4 jun 2019

1985- EL ESCUADRÓN SUPREMO- Mark Gruenwald, Bob Hall y Paul Ryan (y 2)


(Viene de la entrada anterior)

Por otra parte, el final, tras un año entero de preparación, tiene algo de anticlimático. Halcón Nocturno ha infiltrado a su propio equipo en las filas del Escuadrón y habiendo perdido el secreto de la fabricación del modificador conductual, estos autonombrados amos del mundo son por primera vez vulnerables. El Escuadrón es así tomado por sorpresa cuando hallan a Halcón Nocturno y sus aliados en su cuartel general. “Estamos aquí para aliviaros de toda la autoridad que le habéis usurpado al gobierno federal. Rendíos pacíficamente y no habrá incidentes”, declara autocalificándose líder de los “Redentores de América”.


A pesar de encontrarse inesperadamente superados en número tras averiguar que parte de sus miembros son traidores, el Escuadrón se niega a rendirse y empieza la batalla. El grueso de este número doble lo ocupa dicha confrontación, que incluye varios giros, victimas y una violencia poco habitual en los comics de la época. Así, la Princesa Poder recibe una paliza casi mortal cuando Inercia transfiere contra ella los puñetazos de Hyperion contra Redstone; Arcana a punto está de abortar a causa de los poderes de Resplandor Lunar; el Arquero Dorado muere de un golpe en la cabeza propinado por la maza de Águila Azul; éste, por su parte, se rompe el cuello en una caída cuando sus alas antigravitatorias fallan; Pinball muere con la columna vertebral rota; Halcón Nocturno sufre un ataque cardiaco mortal provocado por Foxfire quien, a su vez, es apuñalada. Es el tipo de batalla desesperada y “realista” que los Vengadores podrían haber librado contra cualquier equipo de supervillanos de no haberse interpuesto tanto el Comics Code Authority como los intereses de la propia compañía, poco dispuesta a que los autores maten a sus personajes.

Previamente a su muerte y cuatro páginas antes del final del número, Halcón Nocturno repite a un debilitado Hyperion las razones de su oposición al Programa Utopía: “Todo lo que le habéis dado al mundo…La modificación conductual, el control de armas, la abolición del ejército, los hibernáculos…Todo eso obra por el bien de la sociedad únicamente si hay gente de buena voluntad como vosotros que lo supervise. ¿Pero qué ocurrirá cuando ya no estéis? ¿Podemos confiar en que las futuras generaciones usarán lo que habéis creado de modo tan noble como vosotros? Yo no lo creo. Vuestra utopía es un fracaso porque requiere de seres tan poderosos y buenos como vosotros para evitar su abuso. La utopía de hoy podría ser el estado totalitario de mañana…¡Y todo porque le habéis dado al hombre los medios para crearlo! ¡Es mejor desmantelar vuestro sistema “perfecto” y dejar que el gobierno de esa especie imperfecta…el Hombre…sea un sistema imperfecto que él pueda controlar!

Tras ese discurso y el asesinato de Halcón por parte de Foxfire, Hyperion abruptamente cambia de parecer y se rinde en nombre de todo el Escuadrón. En la antepenúltima viñeta de la serie, admite arrepentido ante sus amigos: “Empezamos a creer que siempre sabíamos lo que hacíamos…que nuestros nobles fines justificaban nuestros infames medios. Antes de morir, Halcón Nocturno me hizo ver que, en nuestra prisa por salvar al mundo, no nos paramos a reflexionar sobre las consecuencias a largo plazo de nuestros actos”. Ese cambio de opinión se antoja en exceso súbito y forzado. Gruenwald, al menos y a diferencia de lo que luego veríamos en “Watchmen” o “V de Vendetta”, quiso terminar con una nota de esperanza: Arcana da a luz a su bebe, el “heredero del futuro”, un futuro libre del Escuadrón.

Con todas las pegas mencionadas, el Escuadrón Supremo es una serie que funciona mucho mejor de lo que estas observaciones pueden llevar a pensar gracias a sus interesantes y variados personajes, la rica caracterización, los continuos giros de guión y el sentido épico de la narración.

