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Como el primer álbum ya había dejado bien establecido el reparto de personajes principales (Comanche, Red Dust, Ten Gallons, Toby y Clem), el segundo, “La Revuelta del Hambre” (serializado en “Tintín” en 1971, álbum en 1973), puede comenzar sin presentación alguna y lanzándose rápidamente a la acción.
Ésta comienza cuando el rancho “Triple 6”, con su economía todavía delicada y dependiendo del suministro de carne a los trabajadores del ferrocarril –recordemos que la intriga del primer álbum giraba alrededor de la compra de tierras para el tendido de vías- , recibe la visita de un grupo de cheyenes encabezados por Caballo Erguido, hijo mayor de su jefe, Tres Bastones. La tribu, confinada en unas montañas estériles, tiene hambre y sus líderes han decidido romper el abusivo tratado que los oprime, salir de la reserva y tomar por la fuerza el ganado del rancho. Comanche y Red Dust negocian una tregua con el jefe: la joven propietaria se entrega como rehén de los cheyenes durante tres días, plazo en el cual Red debe viajar hasta la Oficina de Asuntos Indios de Arrow Creek y solucionar el conflicto con su funcionario.
La situación se agrava todavía más cuando los trabajadores del ferrocarril, irritados porque la carne prometida por el rancho Triple 6 no llega, deciden atacar a los indios y arrebatarles el ganado ellos mismos. Y para colmo, en el seno de la tribu también hay disputas, ya que los dos hijos del anciano patriarca se disputan el poder y tratan de imponer sus divergentes visiones acerca de cómo actuar. Todo está servido para que explote una nueva guerra que siembre la región de sangre y fuego.
En este segundo volumen de “Comanche” se establece otro parámetro temporal: aun cuando no se puede precisar con total exactitud, el periodo temporal en el que transcurre la serie es posterior al fin de la Guerra Civil (1865) y las Guerras Indias (1868), porque en Wyoming, donde está localizado el rancho, los cheyenes ya están confinados en reservas.
Greg aborda la cuestión con sensibilidad y energía al mismo tiempo, evitando representar a los indios como los salvajes sedientos de sangre que era tradición en género. Por el contrario, aparecen retratados como un pueblo desposeído de sus territorios tradicionales, olvidados por la administración y reducidos a la miseria y el hambre. Es imposible no comprender y simpatizar con los motivos que les llevan a revolverse contra la situación al comienzo de la historia o las razones de las tensiones entre ellos y el hombre blanco. Tampoco es remiso a la hora de mostrar el trato que dispensaban a las mujeres o a renunciar a presentarlos como un bloque monolítico. De hecho, también dentro de la tribu hay conflictos de tipo político y generacional e individuos con diferentes psicologías. Lejos de caer en el maniqueísmo, los indios no son aquí completamente inocentes.
Greg aumenta la tensión añadiendo otro ingrediente explosivo en la forma de los trabajadores del ferrocarril, hombres rudos dispuestos a seguir a quien les prometa comida y exterminar si lo creen necesario a toda la tribu. Son el símbolo del hombre blanco racista, cerril y arrogante que considera al nativo como poco más que una alimaña.
El guion es intenso e incluso a pesar de que la estructura traiciona su origen seriado, Greg mantiene el suspense sobre todo en los desvelos de Red Dust por conseguir apagar el fuego de la guerra antes de que se cumpla el plazo establecido y Comanche muera ejecutada por los indios. También se va ampliando el reparto de regulares y preparando personajes para álbumes futuros: descubrimos en qué circunstancias Caballo Erguido se convierte en jefe de la tribu, cómo su hermano Fuego Solitario es despechado (acometerá su venganza en el volumen 6, “Furia Rebelde”) y, sobre todo, cómo Mancha de Luna, tras los problemas familiares creados por la situación, se une al personal del rancho.
Visualmente, Hermann se encuentra todavía en lo que podríamos denominar su estilo “húmedo”: su línea, redondeada y precisa, y su entintado fluido (sin tramas o punteados) no tienen todavía la elegancia que le darán su reputación e identidad artísticas ya en series como “Jeremiah”, “Las Torres del Bosque Maury” o el final de sus estapas en “Bernard Prince” y “Comanche”. Y si utilizo la palabra “húmedo” para definirlo es porque sus personajes transmiten la impresión de vivir en un clima cálido (sensación reforzada por la brillante paleta de colores), con sus camisas arrugadas y pegadas al cuerpo
Pero el resultado sigue siendo sobresaliente, sobre todo cuando la acción se desarrolla en entornos abiertos. Es ahí donde Hermann tiene pocos competidores porque no hay muchos dibujantes que sepan representar como él la Naturaleza y sus fenómenos, ya sea la exuberante vegetación de las selvas tropicales, los huracanes o los desiertos a los que hacía frente Bernard Prince o los bosques, montañas y praderas del Oeste americano en los que evoluciona Red Dust. Sus viñetas en este y sucesivos álbumes están adornadas con detalles que dan vida al paisaje: nubes de caprichosas formas, árboles de ramas retorcidas, el polvo, la lluvia… Hermann sabe cómo utilizar gráficamente los elementos naturales para crear bien imágenes espectaculares o bien atmósferas opresivas, una habilidad que seguiría cultivando cada vez con mejores resultados.
Aunque quizá algo menos intenso que el anterior y con un desenlace poco original en lo que se refiere a los indios, “La Revuelta del Hambre” es un álbum muy sólido en guion y dibujo. La premisa no es nueva pero sí el tratamiento de la historia en la que los personajes principales se consolidan y cuya acción está inteligentemente impulsada por el engaño, la venganza, la desesperación, la estupidez y la codicia. Greg mezcla hábil y equilibradamente la acción y los diálogos y el resultado es todo lo que un comic puede aproximarse a una película de John Ford. En términos de comic del Oeste contemporáneo, “Comanche” estaba a mitad de camino entre la épica aventurera de “Blueberry” y el humanismo y sensibilidad de “Buddy Longway” (que nacería un poco después, en 1973).
Los siguientes álbumes forman una trilogía no oficial, ya que los acontecimientos que se narran en el primero van a condicionar de forma absoluta lo que ocurre en los dos posteriores. Se trata de una desviación del formato defendido por Greg como editor para “Tintín”. Su colega Charlier –que publicaba en “Pilote”- no tenía inconvenientes en alargar sus aventuras de Blueberry varios álbumes, conformando auténticas sagas de alcance épico. Greg, por el contrario, creía que cada álbum debía ser una unidad autocontenida disfrutable y entendible en sí misma. Pero probablemente y como luego comentaré, la propia naturaleza de una serie como “Comanche” le llevó a infringir sus propias reglas.
En “Los Lobos de Wyoming” (serializado en 1972, álbum en 1974), la banda de forajidos formada por los cinco hermanos Dobbs (Melvin, Carter, Judd, Roddy y el mayor y líder, Russ) siembran el terror en la región de Greenstone Falls atacando las diligencias. Pero cuando le toca el turno a la conducida por Sid Bullock (que ya había sido presentado en el primer álbum), son detenidos por la pericia con el revolver del único pasajero que transporta, un enigmático reverendo que responde al nombre de Brian Braggshaw y que dice haber llegado para evangelizar esas tierras salvajes.
La situación la salvan Toby y Clem, que llevan a la diligencia, al herido Bullock y al reverendo hasta el rancho Triple 6. Allí, el conductor explica que se le había encomendado el transporte de la paga de la Unión de Ganaderos pero que sabiendo el riesgo que corría de encontrarse con los Dobbs, le encargó el traslado del dinero a Faraón Colorado, un trampero borrachín que iba a atravesar las montañas con esa fortuna en las alforjas (y que bien podría ser un guiño al Jimmy McClure de “Blueberry”). Cuando los Dobbs se enteran de la treta, salen a a buscar al pintoresco Faraón. El personal del Triple 6 acompañado por el reverendo tratarán de impedir el robo y el asesinato.
La historia continúa en “Cielo Rojo Sobre Laramie” (serializado en 1973, álbum en 1975), en el que Red Dust abandona el rancho Triple 6 para cumplir la promesa hecha al reverendo Braggshaw de detener al fugitivo Russ Dobbs. Sigue la pista al maleante y envía cartas a Comanche y sus amigos informándoles del avance de su caza, la cual le lleva a Nebraska y de nuevo a Wyoming. No resulta difícil encontrar el rastro de Dobbs porque éste deja tras de sí una retahíla de víctimas. Por el camino, Red conoce a diversos personajes, incluyendo a algunos ya conocidos, como el veterinario corrupto de Greenstone Falle, Doc Wetchin.
No quiero contar demasiado de estos argumentos para no estropear la lectura a quienes aún no conozcan este comic seminal del género western, pero valga decir que, al comienzo de la quinta entrega, “El Desierto sin Luz” (serializado en 1974, álbum en 1976), encontramos a Red Dust cumpliendo pena de cinco años de trabajos forzados por asesinato a sangre fría. Tras veinte meses, se le concede la libertad condicional gracias a la insistencia y apoyo de sus amigos en el Triple 6. A cambio, no podrá tocar un arma, jugar en casinos o consumir alcohol y deberá presentarse dos veces por semana ante el sheriff local. Red Dust regresa al rancho de Comanche, ahora un boyante negocio con bastantes cowboys empleados. Pero es un hombre roto por las penurias sufridas en presidio y ni siquiera sus amigos reconocen en él al valiente y resuelto tirador que se presentó en Greenstone Falls años atrás.
Mientras tanto, una nueva plaga asola el territorio: la banda de Shotgun Marlow. Tras haber soportado sumisamente las provocaciones e insultos de los vaqueros del rancho, los borrachos y jovenzuelos de la ciudad y las humillaciones del sheriff, no está nada claro que Red Dust pueda reunir el coraje para enfrentarse al enemigo.
Estos tres álbumes han soportado el paso del tiempo maravillosamente bien. La historia que en ella se narra sigue manteniendo su pulso, suspense y calidad. Tres álbumes que fueron producidos en tan solo tres años por un duo de autores en la cumbre de sus carreras. Cuando Greg y Hermann comenzaron “Los Lobos de Wyoming” tenían 43 y 37 años respectivamente. Ya no eran ni unos jovencitos ni unos recién llegados, pero exhibían un vigor creativo que ya quisieran para sí muchos otros autores.
Mientras que los dos primeros álbumes habían seguido, dentro de un tono realista, las líneas clásicas del western más heroico (tiradores infalibles, duelos, enfrentamientos con los indios), esta trilogía se empapa de un tono mucho más trágico, más sucio y sórdido, algo particularmente llamativo habida cuenta de que se serializaba en un semanario orientado a un público juvenil-familiar. Ya en la primera parte de esta saga, “Los Lobos de Wyoming”, Greg incluye unos villanos depravados que despliegan un grado de violencia y brutalidad que siguen resultando impactantes. Y eso solo era el principio.
Porque, de hecho, “Cielo Rojo Sobre Laramie” transmite todavía más sensación de pesimismo e inevitabilidad. Para sorpresa de propios y extraños y en un movimiento inaudito en el comic francobelga, el héroe protagonista mata al villano desarmado a sangre fría en un callejón miserable, a sabiendas de que su venganza no le va a aportar tranquilidad y que, además, deberá responder por ello ante la ley. El mensaje de Greg es inequívoco: tomarse la justicia por la propia mano no es legítimo, no puede perdonarse. Red Dust es culpable y debe pagar. El guionista no tiene remilgos a la hora de infligirle un terrible castigo y al comienzo de “El Desierto sin Luz” lo encontramos con la cabeza rapada, demacrado y picando piedra en la penitenciaría. Y aunque le sueltan, su sentencia no ha terminado, su falta aún está sin reparar. Es, como he apuntado, un hombre roto física y anímicamente y resulta desgarrador la forma en que lo retratan Greg y Hermann, sin concesiones, pero tampoco sin excesos, en unas cuantas escenas sobrias pero muy duras. Como había sucedido en la propia evolución del Teniente Blueberry unos años antes, los referentes del western clásico de John Ford que podían identificarse en los dos primeros álbumes han dejado paso a una visión mucho más descarnada de esa mitología, deudora en el cine de las películas de Sergio Leone o Sam Peckinpah.
