas de la Revolución” nos encontramos con un Brian IronWolf en busca de una nueva causa y aliados, aunque conservando los mismos enemigos. Traicionado por un miembro de su tripulación, IronWolf contempla la sangrienta muerte de Shebaba y la destrucción del Jocoso Libertino, al que se ve obligado a abandonar en una cápsula de salvamento, cayendo en coma durante siete años. Cuando despierta, descubre que la revolución ha muerto; el Imperio Galaktica ha sido sustituido por la Comunidad, una alianza “democrática” de los tres planetas de que consta el sistema; y su antiguo amigo y ahora traidor está conspirando con la antigua emperatriz Erika Klein-Hernández para restaurar el Imperio. El héroe, lisiado y envejecido, se ve inmerso en las procelosas aguas de la política galáctica, acabando por liderar una nueva revolución contra la opresora clase gobernante.

 

“Las Llamas de la Revolución” tiene un tono y sabor algo diferentes de las historias que firmó Chaykin dos décadas antes: hay menos duelos y batallas y más intriga cortesana y política. Mike Mignola aborda este enfoque adoptando un estilo extraído de la Revolución Francesa: su emperatriz Erika es una aristócrata refinada y albina, no la exuberante seductora creada originalmente por Chaykin (lo cual no quiere decir que sea por ello menos perversa y maquiavélica). En este mundo oprimido –antes por el Imperio, ahora por una clase gobernante débil y también corrupta-, Lord IronWolf destaca por sobre el resto de los decadentes aristócratas: es un guerrero primario y bárbaro, rebosante de furia y energía y dispuesto a quemarlo todo si de ello se obtiene algún progreso.

 

Esto se halla en sintonía con el tema general de “Twilight” (miniserie de la que, repito, esta novela gráfica sería una secuela o spin-off, como se quiera. De hecho, Homero Glint no sólo interviene en la trama sino que la narra con irónica voz en off; las alusiones a la diosa Karel son continuas; y todo el mundo ha alcanzado la inmortalidad gracias a los acontecimientos narrados en aquél comic): el estancamiento provocado por la combinación de la inmortalidad y el sistema político imperial.

 

Quizá el único punto mejorable de este comic es la falta de motivaciones plausibles para IronWolf. Es un hombre sencillo y, claramente, lo que persigue es venganza por las muchas afrentas que ha sufrido: la pérdida de su patrimonio y dignidad familiares, la traición de su hermano, la muerte de amigos, tripulantes y amada… Pero, políticamente ¿cuál es su objetivo? Al fin y el cabo, es un aristócrata que siempre se ha aprovechado de los privilegios de su clase. Por tanto, ¿qué motivos tiene para desear la desaparición de un imperio que favorece a la clase nobiliaria a la que él pertenece en favor de una democracia igualitaria? Esto es algo que quedaba sin explicación en el serial original y que en la novela gráfica sigue sin explorarse.

 

En general, “Las Llamas de la Revolución” es una historia tan pulp como el serial original de IronWolf en los 70, aunque con un tono más moderno, violento y cínico. Sigue ofreciendo vibrantes peleas, traiciones, huidas, villanos sin matices y conspiraciones insidiosas, pero el contexto general es más oscuro, en buena medida gracias al dibujo de Mignola que aunque siempre se sintió más cómodo en el género fantástico y de terror que en los superhéroes o la ciencia ficción, aquí ofrece un trabajo muy interesante, empapado de esas grandes manchas de sombra que le caracterizan y que siempre han revestido a sus tebeos un estilo muy personal. Aunque el diseño de vehículos, vestuario o tecnología futurista no es el campo en el que mejor se desenvuelve, Mignola saca provecho de la ambientación “retro” y consigue describir los diferentes ambientes con su habitual y eficaz economía de medios. A ello se suman sus estudiadas composiciones, la creación de atmósferas y una narración fluida y clara.  

 

“IronWolf: Llamas de la Revolución” no se vendió demasiado bien y la editorial decidió no continuar explotando al personaje. Quizá ello se debiera a una conjunción de factores. En primer lugar, estaba protagonizada por un personaje marginal del que muy pocos lectores jóvenes habían siquiera oído hablar. En segundo lugar y como ya he indicado en un par de ocasiones, para entenderla plenamente más allá de la trama básica de venganza, hay que haber leído previamente “Twilight”, que, por cierto, tampoco era una lectura sencilla. Chaykin introduce de forma un tanto caprichosa personajes y elementos de ese comic sin explicar su contexto y papel, lo que puede hacer confusa la lectura incluso a aquellos que conocieran “Twilight” pero no lo tengan fresco en la memoria. También hay que tener en cuenta el propio estilo narrativo de Chaykin, que a veces resulta farragoso debido a los múltiples niveles de lectura y a unos cuadros de texto que no están del todo bien imbricados con las imágenes que acompañan. Y, por último, un ritmo irregular y una coexistencia incómoda de escenas intensas con otras que aportan poco pero que se dilatan en exceso y otras, en fin, con diálogos demasiado crípticos.

 

Cuando en tiempos recientes Chaykin habló sobre IronWolf, se refirió a él como “futurismo de anticuario”, subrayando que fue un precedente del steampunk. Antes de que el escritor de CF K.W.Jeter acuñara el término en 1977, IronWolf ya comandaba una nave construida con madera y bronce bruñido. A pesar de su carácter pionero y que muchas convenciones de comic y ciencia ficción en Estados Unidos otorgan bastante visibilidad al steampunk, Chaykin no quiere ni oir hablar de recuperar al personaje o sus conceptos asociados: “¡Nunca! ¡Antes preferiría esnifar pintura!”, llegó a decir.

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario