7 ago 2020

1991- FAFHRD Y EL RATONERO GRIS – Howard Chaykin y Mike Mignola



El comienzo de la década de los setenta del pasado siglo fue un periodo efervescente para los comic books norteamericanos. El declive –que resultó ser transitorio- de los superhéroes permitió a otros géneros abrirse camino y las editoriales probaron suerte con colecciones de terror, ciencia ficción, bélicos, artes marciales, westerns… o de fantasía. Fueron los desvelos de Roy Thomas en Marvel los que permitieron -pese a la reticencia de Stan Lee- lanzar, en 1970, “Conan el Bárbaro”, adaptación al comic de las aventuras del personaje pulp creado por Robert E.Howard en los años treinta. Aunque al principio la viabilidad de esa novedad estaba lejos de estar clara, lo cierto es que al cabo de unos meses cosechó –gracias, también, al gran trabajo que en ella hizo Barry Smith- un gran éxito.



De hecho, nada demuestra tanto el triunfo como la imitación ajena, así que mientras Marvel probaba suerte con otros personajes creados por Howard (como Kull o Solomon Kane) u otros autores (“Thongor”, de Lin Carter), DC buscaba un camino de entrada en un género que hasta entonces se les había pasado por alto. Como solía hacer esa editorial por entonces, su fórmula fue intentarlo con algo más sofisticado y con un perfil más literario. El guionista Denny O´Neil sugirió adquirir los derechos de una creación de Fritz Leiber, “Fafhrd y el Ratonero Gris”, dos de los personajes más famosos y veteranos de la Fantasía Heroica, solo terceros en popularidad tras Conan el Bárbaro y Elric de Melniboné.

Leiber ya era un prolífico escritor de relatos pulp cuando publicó la primera historia del dúo de aventureros en 1939, en la revista “Unknown”, competidora de aquélla en la que habían aparecido las de Conan, “Weird Tales”. Leiber quiso distanciarse a propósito del bárbaro e ignorante cimmerio -y de otros héroes idealizados como los imaginados por Edgar Rice Burroughs- e hizo de Fafhrd y el Ratonero personajes más sofisticados, construidos a partir de los paladines de la tradición caballeresca, los relatos de piratas y las peripecias de espadachines. Ambos eran maestros de armas y caballeros, pero también bandidos, cazatesoros, bebedores, amantes de las mujeres y poseedores de personalidades exuberantes.

Sus físicos eran tan opuestos (el uno, un bárbaro nórdico, de gran talla y fuerza; el otro bajo, delgado y cetrino) como sus temperamentos (Fafhrd, ingenuo y directo; el Ratonero, suspicaz y pícaro) pero a pesar de ello -o precisamente por ello-, ambos se complementaban a la perfección. Alternaban sus viajes por el mundo de Newhon con sus actividades delictivas en la principal ciudad del mismo, Lankhmar. Sus únicas motivaciones eran el
beneficio personal y la búsqueda de aventuras y sólo por casualidad y de vez en cuando, hacían alguna buena obra. Cada uno de ellos se sometía a los caprichos de sendos brujos, que tanto los utilizaban para sus propios fines como les brindaban su ayuda: Ningauble de los Siete Ojos y Sheelba del Rostro sin Ojos. Leiber siguió escribiendo de forma intermitente aventuras de los dos espadachines hasta 1988.

Además del renacimiento de viejos géneros, los setenta vieron el desembarco de una nueva generación de artistas cuyos estilos aún estaban cristalizando pero que claramente apuntaban en direcciones gráficas diferentes de lo establecido en la industria del comic book. Eran jóvenes que, a diferencia de muchos profesionales de la vieja escuela, no se contentaban con ver el comic como un medio de vida tan bueno como cualquier otro sino que lo amaban profundamente, querían experimentar con él y dignificarlo. Mientras Barry Smith revolucionaba el medio con su cada vez más sofisticado “Conan el Bárbaro”, en las antologías de DC intervenían gente de un talento e idiosincrasia inusuales, como Berni Wrightson, Mike Kaluta, Walt Simonson o Howard Chaykin.

