24 may 2019

1987- BATMAN: EL HIJO DEL DEMONIO – Mike W.Barr y Jerry Bingham


Desde finales de los setenta, Mike W.Barr, era un guionista muy cercano a Batman. Durante años –aunque de forma algo intermitente- se encargó de escribir episodios de “Detective Comics” y “Batman” además de la colección “Batman y los Outsiders”. Sus historias del héroe eran ligeras y entretenidas, con un énfasis especial en el aspecto detectivesco del personaje (Barr firmaría más tarde la excelente “Maze Agency” junto a Adam Hughes, para la editorial Comico) pero con la novela gráfica que ahora comento, cambia el paso y, sin abandonar lo tradicional, trata de alcanzar un nuevo nivel de sofisticación y densidad psicológicas.



Batman fue uno de los pocos personajes de DC que no resultó profundamente afectado por la remodelación del universo editorial que supuso la miniserie “Crisis en Tierras Infinitas” (1985). A diferencia de casi todos sus colegas, sus colecciones continuaron con la numeración de siempre. Su origen experimentó algunos cambios en “Año Uno” (1987), pero esa historia se publicó después de “El Hijo del Demonio” y no tuvo consecuencias sobre la continuidad. La obra seminal del personaje, la mencionada “El Regreso del Caballero Oscuro”, había aparecido unos meses antes de esta novela gráfica y “La Broma Asesina” aún debería esperar hasta 1988.

“Batman: El Hijo del Demonio”, ocupa una posición algo extraña en el canon del personaje. Por una parte, Barr trata de agrietar el mito insertando nuevos elementos y tomándose más libertades en lo referente a la violencia: por otra, rinde nostálgico homenaje a la clásica etapa de Denny O´Neil y Neil Adams. Por otro lado, esta historia estuvo concebida originalmente para formar parte de la continuidad regular, pero a ciertos ejecutivos en la estructura corporativa de la editorial no les gustó la idea de que Batman tuviera un hijo. Como resultado, la obra acabó arrinconada como material apócrifo o fuera del universo regular. Aunque esto se decidió sólo después de su publicación y por imposición editorial, gracias a su formato de lujo y autoconclusivo, hoy se le considera el antepasado de la línea “Otros Mundos” que vería la luz años más tarde.

El argumento se resume fácilmente. Batman y su archienemigo, Ra´s Al Ghul, se alían contra un enemigo mutuo, un antiguo amigo de este devenido terrorista internacional llamado Qayin y que tiene la intención de empezar una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética manipulando un satélite medioambiental. Barr lleva las cosas tan lejos como para que Batman se integre plenamente en la organización criminal de Ra´s (satisfaciendo así la vieja ambición de éste), se case con su hija Talia, y la deje embarazada.

Tengo que decir que “El Hijo del Demonio” no es una de las historias de Batman con las que me resulta fácil conectar. Hay demasiadas cosas que me suenan a ya vistas (la guarida montañosa de Ra´s y su Pozo de Lázaro, la fascinación de Talia por Batman, la oferta de alianza del villano, el guardaespaldas forzudo y tontorrón…) y aunque los personajes de Ra´s y Talia resultaron muy atractivos y frescos cuando Denny O´Neil y Neal Adams los presentaron allá por los setenta, en mi opinión ni han envejecido demasiado bien ni han gozado de un desarrollo interesante. Y ello aun cuando Ra´s tiene indudable potencial como, digamos, versión “oscura” del propio Batman en tanto en cuanto ambos, en oposición a individuos como el Joker, heraldo del caos, tienen como
meta traer el orden al mundo. La diferencia, por supuesto, radica en sus métodos. Mientras que Batman combate el crimen limitándose principalmente a Gotham, Ra´s pretende erradicar al 90% de la especie humana, según él un cáncer para el planeta. Ambos están en la cúspide de sus capacidades físicas y mentales y los dos son grandes estrategas.

El potencial de esa dinámica de iguales y al tiempo opuestos, es muy amplio pero lo cierto es que ni O´Neil en los setenta ni Barr en esta obra de los ochenta fueron capaces de desarrollarlo como el personaje merecía. Ra´s nunca tuvo la complejidad de otros villanos de la galería de Batman ni se pueden esperar de él aquí demasiadas sorpresas. Las escenas protagonizadas por Qayin me resultan más interesantes; y no porque éste sea un personaje particularmente complejo ni esté bien caracterizado sino porque al menos se trata de un nuevo adversario en contraste con el repetitivo Ra´s. Y aunque comprendo que estas pegas no sean aplicables a lectores sin demasiado conocimiento de la trayectoria clásica del héroe, resulta chocante que para que pueda entenderse adecuadamente lo que aquí se cuenta sea preciso conocer aquellas viejas historias.

Por otra parte, el romance entre Talia y Batman me parece mal justificado por no decir totalmente implausible. Puedo asumir que ella se sienta atraída por un hombre como él, pero no a la inversa. Aparte de su belleza, ni en la saga original de Ra´s Al Ghul ni aquí veo explicado el sustrato emocional que debería unir a ambos ni las razones por las que Batman, yendo contra su origen, creencias y trayectoria hasta ese momento, decide abandonarlo todo y formar una familia feliz bajo la protección de un criminal internacional. Es una deriva que me parece forzada y falsa, sobre todo teniendo en cuenta que Talia tiene una personalidad totalmente plana.

En su corazón, “El Hijo del Demonio” quiere ser una historia basada en los personajes y su evolución. Batman se reconcilia con su futuro suegro, se casa con Talia y se introducen traumas relacionados con la familia y la infancia. En un par de escenas, la objetividad y frialdad de Batman son puestas en jaque por recuerdos de su propia infancia como huérfano e incluso el título alberga múltiples significados, ya que Batman se convierte, de alguna forma, en el Hijo de Ra´s al Ghul, un puesto que anteriormente había ocupado Qayin. El problema es que la caracterización nunca llega a funcionar verdaderamente. Barr está
demasiado ocupado en narrar una dinámica aventura de acción como para ralentizar el ritmo y dar tiempo no sólo a que las emociones se posen y hagan su trabajo sino a que los propios personajes actúen de una forma coherente.

Así, Batman no ha oído hablar jamás de Qayin y dos días después ya está convencido de que es una amenaza tan seria que debe aliarse con su viejo y peligrosísimo enemigo Ra´s Al Ghul. Después, ambos invierten un buen rato diciendo lo mucho que esperan que su relación funcione hasta que, en cuanto -como era previsible- Qayin cae derrotado, sus agendas ya no tienen absolutamente nada en común. Luego, como he mencionado, Batman decide abandonar su cruzada contra el crimen en Gotham porque se ha convertido en un hombre de familia. Una idea intrigante y no del todo ilógica porque, al fin y al cabo, fue la privación violenta de su familia lo que le llevó a convertirse en Batman. Esta versión del héroe es más reflexiva y se preocupa por su legado y su futuro, se pregunta si su autoimpuesta cruzada no le ha privado durante demasiado tiempo de vivir una auténtica vida y si ha llegado el momento de mirar más allá del próximo plan del Joker para envenenar el agua de Gotham. El problema es que tal planteamiento subvierte totalmente el espíritu del personaje y hubiera requerido de una mayor profundidad en la exploración de sus emociones y dilemas. Tal y como está expuesto, queda a medio cocinar.

Ni siquiera se atreve Barr a formalizar de verdad la relación de Talia y Batman y, de forma totalmente implausible incluso para un comic de superhéroes, ambos se dan por satisfechos con la afirmación de ella respecto a que en su cultura basta con el consentimiento de la mujer para que el matrimonio tenga validez. Tan simple como eso. Así, cuando ella lo rechaza y él vuelve a su carrera de superhéroe, no hay que molestarse en molestas explicaciones. Para el lector, ese matrimonio fue siempre tan leve y falso que es como si nunca hubiera existido.

El propio Qayin es, como Batman, una figura trágica marcada por la pérdida de sus padres, pero Barr no se molesta tampoco en desarrollarlo ni en generar la más mínima empatía del lector hacia él, privando a esa subtrama de un mínimo de sutileza emocional.

Así que, pese a su interesante potencial en lo que se refiere a los personajes, éste se desperdicia en pasajes que o bien no convencen o bien resultan demasiado rápidos y superficiales. En cierto sentido, es como si los personajes fueran zarandeados de un lado a otro por las necesidades del guionista a la hora de contar la historia de acción en lugar de por sus propias personalidades y emociones. Así, Qayin nunca supera el nivel de tópico villano a lo James Bond y cuando
Batman se entera de su existencia, apenas lo considera algo más que el enemigo del mes. Barr hubiera debido convencerme de verdad de que era alguien tan peligroso, tan capaz de provocar auténtica conmoción mundial, como para venderme la idea de que Batman estuviera dispuesto a aliarse con Ra´s Al Ghul para derrotarlo.

Tampoco Batman está particularmente bien tratado y hubiera merecido un mejor desarrollo bien con más globos de pensamiento con los que adentrarnos en su mente, bien con escenas que mostraran su evolución emocional. Lo que vemos es más la personalidad taciturna y opaca de Batman que a Bruce Wayne. Algunas soluciones visuales muy sencillas y coherentes podrían haber ayudado. Por ejemplo, se pasa la mayor parte de la historia vestido con su uniforme negro, pero especialmente durante el breve intervalo en el que considera seriamente abandonar su identidad como justiciero para dedicarse a Talia y su hijo, debería haber prescindido de aquel, demostrando así el conflicto interno entre el hombre y el superhéroe, para luego retomar el traje al final.

Dejando aparte los personajes, el propio argumento es forzado y poco verosímil. Batman se alía con Ra´s con el fin de combatir a un individuo que supone un peligro para sus respectivos intereses. Sin embargo, Barr pasa por alto el llamativo hecho de que Ra´s Al Ghul es él mismo un asesino y un aspirante a genocida. Tratando de suavizar al villano, nos dice: “En pocas palabras, Detective, durante la última guerra mundial yo tenía una organización propia que utilizaba con frecuencia para combatir contra las fuerzas del Eje”. Una afirmación bastante extraña dado que no tenía razón alguna para elegir bando en el conflicto y que, de hecho, tenía sus propios planes de exterminio global. Es una pobre excusa con la que presentar a Ra´s como un antihéroe en lugar de un villano, pero uno no puede sino ver esta treta como una burda manipulación para justificar que Batman se alíe con él.

Barr parece reconocer esto en el comentario de Batman temiendo que su unión acabe siendo temporal: “Sería una pena que tú y yo tuviéramos que volver a ser enemigos otra vez después de que nos hayamos encargado de Qayin”. Sin embargo, esto no explica por qué Batman se siente tan extrañamente cómodo con este lunático por mucho que la historia trate de presentarlo como un extremista bienintencionado. Desde luego, no es el mejor recurso narrativo posible. Tampoco me convence la forma en que el guionista lleva la subtrama que desemboca con Batman
asumiendo el puesto de heredero oficial de Ra´s Al Ghul, una posición que el tirano había planeado para Bruce desde que se encontraron. Es un giro propio de la narrativa pulp menos sofisticada, como lo ridículo que resulta que Batman, ya lo he comentado, no se quite su uniforme en ningún momento y que los asesinos de Ra´s le profesen una obediencia incondicional a un tipo vestido de licra ajustada en las cimas del Himalaya.

