El personaje de La Sombra fue uno de los “abuelos” del género superheroico. Nacido originalmente en 1930 como un serial radiofónico, su popularidad no tardó en trasladarlo a otros formatos, el literario primero –en las revistas pulp de la época, luego en novelitas baratas-, el cine y el comic después. La Sombra fue el personaje que fijó el arquetipo de héroe “villanesco”, el luchador contra el crimen que asustaba a los villanos, inquietaba a los lectores y cuyos métodos no siempre se antojaban del todo nobles. Totalmente vestido de negro, armado con un par de pistolas y dotado de la habilidad de “nublar la mente” de sus adversarios y parecer así tan inmaterial como su propio nombre, La Sombra fue quizá el primer superhéroe “peligroso” cuya influencia podría rastrearse en sucesores tan ilustres como Batman.
Dado que sus aventuras fueron narradas por varios creadores en diferentes medios, el

No entraré en esta ocasión a glosar el recorrido del personaje en el mundo del comic. Baste destacar la breve encarnación viñetera en la década de los setenta de la mano del guionista Denny O´Neil y el dibujante Mike Kaluta. Todas las incursiones en el mundo de La Sombra, sin embargo, compartían algo en común: se mantenían fieles al concepto original y se ambientaban en los años treinta.
A principios de los ochenta, cuando los Estudios Universal anunciaron sus planes para una superproducción protagonizada por La Sombra que se estrenaría en 1985, el interés por el viejo personaje se reavivó. Aunque el proyecto cinematográfico no llegó a buen puerto, el rumor

Éste, que por esos años disfrutaba de los elogios de crítica y público por su colección “American Flagg” para First Comics, se mostró bastante reacio a la propuesta de Giordano. En los años setenta ya había colaborado con Marvel y Atlas Comics (la compañía fundada por Martin Goodman, exfundador de Marvel y Larry Lieber, hermano de Stan Lee) encargándose de héroes cuyas aventuras transcurrían en el ámbito del mundo de los gangsters de los años treinta como The Scorpion o Dominic Fortune. Aunque esa experiencia le convertía en un interesante candidato para el revival de La Sombra, no deseaba realizar más historietas ambientadas en los años treinta.
Pero lo que sí quería era cambiar de género. Llevaba años dedicado a la ciencia ficción con títulos como “Cody Starbuck”, la adaptación al comic de “Star Wars”, “Ironwolf”, “Micronautas” , un par de novelas gráficas adaptando sendas obras clásicas del género y, por fin, su aclamada “American Flagg”. Era hora de pasar a otra cosa y lo que tenía en mente era un comic de género negro, un campo por el que sentía interés desde que

Habida cuenta de la inclinación que Chaykin venía mostrando desde hacía años por la exhibición de violencia gráfica y sugerencias sexuales nada veladas, no debería haber sorprendido a nadie que desde las primeras páginas de la miniserie quedara diáfanamente claro que su versión del personaje no es que fuera diferente a la planteada diez años antes por Denny O´Neil, sino una completa antítesis. Es más, Chaykin se había propuesto de forma expresa romper todos los límites que O´Neil había establecido en su etapa, comenzando por trasladar la acción a los años ochenta. Así, cuando el primer episodio de la miniserie de cuatro números llegó a los quioscos en mayo de 1986, los sorprendidos lectores se encontraron con un justiciero muy diferente del que recordaban, vestido de Armani y empuñando ametralladoras Uzi.

Chaykin no tenía el mismo sentido de lealtad o amor por la tradición, todo lo contrario. Según afirmó: “no creo que La Sombra como personaje sea digno de tal reverencia”. Es difícil imaginar que un proyecto de revitalización de un viejo personaje fuera encargado a alguien que albergaba tal hostilidad hacia el material original, pero Giordano no sólo no rectificó sino que aprobó la sinopsis inicial y el guión terminado.
Así, en las primeras páginas del número 1, el lector asistía asombrado a los brutales asesinatos

La aniquilación de su antigua red de agentes obliga a La Sombra a salir de su retiro en la legendaria ciudad de Shambala. Viaja hasta Nueva York y se reúne con dos de sus viejos asociados. Pero cuando por fin se presenta ante ellos –y ante los lectores- en la última viñeta del primer número, todos contemplan asombrados que no ha envejecido un ápice: sigue disfrutando de la misma apariencia de joven playboy, luciendo un elegante traje y una pose prepotente y burlona.
En un interesante giro argumental, la trastornada mente que se esconde tras los crímenes resulta ser Lamont Cranston –el verdadero Lamont Cranston, cuya identidad había sido “robada” por La Sombra en los años treinta-, un anciano aquejado de una enfermedad terminal que ha ido acumulando a lo largo de toda su vida un profundo odio hacia Kent Allard

Aunque la trama es bastante disparatada, sí contiene algunos momentos interesantes, como la sugerida relación romántica entre La Sombra y Margo Lane, ahora conocida como Marilyn Forsythe, una anciana de ochenta años; o la caracterización de Harry Vincent, antiguo ayudante del héroe, como un mago de segunda que se gana la vida en las ferias locales realizando un espectáculo en el que encarna a su antiguo patrón.
Desde luego, una de las cosas que más llama la atención del comic, incluso hoy, es la violencia. Hay asesinatos a sangre fría, gente destrozada por hélices, arrojada desde aviones, tiroteada, defenestrada, aplastada, incinerada viva… Era un despliegue de muerte –en buena medida sembrada por el propio héroe titular- como pocas veces se había visto en un comic book. Chaykin fue un pionero de ese sesgo violento que más tarde se convertiría en relativamente

Una de las razones por las que aceptó el encargo de ocuparse de un personaje por el que no sentía un especial cariño fue por la posibilidad de explorar, según sus palabras, “la violencia desagradable y aleatoria” propia de este tipo de justicieros. El comic de superhéroes y de luchadores enmascarados contra el crimen en general tiende a la glorificación de la violencia, sublimándola conceptual y estéticamente para que resulte aceptable y necesaria. Ya en su obra anterior, “American Flagg”, Chaykin había explorado –si bien de una forma menos evidente- las consecuencias de la brutalidad extrema. Ahora iba un paso más allá.
No es que Chaykin se aprovechara de la nueva moda de héroes violentos y cínicos que inauguraron Frank Miller y Alan Moore. De hecho, “Batman: El Regreso del Caballero Oscuro” y “Watchmen” se publicaron en el mismo año que la miniserie de La Sombra, así que difícilmente podría tratarse de un caso de plagio o mimetismo. Fue Chaykin, junto con los

Contemplado desde cierta distancia, La Sombra era un individuo extraordinariamente violento: su característica risa diabólica al enfrentarse a los villanos denota su disfrute con el uso de la fuerza, y la forma en que se sirve de sus ayudantes apunta a la sociopatía. Eran rasgos que ya se encontraban en las historias originales de los años treinta y cuarenta, especialmente las firmadas por Theodore Tinsley, uno de los autores contratados para aliviar la carga de trabajo del escritor principal, Walter Gibson. Sus relatos, más perversos y violentos, fueron los que sirvieron de base al enfoque de Chaykin. Tal y como lo describe, La Sombra no era ni una persona que le gustara ni alguien con quien deseara verse asociado. No es una ejemplar figura heroica dedicada a combatir el crimen y hacer justicia, sino un asesino frío y lunático con pocas cualidades que le rediman. Armado con un par de uzis en lugar de las clásicas pistolas, exhibe una actitud tan chulesca como simplista en lo que se refiere a su misión. Cuando Mavis le reconviene por haber matado a todos los miembros de una cuadrilla de punks asesinos argumentando que existe la ley, La Sombra le contesta: “Eso es cosa de la policía. ¿Para qué malgastar tiempo en un juicio contra esos psicópatas cuando una bala es más eficiente y permanente?”.
No es solamente la violencia lo que convierte a este cómic en un precursor de la ola de