Pues bien, la confluencia de ambos fenómenos, el auge de la Fantasía en el comic y la llegada de nuevos autores ansiosos por marcar la diferencia, dio como resultado el lanzamiento, en 1973, de un nuevo título dentro del catálogo de DC: “Sword and Sorcery”, protagonizado por Fahrd y el Ratonero Gris. Durante su efímera andadura, los lectores pudieron disfrutar de un material diferente, porque Leiber era un autor más literario que Howard y no sólo sus personajes eran completamente distintos de Conan sino que su mundo ficticio, Newhon, era un lugar más decadente que la tierra hiboria del cimerio.

La editorial tomó una decisión un tanto extraña para presentar la nueva serie, insertando una aparición especial de los personajes -junto a Catwoman- en “Wonder Woman” 202, en una historia escrita por el autor de CF Samuel R.Delany y dibujada por Dick Giordano. A partir de aquí, se dirigió a los lectores al primer número de “Sword and Sorcery”, que apareció en marzo de 1973. Denny O´Neil firmaba los guiones, algunos de ellos adaptaciones de las historias originales de Leiber y otros aventuras completamente nuevas. Los lápices corrían a cargo de Howard Chaykin.

Como era muy frecuente entonces tanto en Marvel como en DC, este tipo de series eran
irregulares e inconsistentes debido al continuo baile de dibujantes, la inoperancia de los editores o la indecisión acerca del tono y la dirección que debía seguirse. Además, Chaykin, que se había postulado con pasión para conseguir el encargo, no estaba a la altura y sufrió mucho para cumplir las fechas de entrega. Por suerte, en su ayuda acudió un grupo informal de artistas conocidos como “The Crusty Bunkers”, que se ayudaban unos a otros en el entintado cuando alguien tenía problemas para entregar a tiempo. Algunos miembros de esa flexible asociación fueron Mike Kaluta, Steve Mitchell, Walt Simonson, Vicente Alcazar, Sal Amendola, Frank Springer, Alan Weiss y Berni Wrightson. Así, las páginas terminadas de “Sword and Sorcery” son más correctas de lo que podría esperarse habida cuenta de la bisoñez y prisas de Chaykin.

En el número cuatro ya se incluyeron algunas de las primeras páginas que publicó Walt Simonson como profesional y fue precisamente él quien sustituyó a Chaykin (que se marchó a hacer “Ironwolf”) en el número cinco, que también fue el último. El ejemplar se completaba con un complemento del Ratonero en solitario firmado por el escritor de CF George Alec Effinger y dibujado por Jim Starlin y Al Milgrom, artistas ambos que pronto se marcharían a Marvel.

Por diferentes razones, las ventas de la colección nunca fueron buenas. La popularidad de la Espada y Brujería en los comics -con la excepción de “Conan el Bárbaro”- jamás estuvo a la altura de la de los monstruos o las artes marciales. Y es una lástima porque O´Neil iba haciéndose claramente con los atípicos personajes y el dibujo tenía un nivel destacable. Las páginas de Simonson para el último número, en las que ya asomaba su gusto por las leyendas nórdicas que más tarde aplicaría para su etapa en Thor, son muy interesantes.

Así que mientras Conan medraba y, ya en los ochenta, Elric y otros personajes creados por Michael Moorcock obtenían sus propias colecciones en First Comics, Fafhrd y el Ratonero Gris pasaron a residir en el limbo sin que ningún editor ni autor volviera a pensar en ellos. Las razones pueden ir desde la ignorancia de su peso en el género fantástico hasta la difícil traslación al comic mainstream de sus peculiares aventuras pasando por la desconfianza de la industria hacia un subgénero, el de la Espada y Brujería, en el que nadie había podido hacer sombra al cimerio Conan.

