12 mar 2021

1969- COMANCHE - Greg y Hermann (y 4)

(Viene de la entrada anterior)

 

En “Los Sheriffs” (1980), encontramos a Red ayudando a los Duncan a reconstruir su rancho y sacarlo adelante. Pero un día, aparecen cinco hombres, todos ellos antiguos sheriffs, que le piden ayuda para liberar a un pueblo que lleva seis días rodeado por una cruel banda de forajidos, la familia Ruhmann y sus secuaces. Son un grupo variopinto (entre los que se encuentran un mexicano y un rabino además de Wallace, el sheriff de Greenstone Falls) cuyos pueblos sufrieron en un momento u otro la violencia de esos bandidos.

 

Inicialmente, Red no está interesado en mezclarse con ellos. Aunque son antiguos colegas y excelentes pistoleros, tiene serias reservas sobre la auténtica catadura moral de todos ellos. Sin embargo, cuando se entera de que Comanche está en el pueblo y que puede morir en la refriega, acepta formar parte del grupo de rescate. A ellos se unirá también Mancha de Luna, que consiguió escabullirse del pueblo asediado pero cuya incorporación despertará los prejuicios racistas de algunos de los sheriffs. Llegado el momento y enfrentados a un contingente muy superior, éstos deberán recurrir a la astucia tanto como a su pericia con las armas.

 

“Los Sheriffs” es una historia excelentemente construida que mezcla la premisa de “Los Siete Magníficos” (1960) con el tono del western crepuscular de los setenta del pasado siglo. Los protagonistas de la clásica película dirigida por John Sturges distaban de ser modelos de conducta, pero esto sólo se sugería más que mostrarse abiertamente, haciendo hincapié por el contrario en su perfil heroico. Greg y Hermann, en cambio, nos muestran a unos sujetos que más parecen forajidos que agentes de la ley –con la posible excepción de Wallace, al que ya conocíamos de álbumes anteriores y que había dado sobradas muestras de honestidad-. Son tipos violentos, arrogantes, susceptibles, racistas, camorristas… y uno bien puede sospechar que sus motivaciones para esta misión son tanto la búsqueda de justicia como la reparación de antiguas afrentas de los Ruhmann que les dejaron en mal lugar en sus lugares de origen. Son individuos desaseados, cansados, rotos y sin más meta ya en sus vidas que la que tienen inmediatamente delante y para la que quieren enrolar a Red Dust.

 

La épica lucha final les da oportunidad para demostrar su valentía, fiereza, determinación y, por qué no, heroísmo. Por supuesto y tratándose de Greg, la ambigüedad moral de los compañeros de viaje de Red Dust no impide que la historia termine con el bien alzándose triunfante. Cuando llega el momento de combatir, todos esos sujetos de dudosa catadura dan lo mejor de sí mismos y, en cierto modo, consiguen la redención que ansían. Salvo Red y Mancha de Luna, todos acaban sucumbiendo, quizá para lavar los pecados del pasado que es fácil imaginar que arrastran con ellos.

 

Greg introduce en esta ocasión una novedad: una narración en primera persona de Red Dust. Es un recurso que sólo utiliza el guionista en seis viñetas, pero que nos da la oportunidad de echar un vistazo al corazón del protagonista. Porque su incorporación al grupo de justicieros y el viaje hasta el pueblo sitiado le permite reflexionar, no sólo sobre sus compañeros de viaje (“En cuestión de horas, aquellos tipos se habían convertido en “mi” equipo”) sino sobre sus propias motivaciones. Y es que la situación le ha hecho reconocer que sigue enamorado de Comanche: “Comanche estaba en peligro…Comanche, la que me había dececionado diez veces y por la que sería capaz de atravesar la Tierra”.

