Puede que para los lectores más jóvenes resulte difícil imaginarlo, pero hubo un tiempo en el no existían los comic-books. Éste fue un formato que se inventó en los años treinta como respuesta a la demanda de las tiras cómicas que aparecían diariamente en los periódicos. Hubo un momento en que el material protagonizado por los personajes ya establecidos no bastó para cubrir esa demanda, por lo que fue necesario empezar a crear series y personajes totalmente nuevos. ¿Cómo hacerlo? Porque, sencillamente, las editoriales de cómics no existían. Hubo que inventarlas y, con ellas, nació una nueva forma de narrativa gráfica.
El comic que analizamos en esta entrada nos lleva a esos momentos trascendentales en la historia del medio. ¿Y quién mejor para contárnoslo que alguien que no sólo vivió aquellos tiempos, sino que maduró y se forjó entonces como autor integral, comenzando una carrera que le llevaría a ser reconocido como maestro de maestros y creador de toda una forma de narración visual: la Novela Gráfica.
Will Eisner nació en Brooklyn, Nueva York, en 1917, hijo de un matrimonio de inmigrantes

Tras la graduación, Eisner se afilió a la Liga de Estudiantes de Arte de Nueva York, donde conoció a su mentor, George Bridgman, uno de los principales profesores de la Escuela de Arte de esa ciudad y por cuyas clases se dice que desfilaron 70.000 alumnos. Sus enseñanzas, junto a los contactos que Eisner forjó en esa institución, le sirvieron para convertirse en ilustrador comercial y dibujante para las revistas pulp tan de moda entonces. Desde ese momento, su vida se convirtió en una continua carrera por mejorar como narrador gráfico, abrir nuevos caminos al mundo del cómic y dignificar el medio.

Ya en vida, Eisner se ganó el respeto de innumerables profesionales, la alabanza incondicional

En 1986, Eisner ya había probado todas las opciones que ofrecía la industria y decidió publicar una suerte de autobiografía en viñetas: “El Soñador”, en el que narraba sus primeros años en la industria.
La historia nos presenta a Billy Eyron (en lugar de usar los verdaderos nombres de los artistas y editores que marcaron aquella época, decidió recurrir a fáciles anagramas que cualquier aficionado podría descifrar. Así, Billy Eyron no es sino el propio Will Eisner), un joven artista que no sólo tiene talento gráfico y vista para los negocios, sino algo aún más importante: un sueño. Sus comienzos a finales de los años treinta no son fáciles. Los efectos de la crisis económica aún no han desaparecido y no tiene más remedio que ir aceptando los encargos que consigue, le gusten o no, desde diseños comerciales a tiras humorísticas.

El final del álbum es el final de una época y no pillará de sorpresa a quienes conozcan algo de la

Lo único que cambia en el comic respecto a lo acontecido en la vida real son los nombres –y ni siquiera éstos son irreconocibles-. Tras su fructífera asociación con Jerry Iger, Will Eisner abandonó el estudio que él mismo había creado, para encargarse, a finales de 1939, de un personaje de su propia creación con el que alcanzaría la inmortalidad: The Spirit. La época de los talleres de comic no tardaría en desaparecer. El boom de los comics de superhéroes que se produjo a raíz del éxito de Superman en 1938, llevaría a las principales editoriales a dotarse de su propia plantilla, no necesitando ya más del suministro masivo y regular de este tipo de “proveedores creativos” externos.

Hoy todo el mundo ha oído hablar de Marvel o DC y, al menos, de dos o tres de sus más insignes personajes. El comic ha alcanzado una cuota de dignificación y prestigio inédita en tiempos pasados. El sueño de aquellos artistas pioneros, muchos de ellos anónimos, se ha cumplido. Los comics son objeto de cuidadas ediciones y sesudos análisis en los medios de comunicación de masas, son llevados al cine en forma de superproducciones y algunos de sus creadores (Alan Moore, Neil Gaiman, Frank Miller, Bill Watterson…) gozan de un reconocimiento impensable para el joven Will Eisner que trataba de abrirse paso en el difícil mundo editorial de los años treinta. Y todo ello no hubiera sido posible sin la perseverancia e ilusión de aquellos creadores

