(Viene de la entrada anterior)
Tras el tríptico compuesto por “Los Lobos de Wyoming”, “Cielo Rojo Sobre Laramie” y “Desierto sin Luz”, es fácil imaginar la presión que sintieron Greg y Hermann por mantener el nivel de calidad que la serie había alcanzado con esos álbumes. Los dos siguientes no decepcionaron y, aunque son aventuras independientes, sí conservan la continuidad general dentro de la serie y la evolución de los personajes.
Así, en el sexto volumen de la serie, “Furia Rebelde”
(1976), nos encontramos con Red Dust ejerciendo de ayudante de Wallace, el
sheriff de Greenstone Falls, tras haber demostrado su valor y valía en el álbum
anterior, “El Desierto sin Luz”, contra la banda de Shotgun Marlow. Ambos
hombres deben brindar protección a un fotógrafo del Boston Examiner, Dan
Morgan, que quiere inmortalizar con su cámara el Salvaje Oeste antes de que el
progreso lo transforme por completo.
Pero resulta ser un mal momento para visitar la región,
porque las tensiones entre las diferentes tribus Cheyenne han llegado a su
clímax y empiezan a sembrar la violencia por el territorio. Por una parte, está
el clan de Fuego Solitario, un rebelde cuyos alcoholizados seguidores quieren
expulsar a los blancos de sus tierras ancestrales a base de asaltar las granjas
y asesinar a sus dueños; por otra, la tribu de Caballo Alzado, que desea hacer
honor a los tratados de paz firmados con el Ejército. Mancha de Luna, el nativo
Cheyenne amigo de Red Dust y Comanche y empleado en el rancho de ésta, se ve
involuntariamente atrapado en el centro de ese conflicto que Morgan espera
aprovechar para elaborar un sensacional reportaje sin considerar el peligro que
va a correr él y en el que va a poner a quienes le rodean.
Tanto este guión como el siguiente inciden en esa transformación del Oeste que ya se había apuntado en “Desierto sin Luz”, cuando tras pasar veinte meses en presidio, Red Dust regresaba a un Greenstone Falls muy cambiado. Greg dejaba claro que a su protagonista no le convencía esa modernidad que también estaba afectando al rancho Triple 6, a sus viejos amigos y, sobre todo, a Comanche, más receptiva al progreso.
En “Furia Rebelde”, Greg da un paso más a ese imparable
proceso con la visita de un fotógrafo del Este entusiasmado por el lo que él
considera un exótico conflicto entre salvajes. El guion contiene varias
ocasiones en las que se describe claramente la brecha entre la perspectiva del
ambicioso urbanita llegado para observar a los “salvajes” y aprovechar sus
violentos conflictos para obtener fama y fortuna, y las consecuencias que la
guerra tiene sobre los propios Cheyennes y los blancos que viven allí. Además,
la historia le da a Mancha de Luna, hermano de los dos jefes indios rivales, un
complicado papel en la delicada situación, adoptando una postura cuyo secreto
sólo se revelará hacia el final. La aventura ofrece también varios momentos
espectaculares, especialmente la secuencia del vuelo en globo sobre los indios
al asalto del Triple 6. Un álbum, en fin, absorbente de principio a fin y en el
que Greg evita el maniqueísmo sin sacrificar diversión.
“El Dedo del Diablo” (1977) comienza con un acto de campaña
política organizado en Greenstone Falls por el candidato a gobernador, el Juez
Dillon. Red Dust, que tiene aversión por el progreso y la civilización de esos
territorios hasta hace poco salvajes, toma la decisión de dimitir de su cargo
de agente de la ley y encontrar otro lugar donde ganarse la vida. Se dirige a
Montana, donde la explotación de los yacimientos de cobre amenaza a los
pequeños granjeros, ya que la ley permite que un propietario que encuentre un
filón en su territorio, puede explotarlo siguiéndolo allá donde se extienda,
teniendo derecho incluso a apropiarse de las parcelas adyacentes a la suya.
Red conoce a Joseph Duncan y su hija Patricia, que se han establecido en la región y no quieren tener nada que ver con el negocio del cobre. Pero ello no les va a permitir quedarse al margen porque un día reciben la visita de Dan Wallach, un formidable pistolero a sueldo del acaudalado terrateniente Augustus Heinze. Por supuesto, de lo que se trata es de presionarlos para que malvendan su terreno y de paso, el criminal revela lo que Duncan quería mantener en secreto: que antes de ser un pacífico granjero, había sido Jed Dexter, alias “El Dedo del Diablo”, el más temible pistolero del Oeste. La confrontación es inevitable y Red elige, como no podía ser de otra manera, el bando de los más débiles.
Esta entrega nos confirma lo que ya la anterior nos había
hecho sospechar: que Red Dust desconfía del progreso y que, como sheriff, no se
sentía cómodo actuando como brazo armado de un sistema que está erosionando
todo aquello que él más aprecia. En cuanto la encarnación del mismo, el Juez
Dillon, monta su circo electoral en Greenstone Falls y viendo a Comanche apoyar
sin remilgos al político, el cowboy decide huir, marcharse a un lugar aún más
lejano en el que alguien amante de la libertad como él pueda sentirse a gusto.
