El escritor británico Michael Moorcock es conocido sobre todo por su papel renovador en la Ciencia Ficción y la Fantasía a través de la revista que editó a mediados de los sesenta, “New Worlds”. Pero su carrera literaria había despegado en los comics, concretamente escribiendo guiones para “Tarzan Adventures”, un tebeo en blanco y negro que sobre todo se dedicaba a reeditar tiras diarias y planchas dominicales de ese personaje aparecidas en la prensa norteamericana. Moorcock, con tan solo 17 años, se convirtió en editor de la publicación y empezó a escribir historietas de fantasía.
Aunque trabajó bastante en el medio durante su primera época, lo cierto es que, ya una vez convertido en prestigioso autor de género, no guardó demasiado aprecio por los comics, criticando su superficialidad y, al contrario y en otros casos, su pretenciosidad. Y ello a pesar de que sus personajes habían ido recibiendo adaptaciones a ese medio regularmente, si bien nunca con la aceptación popular de “Conan el Bárbaro”. La mayoría de estos comics que adaptaban sus obras fueron escritos por otros guionistas aunque puntualmente sí participó directamente en alguna de ellas, como es el caso de la que ahora pasaré a comentar, “Espadas del Cielo, Flores del Infierno”.
Entrar a glosar la figura y obra de Moorcock excedería las posibilidades de este artículo y, por otra parte, ya hablé de él en alguna otra entrada dedicada a Elric. Baste decir que casi todos sus libros han versado sobre una guerra interminable entre las fuerzas del Orden y del Caos (se menciona incluso en su novela “The Coming of the Terraphiles”, 2010, ambientada en el universo del Doctor Who). Es este un conflicto que se libra de diferentes formas, en distintos periodos temporales y a lo largo de una serie de Tierras paralelas conocidas conjuntamente como Multiverso. En cada línea temporal y cada Tierra existe una versión del Campeón Eterno, alguien que puede alterar el delicado equilibrio entre Orden y Caos.
El más conocido de esos campeones es Elric (1961), el albino príncipe de Melnibone. Para mantener su vitalidad, este brujo se ve obligado a extraer el halito de la vida de enemigos a los que derrota en batalla con su espada mística Portadora de Tormentas, un arma viviente a la que no controla totalmente. Su primera aparición en los comics, datada en 1972, se produjo curiosamente en un par de números de la colección (14 y 15) de quien podría calificarse como su opuesto física y conceptualmente: “Conan el Bárbaro”. Pero de eso ya hablé en las entradas dedicadas al cimerio. Luego y sin salir de los comics, Elric iría pasando por distintas manos, formatos y editoriales.
Otros Campeones Eternos salidos de la imaginación de Moorcock también obtuvieron traslación gráfica, como Dorian Hawkmoon (más afín a lo que podríamos llamar Fantasía Científica) o el Príncipe Corum. En todos los casos, Moorcock se mantuvo al margen de los mismos, limitándose a cobrar el cheque por ver sus novelas adaptadas a las viñetas. Pero hubo una excepción.
A mediados de los setenta, el escritor conoció en una convención a Howard Chaykin, un joven y enérgico dibujante neoyorquino cuya obra ya le había llamado la atención por la exuberancia y respeto por los clásicos con que había abordado varias series de espada y brujería y ciencia ficción. Chaykin, que había sentido un gran amor por los comics desde su infancia, se las arregló para convertirse a los diecinueve años en ayudante del legendario Gil Kane. Algo después, pasó a desempeñar la misma labor para Wally Wood durante un año, pero éste se encontraba en uno de sus periodos depresivos y dipsómanos. En 1971, Chaykin deambulaba por las calles de Nueva York tratando de meter cabeza en el mundo de los comics cuando conoció en DC a otra leyenda del medio: Neal Adams.
Los dos creadores, el veterano y el novato, congeniaron de inmediato y empezaron a socializar. A través de Adams, Chaykin acudió a las reuniones periódicas que se organizaban en casa de Roy Thomas y Jeff Jones y en las que se daban cita Bernie Wrightson, Mike Kaluta, Frank Brunner, Roy Krenkel o Alan Weiss. Aquella red de conocidos resultaría serle de gran utilidad en su carrera; especialmente Neal Adams, quien le animó a perseverar y le apadrinó en la industria.