Pero las aventuras de esos dos antihéroes siguieron cautivando en su formato literario la
imaginación de muchos lectores. Lectores como un Mike Mignola adolescente, bastante antes de que se convirtiera en dibujante profesional. A comienzos de los noventa, Mike Mignola estaba en un momento de transición en su carrera. Había empezado en el mundo de los superhéroes Marvel y DC pero ni por su estilo gráfico ni por su sensibilidad se sentía muy a gusto en ese género. Aquello por lo que más afinidad tenía era la fantasía y el terror y, de hecho y siempre que pudo, aceptó encargos de comics o personajes con un sesgo fantástico, como “Las Crónicas de Corum” (1987) para First, “El Fantasma Desconocido” (1987) para DC o “Doctor Extraño” (1989) para Marvel. Incluso aquellos tebeos más netamente superheroicos en los que intervenía, como “Odisea Cósmica” (1988) o “Batman: Luz de Gas” (1989), los llevaba a su terreno aplicando su estilo tenebrista y atmosférico. Tras su colaboración con Francis Ford Coppola para la película “Drácula” (1992) y la correspondiente adaptación al comic de la misma, decidió apostar a fondo por ese camino creando la que iba a ser su obra señera, “Hellboy” (1993).

Pero entretanto, en 1991, decidió presentar su viejo sueño de adaptar las aventuras de sus héroes juveniles, Fafhrd y el Ratonero Gris, a Carl Potts, editor jefe de Epic Comics, el sello “adulto” de Marvel. Éste aceptó la propuesta autorizando una miniserie de cuatro volúmenes en formato “prestigio” que adaptaba siete historias de los personajes de Leiber. Para escribir los guiones, Mignola se dirigió a Howard Chaykin, con quien estaba ya colaborando en otro proyecto (“Ironwolf”) y que, como he indicado, no sólo había dibujado a los dos guerreros años antes sino que era un fan rendido de los mismos.

En “Infortunio en Lankhmar” se narra el encuentro de los dos jóvenes que, independientemente el uno del otro, tratan de robar el botín que transporta un miembro del Gremio de Ladrones de esa ciudad. Deciden asociarse y se presentan mutuamente a sus prometidas, Vlana e Ivrian, en casa del segundo. Pero he aquí que cuando Vlana se entera de que han dejado marchar a unos miembros del Gremio de Asesinos, entra en cólera, ya que unos amigos suyos murieron a sus manos y le hizo jurar a Fafhrd que, siempre que tuviera ocasión, acabaría con aquéllos que se le pusieran a tiro. Borrachos, los dos camaradas deciden infiltrarse en la sede del Gremio de cara a una futura expedición punitiva, pero su
audaz plan tiene consecuencias imprevistas. Es una historia que justifica la equivalencia que hace Chaykin entre los relatos de Fafhrd y el Ratonero y la ficción policiaca de los años treinta y cuarenta, porque en su esencia, una vez retirada la magia y los atuendos de fantasía, personajes y trama habrían funcionado igual de bien, por ejemplo, en el ambiente criminal de la Nueva York o el Chicago de la Ley Seca.

Las dos siguientes aventuras transcurren durante el viaje que los dos camaradas emprenden por el mundo de Newhon buscando el olvido de sus penas. En “La Maldición Circular”, traban contacto con los mencionados brujos, Sheelba y Ninglaube, que se convertirán en sus respectivos patrones y mentores. Y en “La Torre Que Aúlla” descubren una extraña y solitaria construcción en los páramos en cuyo interior se oculta un brujo loco atormentado por fantasmales lobos, que pretende sacrificarlos para salvar su propia y miserable vida.

Las tres siguientes peripecias tienen lugar después de que Fafhrd y el Ratonero regresen a Lankhmar. En “El Precio de Aliviar el Dolor”, durante otra de sus noches de borrachera, roban un pabellón de mármol blanco para emplazarlo en el callejón donde fallecieron sus amadas y, con ayuda de
Sheelba y Ningauble, lo convierten en su residencia. Pero su atrevimiento va a traer de vuelta recuerdos dolorosos. En “El Bazar de las Rarezas”, siguiendo las indicaciones de Ningauble y Sheelba, el Ratonero Gris explora una increíble tienda maldita sólo para meterse de cabeza en una trampa. Fafhrd no sólo debe salvar a su amigo sino a toda la ciudad, de las depredaciones de unos mercaderes llegados de otra dimensión.