Greg abrevia en exceso la despedida de Red de la ciudad y sus amigos,
reduciéndola a una sola plancha en la que dice adiós a un entristecido Ten
Gallons, que probablemente lo hubiera acompañado de no sentirse ya demasiado
viejo. Sorprendentemente, Red deja atrás sin remordimientos aparentes a todos aquellos
con los que una vez estuvo tan unido: Comanche, Toby, Clem, Mancha de Luna… De
todas formas, el lector no tiene problemas en imaginar que el guionista no iba
a prescindir tan fácilmente de esos personajes y que en un momento u otro
reaparecerán.
Greg no llega a entrar a fondo en lo que todos los lectores
se preguntaban: la auténtica relación entre Red Dust y Comanche. A tenor de lo
que se había visto en la serie, podía deducirse fácilmente que él albergaba
sentimientos por ella más allá de la amistad. Lo recíproco no está tan claro.
Porque mientras que Red permanecía siendo el cowboy vagabundo amante de la
libertad y leal a su propio código de honor, la joven había ido limando sus
orígenes indómitos para aburguesarse, rindiéndose al lujo y la sofisticación,
algo que se podía ver fácilmente por el cambio de su vestuario y su nuevo
círculo social integrado por las fuerzas vivas del pueblo. Era una historia de
amor imposible y quizá Greg pensó que su desarrollo no tenía cabida en una
serie de aventuras; pero la marcha “a la francesa” de Red al comienzo de este
episodio, sin verbalizar nada, dice mucho de su decepción por cómo han
discurrido las cosas en el rancho y con su dueña.
No puedo evitar pensar que quizá Greg, sin dejar de ser
fiel a la naturaleza del protagonista, lo convirtió en vehículo de su propia
decepción y su búsqueda de nuevos aires. Y es que, tras haber ejercido como
editor en jefe del semanario “Tintín” desde 1966, llevando a la veterana
revista a su mejor etapa, alejándola de las restricciones de la línea clara que
marcó su nacimiento y creando para ella series inmortales más adultas y
protagonizadas por héroes imperfectos, dimitió del puesto en 1975, cuando el
hijo de uno de los fundadores y socios mayoritarios, Raymond Leblanc, decide
cambiar la orientación editorial de la misma. Aquel mismo año, Greg se
convierte en director literario de Dargaud y deja Bélgica para mudarse a París,
adoptando esa nacionalidad y un nuevo nombre, Michel Greg (el de nacimiento había
sido Michel Regnier). A finales de los setenta, se estableció en Estados Unidos
como representante de Dargaud, colaborando en diferentes proyectos televisivos
y promoviendo (sin mucho éxito hay que decir) los comics europeos. Regresó a
Francia a mediados de los ochenta para seguir escribiendo tebeos y novelas.
“Comanche”, sin embargo y como otras de sus series (“Olivier Rameau”, “Bruno
Brazil” o “Luc Orient”), seguiría apareciendo regularmente en “Tintín”, su
hogar original.
Volviendo a “El Dedo del Diablo”, una sola plancha de
transición excelentemente ejecutada por Hermann traslada la acción y al
personaje a la vecina Montana, donde no tardará en verse involucrado en otro
conflicto local, esta vez doble: por un lado, los abusos que sufren los
propietarios más humildes por parte de terratenientes ansiosos de acumular
tierras ricas en recursos mineros; por otro, la rivalidad entre dos leyendas
del revólver. Alrededor de ello, Greg, construye una historia densa pero
tremendamente sencilla de seguir.
El personaje de Duncan, el “Dedo del Diablo”, está
integrado con inteligencia en la historia. La conclusión del cuarto álbum,
“Cielo Rojo Sobre Laramie”, había dejado claro que los pistoleros ya no tenían cabida
en un país que iba rápidamente dotándose de leyes y arrinconando a los que
imponían sus normas a base de Colts y Winchesters. Negándose a adaptarse a la
nueva situación, Red Dust hubo de pagar su penitencia y aprender la lección en
la cárcel por impartir personalmente justicia. Duncan fue más inteligente y,
anticipando lo que estaba por venir, decidió cambiar de nombre y retirarse con
su hija para dedicarse a un oficio honrado, prometiéndole no recurrir a las
armas nunca más. La amenaza de Dan Wallach, más interesado en medirse con la
vieja leyenda que en cumplir las órdenes de su jefe, sirve como detonante del
duelo final. Un duelo, por cierto, sobresalientemente orquestado por Greg y
narrado visualmente por Hermann, cumpliendo todas las expectativas del género
y, sin embargo y siendo el clímax, no cerrando del todo la historia.
Hermann continúa depurando y estilizando su estilo, ya convertido en un narrador de primer orden. Tanto el guión de “Furia Rebelde” como el de “El Dedo del Diablo” le ofrecen momentos en los que lucir su arte, especialmente en las escenas al aire libre, para las que dibuja suntuosos paisajes en diferentes momentos del día, mientras que en los pasajes de acción, sin salir de un montaje de página muy clásico que mantiene la atención sobre la historia más que sobre el dibujo, juega con las angulaciones y perspectivas para conseguir el mejor efecto dramático y el máximo dinamismo. Como siempre (y dejando aparte sus ya mencionados problemas para dibujar mujeres mínimamente femeninas), Hermann presta atención a la caracterización de personajes, ya sean secundarios habituales (los indios, la Condesa) u ocasionales (Morgan, Wallach, Duncan). Todos ellos, con físicos vulgares e incluso algo repelentes, desprenden un halo de verosimilitud que añade una intensidad y realismo especiales a la serie, situándola más allá del romanticismo higiénico tan habitual en este género.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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