Su debut llegó en 1972, cuando pudo escribir y dibujar su propia space opera para el título antológico de DC “Weird Worlds”: “Ironwolf”. El arte era mejor que las historias, pero el material tenía interés y potencial. “Weird Worlds” se canceló en 1973, pero Chaykin se encontraba ya por entonces haciendo también “Sword of Sorcery” con el guionista Denny O´Neil, en la que adaptaron los cuentos de Fafhrd y el Ratonero Gris, de los que hablé enotra entrada.
Pero eran tiempos inciertos para el comic-book en una época en la que los superhéroes parecían ir en retroceso y las editoriales trataban de probar suerte con otros géneros. “Sword and Sorcery” también fue cancelada en 1973 y Chaykin regresó a la ciencia ficción con un héroe inspirado en su anterior Ironwolf: Cody Starbuck, cuyo debut se produjo en el primer número de la revista “Star Reach” para pasar luego a las páginas de “Heavy Metal”. A partir de aquí, Chaykin iría creando o adaptando diversos personajes para distintas editoriales: “El Escorpión”, un aventurero pulp, para Atlas/Seaboard en 1975 y que más adelante se metamorfosearía en Domimic Fortune para Marvel; el siniestro “Solomon Kane” en 1976 para Marvel; en 1977, la adaptación al comic del reciente estreno “Star Wars” (George Lucas pidió expresamente que fuera él quien la realizara, probablemente porque el cineasta conocía y se había inspirado en Ironwolf y/o Cody Starbuck). Y entonces, como he dicho, conoció a Moorcock.
El escritor consideraba en ese punto haber completado el ciclo del Campeón Eterno (aunque en años posteriores cambiaría de opinión y lo ampliaría periódicamente con diversos volúmenes de varias de sus series) pero inspirado por el arte de Chaykin decidió añadir un nuevo episodio al personaje de Erekosë. Confiando en el talento de Chaykin –y quizá sin ganas para elaborar un guión técnico y detallado-, Moorcock le pasó una sinopsis de la trama y le dejó que estructurara páginas y viñetas como estimara conveniente. El resultado fue un comic publicado por “Heavy Metal”, “Espadas del Cielo, Flores del Infierno”, y que, como veremos, se ajustaba en puridad a lo que verdaderamente significa el término “novela gráfica”.
El protagonista de esta historia procede de una faceta del Campeón Eterno que no ha disfrutado de presencia en los comics. Empezó como Erekosë en la novela “El Campeón Eterno” (1970) para reencarnarse después en Urlik Skarsol en “Fénix de Obsidiana” (1970), mientras que en “Espadas del Cielo, Flores del Infierno”, situado cronológicamente entre esas dos novelas, toma la forma de Clen de Clen Gar, un guerrero atrapado en mitad de una guerra que no comprende. Como les sucede a otras versiones del Campeón, puede recordar fragmentos de sus vidas pasadas, lo que le causa un gran sufrimiento mental.
Es posible que, en parte, la disposición de Moorcock a volver a los comics y ampliar su universo literario en este medio se debiera al florecimiento por entonces del formato de novela gráfica. Seguía siendo un fenómeno minoritario pero muy llamativo y en el que algunos autores veían un vehículo para contar historias más complejas utilizando las herramientas propias de los dos medios, la literatura y el comic. No se trataba simplemente de reproducir la novela acompañada de ilustraciones sino de combinar dibujo y bloques de texto para que ambos formaran un todo orgánico, jugando además con las composiciones y recursos propios del comic. Además, el formato solía ser superior al del comic book normal como también la calidad del papel y la reproducción. Entre sus obras pioneras pueden contarse “Blackmark” (1971) de Archie Goodwin y Gil Kane, “Bloodstar” (1976), de Richard Corben, “Marea Roja” (1976) de Jim Steranko o “Contrato con Dios” (1978) de Will Eisner. Posteriormente se desnaturalizó el uso del término y se aplicó a comics ordinarios con contenido supuestamente más adulto, sofisticado o experimental que el del comic-book mainstream.