 

De hecho, tras su reencuentro al final del álbum, Red decidirá volver al rancho Triple 6. Greg nunca se mostró muy interesado en desarrollar la vertiente romántica de sus historias y no aclara qué espera conseguir Red. Está claro que regresa porque sigue enamorado de Comanche, pero ¿de verdad alberga esperanzas de ganarse el amor de la chica? ¿Está dispuesto a renunciar a su modo de vida y amoldarse al proceso de civilización en el que ya está inmerso Greenstone Falls? ¿A volver a ocupar el puesto de subordinado mientras el objeto de sus desvelos le da órdenes? Por desgracia, la caracterización de los personajes no llega tan lejos y es el lector quien tiene que rellenar las amplias elipsis que separan los álbumes y en las cuales, está claro, suceden muchas cosas que Greg sólo sugiere.

 

El trabajo de Hermann es impecable, sobre todo teniendo en cuenta que todo el tercio final, con la batalla entre los forajidos y los sheriffs, transcurre en plena noche. La labor de sombreado e iluminación es fantástica y viene apoyada por el excelente ojo del colorista Fraymond (Raymond Fernández), incorporado ya en el álbum anterior. Éste no sólo sabe darle a cada escena el tono cromático preciso para separar volúmenes y potenciar el dramatismo y la atmósfera infernal del combate del clímax, sino que durante toda la historia utiliza el color para indicar la hora del día (el amanecer de la partida, el ocaso del final de jornada) o incluso la temperatura reinante (los colores fríos y cielos plomizos de los pasos de montaña, por ejemplo).

 

Un álbum, en definitiva, excelente, con un ritmo perfectamente medido, con personajes pintorescos a mitad de camino entre el heroísmo y la villanía, escenas de acción intensas y con más violencia de lo que a priori cabría esperar de una serie pensada para un público juvenil, diálogos incisivos y un dibujo imbatible.

 

En este punto, la colaboración entre Hermann y Gregg se encamina hacia su final. Por una parte, el dibujante empezaba a perder el interés por los guiones que le pasaba su compañero. Llevaban muchos años colaborando tanto aquí como en “Bernard Prince” y Hermann ya no encontraba sorpresas en las historias de uno y otro personaje. Por otra parte, y aunque el propio Greg confesó que se estaba quedando sin ideas, tampoco aceptaba las que le hacía Hermann. Este cansancio hizo que el dibujante decidiera probar suerte como autor completo con un personaje de creación propia. Y así, en marzo de 1979, empezaba a serializarse en la revista “Super As” la serie “Jeremiah”, con guión y dibujo de Hermann. Se trataba de una serie de ciencia ficción postapocalíptica con fuertes influencias del western. Sobre ella, trataré en otra ocasión.

 

En este punto, Hermann ya no era capaz de encargarse de tres series simultáneamente y, de común acuerdo con Greg, decide abandonar una de ellas, “Bernard Prince”, que será continuada primero por Dany y después por Aidans. “Comanche” será la siguiente, pero aún tendría ánimos Hermann para dibujar dos excelentes álbumes más.

 

El penúltimo firmado por el dúo Hermann-Greg será “Y el Diablo Gritó de Placer” (1981). Red Dust, como dije, recupera su empleo de capataz en el Triple 6 y una noche, en el saloon de Greenstone Falls, conoce a Addison De Vega, un agente de seguros de Boston, y su ayudante, Pickford, que se encuentran por la zona ofreciendo pólizas a los rancheros. Su estancia, quizá casualmente, ha coincidido con el incendio de algunas propiedades.

 

Esa misma noche, el Triple 6 es víctima de las llamas y cuando todos se dirigen al lugar, De Vega encuentra entre los escombros una flecha india de la tribu de los pawnee. Pero Red y Mancha de Luna, expertos en la materia, aseguran que es una falsificación y que todo ha sido un montaje del asegurador para asustar al resto de propietarios y que contraten las pólizas. La disputa no va más lejos porque en ese momento llegan noticias de otro incendio en otro rancho cercano y todos salen hacia allí. Pero Clem se queda atrás y escucha una conversación comprometida entre De Vega y Pickford, quienes, al descubrirlo, le dejan inconsciente y huyen. Poco después, tras hallar a Clem, Red y Mancha de Luna salen en persecución de ambos hombres y descubren que hay un tercero involucrado, un viejo conocido del cowboy…

 

Greg recupera en esta ocasión esa fórmula que tan bien conocía y que consistía en mezclar la ambientación y elementos propios del western y los del género policiaco. A primera vista, se trata de una estafa de seguros (otra lacra del progreso que va llegando al cada vez menos Salvaje Oeste) organizada y ejecutada por Addison De Vega (que como el fotógrafo Dan Morgan de “Furia Rebelde”, proviene de Boston. Cualquiera diría que Greg le tenía poca simpatía a esa ciudad). Pero la intriga resulta ser más complicada de lo que aparenta y Greg aprovecha la ocasión para conectar esta historia con un infame personaje del pasado de Red.

