En 1978, Will Eisner tenía ya 61 años, una edad en la que muchos otros autores de comic se dejan llevar para fosilizarse en lo que les resulta cómodo y que han venido practicando durante toda una vida. De hecho, la mayoría lo daban lo daban ya por retirado, una vieja gloria. No era ni mucho menos su caso.
Para entonces, Eisner ya era universalmente reconocido como uno de los maestros del comic. Había empezado en la industria desde sus mismos comienzos allá por los años treinta, fundando su propio estudio con Jerry Iger (aventura empresarial que él mismo rememoraría en el excelente “El Soñador", 1985) y creando luego "The Spirit", uno de los personajes más famosos de la historia del comic al que dedicó doce años de duro trabajo. Las aventuras de ese detective enmascarado se publicaban como un inserto en los periódicos pero tras la guerra, la subida del precio del papel y el descenso en la rentabilidad de aquéllos hicieron inviable tal formato. Así que en 1952, abandona Spirit para centrarse en una revista educativa del ejército, "P.S.Magazine", con la que llevaba tiempo colaborando y que pasa a dibujar y editar a través de su propia compañía, American Visual Corp.
Durante veinte años, Eisner se mantuvo alejado del comic de entretenimiento. No solamente no le atraía lo que se venía haciendo en la industria sino que su auténtico interés había pasado a ser la exploración de las posibilidades del comic como herramienta divulgativa. Así, impartió cursos de narración gráfica que con el tiempo se convertirían en manuales imprescindibles para todo aquel interesado en comprender el lenguaje del comic. Esa combinación de talento artístico y agudeza empresarial hizo de Will Eisner una personalidad única en el medio.
Para una mente inquieta como la suya, la llegada de los autores underground en los años sesenta del pasado siglo supuso un auténtico revulsivo, obligándole de alguna forma a replantearse su relación con el medio. Esta nueva generación de artistas no se parecían mucho a él, y no solamente en edad. Eran autores con talento, sí, pero frecuentemente misántropos y cuya principal meta parecía a menudo consistir solamente en provocar y forzar los límites de lo políticamente correcto. Sin embargo, habían logrado trascender las rigideces artísticas propias del comic generalista tanto en sus temas como en su dibujo o incluso en los formatos. Utilizando a menudo un tono irreverentemente humorístico o satírico, abordaban temas sociales o políticos y no se sentían atados a los tradicionales esquemas propios del comic tradicional, ya fuera el de prensa o el comic-book. Siendo como era Eisner un explorador de las potencialidades del comic en todas sus vertientes, aquella nueva corriente le planteó un nuevo desafío personal. Y así, tras pasar dos décadas y media alejado del comic como vehículo para transmitir ficción, Eisner regresó al medio para iniciar lo que iba a ser la tercera y última etapa de su trayectoria profesional.
Con la convicción de que el formato del comic era un medio de expresión tan absolutamente legítimo como la literatura, Eisner vendió su participación en American Visual Corp, lo que le proporcionó cierta holgura económica, y pasó dos años escribiendo y dibujando cuatro historias protagonizadas por personajes humildes que vivían en un edificio de apartamentos de alquiler en el barrio neoyorquino del Bronx durante los años treinta del pasado siglo. Eran dramas sobre la desesperación, las penurias y la esperanza para las que se inspiró en los recuerdos de su propio pasado.
Originalmente, Eisner quiso titular esta antología "Tenement Stories" o "Tenement in the Bronx" ("tenement" es el nombre que reciben los edificios de apartamentos de alquiler en Estados Unidos). Como quería llegar a un público adulto, envió su trabajo a editoriales de libros en vez de a empresas especializadas en comic books. Pero se encontró con que nadie parecía estar interesado en ello, por mucho que la obra fuera más madura, densa y sofisticada en todos los sentidos que los comics que se encontraban cada mes en los quioscos. Así que decidió utilizar la semántica a su favor para diferenciarse de lo que hacían sus colegas. Empezó a describir su trabajo a los posibles editores como “novela gráfica". Las palabras importan y en este caso le otorgaban a lo que era esencialmente un comic una pátina de respetabilidad literaria, como si fuera un producto lo suficientemente digno como para venderse junto a los respetados libros. Y fue entonces cuando Baronet Press, una pequeña casa editorial de Nueva York especializada sobre todo en literatura infantil, aceptó el desafío y propuso a Eisner utilizar como título general el de una de las historias. "Contrato con Dios" salió a la venta en octubre de 1978.
A veces se ha tachado al trabajo de Eisner en esta obra -y en otras posteriores- de histriónico y sobreactuado, calificativos que pueden entenderse de alguien que se acerque a "Contrato con Dios" buscando realismo y sutileza emocional. Lo que hay que entender es que Eisner no juega en esa liga. Su aproximación al comic es puramente expresionista y no realista. Lo que se nos muestra aquí es algo que podría asemejarse a una ópera un tanto grandilocuente, un punto de vista muy personal en el que una cierta realidad social es tamizada por el filtro del recuerdo y las emociones asociadas a él. Para Eisner, el dibujo es equivalente a la caligrafía: un conjunto de convenciones gráficas que el autor pone a su servicio para construir una interpretación simbólica y muy personal de la realidad.
Y eso es exactamente lo que encontramos en "Contrato con Dios” desde el comienzo, cuando el judío Frimme Hersh maldice a los cielos por la muerte de su hija; hasta el final del volumen, en el que unas vacaciones en las Catskills acaba con un par de personajes involucrados en agresiones sexuales de uno u otro calibre. Las emociones que transmiten los personajes mediante sus posturas, sus gestos, sus rostros e incluso el lugar que ocupan en la viñeta o la composición de página, están hiperamplificadas, sí. Y esto, para algunos resulta chirriante por su falta de sutileza; para otros, es un antídoto al tipo de melancolía y atonía sentimental que permea las obras de otros autores de comics más literarios pero igualmente aclamados, como Daniel Clowes o Chris Ware. Eisner sería más un predecesor de, por ejemplo, Peter Bagge, con esos brazos que se agitan convulsivamente y rostros deformados por la pasión desbordante. Su trabajo nunca ha pretendido ser otra cosa, sea como fuere el envoltorio con que lo vistan las editoriales.
Pero solamente esa energía no podría hacer de "Contrato con Dios" una lectura recomendable si no tuviera también algo especial en su corazón. Y esto es el mundo interior del propio Eisner. El personaje más importante de las historietas de otro referente del comic alternativo, Robert Crumb, acabaría siendo él mismo, pero Eisner se le adelantó en varios años, desnudando su alma y sin necesidad de retratarse a sí mismo o a los suyos como caricaturas patéticas.
No es que Eisner cuente aquí su vida -aunque el último segmento tiene mucho de autobiográfico-pero sí que las historias nacen de ella. La primera, "Contrato con Dios" no sólo trata sobre un judío ortodoxo destrozado por la pérdida de su hija, aunque sea así como comienza; es una tragedia sobre un hombre que, amargado por su pérdida, se rebela furiosamente contra el destino tratando de controlar el mundo físico que le rodea y a aquellos que lo habitan. Pero al final cae víctima de sus propias metas egoístas, la víctima se convierte en villano de su propia vida y muere justo cuando le sobreviene una epifanía que podría haber enderezado su existencia. Es un cuento perverso que va mucho más allá de lo que sugiere su primera escena.
