“Batman: El Culto” apareció originalmente como miniserie de cuatro números en formato prestigio, en 1988. Eran los años en los que el Hombre Murciélago estaba en la cima de su popularidad gracias al éxito obtenido por “El Regreso del Caballero Oscuro” (1986) y “Batman: Año Uno” (1987) de Frank Miller, obras que marcaron un nuevo camino para el personaje, que a partir de este momento transitaría por derroteros más tenebrosos, tanto desde el punto de vista gráfico como conceptual. Aquel mismo año 1988, Alan Moore y Brian Bolland realizarían “La Broma Asesina” y poco después se le daría un trágico final al personaje de Robin en “Una Muerte en la Familia” (1988). “El Culto” formó parte, por tanto, en ese golpe de timón que DC dio a uno de sus personajes emblemáticos, apartándolo del comic juvenil para introducirlo, tanto en su formato (miniseries en formato prestigio, números únicos) como en el tono de sus historias, en el ámbito del entretenimiento para lectores adultos.
“El Culto”, pese a la categoría de sus creadores, no ha resultado ser tan influyente o popular como las otras obras mencionadas más arriba; y ello aun cuando imitó no pocos elementos de aquéllas. Veamos por qué.
Mientras investiga la desaparición de los vagabundos de la ciudad, Batman es capturado por el

La población de la ciudad se divide. Algunos se dan cuenta del peligro que supone este ejército de las sombras, por mucho que sus víctimas sólo sean malhechores. Otros, en cambio, se alegran de que por fin aparezca alguien que se ocupe de los criminales en sustitución de unas abrumadas autoridades. La confusión es todavía mayor cuando empieza a circular el rumor de que Batman se ha pasado a las filas de Blackfire.
Es Robin quien encuentra a su mentor y lo rescata, aunque su mente y su cuerpo se hallan muy quebrantados por las privaciones y las drogas. En los

En 1990, con ocasión de la reedición de la obra en un volumen único, Jim Starlin escribió una introducción con algunas reflexiones suyas en torno al personaje, su evolución y cómo lo había interpretado él. Mencionaba cómo a mediados de los cincuenta, la censura ejercida por los grupos más reaccionarios relegó a Batman a absurdas aventuras en las que peleaba con alienígenas a

Lo que no se puede negar, es que “Batman: El Culto” rezuma violencia y la cuestión no es tanto si resulta excesiva o incluso si debería eliminarse por completo, sino que su utilización resulte adecuada y coherente. Y, en este sentido, creo que Starlin se dejó llevar hasta extremos poco razonables, probablemente influido por el nuevo tono que dominaba a Batman –y pronto, el resto

Las primeras palabras con las que se abre el comic son “Esto es demencial”, un ajustado resumen

La historia comienza con una ensoñación en la que Bruce Wayne se ve a sí mismo de niño vagabundeando por una versión gótica de la mansión familiar, asentada sobre una colina empinada, cubierta de sombras y recortada sobre un cielo ensangrentado. Se encuentra con el Joker, que le espeta: “¡Vaya! ¿Qué tenemos aquí? ¡Qué niño tan mono! ¡Justo mi tipo!”,

Y ello poco después de que Starlin se quejara en su introducción de que la censura hubiera despojado al Caballero Oscuro de su “pavorosa cólera y obligado a ser algo que no era: una sonriente figura paterna”. El problema es que aquí el guionista, en su afán de evitar ese enfoque “buenista” llega al otro extremo, ofreciendo momentos verdaderamente bizarros, como el de Batman descuartizando con un hacha a su archienemigo.
La violencia y la sangre van en aumento conforme avanza la trama. De hecho, quizá sea el tebeo de Batman con más páginas cubiertas de sangre Cuando terminan con los grandes criminales, los seguidores de Blackfire atentan contra pequeños delincuentes, como un simple adolescente que

