Enfrentar a Lobezno con su lado más bestial no era ya en 1990 una idea nueva. De hecho, ése había sido el corazón temático de la miniserie que sobre él hicieron Chris Claremont y Frank Miller allá por 1982. Sin embargo, los guionistas de Marvel seguían bebiendo de la misma sin desviarse demasiado ni atreverse a plantear una evolución para el personaje (quizá para evitar irritar a Claremont, que consideraba a los mutantes como de su propiedad) Y así, esa fue también la premisa que eligió Alan Davis para la que iba a ser su primera incursión como autor completo. No era la primera vez que aportaba ideas a los comics en los que participaba como dibujante y en títulos como “Capitán Britania” o “Excalibur” había incluso actuado como coargumentista; pero sintiéndose todavía algo inseguro, le pide a Paul Neary, antiguo editor en Marvel UK, entintador y amigo, que le ayude con los diálogos, acreditándolo como coguionista.
Durante una estancia en el Yukón canadiense en pleno invierno, Lobezno investiga unos salvajes ataques que se están produciendo contra los lugareños y que resultan ser obra de unas misteriosas criaturas humanoides y peludas cuyas habilidades psíquicas amenazan con minar su siempre frágil autocontrol y hacer aflorar su naturaleza más bestial.
“Bloodlust” (Sed de Sangre) es una de esas obras del Marvel de los 90 que se quedaron un poco en tierra de nadie. No es un comic sensacional pero tampoco malo; narra una historia autocontenida –lo cual ya es de por sí bienvenido- cuya amenaza es bastante original, porque no se recurre al tópico villano Marvel, sino que se trata de unas criaturas agresivas que son en realidad renegados de una raza, los Neuri, esencialmente bondadosa, una suerte de Yetis inteligentes y benevolentes.
Si “Bloodlust” asciende por el nivel de lo simplemente mediocre y aburrido es sobre todo por el excelente trabajo gráfico que en él ofrecen Alan Davis y Paul Neary. El dibujo está por muy por encima de la media de la editorial por entonces –e incluso, me atrevería a decir, de ahora: atmosférico, dramático, con excelentes composiciones, una narrativa fluida y un trazo y diseño elegantes y depurados. Estas páginas pueden contarse entre lo mejor que hizo Alan Davis por aquellos años, y dado que ya era un artista experimentado, esto es decir bastante. De hecho, la historia es sobre todo una excusa para que Davis pueda lucir su talento en diversas batallas de gran violencia y donde, sin embargo, es capaz de mantener las cosas razonablemente limpias en vez de caer en un festival gore. Son momentos de intensa acción física que transmiten velocidad y ferocidad y que resultan perfectamente coherentes con la naturaleza del protagonista. La brutalidad de los enfrentamientos es explícita porque Lobezno no sale de ellos intacto: su ropa acaba hecha trizas y su cuerpo duramente castigado (era la época anterior a que pudiera regenerar prácticamente cualquier herida en un par de páginas).
Además del “combate contra la bestia interna” (un conflicto que la historia sugiere que Lobezno ha ganado en este punto de su vida y gracias a lo cual puede sobreponerse a la influencia maligna de los Neuri renegados, aun cuando esta versión no acaba de casar bien con otras del personaje en la misma época), Davis y Neary tratan de encajar algunas reflexiones filosóficas deudoras del New Age sobre el hombre y el daño que éste causa en el medio ambiente, pero el concepto y desarrollo de la historia parecen poco trabajados. Por ejemplo, los Neuri son esencialmente espíritus bondadosos de la Tierra. ¿De qué manera entonces su pacifismo esencial les permitiría aceptar como aliado a un ser tan abiertamente violento como Lobezno? Quizá el mutante canadiense no fuera el personaje más apropiado para abordar estos temas.
O, como mínimo, no era el personaje adecuado en base a la evolución que había tenido bajo la batuta de Chris Claremont y John Byrne en los X-Men. Porque originalmente y a tenor de lo que explicó su creador, Len Wein –quien tras su primera aparición en “The Incredible Hulk” 180 (1974), tuvo poco que decir en su desarrollo-, la idea original para Lobezno era la de un héroe que nunca mataría. Su núcleo emocional sería el de estar librando una guerra constante consigo mismo, decidido a mantener su naturaleza salvaje a raya. Por el contrario, la popularidad del personaje acabó apoyándose en su facilidad para desatar la bestia interna en las batallas y justificarse a posteriori.
Al final, la historia de “Lobezno: Bloodlust” se queda un tanto escasa para las 48 páginas que ocupa, apoyándose demasiado en la reiteración de los mismos temas e ideas (en nada menos que seis ocasiones, Logan experimenta las emanaciones psíquicas de los monstruos que desencadenan en él una sed de sangre). No hay giros o revelaciones verdaderamente sorprendentes (la siniestra identidad de la hermosa chica que había tratado de seducirlo se descubre al final, pero queda bastante clara desde que interviene en el comienzo de la historia). Aunque también es cierto que Lobezno no es exactamente alguien dotado para la estrategia y que su poder ha consistido en pelear hasta la muerte de sus adversarios aprovechando su cuasiinmortalidad.
Puede mencionarse en el debe de la historia el pobre retrato que Davis hace de Dawson City y el Norte de Canadá, una colección de tópicos que parecen extraídos de las viejas novelas de Jack London y James Oliver Curwood tanto como de los dibujos animados de Bugs Bunny. Lo que vemos aquí es un pueblo de mineros, tramperos y leñadores francófonos gobernados por un sheriff. Si fuera una comedia fantástica, podría ser comprensible, pero dado que Davis claramente quiere darle a la historia un tono serio y adulto, la mezcla no acaba de funcionar.
Con todos sus defectos y el hecho de que nunca llega a ser el comic profundo que quizá Davis esperaba hacer, hay que reconocer que es una historia de lectura muy agradable que ha envejecido fenomenalmente bien; excelentemente ilustrada, con algunas escenas muy intensas, una atmósfera conseguida y con Lobezno haciendo lo que mejor se le da: meterse en peleas mientras hace taciturnas reflexiones sobre su dicotomía hombre/bestia.
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