17 mar 2020

1982- RAPSODIA HÚNGARA – Vittorio Giardino


Vittorio Giardino se dio a conocer en el mundo del comic con las historietas de serie negra protagonizadas por el detective Sam Pezzo. Sin embargo, tras varias entregas, el autor italiano empezó a tener dudas acerca de la dirección a seguir en la serie. Sus influencias eran claramente americanas pero por diversas circunstancias se vio obligado a ambientar la acción en Italia, cuya realidad criminal, dominada por la mafia y otras organizaciones delictivas, no encajaba bien en los clichés norteamericanos que él quería utilizar. Por otra parte, muchas de las claves visuales remitían a los años treinta, cuarenta o cincuenta, pero al mismo tiempo las historias transcurrían en el presente. Incómodo e indeciso ante esa difícil hibridación, Giardino cambia el registro y se embarca en un proyecto todavía más ambicioso pero en el que no tendrá que preocuparse de la cambiante actualidad urbana, criminal y política, sino de la Historia: narrar las aventuras de un antiguo y tranquilo espía francés justo antes de la Segunda Guerra Mundial.



“Rapsodia Húngara”, la primera peripecia de Max Fridman y la historia más larga abordada por Giardino hasta entonces, apareció serializada en cuatro partes en la revista italiana “Orient-Express”, quizá la mejor y más prestigiosa de las publicaciones italianas de comienzos de los ochenta y cuya supervivencia en buena medida se consiguió gracias a la inclusión en ella de las páginas de Giardino. Éste, con el paso de los años, acabaría dedicándole cinco álbumes al personaje intercalándolos con otros proyectos (“Vacaciones Fatales, “Jonas Fink”). Con esta obra, Max Fridman se convirtió enseguida en un clásico del comic europeo gracias a su densidad argumental, elegancia gráfica y ambición narrativa, siendo galardonado con diversos premios, entre ellos el prestigioso Yellow Kid del Salón de Lucca.

Febrero de 1938. Max Fridman es un judío cuarentón que trabajó tiempo atrás como agente de contrainteligencia para el gobierno francés. Deseando dejar esa vida atrás y en busca de paz, ahora vive en Suiza con su hija de diez años, Ester, dedicándose al negocio de importación y venta de tabaco. Un día, recibe la visita de un antiguo superior suyo, Ledoux, que trabaja para una organización francesa de información que
depende directamente del gobierno sin pasar por el Deuxième Bureau. Éste le pide que viaje a Budapest para llevar a cabo una misión, ya que no puede fiarse de sus propios agentes. Aunque Fridman se muestra al principio reacio, sucumbe a la amenaza de ser deportado a Francia, donde le espera algún tipo de proceso legal.

La capital húngara es un hervidero de espías de las diferentes potencias, enfrentadas o aliadas, que a su manera van preparándose para lo que poco más de un año después explotará en la Segunda Guerra Mundial. La tarea de Fridman es averiguar quién y por qué ha asesinado allí, uno a uno, a los miembros de la red de agentes franceses conocida como Rapsodia. Una joven, Ethel Möget, ha sido la única cuyo instinto de supervivencia le ha permitido seguir con vida. Al protegerla y mientras trata de resolver enigma tras enigma y evitar los callejones sin salida, Fridman pasa a convertirse en objetivo de los nazis, que quieren encontrar a un turco que tiene información a la venta sobre un gran cargamento de armas destinado al ejército de Franco en la Guerra Civil Española…

Una de las primeras cosas que llaman la atención de este álbum es su inusual extensión de noventa páginas. Y, sin embargo, la peripecia está tan bien narrada que se lee con tanta facilidad como el clásico formato de 48 páginas. Giardino controla al máximo el ritmo, la duración de las escenas y la dosificación de nueva información y personajes para conseguir mantener el interés del lector durante una retorcida trama llena de participantes adscritos a diversos bandos ideológicos y enzarzados en un continuo juego de ambigüedades, apariencias y falsedades que enmascaran la verdad, sustrato este último del auténtico relato de espías.

Giardino es un autor intelectual y racional que presta mucha atención a la estructura y lógica del relato, a su verosimilitud. No se siente a gusto con la fantasía y los mundos en los que puede ocurrir cualquier cosa porque no hay leyes que gobiernen tal ficción. Es por eso que –con la excepción de esas píldoras eróticas que son sus intrascendentes historias de “Little Ego”-, siempre se ha centrado en el comic realista y de ahí que su entrada en el comic se produjera a través del género policiaco. Deseando aún ejercer más control sobre la historia, decide aparcar el siempre cambiante presente y salta al espionaje con trasfondo histórico apoyándose en obras de autores del género como Eric Ambler o Graham Greene. El pasado puede ser multifacético y complejo,
pero también inmutable, por lo que puede reconstruirse con cierta fidelidad a base de recopilar la necesaria documentación. Y eso es lo que consigue Giardino en “Rapsodia Húngara”, recreándose en hacer que su protagonista investigue y deambule por una ciudad muy concreta en un momento histórico muy concreto. Atrapado entre el ogro ruso y el iracundo Fúhrer alemán, el Budapest de los años treinta fue un campo de batalla diplomático antes de serlo bélico, un tablero infestado de espías de distinta nacionalidad, agentes dobles, manipuladores, agitadores, hampones…

El Budapest de preguerra, magníficamente reconstruido en estas páginas como una ciudad de decadente belleza en la que se encuentran Oriente y Occidente, pasa a ser un personaje más, discreto, de fondo, pero imprescindible a la hora de dotar de cuerpo y espacio a ese efervescente batiburrillo prebélico en el que se mezclaban los fanáticos ideológicos, los aprovechados, los patriotas y los pragmáticos, culminando en la última viñeta, que muestra a las tropas nazis entrando en Austria. Es esta una historia de corte urbano que describe perfectamente el polvorín en que se había convertido Europa y el denso
ambiente en el que se movían espías e intrigantes de diverso pelaje, para quienes ya no era tanto una cuestión de evitar el conflicto bélico como de prepararse para él tomando la medida a los posibles adversarios y aliados.

El guion, denso y rico en acontecimientos y personajes pero, como he dicho, narrado con pulso y orden, encuentra incluso tiempo para encajar algunas notas eróticas y una subtrama romántica, menos como gancho para el lector convencional que como forma de mostrar los últimos placeres de los que disfrutarían los protagonistas antes del advenimiento del caos bélico. El erotismo es un elemento siempre presente en las obras de Giardino, pero jamás como algo exclusivamente carnal sino muchas veces expresado con miradas, gestos o insinuaciones e impregnado de ese amor tan italiano por la belleza y la sensualidad del cuerpo femenino.

“Rapsodia Húngara” es una historia en la que prima la intriga y el ambiente sobre la caracterización de personajes. Quizá el único que está verdaderamente perfilado sea el protagonista, Max Fridman, un héroe atípico. Un antihéroe, en
realidad creado con un molde más próximo al de George Smiley de John Le Carré que al del James Bond de Ian Fleming. Hombre maduro, elegante, metódico, introvertido y de modales impolutos, Fridman no puede sin embargo ocultar los golpes que la ha dado la vida: la ausencia de su mujer, su situación de padre soltero y origen judío en una Europa cada vez más hostil a éstos (la propia esposa de Giardino era judía, de ahí su interés por ese pueblo)… La suma de todo ello es lo que le ha llevado a establecerse en la tranquila Ginebra.

Las referencias a su pasado como agente secreto son tan escasas como elocuentes. Estuvo en la Guerra Civil Española como brigadista del bando republicano, pero sus vivencias allí no debieron ser satisfactorias dado que se marchó dejando que el conflicto continuara sin él. Tampoco sus experiencias como espía le debieron dejar buen sabor de boca … para ninguna de las dos partes en realidad,
puesto que los franceses sólo contactan de nuevo con él obligados por las circunstancias. Fridman es un hombre reflexivo, lacónico, cansado y con un punto cínico y desengañado, quizá no tanto con la naturaleza humana como con las burocracias gubernamentales que manipulan y utilizan sin reparos a quienes trabajan para ellas.