El propio Eisner admitió que para esta primera historia se inspiró en la muerte de su hija de dieciséis años a causa de la leucemia, una tragedia que, aunque había acontecido en 1970, seguía atormentándole ocho años después. Ahora bien, aquí no se limita a retratar al padre como un personaje digno de compasión y con el que el lector pueda simpatizar sino que llega al extremo de convertirlo en alguien profundamente antipático. Es la primera muestra del enfoque que va a utilizar Eisner no sólo en el resto de historias de "Contrato con Dios" sino en obras posteriores. Puede que sus personajes caigan en la sobreactuación, pero lo que no hace es pintar una realidad en blanco y negro, de buenos y malos, de personas que siempre actúan bien y otras que siempre lo hacen mal, en la que los héroes triunfan y reciben recompensas y los villanos fracasan y obtienen su merecido castigo.
Las dos historias siguientes, "El Cantante Callejero" y "El Súper”, se inspiran en los recuerdos de los lugares en los que Eisner vivió y la gente que conoció durante su infancia y adolescencia. Ambos cuentos son crueles, siniestros y rebosantes de tragedia e ironía. "El Cantante Callejero" es un crudo retrato del alcoholismo, la violencia doméstica y los sueños frustrados, pero es "El Súper" el que se atreve a ir más lejos al explicitar un caso de pedofilia. En ambos casos hay personajes dignos de compasión aun cuando se comporten mal. El Súper, por ejemplo, es un tipo despreciable y abusón pero es imposible no comprenderle al menos en parte al ver las condiciones en las que vive y sentir pena cuando pierde al único ser al que quería de verdad.
El volumen termina con "Cookalein", aparentemente el relato más ligero de todos y también el más autobiográfico puesto que una de las subtramas está protagonizada por un muchacho que llega a la madurez sexual y que Eisner no tiene reparos en admitir que es un trasunto de sí mismo. Durante el verano, una serie de personajes de extracción social humilde se trasladan a las montañas Catskill para pasar unos días de asueto. Algunos se alojan en un albergue de mayor enjundia para aparentar más de lo que son y tienen; y tratar, de paso, de cazar un marido o esposa. Otros han de resignarse a compartir casas particulares.
En la superficie, es una historia de corte cotidiano con toques de humor, pero lo que se cuenta en el fondo es indiscutiblemente oscuro y violento. Porque la huida de la cotidianidad, de las limitaciones del barrio en el que viven, les libera de la moralidad forzada y controlada socialmente, despertando sus más bajos instintos. Así, los días de asueto se convierten en una sucesión de engaños conyugales, seducción de menores, violencia doméstica e incluso agresión sexual.
Eisner retrata los episodios con crudeza y no evita tomar partido o dejar claro lo que opina sobre tal o cual acto, pero no cae ni en el maniqueísmo ni en el discurso moralizante. Su padre engaña a su madre, pero no es un mal hombre, solo alguien que busca escapar de un matrimonio infeliz. Su madre maltrata psicológicamente a su padre, pero está claro que es un comportamiento derivado de la ansiedad de vivir en una perpetua inseguridad económica. La mujer que lo seduce es una persona con problemas psicológicos atrapada además en un matrimonio tóxico. La víctima de violación acababa de despreciar groseramente las proposiciones honestas de un buen hombre - aunque no agraciado ni con fortuna- para echarse en los brazos de un truhan tan pobre como ella pero que la deslumbra con mentiras. Como en la vida misma, la gente a veces es buena y otras mala y no siempre los que han actuado mal reciben castigo, aún peor, incluso obtienen injustas recompensas.
En contra de lo que a menudo se afirma, "Contrato con Dios" no fue la primera novela gráfica del comic americano. Hubo diversos precedentes, como “Blackmark”, de Gil Kane, publicada por Bantam Books en 1971; o, retrocediendo todavía más, "It Rhymes With Lust", de Arnold Drake, Leslie Waller, Matt Baker y Ray Osrin, publicada por St.John en 1950. De hecho, ni siquiera puede decirse que "Contrato con Dios" sea una "novela gráfica". Varias obras aparecidas en 1976 reclaman una denominación semejante, como "Bloodstar" de Richard Corben (adaptación de una novela de Robert E. Howard, "El Valle del Gusano"); "Marea Roja" (la novela negra de Raymond Chandler ilustrada por Jim Steranko) o "Beyond Time and Again”, del dibujante underground George Metzger.