Narrativamente, la acción y el ritmo están perfectamente dosificados, tanto en cada álbum como en cada escena de los mismos. Todos los personajes desempeñan su papel y todas las piezas encajan perfectamente. Además, a su particular síntesis de mitología y veracidad histórica (los horarios e itinerarios de las diligencias que coge Red Dust eran exactos, por ejemplo), Greg añade referencias a volúmenes anteriores, formando así un universo propio con su correspondiente línea temporal. Los personajes, sobre todo Red Dust, no van a permanecer incólumes al paso del tiempo. Cambiarán y evolucionarán con los años y lo que les ocurra en una aventura tendrá consecuencias sobre el futuro de sus vidas. La propia ciudad de Greenstone Falls, tal y como averigua Red al regresar tras varios meses en prisión, también experimenta una transformación gracias a la llegada del ferrocarril; Comanche pasa a engrosar las filas de la burguesía terrateniente; la población tolera mal los desórdenes y los sheriffs ya no son borrachines corruptos… Esa naturaleza de crónica de una época, de mostrar de fondo a la historia principal cómo cambia el Oeste con el paso del tiempo y qué efectos tiene sobre sus habitantes, es lo que hizo imprescindible romper la unidad narrativa que, ya lo dije más arriba, era el estandarte editorial de Greg.
A destacar el trabajo de caracterización que lleva a cabo Greg. Cada álbum presenta nuevos personajes y éstos siempre quedan perfectamente perfilados con un par de escenas bien escogidas. En “Los Lobos de Wyoming”, por ejemplo, cada miembro de los Dobbs tiene una personalidad bien diferenciada. Judd es un fortachón estúpido; Rodd, un joven alocado e incontrolable; Carter es el “elegante” de la familia y Russ el inteligente; o los clientes de la posada en “Cielo Rojo sobre Laramie”, desde el representante de armas al boxeador y desde el codicioso granjero al pistolero. Trabajo de caracterización, por supuesto, en el que también tiene mucho que ver Hermann, que –con sus limitaciones a la hora de dibujar mujeres atractivas o simplemente femeninas- sabe aportar a cada personaje su fisonomía, gestos y poses particulares.
Otra cosa que deja clara esta trilogía es que, al contrario de lo que podrían haber hecho suponer los dos primeros álbumes y el propio nombre de la serie, ésta no va a ser coral. Siempre habrá un amplio reparto de personajes recurrentes, pero el claro protagonista será Red Dust, que irá y vendrá del Triple 6 según la vida le acerque o aleje de sus amigos.
El arte de Hermann estaba aún en proceso de evolución cuando comenzó “Los Lobos de Wyoming” y en esta trilogía sigue puliendo la línea, haciéndola más precisa sin abandonar cierto realismo feísta, sobre todo en los rostros y sin perdonar al propio héroe titular, que se pasa buena parte de “Cielo Rojo sobre Laramie” con el rostro deformado por una herida y sin afeitar, y en “Desierto sin Luz” y como he apuntado antes, se le ve físicamente muy desmejorado. Hermann refleja perfectamente cómo las duras pruebas que ha tenido que atravesar han ido dejando huellas en su cuerpo y su rostro y cómo la degradación de su autoestima ha ido asimismo afectando su estado físico.
También en estos álbumes destacan los paisajes, los espacios abiertos, ya sea el rancho Triple 6, las agrestes montañas, las llanuras, las calles de Laramie en mitad de la noche o el tiroteo final en “Desierto sin Luz” en las calles de Greenstone Falls, una auténtica lección de narrativa visual en la que se transmite con toda la intensidad posible la desesperación, crueldad y suciedad de esa batalla campal. A estas alturas Hermann, con su propio estilo, no tenía nada que envidiar al Jean Giraud de “Blueberry”.
Una trilogía, en fin, que demuestra que la colección estaba en su mejor momento. Tras tan solo un par de álbumes de “calentamiento”, había alcanzado su mayoría de edad y fijado el rumbo de lo que sería la serie a partir de ese punto.
(Sigue en la siguiente entrada)
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