A pesar de que lo que se nos cuenta sobre él es escaso y que es tanto lo que suponemos como lo que sabemos, Fridman es un personaje cuya humanidad resulta evidente de forma inmediata y por el que el lector puede sentir simpatía desde el comienzo. Y, además –y esa es otra razón por la que sus antiguos jefes lo recuperan- es hábil y eficiente. Sus métodos no son espectaculares: no lleva armas, no goza de una forma física particularmente buena, las detonaciones le afectan los nervios y pasa angustia y miedo. Pero su inteligencia, su buen ojo táctico, su costumbre de no confiar en nadie más que en sí mismo y su determinación para llevar a término la misión encomendada, le granjean el respeto de sus semejantes, sea cual sea el bando en el que militen. Puede que durante un tiempo se vea manipulado por los intereses de las distintas redes de
agentes entre las que navega, pero se las arregla no sólo para mantenerse a flote en la marejada sino para conservar su independencia moral y no sucumbir a ideologías ni tentaciones materiales o carnales.

Ethel es el otro personaje con cierta entidad, una tímida y aparentemente poco agraciada muchacha que se transforma en una mujer sensual, rechazando el papel de peón que le habían impuesto el resto de jugadores para adoptar una postura más agresiva y valiente junto a Fridman. El resto de personajes tiene menos profundidad y rozan a menudo los clichés propios de los villanos que abundaban en las novelas populares de los años treinta y cuarenta. Suman, además, un buen número, quizá demasiados: agentes del Abwehr nazi o del NKVD soviético; espías franceses que asisten preocupados desde París al desarrollo de la intriga; individuos extravagantes y ambiguos como el barón Von Kluberg; el judío comunista Simon Roth; Cleo/Olympia que dirige un exclusivo burdel al tiempo que ejerce de espía para los galos; el turco Zadig…

Gráficamente, Giardino ofrece un estilo clásico y elegante adscrito a la línea clara. Pero no tanto la rama francesa de la misma (ya sea en su vertiente original encabezada por Hergé o E.P.Jacobs; o la posterior ejemplificada por Ted Benoit o Yves Chaland) sino una derivación italiana, más realista, exuberante sin perder la contención, incluso con un punto sensual. Los fondos están extraordinariamente cuidados (las vistas de Budapest, el mobiliario y decoración de interiores, los automóviles y objetos de época), sin tomar atajos ni ahorrarse detalles a la hora de dibujar tal estampado de una tela, el dibujo de una alfombra o la fachada de un edificio. Eso sí, ese detallismo no se apodera del dibujo, no ahoga a las figuras o la acción ni cae en el exhibicionismo vacuo.

En cuanto a los personajes, el autor acierta especialmente en dotar al protagonista de una
apariencia inmediatamente reconocible y verosímil: una gabardina beige, un sombrero de fieltro Borsalino, pipa y bien recortada barba. En cuanto al resto, Giardino los caracteriza perfectamente con una extensa diversidad de rasgos pero podría achacársele todavía en este punto cierta rigidez y simplicidad en cuanto a su expresividad facial, quizá derivada de alguna influencia tomada del francés Jacques Tardi.

Por otra parte, Giardino utiliza el texto sólo cuando es necesario, ya sea en los diálogos o breves cuadros para localizar una fecha o un lugar concretos. Giardino demuestra su talento dejando que las imágenes hablen por sí solas y sacando el máximo provecho narrativo del medio a la hora de crear atmósfera o situar y desarrollar la acción. Asimismo, hay en el aspecto gráfico dos grandes “peros”. Por una parte, el color, que ha envejecido muy mal. Y, por otra, la mediocre y diminuta rotulación. Ambos, defectos indignos para un comic por lo demás tan sobresaliente. En cualquier caso, siendo superior a las aventuras que de Sam Pezzo había publicado Giardino hasta entonces, también es evidente que “Rapsodia Húngara”
es todavía una obra de transición hacia el asentamiento y depuración de su estilo en las posteriores “Shit City” o “La Puerta de Oriente”.

Como el resto de las aventuras de Max Fridman, “Rapsodia Húngara” es una lectura autocontenida y fácilmente accesible, dirigida, eso sí, a un lector adulto y exigente, capaz de concentrar su atención en los vericuetos y dobles juegos de las historias de espionaje y que además no busque tanto acción y pirotecnia visual y narrativa como sutileza, elegancia, ambientación y sofisticación argumental.

Con esta obra, más compleja y ambiciosa de lo que solía ofrecer el comic de principios de los ochenta, Vittorio Giardino empezó a ganarse el puesto de maestro del comic europeo –quizá uno de los últimos de entre los grandes clásicos- y situó a Max Fridman entre los personajes más atractivos del género de espías en cualquiera de sus formas.

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