Como aventura de acción, “El Hijo del Demonio” ofrece abundantes tiroteos y peleas enlazados con una mínima trama. No estamos aquí ante un argumento complejo lleno de ramificaciones e implicaciones, sino uno lineal y directo pensado básicamente para unir cuatro escenas de acción. En lugar de las tradicionales intrigas detectivescas ambientadas en la noche de Gotham, las historias que juntan a Batman y Ra´s Al Ghul tienden a parecerse a películas de James Bond, con escenas en las que ejércitos enteros descienden haciendo rappel por acantilados y enzarzándose en multitudinarias batallas. Barr defiende tímidamente la máxima de Batman de no matar poniendo en su boca algunos comentarios, pero luego no tiene inconvenientes en liderar a matones armados que se dedican a abatir a tiros a sus oponentes e incluso se permite alguna
observación sarcástica cuando un adversario muere. El Batman que nos presenta Barr es alguien frio y con quien resulta difícil conectar. Puede que esto se ajuste bien con el espíritu del personaje –al menos según algunas interpretaciones- pero al mismo tiempo aleja al lector del mismo.

Como suele ser el caso de muchos comics de superhéroes pretendidamente adultos, ese ascenso de categoría se quiere conseguir a base de oscurecer el tono general y mostrar violencia más explícita de lo habitual. Qayin asesina a un par de personas de forma bastante sádica…pero también gratuita; y al comienzo del comic aparece uno de sus secuaces dispuesto a violar a una joven embarazada. Sí, Batman y Talia comparten una escena de cama que quizá en su tiempo pudiera parecer algo arriesgada pero que no es en absoluto gráfica. Como siempre, a los autores y lectores americanos les duele menos ver violencia que sexo.

En cuanto al dibujo, Bingham hace un trabajo moderadamente eficiente. Su estilo, muy deudor
del de Neal Adams, no sólo es apropiado para una historia que une a Batman y Ra´s al Ghul sino que es dinámico en las figuras y ofrece algunas composiciones de página interesantes, aunque los fondos no estén a la misma altura. Por desgracia, a sus páginas hay dos cosas que les faltan para alcanzar la debida atmósfera y emoción. Por una parte, Bingham no es particularmente bueno con las expresiones faciales y su Batman aparece aquí tan frío como un témpano de hielo; por otro, el color es demasiado luminoso y no redondea la textura y consistencia de las escenas.

Bingham, como le ocurrió a Barr en el guión, se quedó con su estilo un poco en tierra de nadie. Mientras trabajaba en “El Hijo del Demonio”, aparece a la venta “El Regreso del Caballero Oscuro” y el potente estilo de Frank Miller le impacta tanto como a cualquier lector de la época. Según él mismo declaró, se sintió como Roger Corman viendo una película de Spielberg. Mientras trataba de esforzarse aún más, a su alrededor artistas como Miller, Bill Sienkiewicz o David Mazzuchelli daban pasos de gigante en la narrativa y el dibujo de los comics. Bingham, trabajando con un estilo naturalista muy clásico, tenía la impresión de ser un dinosaurio y algo de razón tenía.

Soy consciente de que no estoy siendo muy generoso con esta obra, por otra parte tan apreciada por muchos fans. Quizá no sea del todo justo dado que ni Barr ni Bingham son auténticos primeras espadas y no deberíamos esperar de ellos más de lo que pueden dar. Pero dadas las aspiraciones de esta historia, tanto temáticas como en su formato de publicación, no resulta inapropiado compararla –desfavorablemente- con, por ejemplo, “Batman Año Uno”, que apareció aquél mismo año; o “La Broma Asesina” y “El Culto”, que le seguirían unos meses después; todas ellas, historias mejores en todos los sentidos (con la excepción, quizá, del trastabillante dibujo de un Bernie Wrightson en sus horas bajas).

Quizá la mejor manera de aproximarse a este comic sea reduciendo las expectativas, leyéndolo como un tebeo de superhéroes del montón, dejándose llevar por el ritmo de sus páginas y tratando de pasar por alto el torpe trabajo de Barr en la caracterización de los personajes y su tendencia a los diálogos exageradamente melodramáticos. Sí es de lectura obligada para los acérrimos de la continuidad puesto que, a pesar de permanecer al margen de la misma durante mucho tiempo, la historia fue finalmente aceptada dentro del canon y hasta cierto punto continuada por Grant Morrison, quien rescató para su larga etapa al hijo que Batman y Talia tienen al final de la aventura… Pero eso es otra historia.


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