 

El suspense es muy efectivo y la trama aunque incluye giros algo rebuscados e innecesarios (como cuando Red pierde temporalmente la vista), mantiene el interés de lector, absorto en una intensa caza del hombre que transcurre en un intervalo temporal muy corto (dos noches y un día).  

 

Si el fuego había sido la excusa para detonar la acción de la anterior entrega, en el décimo y último álbum de esta primera etapa de la colección, “El Cuerpo de Algernon Brown” (1983), se trata del agua. Tras tres semanas de lluvia continua, la región de Greenstone Falls ha quedado devastada y los rebaños de los ranchos diezmados. Mientras evalúan los daños en las tierras pertenecientes al Triple 6, Comanche, Ten Gallons y Red Dust descubren el cadáver de un hombre, que según su documentación se llama Algernon Brown y que no murió ahogado, sino a causa de dos disparos.

 

Casualmente, a la mañana siguiente el nuevo doctor de Greenstone Falls, Averell Colby, visita el Triple 6 para presentarse y tiene ocasión de examinar el cadáver, al que dice conocer y describe como un asesino. El sucesor de Wallace en el puesto de sheriff (recordemos que murió en el álbum anterior), Ken Willard, nombra a Red ayudante y responsable mientras él viaja a Laramie para confirmar la identidad de la víctima, ya que tiene motivos para creer que podría tratarse de un detective de la Agencia Pinkerton en misión secreta. Pero por el camino, un asesino a sueldo lo mata antes de que Red pueda alcanzarlo y avisarle del peligro que corre.

 

Reacio a ejercer de agente de la ley y continuar con la investigación pero al mismo tiempo esclavo de su sentido del honor y la responsabilidad, Red se ve obligado a volver a Laramie, una ciudad por la que no siente ningún cariño (fue allí donde años atrás mató –ejecutó, más bien- a sangre fría a Russ Dobbs), donde se reencuentra con “Bombardero” Cavendish, el boxeador que había conocido durante su persecución de Dobbs y que ahora le ayudará en sus pesquisas. Éstas les conducirán hasta una familia de potentados locales que esconde un oscuro secreto…

 

“El Cuerpo de Algernon Brown” es otra historia de detectives, en este caso la investigación de un asesinato, que comienza con un escenario digno de un relato postapocalíptico (la inundación y la devastación subsiguiente) y que pronto se transforma en una trama bastante retorcida. En esta ocasión, Greg, de camino a Estados Unidos para ejercer de representante de Dargaud y distraído con otros proyectos, carga la historia en demasía y puede resultar complicado seguir las pistas falsas, los giros dramáticos y las sorpresas. Sobre todo, parece que todos los elementos han sido colocados de una forma un tanto forzada para obligar a Red Dust a regresar a un lugar que marcó un antes y un después en su vida en el álbum “Cielo Rojo sobre Laramie”; una historia aquélla mucho más intensa, directa y violenta que la que ahora nos ocupa. Una de las virtudes de la serie siempre fue la simplicidad –que no simpleza- de sus tramas, pero “El Cuerpo de Algernon Brown” se pierde, sobre todo al final, en un laberinto de secretos familiares, locura y venganza que se remata de forma quizá excesivamente melodramática.