Por otra parte, Chaykin, como parte de su deconstrucción del personaje clásico, sitúa como archinémesis del protagonista a Lamont Cranston, el criminal de altos vuelos que, involuntariamente, llevó a Kent Allard hasta Shamballa. El conflicto con Cranston obliga a La Sombra a enfrentarse al pasado que creía haber abandonado, un pasado que, de todos modos, era ficticio, ya que ninguna de las múltiples identidades que había ido utilizando era real –ni siquiera la “original” de Kent Allard, a la que se le dedica un brevísimo flashback para luego olvidarla por completo-.
Lamont Cranston es un villano absurdo. Viejo y repulsivo, es reiteradamente engañado en la cama por su “hijo” clónico y su exuberante esposa obsesionada con la figura de La Sombra y la

El plan de Cranston consiste, como ya hemos dicho, en utilizar una bomba nuclear

Ese final distancia a “La Sombra: Sangre y Justicia” de otras obras como “Watchmen” o “Batman: El Regreso del Caballero Oscuro”. Porque aunque ambas ofrecen una visión crítica de la figura del salvador-justiciero, en ellas hay personajes que de una u otra forman redimen el concepto de héroe como individuo preocupado por el prójimo. Chaykin, en cambio, rechaza cualquier posibilidad de confiar en nuestros viejos héroes. Puede que La Sombra salve a la ciudad del holocausto nuclear, pero es igualmente cierto que él había sido la razón de que existiera tal amenaza; y el desenlace demuestra que puede que dirija sus energías y recursos hacia la lucha contra los criminales, pero que desde luego siente muy poca compasión o siquiera empatía por el prójimo. La hostilidad de Chaykin hacia el personaje resulta patente hasta el mismo final.
Dicho todo lo cual, hay que añadir que la miniserie es tan brutal y cínica como divertida. Contiene muy buenos momentos y un dibujo que compensa las infames tendencias apuntadas más arriba. El humor negro, el ritmo, la rotulación de onomatopeyas, la composición de página o un diseño de personajes y fondos que fusiona el Art Deco con la New Wave, elevan el nivel global de “Sangre y Justicia” por encima de la media habitual en el comic mainstream.
Chaykin también puso un esfuerzo especial en las portadas, diseñando e ilustrando cada una

Todo lo apuntado es lo que explica por qué Chaykin es un autor que no sólo no ha sido olvidado o rechazado por los fans a causa de sus cuestionables tendencias o aproximaciones a los géneros, a menudo excesivas, sino que, por el contrario, acumule un nutrido grupo de seguidores incondicionales. Sus mejores obras contienen tantos fallos como aciertos, pero de alguna forma consigue equilibrar el resultado hacia el lado positivo de la balanza.
Chaykin se veía a sí mismo como el salvador de un personaje sumido en viejas contradicciones, pero en lugar de recuperar y actualizar el espíritu original, lo convirtió en un personaje cínico, irrespetuoso y antipático. Decir que los fans más veteranos de La Sombra se sintieron ofendidos es poco. Y no tanto porque el héroe hubiera sido trasladado al tiempo presente, sino por la forma en que se había interpretado su figura. Chaykin, habituado a publicitar su trabajo con incendiarias declaraciones, ya había avisado de lo que iba a ocurrir y que no sentía reverencia alguna por el personaje original.

Han pasado ya casi treinta años desde su publicación y desde entonces han habido numerosos intentos de devolver la vida e insuflar sangre fresca a viejos personajes de la era pulp. La mayoría de ellos han sido poco afortunados. Hay quien incluiría a “Sangre y Justicia” entre los de ese grupo, pero sea como fuere e independientemente del gusto de cada cual, lo cierto es que se trató de un trabajo osado, irreverente y rompedor. A pesar de que no se le haya reconocido como tal, esta miniserie fue uno de los comics más brutales de la década y, hasta el día de hoy, una de las aproximaciones más oscuras y desengañadas a la figura del héroe clásico.
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