En “Vacas Flacas en Lankhmar”, hastiados de su vida en común, Fafhrd y el Ratonero se separan y siguen cada cual su camino. En el caso del primero, se convierte en el discípulo de un estrafalario predicador que profetiza el advenimiento del divino Issek, mientras que el segundo entra al servicio de un mafioso local que cobra “protección” a los líderes religiosos. En la séptima y última historieta, “Cuando el Rey del Mar se Ausenta”, mientras navegan en un clima de calma chicha, Fafhrd arrastra a su amigo a las profundidades en un lugar donde, según la leyenda mora, el Rey de los Mares. Trata de aprovechar la ausencia de éste para apoderarse de sus tesoros y acostarse con sus esposas, pero tal y como el Ratonero temía desde el principio, los riesgos no compensan las posibles recompensas.

Este comic un tanto atípico marcó, ya he comentado antes, un punto de inflexión en la carrera
de Mignola, alejándole del mundo de los superhéroes y encaminándole hacia la fantasía. Todavía no ha llegado al nivel gráfico con el que desarrollará “Hellboy”, pero el cambio en su estilo es evidente, poniendo más énfasis en las grandes masas de negro, las angulaciones extrañas, las composiciones muy cuidadas, el simbolismo y el abandono del realismo clasicista en rostros y figuras pero sin renunciar totalmente al detalle en muchos fondos y elementos decorativos. De esta forma, conseguirá un comic muy atmosférico y estilizado, con un pie en el terror y otro en la serie negra clásica. Hay que reconocer que el entintado de un maestro como Al Williamson (que a esas alturas ya había dejado atrás sus grandes obras como dibujante y se conformaba con bien pagados trabajos de entintado) le hace un gran favor a Mignola. Respeta la pureza minimalista de su dibujo aportando una terminación muy afinada, tramas bien ejecutadas y sombras correctamente equilibradas.

La fusión del estilo de un joven artista todavía en busca de su propio estilo y la experiencia y talento de un veterano funciona particularmente bien en el primer y mejor episodio, “Infortunio en Lankhmar”. Es aquí donde, además de a los
protagonistas, los artistas definen la ciudad del título, un personaje por derecho propio, con sus barrios bien diferenciados, sus amenazadores callejones, su niebla nauseabunda, sus locales tenebrosos y una atmósfera general de decadencia, fetidez y opresión. Prestan también una atención especial al vestuario tanto de los protagonistas como de los secundarios, original y elaborado, exótico, exuberante y, a diferencia de otros muchos comics de superhéroes y fantasía, cambiante con los episodios. Cuando se trata de imaginar los hechizos de los brujos, los dos artistas utilizan un vocabulario gráfico muy evocativo y original. Y en cuanto a las escenas de acción, están coreografiadas con dinamismo y ligereza, reflejando tanto la agilidad felina del Ratonero como la fuerza bruta de Fafhrd. Una historia, por tanto, clásica pero bien dibujada y con un ritmo bien medido. (La única pega que le encuentro a Mignola es su incapacidad declarada para dibujar bien los pies. Esa aversión se hace molestamente evidente en muchos planos en los que oculta forzadamente y sirviéndose de diversos trucos las extremidades inferiores de los personajes).