Lo que distingue a "Contrato con Dios" de sus predecesores es, primero, su aparición dentro de la industria del comic sin necesidad de dirigirse a los márgenes de la misma; segundo, por su ambición por experimentar con las posibilidades y herramientas que le son específicas a este medio; y tercero, por presentar una temática costumbrista (realista y dramática, no cómica ni satírica) muy alejada de lo habitual en los comic books, dominados sobre todo por la fantaciencia, los superhéroes, el terror o lo policiaco.
Sea como fuere, "Contrato con Dios" se alzó como una bisagra no sólo en la propia carrera de Eisner como autor sino en el propio medio del comic al presentar historias de corte social, realistas y autobiográficas en las que desnudaba su alma. Su trabajo más clásico en Spirit había estado dominado por el humor negro, los villanos extravagantes, el detallismo gráfico y la valiente experimentación narrativa dentro de un marco general policiaco, aunque ya se vislumbrara claramente un interés por retratar a la sociedad y sus problemas. En su regreso al comic, Eisner optó por un dibujo en blanco y negro reminiscente de los antiguos grabados en madera y unas historias teñidas de sentimentalismo con un fondo urbano degradado del que parece imposible escapar. Eisner supo equilibrar la tragedia económica, social y humana derivada de la Gran Depresión con cierto calor nostálgico. Nostalgia, no visión romántica del propio pasado. El destino funesto que se abate sobre el cantante o el Súper en los episodios dos y tres recuerdan sin lugar a engaño que en aquella época marcada por las penurias y las injusticias había poco espacio para el romanticismo.
En "Contrato con Dios", Eisner se tomó muy en serio el presentar al comic como una forma artística. No sólo el realismo social era, como he apuntado, un tema mucho más serio de lo que solía verse en el mundo de las viñetas sino que el estilo gráfico elegido le dio a la obra un aspecto diferente e innovador respecto a lo habitual tanto en el comic book como en el ámbito del underground. Su estilo a estas alturas era mucho más suelto, con una línea inquieta y fluida y una menor atención al detalle para simplificar al máximo las figuras y los fondos, reduciéndolo todo a lo básico pero sin perder un ápice de fuerza expresiva. Eisner restringió el uso de limites rígidos para las viñetas y optó por dejar libre al dibujo, prescindiendo incluso de los cuadros para textos de apoyo, dejando que las palabras se fundieran orgánicamente con la página. De hecho, muchas planchas constan de una sola imagen. El libro se imprimió en tonos sepias en lugar de los más frecuentes blanco y negro o color propios del comic generalista.
Además de su brillantez artística y la fuerza emocional de sus historias, "Contrato con Dios" sobresale por su retrato de una época y un lugar muy concretos. Eisner recrea perfectamente la atmósfera de esa parte de Nueva York, sus edificios decrépitos, los callejones húmedos, la ropa tendida entre las casas, los apartamentos humildes, las estrecheces, la suciedad... casi se puede sentir el calor del verano o escuchar el ruido del cercano tren elevado o las conversaciones a gritos entre vecinos. Está claro que el comic no habría obtenido el mismo resultado de no haberse beneficiado de la experiencia de primera mano del autor.
"Contrato con Dios" fue el intento de Eisner de profundizar en las posibilidades del comic, expresivas, artísticas y comerciales, apelando a un lector adulto. Y digo intento porque, en último término, el tebeo no se vendió particularmente bien en su momento, entre otras cosas porque las pocas tiendas que lo recibieron no sabían qué hacer con él, cómo ofrecerlo y a quién. Un ejemplo de ello fue el de Brentano, una elegante librería de Nueva York, que decidió ordenar unas cuantas copias. Al principio lo situó en los puestos de novedades y se vendió bien. Pero cuando otros títulos llegaron para reclamar su espacio, lo colocaron en la sección de libros religiosos porque llevaba la palabra "Dios” en portada; pero claro, alguien debió percatarse de que no era su lugar así que lo reubicaron en el apartado de humor hasta que un cliente se quejó porque la obra no era graciosa Así que terminaron retirándolo de la venta y colocándolo en una caja en el sótano.