El clímax de esta espiral llega cuando Batman y Robin acaban utilizando un Batmovil más militarizado que nunca, con ametralladora antiaérea y lanzamisiles incluidos. Se nos dice que las armas disparan dardos tranquilizantes, pero el dibujo no acompaña tal afirmación y las escenas en las que los héroes entran a sangre y fuego en Gotham, destrozando a diestro y siniestro, rezuman violencia. El propio Batman parece disfrutar cuando arrasa propiedad privada (“Eso ha sido muy catártico”, dice) sin que, aparentemente, salga herido ningún inocente. Igualmente chocante resulta ver al dúo utilizando armas automáticas, algo que el personaje ha aborrecido siempre. En

Starlin intenta justificarlo diciendo que, dado que se van a enfrentar a un verdadero ejército, “su armamento debe adecuarse a ello”. Tal argumento podría valer si no fuera porque no mucho después dejan fuera de combate a grupos enteros recurriendo a la simple –y mucho menos agresiva- estratagema del gas anestésico. En un momento dado, cuando una de las armas que Batman utiliza se encasquilla en el instante menos oportuno, dice: “Otra razón por la que odio las armas de fuego…No son fiables”. Debería haber sólo una razón fundamental para que rechazara su uso y, desde luego, no es la fiabilidad.
Al final, da la impresión de que ese despliegue armamentístico estaba más dirigido a impactar al lector que a responder a necesidades del argumento y, en no poca medida, resultó profético respecto al devenir que tomaría el comic de superhéroes en la siguiente década.
Pero es que, además, resulta excesivamente brusco el giro que Starlin da en toda la última parte.

Por otra parte, y relacionado también con la estructura narrativa, Starlin recurre en exceso a las viñetas-pantalla de televisión que tan famosas se habían hecho en “El Regreso del Caballero Oscuro” de Frank Miller (aunque tres años antes, Howard Chaykin ya las utilizaba en “American Flagg”). Además de servir para separar escenas, son un buen recurso a la hora de reflejar el tono social, añadir puntos de vista diferentes, explorar las consecuencias que sobre el entorno tiene la trama principal y aportar cierto comentario social. Starlin lo utiliza con el mismo propósito y obtiene resultados irregulares. El problema es que la impronta que dejó Miller al utilizarlo de forma tan acertada en una historia tan seminal como la suya es demasiado fuerte y uno no puede sino pensar que, tan solo dos años después, Starlin, ya por entonces un narrador experimentado y de larga trayectoria, se limitó a plagiarlo. Además, y como muchas imitaciones de “El Regreso del Caballero Oscuro”, “El Culto” no es ni de cerca tan inteligente y subversiva.

“El Culto” se toma a sí misma tan en serio y es tan estridente en su tono y desarrollo, que difícilmente puede construir un discurso crítico sobre el uso manipulador de la política o la religión. Los sicarios de Blackfire no tardan en sembrar el caos por las calles de Gotham, asesinando criminales primero y luego a todo el gobierno de la ciudad. Y, aun así, sigue habiendo defensores del diácono entre la población. Entiendo lo que Starlin trata de decir en el fondo, pero resulta increíble que la mayoría de los ciudadanos fueran incapaces de ver quién era el responsable de las matanzas. La historia los retrata como individuos disociados de la realidad, cuando no retrasados. En lugar de optar por una ambigüedad que sustentara la impresión de ese sector de la población, el guión cae en lo disparatado, convirtiendo a Blackfire en un auténtico monstruo: esclaviza a los

La influencia de Miller se hace también patente en otros “detalles”: El clímax de ambas historias, con revueltas en Gotham, las autoridades colapsadas y Batman tratando de recuperar el orden, son similares; el Batmóvil “tuneado”; la versión afeminada del Joker; la narración en primera persona con un tono desabrido y cínico: “Ya he visto otros como ellos”, reflexiona cuando se enfrenta a un puñado de criminales adolescentes. “Criaturas sin conciencia ni remordimientos (…) Decido ser suave con ellos…Pero no demasiado”. Starlin replica el estilo de Miller… olvidando su ironía y vertiente satírica. Es como si se hubiera tomado completamente en serio “El Regreso del Caballero Oscuro” y verdaderamente pensara que ese Batman hastiado y amargado fuera el ideal al que debiera aspirar el personaje.

Otro de los principales problemas que le veo a este comic es su villano. Los detalles de su religión inventada son muy vagos y poco consistentes, con un discurso tópico articulado alrededor de conceptos tan etéreos como “luz”, “oscuridad”, “pecado”, “redención” o ”verdad”. Su aspecto sano y fornido y la coleta de pelo blanco recuerdan a un seguidor de la New Age, pero su autoproclamado cargo de diácono, su atuendo negro y el alzacuellos blanco lo identifican de forma bastante inequívoca con el cristianismo.
El problema es que Starlin nunca llega a definir realmente la naturaleza de este individuo. ¿Es

El propio Starlin, en la introducción que mencionaba más arriba, nombró específicamente a telepredicadores como Tipper Gore o Jesse Helms, gente reaccionaria y tendenciosa que utiliza su talento retórico para manipular a sus seguidores. Ése es el tipo de villanos que dan miedo, mucho más, si cabe, que los grotescos chiflados a los que a menudo debe enfrentarse Batman. Por eso creo que no había necesidad de construir un discurso místico

Durante un tiempo, pareció al menos que los guionistas de la editorial iban a respetar el dramático final del diácono Blackfire en “El Culto”. Pero era cuestión de tiempo que lo trajeran de vuelta. En una idea mala como pocas, lo resucitaron como zombi para convertirlo en un Linterna Negra en la saga “La Noche Más Oscura” (2009) y Scott Snyder y James Tynion IV lo recuperaron para “Batman Eternal”, haciendo de él, ahora sí, un ser sobrenatural.
Mejor parado sale Jason Todd, el Robin de turno en esta historia y eso aun cuando Starlin le tenía verdadera ojeriza al personaje, prefiriendo en cambio al Batman oscuro y solitario. No es que Starlin le preste aquí demasiada atención a Robin, pero al menos el muchacho cumple con su función de pupilo leal y ayudante eficaz. Tanto Starlin como Wrightson lo retratan no como el alegre muchachito que se podía leer por esas mismas fechas en

Hay otros puntos en los que la historia flaquea peligrosamente. Aunque buena parte de ésta se centra en narrar el proceso de descomposición mental de Batman, lo cierto es que se nos revela poco acerca de lo que hizo mientras estuvo bajo la influencia de Blackfire. ¿Mató verdaderamente a alguien o se detuvo a tiempo? ¿Cómo procesa la culpa por sus actos? Starlin no enfrenta a Batman con las consecuencias de lo que ha hecho. Sí queda claro que las experiencias por las que ha pasado le han trastornado, pero la historia no profundiza en el tema. Bruce descansa un poco en su mansión, reúne algo de coraje, prepara el equipo y sale a pelear de nuevo. Todo ese proceso está narrado

Y luego están los agujeros de guión. Por ejemplo, ¿Por qué el diácono no desenmascara a Batman mientras lo tiene a su merced? Es obvio: porque descubrir su identidad hubiera complicado significativamente la historia y Starlin no sabía cómo desarrollarlo. Como luego haría en “Una Muerte en la Familia” (en la que el Joker era nombrado embajador iraní ante las Naciones Unidas), el argumento tiene graves fallos de plausibilidad incluso para los parámetros de un comic de superhéroes. ¿Cómo es posible que a Batman lo embosquen de forma tan burda un trío de pandilleros adolescentes? Y, siendo un maestro escapista, ¿no es capaz de encontrar la forma de zafarse de unas sencillas esposas atadas a una cañería?
Por otra parte, y aunque el meollo de la historia consista precisamente en ver a Batman caer y actuar bajo la influencia de una secta, todo el proceso de transformación se antoja demasiado fácil, rápido e inexplicado. Las drogas, la inanición

De alguna forma no convenientemente explicada, Blackfire consigue no sólo vencer a Batman sino a la policía de Gotham, la Guardia Nacional y el Ejército. Y todo ello sirviéndose únicamente de unos sin techo fanatizados que sobreviven de forma precaria en las alcantarillas y que sólo cuentan con navajas y pistolas. Ningún cuerpo de seguridad tiene el valor, los recursos ni la competencia como para entrar en el sistema de alcantarillado y limpiarlo con gas lacrimógeno. Y tras haber perdido la ciudad a manos de facinerosos, el presidente de los Estados Unidos decide no enviar al Ejército ¡porque sería

En justicia hay que decir que no todo son defectos. La obra contiene también varios aspectos atractivos. Por ejemplo, la idea básica de un hombre capaz de reunir un ejército de descontentos y seducir a buena parte de la población de una ciudad con un discurso populista para luego hacerse con el control de la misma. También, aunque esté abordado a brochazos, el fenómeno real del oportunismo religioso que se aprovecha de una sociedad confusa, asustada y políticamente dividida. Es asimismo interesante la exploración que Starlin hace de la historia de Gotham, encuadrado en el esfuerzo que DC realizó a finales de los ochenta y durante los noventa por dar forma al pasado de la ciudad. Aquí se nos presentan a los Miagani, la tribu nativa que habitó la región antes de la llegada de los europeos. Años más tarde, Grant Morrison recuperaría a esos indios para “El Regreso de Bruce Wayne” (2010).
¿Y en cuanto al aspecto gráfico? A priori, tener a Bernie Wrightson encargado del mismo no podía

Pero al final, no se puede soslayar el hecho de que las páginas que nos ofrece aquí el dibujante están muy lejos de las fantásticas historietas que realizara diez años antes. Hay viñetas mal terminadas, apenas bosquejadas; en muchos momentos las figuras están retratadas de forma plana y los fondos

El coloreado de Bill Wray no sólo no ayuda sino que estropea todavía más el conjunto. Eran los tiempos en que todavía no se podía soñar con las sutilezas y riqueza del coloreado digital y muchos profesionales aún no se habían acostumbrado al formato de papel de mayor calidad propio de las ediciones “prestigio” o “novelas gráficas”. El resultado fue que no

“El Culto” fue casi el canto del cisne para Starlin en lo que a Batman se refiere. Había comenzado en diciembre de 1987 haciéndose cargo de los guiones de la colección regular “Batman” (en su número 414), con dibujos de Jim Aparo. Según él mismo declaró, esta miniserie

El trío creativo de “El Culto” volvió a reunirse no mucho después. Starlin, Wrightson y Wray realizaron en 1991 una seudosecuela de esta historia para Marvel y con el Punisher como protagonista, una miniserie de cuatro números titulada “Punisher: P.O.V.”, en la que el papel del Hombre Murciélago era asumido por Frank Castle. Historia mediocre y deslavazada en la que Starlin pierde interés mediado su transcurso, aprovechó un guión rechazado en su día por DC, reconvertido aquí por Marvel en escaparate del Punisher, personaje que en esos momentos vivía su época dorada.
Con ocasión de la remodelación y reinicio que DC hizo de su universo en “Los Nuevos 52”, Snyder y Tynion recuperaron la historia de “El Culto” para su inclusión en el “canon” del héroe,


“El Culto” gusta y disgusta a partes iguales. Para muchos, es una historia caótica y absurda, un claro intento de capitalizar el éxito de “El Regreso del Caballero Oscuro” sin comprender por qué éste funcionó tan bien. Como le sucede a la otra famosa obra de Starlin en Batman, “Una Muerte en la Familia”, el potencial que prometía la premisa de partida nunca llega a satisfacerse.
Otros fans, en cambio, sin negar sus muchos defectos, disfrutan con esta incoherente mezcla de

“El Culto” es una historia brutal, pero también entretenida, con un Batman inédito y polémico que toca uno de los puntos más bajos de su trayectoria como superhéroe.
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