En aquellos años, Chaykin se dedicó a explorar este formato, empezando por “Empire” (1978), con guion del escritor de CF Samuel R.Delany. A continuación y también prescindiendo de globos de diálogo, adaptó la clásica novela de ciencia ficción “Las Estrellas Mi Destino” (1956) de Alfred Bester. Posiblemente fueron estos trabajos, realizados con un llamativo estilo pictórico que recuperaba la tradición de grandes ilustradores norteamericanos como Howard Pyle o N.C.Wyeth, lo que mereció la aprobación de Moorcock y le convenció de que podía continuar su ciclo del Campeón Eterno sin repetirse ni caer en la autoparodia.
Hay que advertir que no es esta una historia de fácil comprensión para aquellos que no estén mínimamente iniciados en el peculiar universo de Moorcock. Si trata de leerlo de forma autónoma de aquél, el lector va a encontrarse con dibujos y textos crípticos, ya que aluden a elementos y temas sobre los que aquí no se ofrece explicación. Es lo que ocurre en las primeras tres planchas, donde vemos brevemente a la encarnación anterior del héroe, Urlik Skarsol, en un entorno polar, para encontrarnos de sopetón con la presente, Lord Clen de Clen-Gar, “Señor de los Márgenes del Sueño, frontera entre el Cielo y el Infierno, Protector del Cielo”. Al principio está aquejado de amnesia y, encontrándose en un paraje desértico, salen a su encuentro un par de guerreras gemelas que le revelan su auténtica identidad en ese mundo y le acompañan en su viaje de regreso a la fortaleza que posee en sus dominios.
Ayudado por su espada encantada bebedora de almas (similar a la de Elric), Clen rescata a un ser de la especie conocida como Ángeles, que pueden describirse como unas mantas-raya voladoras. Durante el día, flotan por el Cielo absorbiendo vapor de agua del aire, y por la noche liberan el líquido transformado en ácido sobre la tierra conocida como Infierno. Esto hace que los habitantes de ese corroído e infértil páramo sean miserablemente pobres y estén dispuestos a conquistar las ricas y exuberantes aunque decadentes ciudades del Cielo.
En esas circunstancias, las guerras entre el Cielo y el Infierno son algo desgraciadamente común y la misión tradicional de Clen, cuyos dominios separan ambos mundos, ha sido la de mantener a salvo el Cielo de las hordas de bárbaros del Infierno. Con una de estas crisis es con lo que se encontrará en esta ocasión Erekosë/Clen en su nueva encarnación. Mantendrá un breve idilio con una noble de su corte, Lady Gradesmor, viajará al Cielo para caer en una trampa, se enfrentará a diversas criaturas y sellará un trato con los Ángeles para devolverlos a su dimensión original a cambio de ayuda en el conflicto en el que está a punto de ser derrotado.
Las mejores historias del Ciclo del Campeón eterno, especialmente las de Elric, cuentan con argumentos un tanto estrafalarios y personajes menos heroicos de lo habitual en el subgénero de Espada y Brujeria en su vertiente más tradicional. Pero dado que la mayor parte de esas novelas fueron escritas entre los años sesenta y setenta del pasado siglo, no escapan a una fórmula predecible como es la de las fuerzas malvadas que amenazan algún lugar en el que vive el héroe y su atractiva amada, por lo que éste debe batallar armado de su invencible espada contra enemigos formidables hasta obtener una victoria no sin encajar fuertes pérdidas entre sus ejércitos o aliados. Las mejores versiones de esta historia-marco son aquellas que acentúan la sensación de infortunio e inevitabilidad de un desgraciado destino. Precisamente, lo que distinguía a las gestas fantásticas que imaginaba Moorcock era la actitud de sus protagonistas, individuos depresivos y atormentados, incapaces de disfrutar de la vida y a los que perseguía la mala suerte.