En los episodios siguientes, Mignola va presentando con la misma viveza y espíritu minimalista
otros paisajes del mundo de Newhon en el que viven los protagonistas, si bien no siempre con el mismo éxito. A veces, da con escenas y paisajes originales y evocadores; y otras, se limita a repetir fórmulas añadiendo pequeñas variaciones. Los guiones son quizá un poco irregulares en cuanto al interés de las historias, pero más que responsabilidad de Chaykin lo es del material original. Éste, de hecho, hace una meritoria adaptación de los cuentos de Leiber preservando el humor negro que lo caracteriza -y del que él mismo ha presumido siempre en todas sus obras-. Consigue que los protagonistas, que en el fondo son dos criminales arrogantes, tengan el carisma y el corazón necesarios para conectar con el lector. Un guionista menos ducho habría prescindido de las pullas y los sarcasmos para centrarse en la acción y el misterio; u olvidado el escondido romanticismo del cínico Ratonero o el talante filosófico del gigantón norteño haciéndolos intercambiables y genéricos. No es el caso de Chaykin.

Otro de los elementos de los relatos originales que Chaykin respeta es su tono pesimista. Fafhrd y el Ratonero son personajes marcados por la tragedia (la pérdida de sus amadas), la servidumbre (a los dos brujos) y el destino (están condenados a regresar una y otra vez a la nefasta Lankhmar). Todas sus aventuras, por mucho que se haga hincapié en la camaradería y el
entusiasmo con el que ambos afrontan las amenazas, tienen un halo sombrío, especialmente cuando se trata de Lankhmar.

En la quinta historia, “El Bazar de lo Extraño”, Chaykin, Mignola y Williamson recobran el ímpetu arrastrando al lector a una tienda de fascinante magia y espejismos. El cuento es una amarga crítica al consumismo disfrazada con los atributos de la fantasía y la aventura. Los fondos son magníficos y Mignola inventa eficaces soluciones gráficas para hacer comprensible la forma que encuentra Fafhrd de salvar a su amigo, como la capa de invisibilidad o la máscara de la verdad. Destaca en este capítulo en particular el coloreado de Sherlyn Van Valkenburgh, con una textura particular y sutiles tonalidades que elevan su trabajo por encima de otros de la época (en la que, recordemos, no se utilizaba el coloreado por ordenador). Las últimas dos historias son también interesantes, la una como sátira feroz de los predicadores religiosos y la otra como cuento de hadas con un giro siniestro.

Como había pasado en los setenta, esta segunda etapa de “Fafhrd y el Ratonero Gris” pasó
mayormente desapercibida y Epic decidió no continuarla. Una vez más, los lectores no apoyaron esta iniciativa y quedaron sin contar muchas de las historias de la pintoresca pareja (incluyendo aquellas en las que ambos se convierten en hombres maduros, casados y responsables). Años más tarde, Dark Horse publicó un volumen recopilatorio aprovechando el prestigio que había acumulado Mike Mignola gracias a los comics y películas de “Hellboy”, pero dejando fuera el material de los setenta, quizá por un problema de derechos con DC.

Es posible que, de nuevo, la Fantasía no gozara del favor de los lectores, más interesados en ese momento por la ciencia ficción o los superhéroes. Pero también pudo haber un factor estético. Y es que quizá hoy no nos resulte tan evidente pero en su momento los dibujos sencillos, casi primarios, de Mignola iban en contra de la tendencia dominante en la industria mainstream. Dibujantes como Jim Lee y Todd McFarlane triunfaban entre los fans con viñetas rebosantes de líneas innecesarias para conseguir el máximo -y vacío- efectismo. Un año después, en 1992, estos y otros autores en sintonía gráfica fundaron Image Comics, que en sus inicios fue el epítome del dibujo absurdo por su artificiosidad, exageración y barroquismo. Todo lo contrario a la elegante propuesta que aquí hacían Mignola y Williamson.

No todo es excelente en este comic pero en su conjunto se trata de una obra interesante, entretenida y con un arte muy personal firmado por dos grandes nombres del medio. El talento combinado de Mignola y Williamson compensa las irregularidades en el interés de las historias dado que la estética que ambos crean refleja a la perfección el alma oscura y cínica del universo de Leiber. Una obra, en fin, recomendable para los fans de Mignola y quienes disfruten de la Espada y Brujería no temiendo abordar personajes e historias atípicos.




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