Así que en contra de lo que proclama la historia revisionista del medio, influida por la importancia de Eisner en el mismo y que tiende a proclamarlo como inventor de la novela gráfica, aquél que creó el formato (ya vimos que no fue así) y que lo popularizó entre un público "ilustrado", lo cierto es que "Contrato con Dios" pasó mayormente desapercibido, una simple curiosidad apreciada solamente por los aficionados al comic que habían estado comprándose las reediciones en blanco y negro de Spirit y que tenían curiosidad por ver de qué era capaz el sexagenario autor. También, claro, por un puñado de autores alternativos que comprendieron su brillantez y espíritu pionero, algunos de los cuales siguieron su estela en los años y décadas posteriores.
Su reconocimiento como obra seminal y pionera vino años más tarde, cuando unos cuantos críticos avispados se detuvieron a comparar esta colección de historias humanas y realistas con muchos ridículos comic-books que se apiñaban en las estanterías contemporáneas. Comparado con “Steel El Hombre Indestructible” o "Dazzler", "Contrato con Dios" era la obra de un genio. Trataba sobre la vida y la muerte, el dolor, el sufrimiento, el amor, el sexo y la madurez. No había aquí ciborgs ni patinadoras con purpurina. Así que "Contrato con Dios" tenía que ser forzosamente un trabajo de mérito artístico y literario superior porque el resto de lo que le rodeaba en su momento no lo era ni de lejos. Pero hoy, a cuarenta años de su publicación original y aun cuando se trate de una obra que no ha envejecido un ápice, tampoco se la puede calificar como obra maestra. Un hito, sí. Pionera, también. Pero obra maestra me parece excesivo.
En general y dentro de los círculos del comic, lo que se considera como el trabajo magistral de Eisner para el medio es “The Spirit” y, concretamente, la etapa que realizó del personaje tras regresar del servicio militar en la Segunda Guerra Mundial. Ahí fue donde ofreció un despliegue innovador de recursos en la narrativa gráfica que ha influido a todas las generaciones de artistas de comic desde entonces. Su serie de novelas gráficas realizadas en la última etapa de su vida es impresionante no tanto por su contenido como por el hecho de que llegaran siquiera a existir. Eisner, embajador del potencial narrativo del comic, se adelantó a su tiempo al dedicar las últimas décadas de su vida a crear historias de interés solo para lectores maduros, previendo la dirección que iba a tomar la historieta. Y aunque no tuvo el éxito en el mundo del libro "serio" que obras posteriores si cosecharían (como "Maus" o "Watchmen"), no se puede negar que el camino de esa ola lo sembró Eisner en un momento nada propicio.
Puede que "Contrato con Dios" no sea una obra maestra, pero sí un comic muy recomendable. En primer lugar, porque marcó el inicio del renacimiento creativo de un maestro como es Will Eisner, quien en los años siguientes iría completando su testimonio de una época con otros álbumes en los que relataba experiencias propias y ajenas, individuales y colectivas, en la Nueva York de los años treinta a sesenta del siglo XX. Y, en segundo lugar, por ser un conjunto de historias valientes y emotivas realizadas por un creador que domina completamente la gramática del comic. Puede que Eisner no sea sutil, pero casi siempre es inolvidable.
Lo compre por casualidad, yo habia leido algo de Spirit no mucho y vi las fotos de Franscisco Hidalgo, me impacto la historia mientras la leia y pensaba ese dolor solo lo puede transmitir alguien que lo halla padecido me impacto y luego las demas historias era algo diferente a lo normal.
ResponderEliminardespues me compre todo lo que pude de Will Eisner y nunca me ha defraudado, con todo su humanismo