Y hay que tener en cuenta que soñar en aquellos años con convertirse en artista de comic no era en absoluto equivalente a lo que es hoy. El futuro del medio era incierto, tal y como afirma uno de los personajes: “Yo estoy aquí por dinero. ¿quién sabe los motivos de los demás? Quizá crean que esto es un lugar de paso, pero hay poco futuro en los comic-books. ¡Es una moda! ¡Arte de encargo en papel de periódico!”.
Eisner es, ya lo hemos dicho, una celebridad en el mundo del comic, uno de esos nombres que todo el que quiera adentrarse en el medio debe conocer forzosamente. Es por ello de agradecer que el autor no cayera nunca en el divismo y fuera capaz de conservar su integridad a la hora de revisar su propio pasado. Cuando nos cuenta su vida en aquellos años lo hace con honestidad y humildad, sin pretender que él o sus colegas estuvieran realizando obras de gran calidad, una hazaña de tintes heroicos o marcando un hito en el mundo de la cultura ppular. En cambio, Eisner se retrata a sí mismo y a quienes conoció en esos años con realismo, mostrando sin pudor tanto su ingenuidad en lo sentimental como su ilusión en lo profesional o su esfuerzo e iniciativa en los negocios. Y aunque el único protagonista verdadero es Bill Eyron, Eisner se las arregla para insuflar la necesaria personalidad a los

Además de ver la evolución vital y profesional de Eyron al compás de la aparición de una nueva industria, se tocan otros temas interesantes. El primero, los compromisos y dilemas que surgen cuando el arte llega al mundo de los negocios. Muchos de los primeros editores de comic carecieron de escrúpulos a la hora de plagiar y arrebatar a los creadores cualquier derecho sobre sus obras. También se observa el tránsito de las novelas baratas o “pulp” al comic, tránsito al el que irían aparejados los géneros tratados por aquellas. Y, en tercer lugar, la creación de un concepto innovador: el comic-book como formato para publicar historias inéditas en lugar de soporte para la reedición de tiras o planchas de comics previamente aparecidas en los periódicos. .
El talento de Eisner como narrador gráfico consiste, precisamente, en que no lo parece. La

Su dibujo es engañosamente sencillo. Su trazo es flexible, frecuentemente caricaturesco e incluso esquemático. Sin embargo, todas las figuras quedan bien definidas por su rostro y su gestualidad y el lector siempre puede distinguir perfectamente la identidad de los personajes en cada escena, lo que hacen y dónde lo hacen. Ejemplo perfecto de cómo presentar a varios personajes en un mínimo espacio (y tiempo) y con un máximo de humanidad son las páginas 22 a 27. En ellas se expone rápidamente el pasado y motivaciones de varios de los artistas de plantilla que trabajan para Eyron y Samson. En un conseguido equilibrio entre texto e imagen y sin resultar tedioso, Eisner revela al lector la razón por la que cada uno de esos dibujantes decidió entregarse a su sueño de convertirse en creador. Una secuencia breve, pero sin duda de las mejores del álbum.
Y cuando se analiza con detenimiento “El Soñador” página a página, se descubre que, pese a que se trata de una historia de corte cotidiano en la que no hay acción física ni escenas espectaculares y que es narrada en páginas uniformes de seis a nueve viñetas, el autor utiliza un

Pero Eisner no utiliza ese despliegue de talento para impactar al lector y jactarse de su capacidad narrativa sino como mera herramienta para contar su historia. De hecho, es fácil leer el álbum de principio a fin dejándose llevar por su ritmo fluido sin que nada llame especialmente la atención. El interesado en el lenguaje del comic dispuesto a realizar una lectura atenta, sin embargo, encontrará aquí un enriquecedor catálogo de ideas y recursos.
Si nunca has leído nada de Eisner, quizá este álbum no sea el mejor sitio por donde empezar. Pero aunque no sea una de las más innovadoras obras del autor, es una pequeña joya de su carrera a menudo e injustamente pasada por alto. “El Soñador” es, en definitiva y en su sencillez, un excelente e inspirador trabajo que nos abre las puertas a un pasado más ingenuo en el que unos individuos se atrevieron a soñar, cambiando con ello el curso de la cultura popular.
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