Llevar este tipo de historias al comic implica rebajar el tono autocompasivo de los personajes que tanto subrayaba la prosa de las novelas, lo cual puede ser positivo o negativo dependiendo del punto de vista de cada cual. La consecuencia, en cualquier caso, es que “Espadas del Cielo” es un poco más plana y menos carismática de lo que sería una novela equivalente de Moorcock, cuyo estilo en ese punto de su carrera era más sólido que sus argumentos. Tan solo un año después, ganaría el World Fantasy Award por “Gloriana” (1978), una fantasía isabelina.
El caso es que “Espadas del Cielo” reúne y combina los típicos elementos de las novelas de Espada y Brujería pero sin el “toque” propio de Moorcock: tenemos la próspera tierra a punto de ser invadida por los bárbaros, el héroe, la chica sexy, el arma formidable, la victoria in extremis… Todo demasiado genérico para mi gusto; no tanto como la primera tetralogía de Hawkmoon (1967-69), pero sí menos destacable que las dos novelas de John Daker/Erekosë que ya había mencionado. La espada de Lord Clen no transmite el mismo aura de malignidad y conciencia propia que la de Elric ni masacra a su propio pueblo o entrega su imperio por venganza. Es un héroe muy de manual, un guerrero hábil e inteligente que se las arregla –no sin sufrir, como he dicho, terribles pérdidas- para superar a un adversario a priori incontenible.
En resumen, no puedo decir que la de “Espadas del Cielo, Flores del Infierno” me parezca una gran historia por mucho que los seguidores de Moorcock se tomen muy en serio todo lo que él escribe y le atribuyan a sus escritos un gran mérito y profundos significados. Pretendiendo ser una obra de fantasía adulta, lo cierto es que los personajes están poco definidos, la trama transcurre a saltos, las cosas ocurren sin demasiada justificación, no hay información que permita aportar un adecuado contexto general, hay momentos que caen en los más sobados tópicos del género de espada y brujería (las mujeres, en especial, reciben un tratamiento muy pobre) y el final se me antoja caprichoso y escasamente comprensible para quien no sea amplio conocedor de la obra de Moorcock.
A la postre, lo que me permite recomendar este comic no es otra cosa que el arte de Howard Chaykin. “Espadas del Cielo” sigue siendo una de las cumbres gráficas de un autor que hoy acumula tras de sí una dilatadísima carrera punteada por comics importantes y rompedores.
En lugar de la tradicional composición de página a base de viñetas con globos de diálogo en su interior, la mayoría de planchas de “Espadas del Cielo” consta de ilustraciones y cartuchos de texto narrativos, una opción que en cierto modo lo aparta de las modas y tendencias gráficas del momento y sitúan a esta obra de cuatro décadas de edad en una especie de burbuja atemporal. La composición y el dibujo, pintado y con pocas líneas negras, están muy cuidados, aunque en esta ocasión el autor opta por incluir más globos de diálogo y un montaje más cercano al comic tradicional de lo que había hecho en “Empire” o “Las Estrellas Mi Destino”. Por otra parte, aunque Chaykin dijo haber utilizado como referentes visuales a Burt Lancaster y Sofía Loren para los dos personajes principales, esto no se hace evidente en la mayoría de las ocasiones y el héroe protagonista ya exhibe los mismos rasgos que el dibujante reciclará una y mil veces durante el resto de su carrera.
“Espadas del Cielo” es una historia que, como ya he apuntado, puede despistar y resultar confusa para quien no conozca algunos de los temas y personajes que han salido de la imaginación de Moorcock a lo largo de su extensa carrera literaria, pero visualmente es muy atractiva y valiente. Sus páginas pintadas recuperan a un Chaykin joven y enérgico que se encontraba dispuesto a experimentar y dar lo mejor de sí mismo. Su arte le otorga al esquemático guion de Moorcock una elegancia, sofisticación y erotismo de la que carecían el comic fantástico convencional en aquellos mismos años.
En su momento, esta novela gráfica pasó casi desapercibida más allá de un entusiasta pero reducido núcleo de aficionados y no se volvió a reimprimir. La reciente edición realizada por Titan Comics (con traslación al mercado español por Yermo Ediciones) la recupera para un lector moderno que quizá, gracias al tiempo transcurrido y el mayor eclecticismo del que disfruta el comic en la actualidad, podrá apreciar mejor sus virtudes.
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