Resulta paradójico que el género americano por antonomasia, el western, haya sido tan maltratado por el comic de ese país. Salvo las excepciones de rigor, los tebeos del Oeste que han salido de Estados Unidos han quedado atrapados en las convenciones del espíritu pulp y la tediosa moralina. Al fin y al cabo, en buena medida fueron las revistas populares norteamericanas las que crearon la “Historia” de la frontera conforme ésta iba desarrollándose, masticando la realidad para deglutir a continuación un universo maniqueo de héroes y villanos, caballos, cowboys y pieles rojas, praderas y desiertos, ranchos y saloons… Tópicos con los que facilitar la labor de unos estajanovistas del tebeo que tenían que llenar todos los meses páginas de títulos como “Hopalong Cassidy”, “Davy Crockett”, “Buffalo Bill”, “John Wayne”, “Kid Colt” o “Roy Rogers”. También había enmascarados como el Llanero Solitario o el Zorro, y cowboys guapetones que transitaban por las tiras de prensa acompañados de pintorescos contrapuntos humorísticos, como “Cisco Kid” o “Red Ryder” para la prensa.
Entre las mentadas excepciones se encontraban westerns viñeteros como “Casey Ruggles” o “Lance”, ambos firmados por Warren Tufts y en los que se hacía un mayor esfuerzo por dotar de realismo a personajes, entorno y contexto histórico. Esa misma línea siguieron autores argentinos como Hugo Pratt, Moliterni o Arturo del Castillo; y, sobre todo, europeos. El pilar del western moderno en el Viejo Continente fue “Jerry Spring” (1954), de Jijé, a partir del cual nacerían muchos otros, especialmente “Blueberry” (1963), quizá el comic del Oeste más popular de todos los tiempos y uno de los mejores personajes de las viñetas mundiales.
Sería en Europa donde el género encontraría sus mejores autores y personajes. Además de los ya citados podemos mencionar, sin salir de los clásicos, a “Tex” (1948), “Lucky Luke” (en su segunda época, a partir de 1955, con guiones de Goscinny), “Buddy Longway” (1972), “McCoy” (1975), “Jonathan Cartland” (1974), “Ken Parker” (1977), “Undertaker” (1999), “Bouncer” (2001)… La distancia histórica y geográfica, un mayor sentido de la Historia como objeto de estudio y una menor inclinación a la mitificación así como una superior libertad creativa y unos formatos más flexibles han sido factores que han contribuido a que los autores europeos comprendieran desde el principio la dinámica y elementos del western y combinar sus ingredientes para hacer comics más realistas o que se adaptaran más cómodamente a otros géneros, como el humor, la aventura, la fantasía o el género policiaco.
Y no sólo eso. Es cierto que el western es un género que, con sus altibajos, ha pervivido en la cultura popular mucho mejor que otros. Pero si la mayoría de los comics norteamericanos de cowboys e indios han quedado caducos en sus planteamientos, personajes y dibujo, los europeos han sabido envejecer fenomenalmente bien. “Blueberry”, por ejemplo, medio siglo después, sigue siendo un tebeo trepidante y absorbente. “Comanche” también.
De los antecedentes del guionista Greg y el dibujante Hermann ya hablé en el artículo dedicado a “Bernard Prince”, la primera obra en la que colaboraron a partir de 1966 en las páginas de la revista “Tintín”. Para entonces, no solamente Greg era ya un guionista experto, prolífico y todoterreno que se codeaba en calidad con Goscinny o Charlier y de cuya pluma había salido un buen puñado de series ilustradas por otros dibujantes (además de ocuparse en solitario del inefable “Aquiles Talón”) sino que ocupaba el cargo de editor en jefe del citado semanario. Fue él quien llevó a cabo una profunda renovación de la revista, adecuándola a los nuevos tiempos y matizando poco a poco los viejos héroes de muchas virtudes y ninguna tacha. Con ese propósito nacen el aventurero “Bernard Prince” y el agente secreto “Bruno Brazil”.
En las páginas de “Tintín” Greg dejó también espacio para la prosa y así, en 1968, se serializó una novela de temática western protagonizada por un tal Dylan Stark y que había enviado un escritor francés, Pierre Pelot. Para dar algo más de color a esa sección, Greg le encargó a Hermann las ilustraciones de acompañamiento. El autor del texto, inspirado por esos dibujos, envió entonces un guion de ese género para Hermann, pero Greg no lo consideró suficientemente bueno (no obstante, ello no interrumpió la colaboración entre ambos y hasta 1971 aparecerían otras dos narraciones de ese personaje en el semanario).