 

Aunque no fuera más que casualidad, este resultó ser un buen álbum para poner punto y final a la serie y al personaje. Porque en la ciudad de Laramie vemos el futuro de lo que será Greenstone Falls: un lugar ordenado, de señores con traje y corbata y señoritas con vestidos de París, de calesas y negocios prósperos. Las calles polvorientas, los salones ruidosos y los borrachos disparando al aire impunemente pertenecen al pasado. La civilización ha llegado. ¿Qué lugar tiene ese nuevo mundo para alguien como Red Dust, que ha vivido sin más normas que su propio código de honor y sobrevivido no con la ayuda de la ley sino de su revolver? Él mismo parece reconocerlo así cuando lo primero que hace al llegar para continuar sus investigaciones y entrevistarse con diversos personajes locales es asearse y cambiar su atuendo de cowboy por el traje de un respetable ciudadano. Aquél era el final del Salvaje Oeste y de la gente como Red Dust, el final de un mundo y de una forma de vida. Greg había contado ya todo lo que podía contar en la colección. ¿Qué mejor conclusión para un western crepuscular?

 

En estos dos álbumes finales, Hermann ofrece una serie de páginas magníficas, de nuevo coloreadas con el máximo acierto por Fraymond, ya sean las escenas nocturnas iluminadas por las llamas de “Y El Diablo Gritó de Placer”, o el amanecer plomizo tras el diluvio o las calles soleadas de Laramie en “El Cuerpo de Algernon Brown”. La atmósfera suave de estas últimas aventuras, el retrato de los paisajes naturales, la representación de los espacios interiores… son siempre impresionantes y llenas de detalles. El pincel de otros tiempos ha dejado paso al uso del rotring, con el que Hermann puede dibujar tramas más finas e incluso jugar con el puntillismo. El trazo más liviano aligera también las viñetas, dando más sensación de amplitud. Por el contrario, el trabajo de caracterización visual de los personajes (en cuanto a su diferenciación física, no en cuanto a la utilización del lenguaje corporal) se me antoja no a la altura de los fondos, quizá producto, como he apuntado, del cansancio que arrastraba el artista (y que trató de aliviar introduciendo a propósito y como broma una serie de chirriantes anacronismos en varias viñetas).

 

Como ya apunté antes, en este punto Hermann decide abandonar también “Comanche” y concentrarse en “Jeremiah” y otra nueva serie de su propia creación, “Las Torres de Bois Maury”. Y no es de extrañar. Aparte del lógico cariño que sentía por un personaje salido de su propia imaginación y que estaba funcionando muy bien entre los lectores, el ritmo de producción que había seguido durante años era sencillamente agotador: desde 1977 hasta 1983, dibujó nada menos que once álbums, ocho de “Jeremiah” y tres de “Comanche”. (Un álbum más aparecido mucho después, “El Prisionero” (1998), recopilaría historias cortas realizadas en los setenta y ochenta para números especiales de “Tintín” y que transcurrían en diferentes momentos de la cronología del personaje).

 

La serie entró entonces en un hiato durante el cual, además, desapareció su cabecera madre (“Tintin” fue cancelada en 1988). Tampoco Greg, comprometido con otras tareas, tuvo tiempo de retomarla y cuando lo hizo, estaba ya cansado y desconectado del espíritu de la época. A partir de 1990 y para Dargaud escribiría unos cuantos volúmenes más (a su muerte en 1999, le sustituiría Rodolphe para un único y último álbum) pero ya sin poder replicar la magia de la primera etapa. La partida de Hermann no podría ser compensada por Michel Rouge, un dibujante cuyo estilo inspirado por Giraud es tan correcto como impersonal. Hermann sólo regresaría al personaje para ilustrar alguna nueva portada, posters, exlibris o similares, pero ya sin comprometerse en historias largas.

 

“Comanche” es una serie fundamental dentro del género western en el comic, una mirada realista sobre una época en la que la Frontera iba gradual pero irremediablemente desapareciendo ante el avance del progreso. Los personajes que la pueblan, héroes, villanos y mezcla de ambos, evolucionan y se adaptan o no a ese nuevo escenario. En los diez álbumes de que consta esta etapa de la colección encontramos momentos sórdidos y heroicos, violencia y entrega, aventura e intriga, épica y melancolía, integradas en historias que en su narrativa, personajes, tramas y dibujo han envejecido extraordinariamente bien desde que se publicaron hace ya más de cuatro décadas.

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario