31 may 2019

1985- EL ESCUADRÓN SUPREMO - Mark Gruenwald, Bob Hall y Paul Ryan (1)


Un año antes de que Alan Moore lanzara su celebrada “Watchmen” (septiembre 86) y el editor jefe de Marvel, Jim Shooter, inaugurara su Nuevo Universo con “Star Brand” nº1 (octubre 86), Mark Gruenwald ya estaba allí. Y con allí, me refiero al primer número de “El Escuadrón Supremo” (septiembre 85), en la que, antes que las obras mencionadas, trataba de dar un giro nuevo hacia el realismo y la madurez en el género de superhéroes que luego seguirían los mencionados Moore y Shooter: si los superhéroes existieran y fueran seres humanos, ¿cómo se comportarían? ¿Qué harían ante las patentes injusticias que acontecen en el mundo teniendo los poderes necesarios como para intervenir? ¿Qué ocurriría si decidieran tomar las riendas del gobierno mundial y construir una utopía?


El precedente primero y más obvio de esta idea, a saber, situar a unos seres poderosos en un entorno realista, había sido, obviamente, “Los Cuatro Fantásticos” nº 1, de Stan Lee y Jack Kirby. No mucho después, Lee y Ditko darían un paso más allá con “Amazing Spider-Man”. Pero unos y otros jamás llegaron tan lejos como muchos hubieran deseado. La exploración de ese concepto tendría que esperar a una época más permisiva, un momento en el que pudieran introducirse en un comic asuntos más peliagudos como la obsesión sexual, la tentación corruptora del poder aun con fines benévolos, las crisis de conciencia, las violaciones de cuerpo y mente o la violencia explícita y la muerte de personajes principales. Y ese momento llega a mediados de los ochenta, de la mano de Mark Gruenwald y su Escuadrón Supremo.

Guionista y editor de Marvel entre 1978 y su prematura muerte en 1996, Mark Gruenwald fue un profesional muy respetado en el medio tanto por sus colegas como por los fans. Comenzó editando un fanzine, “Omniverse”, cuyo énfasis en el concepto de universo compartido, promovido primero por Marvel y luego adoptado también por DC, le ganó su primer trabajo para esta última escribiendo artículos para “The Amazing World of DC Comics”. Luego fue contratado por Marvel como editor ayudante en 1978. Unos cuantos años después fue ascendido al cargo de editor, coordinando títulos como “Iron Man”, “Capitán América” (la cual también escribió durante una larga temporada, de 1985 a 1995), “Thor”, “Los Vengadores”,”Spider Woman o “What If.” Se hizo conocido entre los fans por sus “Mark´s
Remarks”, comentarios que firmaba para la sección de correo de las colecciones que supervisaba. Hizo sus pinitos como dibujante (“Ojo de Halcón”) y se ganó la fama de tener un talento excepcional para seguir la pista de todos los personajes y colecciones Marvel, reuniendo en su cabeza un conocimiento enciclopédico de los mismos, lo que le valió la ciclópea labor de redactar el “Official Handbook of the Marvel Universe”. Pero además de su extenso legado como guionista y editor, sin duda merece ser recordado por “El Escuadrón Supremo”, una serie que él mismo consideró como la cumbre de su carrera.

El origen del Escuadrón Supremo hay que buscarlo en los años sesenta, cuando Marvel y DC
acordaron colaborar en un crossover no oficial. Hoy este tipo de proyectos son comunes pero entonces no lo eran en absoluto. La idea era que cada editorial crearía un conjunto de personajes basados en un equipo de superhéroes de la competencia y luego los enfrentaría a sus propios campeones. Así que Marvel creó a un clon de la Liga de la Justicia de América residente en una Tierra alternativa en otra dimensión paralela, el Escuadrón Supremo, y cuyo destino era el de enfrentarse a Los Vengadores. La parte del trabajo que correspondía a DC se diluyó rápidamente en el olvido y el desinterés pero Marvel decidió utilizar lo ya hecho y presentó al Escuadrón Supremo en el número 85 de “Los Vengadores” (febrero 71), obra de Roy Thomas y John Buscema. Aquella idea gustó a los lectores y la editorial siguió utilizando a los miembros del Escuadrón de forma intermitente, dando lugar a algunas historias memorables como la Saga de la Corona Serpiente y creando incluso una versión “oscura” y villana de ese equipo, el Escuadrón Siniestro.

Los paralelismos entre el Escuadrón Supremo y la Liga de la Justicia son algo más que superficiales. Los poderes, caracteres e interrelaciones personales replican los de los miembros de la Liga de la Justicia: el Doctor Espectro es un clon de Linterna Verde y amigo tanto del Zumbador, un clon de Flash, como del Arquero Dorado, sosias de Flecha Verde, que a su vez es pareja de Lady Alondra, una versión de Canario Negro. El millonario Kyle Richmond, alias Halcón Nocturno, es el equivalente a Batman como el extraterrestre Hyperion lo es de Superman. Pero aparte de eso, los personajes eran básicamente tabulas rasas. Ocupaban una realidad alternativa, actuaban como defensores de la misma igual que los Vengadores y cayeron bajo el control mental de un par de villanos, pero poco más. Su trayectoria editorial fue, como he dicho, errática y desigual, discurriendo en colecciones ajenas hasta que Gruenwald decide aprovechar su bajo perfil y utilizarlos para contar una historia más arriesgada y menos convencional de lo que era la norma en Marvel.

La premisa de arranque de la serie limitada es la siguiente: la Tierra alternativa del Escuadrón
se tambalea al borde del colapso después del intento de conquista de Mente Suprema, un villano alienígena, que tomó el control de las mentes de los miembros del equipo y los utilizó de sicarios. Es una forma un tanto extraña de comenzar una serie ya que el lector puede pensar que está asistiendo no al inicio sino al final de algo –que, además, se contó en otro sitio, la colección regular de “Los Defensores”-. Sea como fuere y una vez derrotado el enemigo, el Escuadrón viaja por el país y toma conciencia del lastimoso estado en el que ha quedado el mundo y de cómo los ciudadanos les culpan a ellos del desastre. Al comenzar la historia, los componentes del Escuadrón expresan sus sentimientos de impotencia y frustración, concluyendo que la única forma de conseguir que la situación mejore es convirtiéndose en líderes absolutos, guste al mundo o no. Se realiza una votación y se acepta la decisión de poner en marcha un plan de reconstrucción y renovación total, empezando con una conferencia de prensa en la que anunciarán su nueva dictadura benevolente y su promesa de crear una utopía en el plazo de un año. También y como muestra de sinceridad y compromiso con la causa, revelarán sus identidades en ese mismo evento.

La única voz discordante es la de Halcón Nocturno, cuya conciencia no le permite adherirse al plan. No importa lo altruista que sean sus metas (abolir la guerra y el crimen, eliminar la pobreza y el hambre, establecer la igualdad entre los pueblos, limpiar el medio ambiente, curar las enfermedades e incluso acabar con la mismísima muerte), el poder las corromperá. Aunque tengan los medios para conseguir sus fines, el Escuadrón no tiene el derecho de imponer su voluntad al resto del mundo.

A continuación, este primer número nos presenta las vidas privadas de los miembros del Escuadrón, culminando en un último y a la postre infructuoso esfuerzo de su líder, Hyperion, por convencer a Halcón Nocturno de que permanezca en sus filas. Más adelante, en un desarrollo que se convertiría en cliché tras la publicación de “El Regreso del Caballero Oscuro” (1986), de Frank Miller, se descubre que Halcón Nocturno es el único que posee una porción de la sustancia contra la que Hyperion está indefenso. Transformándola en una bala y cargándola en una pistola, Halcón planea matar a su amigo en la misma ceremonia en la que el
Escuadrón anuncie su asunción de poderes. “Soy la única persona del mundo que tiene Argonita. Uno de los pocos que podría acercarse a él lo bastante sin levantar sospechas. La pregunta es…¿tengo agallas para matar a mi mejor amigo…para proteger la libertad mundial?”. La respuesta es no. Cuando llega el momento crucial, Halcón Nocturno no puede decidirse, poniendo así en marcha la cadena de acontecimientos que se verá en los números siguientes.

Halcón Nocturno abandona el equipo. Silenciosamente, va tejiendo un plan y reuniendo aliados para detener lo que en puridad es una tiranía por muy benévola que sea. Mientras tanto y como era de esperar, no tardan en aflorar problemas y surgir conflictos en el seno del Escuadrón. La ética de sus actos es puesta a prueba; pero también Halcón se ve obligado a llegar a compromisos con su propia conciencia que proyectan serias dudas sobre la pureza de su cruzada. De hecho, para cuando todo desemboca en un choque épico entre el Escuadrón y el grupo reclutado por Halcón Nocturno, está claro que ambos bandos han abrazado la máxima que reza que el fin justifica los medios.

La historia que nos presenta Gruenwald tiene, como iré detallando, varios problemas pero así y todo constituye una obra impresionante y muy recomendable incluso hoy en día. Irónicamente, no es el ambicioso concepto político lo que destaca. De hecho, cuando se trata de enfrentarse a las grandes cuestiones de los imperativos morales, el bien común, las dictaduras benevolentes, el dilema libertad versus seguridad… Gruenwald tropieza más que triunfa. El mundo que nos presenta no es realista ni se molesta en explicar cómo el Escuadrón alcanza muchas de sus metas, como eliminar el desempleo o el hambre. Evidentemente, si la solución a esos problemas fuera tan fácil de encontrar alguien ya lo habría hecho, pero aún así y dada la ambición conceptual de la obra, ésta flaquea por ese flanco y Gruenwald prefiere centrarse en el asunto de la ley y el orden, adoptando un punto de vista algo pacato al respecto.

Donde la serie sobresale de verdad es en el retrato de un equipo de superhéroes disfuncionales sometidos no sólo a un contexto de grandes y drásticas transformaciones sino a un cambio continuo en sus filas y en la actitud de sus componentes. Dado que no se trataba de una colección regular y que los personajes no participaban demasiado en la continuidad Marvel, no existía la necesidad artificial de mantener el status quo. Así, los miembros del Escuadrón mueren o dimiten, cometen actos cuestionables, ven cambiar su situación personal o sus relaciones sentimentales… Más que en la forma en que se abordan
temas importantes desde el punto de vista moral o social, la historia es vanguardista en la forma de presentar a los superhéroes: éstos pueden ser nobles y sacrificados, pero también mezquinos y superficiales. La serie además se atreve a explorar ideas por las que otros comics de la época habrían pasado de puntillas; como que Nuke, un héroe con poder radioactivo, descubra que es la causa del cáncer que sufren sus padres; o utilizar a la Princesa Poder (Wonder Woman) para explorar cómo podría evolucionar un romance entre un inmortal y un humano. Tan sólo unos años antes, el editor Ralph Macchio no habría permitido estos desafíos al canon tradicional de los superhéroes.

Gruenwald condensa mucho material interesante en cada uno de los doce episodios de la maxiserie, mostrándonos a los diferentes personajes y el progreso de su plan utópico al tiempo que desarrollando subtramas que en su mayor parte son autocontenidas. La serie intenta, y en buena medida consigue, mezclar escenas con abundante diálogo y centradas en la caracterización con los obligatorios pasajes de acción y batallas con los supervillanos de turno. No es fácil echar la vista atrás y recuperar un comic de treinta años de edad cuya lectura pueda resultar hoy tan satisfactoria. Obviamente, es una serie limitada y cada episodio desemboca en el siguiente pero a la postre no es muy extensa y concluye con un clímax tan épico como trágico en el que mueren más personajes de lo que podría esperarse. Los doce números
representan un periodo de tiempo de doce meses en la historia que se nos narra, lo que significa que entre episodio y episodio han pasado semanas; una elipsis muy medida que contribuye a dar más ritmo y coherencia al conjunto global y que permite ensamblar y hacer avanzar las muchas historias individuales que aquí se incluyen. Al término de las 300 páginas que conforman esta obra, el Escuadrón ha dejado su marca en el lector.

En el debe de esta maxiserie se encuentran los diálogos. Gruenwald nunca fue el dialoguista más diestro del género y aunque algunas de las conversaciones están bien, a menudo resultan un tanto sosas. Aún así, se incluyen algunos toques de realismo originales y frescos como el que se describan las vidas familiares de los miembros del equipo (incluso siendo interrumpidos en sus heroicas deliberaciones para tratar con sus rebeldes hijos). Aunque el trabajo de caracterización es en general bastante bueno, Gruenwald no oculta su predilección por aquellos personajes menos parecidos a sus referentes de la Liga de la Justicia, como Pulgarcito, el genio residente del Escuadrón y uno de los mejor construidos de la serie. Al mismo tiempo, también es cierto que leer esta historia como una suerte de aventura apócrifa de la Liga de la Justicia, le da un sabor distinto y especial.

El principal defecto, o al menos uno de los más llamativos, sigue siendo la forma de encarar los grandes temas. Hay momentos en los que Gruenwald parece tomar partido sin considerar el
punto de vista opuesto, como es el caso del control de armamento particular. El Escuadrón decide imponer la retirada general de armas, una medida que escandaliza a Halcón Nocturno interpretándolo como un ataque a la libertad individual. Uno se inclina a pensar que las simpatías de Gruenwald recaían en el bando de los partidarios de la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense. También existe la posibilidad de que el guionista estuviera simplemente presentando ideas sin detenerse demasiado en juzgarlas. Después de todo lo que algunos personajes objetan al respecto, no vemos ninguna repercusión negativa ni descontento generalizado derivada de ese control de armamento

En otros momentos los héroes lanzan frases altisonantes sobre la Libertad sin que dé la impresión de que hayan reflexionado de verdad sobre ella más allá de la mera semántica. Tras todos los discursos y debates, de la confianza exhibida por el Escuadrón en la necesidad y justicia de lo que hacen y la seguridad de Halcón Nocturno de lo contrario, no se demuestra la veracidad o falsedad de ninguna de las posturas con hechos concretos. Hay dos bandos de superseres enfrentados por lo que parece una cuestión meramente abstracta ya que no vemos los efectos beneficiosos y/o perniciosos que sobre la sociedad y los individuos han tenido las medidas tomadas. Es como si Gruenwald hubiera dado con el interesante concepto de “superhéroes creadores de la ley” en lugar del de “defensores de la ley”, y luego no tuviera demasiado que decir sobre el particular. Para ser justos, es difícil profundizar en cuestiones de moral y ética cuando casi todos los dilemas relacionados con éstas que presenta la historia se dan en un mundo tan ajeno al nuestro.

Las dos principales políticas que implementa el Escuadrón Supremo –al menos las que se nos muestran explícitamente- son el control de armas y, mucho más polémica y auténtico motor del drama, la decisión de aplicar a los criminales una máquina de modificación conductual que elimine sus impulsos agresivos y los convierta en ciudadanos ejemplares e integrados. Siempre resulta algo decepcionante leer comics que abordan complejos dilemas morales cuyos escritores tienen problemas a la hora de articular todos los
puntos de vista implicados. Esto es muy frecuente así que Gruenwald no es el único que no culmina con éxito la tarea. No obstante y dicho esto, también admito que consigue ser lo suficientemente ambiguo como para no pintar las cosas en blancos y negros absolutos. Así, por ejemplo, la intención del Escuadrón Supremo a la hora de inventar y aplicar el modificador conductual es buena, pero también hacen trampas imponiendo bloqueos a los supercriminales reformados para que no puedan rebelarse contra ningún miembro del equipo, haga lo que haga éste; el Arquero Dorado es un héroe valiente y capaz, sí, pero el desamor le lleva a utilizar el artilugio con Alondra para obligarla a que se enamore de él; hay villanos “reformados” que cuando retornan a su estado inicial recaen en sus viejos hábitos pero otros, gracias a su contacto con los héroes del Escuadrón, se han reformado; por su parte, algunos de los héroes están tan convencidos de la bondad de su cruzada que uno no puede sino verlos con recelo, como si estuvieran cerca de dar el salto al fanatismo radical si se les lleva la contraria; puede que Halcón Nocturno luche por el libre albedrío de los ciudadanos del mundo pero sus métodos son ciertamente cuestionables y, presionado por las circunstancias, acaba utilizando el mismo modificador conductual que tanto había criticado ; el doble malvado de Hyperion termina perdiendo interés en su misión de destruir al Escuadrón cuando se enamora de la Princesa Poder, llegando incluso a asesinar al ya anciano amante de ésta… Hay pocos personajes aquí que puedan reducirse a los sobados arquetipos de “héroe” o “villano” sin impurezas.

Hay también algunos agujeros de guión respetables. Inicialmente, el Escuadrón promete asumir el control del mundo. Luego, como si Gruenwald se hubiera dado cuenta del problema logístico que ello suponía, rectifica y lo reduce a Estados Unidos, lo que lleva a imaginar cómo le va al resto del planeta mientras ese país experimenta su transformación utópica; u ese personaje que mata a otro pero luego se refiere a él una y otra vez como un ser artificial aun cuando no hubiera indicación previa de ello. 


(Finaliza en la siguiente entrada)

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