Pero aquel material le hizo reflexionar a Greg. Por una parte, el western siempre había sido muy minoritario, por no decir casi inexistente en “Tintín”. “Blueberry” era, junto a “Asterix”, la gran estrella de la revista “Pilote”; y “Jerry Spring” era el vaquero titular de “Spirou” desde mediados de los años 50. Greg consideraba que este era un hueco que podía y debía llenarse. Y afirmó que el empujón definitivo se lo dio su amigo, colega y competidor, Rene Goscinny, a la sazón editor de “Pilote”, donde se publicaba “Blueberry” (y también el “Aquiles Talón” de Greg). Fanfarroneando, le dijo un día a Greg que después de esa serie ya no había espacio para más westerns. Dispuesto a demostrarle lo contrario, Greg llamó a Hermann, que también tenía unas inmensas ganas de zambullirse en el western y que de inmediato dejó abandonado el péplum que estaba dibujando con guiones de Vernal, también para “Tintín”: “Jugurtha”. Tras darle muchas vueltas, crearon el nuevo western y a partir de ese momento y durante una década, ambos autores irían alternando álbumes “Bernard Prince” y “Comanche”.
El primer álbum de la serie, “Red Dust” (publicado en ese formato en 1972 aunque serializado previamente en “Tintín” a partir de diciembre de 1969), comienza no lejos de la localidad de Greenstone Falls, en Wyoming, cuando un vaquero pelirrojo que se ha quedado sin caballo, Red Dust, detiene la diligencia conducida por Sid Bullock para pedirle transporte. La situación enfurece al único pasajero, un pistolero llamado Wally Hondo. Dust trata de calmarlo pero al final y contra todo pronóstico, lo acaba matando en un duelo. En su cuerpo encuentran un contrato para asesinar a Comanche, la joven propietaria del rancho Triple 6.
Una vez en el pueblo, Dust se hace pasar por Hondo ante quien lo contrató, el abogado Lawrence Cathrell, aunque es desenmascarado por otro pistolero a sueldo y antiguo conocido de Dust, Jack “Kentucky Kid” Jeffords. Dust se encamina al Triple 6 para conseguir un empleo y allí se encuentra con que la joven sólo cuenta con la ayuda de un anciano vaquero, Ten Gallons. Cathrell ha sobornado o amenazado a todo el mundo para que no preste ayuda a Comanche y ésta se vea obligada a malvender la propiedad que le dejó su padre en herencia.
Tras domar a un caballo salvaje, Palomino, Dust se gana su puesto como capataz y convence a su patrona para aguantar un poco más. Haciendo frente a muchas dificultades y plantando cara a los indeseables que buscan su fracaso, compran cincuenta cabezas de ganado y consiguen otros dos empleados, el joven Clem y el negro Toby, a los que nadie quería contratar (el uno por novato y el otro por su raza). Costará esfuerzo, muertos y heridos, pero finalmente averiguarán quién quiere apropiarse del rancho y por qué.
Greg establece en este primer álbum casi todo el reparto que luego irá participando en las siguientes aventuras. No se trata sólo de presentar a unos personajes y un lugar, sino de inscribirlos en una historia que tiene un argumento muy sólido y a partir de la cual se podrá ir avanzando en posteriores volúmenes. Para empezar y en un reconocido intento de alejarse de sus dos ilustres antecesores, “Jerry Spring” y “Blueberry”, Greg ambienta la acción en Wyoming, lejos de los paisajes desérticos y rocosos de Arizona o Nuevo México que dominaban las peripecias de aquellos personajes. A la sombra de las Montañas Rocosas, aquí iremos viendo un paisaje más fértil compuesto de bosques, sierras, praderas, valles y ríos. Asimismo, en lugar de crear un héroe vagabundo, le dio raíces en un lugar muy concreto, el rancho Triple 6, cerca de la ciudad de Greenstone Falls. Ello, además de permitir el mantenimiento de un reparto estable de secundarios, facilitará el tratamiento del paso del tiempo, porque esa población va a evolucionar a partir de este primer álbum gracias a la llegada del ferrocarril. El tono, como era ya norma en los aventureros que creaba Greg, será realista no sólo en el manejo de la documentación sino en la inspiración en acontecimientos verídicos –que, claro está, fueron alterados con intención dramática-.
Aunque la serie lleva el título de la dueña del rancho, el papel protagonista recae en Red Dust. La figura del cowboy solitario, templado y excepcional tirador que llega de la nada para salvar a una pequeña comunidad no es muy original en sí misma y es cierto que en este su debut es poco más que un deux-exmachina, un hombre providencial capaz de superar a otros dos formidables pistoleros, devolver la esperanza y vitalidad a Comanche (sin que aquí la seducción varonil tenga cabida), ganarse la amistad y respeto de un veterano como Ten Gallons, convencer a unos forasteros para que se les unan y desenmascarar al villano en la sombra. Y todo en 46 páginas.
Greg siempre tuvo un talento especial tanto para los diálogos rápidos e ingeniosos como para el ritmo dinámico y aquí lo vuelve a demostrar. Como todo western que se precie, un par de duelos y la doma de un caballo intratable permitirán a Dust forjar su leyenda. Greg mantiene siempre al lector atento gracias a los giros narrativos y las explosiones de acción. Como única pega podría mencionarse lo evidentes que resultan los cortes entre los diferentes bloques que se publicaban serializados, algo que se irá solucionando en álbumes posteriores.
La maestría de Greg puede verse también en la forma en que, apoyándose de partida en un héroe tan inverosímil, lo hace evolucionar durante su estancia en Wyoming, aportándole una personalidad definida y múltiples matices hasta transformarlo en un antihéroe. Eran aquellos los años en los que el cine del Oeste se encontraba en su etapa revisionista y crepuscular, redefiniendo el papel de los blancos y los nativos, introduciendo personajes atormentados y de moralidad dudosa y mostrando un entorno geográfico y social menos idealizado. Sirvan como ejemplo los films de Leone u otros de realizadores norteamericanos como “Dos Hombres y Un Destino”, “Grupo Salvaje”, “Un Hombre Llamado Caballo”, “Pequeño Gran Hombre” o “Las Aventuras de Jeremiah Johnson”. Esa corriente alcanzó a la propia serie estrella del género en el comic, “El Teniente Blueberry”, que a partir de 1968 endurece el tono de sus historias con entregas como “El General Cabellos Rubios”, “La Mina del Alemán Perdido” o “El Fantasma de las Balas de Oro”.
No es el caso aquí todavía de Red Dust, a mitad de camino entre John Ford y Sergio Leone, pero en álbumes posteriores lo veremos descender a su propio infierno y verse reducido, en historias melancólicas y sombrías, a una patética sombra de quien fue. De hecho, el propio trasfondo de este primer volumen apunta ya a la decadencia del mito del Oeste. Toda la intriga gira alrededor de la inminente llegada del ferrocarril, un elemento que transportó la civilización a esos lugares antes dominados por el revólver más rápido y que fue arrinconando cada vez más a sus pioneros. El ferrocarril llegó a Wyoming en 1867 y tan solo un año después, el gobierno federal le dio el estatus de Territorio. La frontera había desaparecido. En 1890, pasaría a ser un Estado de la Unión, pero ya antes, en 1869, el gobernador otorgó el derecho de voto a la mujer.
Por otra parte, el guion de esta primera entrega se atreve a integrar una serie de personajes poco usuales en el tebeo francobelga de aquella época, como una mujer que dirige un rancho o un cowboy negro (que nunca parece encajado para satisfacer una cuota racial). Al final, el núcleo del Triple 6 lo conformarán un conjunto variopinto y entrañable que rápidamente y gracias a las difíciles circunstancias que tienen que afrontar establecen fuertes lazos entre sí. Comanche es enérgica, emocional e impulsiva; Red Dust, como su mano derecha y capataz, es un hombre taciturno que valora más los actos que las palabras pero cuyo espíritu solitario irá amoldándose a la armonía que reina en el rancho; Ten Gallons es la voz de la experiencia, el veterano temperamental que tiene miedo de no ser ya de utilidad y verse reemplazado por los más jóvenes, ocultando su inseguridad con bravuconería inofensiva; Toby y Clem, un tanto indistinguibles, son la sangre nueva y quienes heredarán un Oeste que ya no tendrá sitio ni para Red ni para Ten Gallons. También se presentan rápida y eficazmente otros personajes secundarios pero recurrentes en álbumes venideros, como el conductor de diligencias Sid Bullock o el corrupto veterinario Doc Wetchin.
Por su parte, Hermann, aunque todavía no ha terminado de pulir su estilo y se apoya bastante en el de Giraud para “Blueberry”, ya exhibe un gran dominio de la planificación y la elegancia a la hora de resolver escenas, además de una impecable ambientación que no hará sino mejorar en las siguientes entregas. Sin embargo y aunque sabe imprimir tensión en los rostros de los personajes, también estos caen en un innecesario feísmo y, como siempre le ha sucedido, no es capaz de dibujar mujeres verdaderamente femeninas.
Se trata, en definitiva, de un arranque ejemplar para esta nueva serie que desde el momento de su debut iba a contarse entre las obras maestras del género. Greg y Hermann demostraron que era posible alejarse de la sombra de Blueberry y en las aventuras posteriores confirmarían este punto distanciándose mucho del teniente de caballería en el espíritu, tono, personajes y sentido de la continuidad. Ambos habían conseguido su objetivo: crear un western con personalidad y a caballo entre la modernidad y el clasicismo.
(Continúa en la siguiente entrada)
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