No tengo demasiado bueno que decir del apartado artístico, lo cual es una verdadera lástima. Dada la ambición de la historia, ni Bob Hall ni Paul Ryan, ambos dibujantes mediocres, están a la altura. El primero se encarga de los cinco números iniciales y el segundo del resto, pero dada la amplitud del reparto, la escala de la narración, lo impresionante que deberían ser las intervenciones de los héroes y los combates o el complejo hipertecnológico en el que viven ellos y sus familias, no hay absolutamente ninguna viñeta que llame a recrear la mirada en ella. Todo en el dibujo y la composición es blando, convencional y poco inspirado. Ninguno de los dos ofrece dinamismo ni emoción en una historia que los pedía a gritos. El número final, por ejemplo, está narrado a base de viñetas pequeñas en las que había que encajar a varios personajes, obligando a disminuir su tamaño y renunciar a los detalles, perdiendo así la épica que debería haber dominado una batalla de esas características.

Aunque en su favor se puede decir que no son tan estridentes como los dibujantes que afligirían a los lectores en los años noventa y que sus páginas y narrativa son fáciles de seguir, “El Escuadrón Supremo” merecía mucho más que unos profesionales del montón cuyo único mérito era el de ser capaces de entregar veinte páginas al mes. No es que el dibujo de ambos torpedee la obra, pero probablemente sí le hurtó el puesto que debería haber ocupado como obra seminal en la evolución adulta del género.

Y es que a pesar de haber estado siempre bien considerada por la crítica y un grupo fiel de aficionados, “El Escuadrón Supremo” no es una obra tan conocida como se merece habida cuenta de su valentía temática. No quiero decir con ello que fuera la primera vez que alguien tratara de explorar en el género asuntos como el abuso de (super) poderes (el Anual 2 de “Los Vengadores”, de 1968, es un buen ejemplo). Pero aunque todos estos asuntos fueron luego revisitados un millón de veces en los años siguientes tanto en las editoriales mainstream como independientes, esos comics vinieron después de “El Escuadrón Supremo”. Como mínimo, Gruenwald pareció entender el naciente zeitgeist creativo en el mundo de los comics de superhéroes, adelantándose a las obras invariablemente citadas como renovadoras en ese ámbito (“Watchmen”, “El Regreso del Caballero Oscuro”…), todas publicadas meses después del Escuadrón.

Irónicamente, “El Escuadrón Supremo” parece haber tenido una enorme influencia en la editorial de la competencia, DC Comics. Son claras las similitudes con “Watchmen” o “Kingdom Come”, no sólo en términos generales de la lucha entre héroes por imponer sus respectivas filosofías acerca de cómo mejorar el mundo, sino en detalles más específicos. Por ejemplo, Nuke, del Escuadrón, teme que su poder nuclear haya provocado cáncer en sus seres queridos… en “Watchmen”, el Doctor Manhattan es acusado de eso mismo; en El Escuadrón Supremo, Halcón Nocturno se asocia con villanos para enfrentarse a su antiguo equipo…en “Kingdom Come”, Batman se alía con villanos para enfrentarse a la Liga de la Justicia…

También hay aspectos en el Escuadrón que anticiparon el relanzamiento post-Crisis del Universo DC, como presentar al Doctor Espectro como un mujeriego siempre dispuesto al sexo…que es la dirección que tomó Hal Jordan (Linterna Verde) tras las Crisis en Tierras Infinitas. Dado que DC estaba ya entonces planeando su nuevo Universo, no es descabellado pensar que miembros del staff de la editorial conocieran y se “inspiraran” en la maxiserie de Gruenwald para sacar ideas que adaptar a sus propios personajes. E irónicamente otra vez, la misma idea tras el origen del Escuadrón Supremo (recordemos, una versión alternativa de la Liga de la Justicia trasplantada a Marvel) bien pudo haber sido el germen de toda la línea “Otros Mundos” de DC, basada en interpretaciones alternativas de sus personajes clásicos. La propia Marvel ha seguido recurriendo intermitentemente al Escuadrón, tanto en esta versión “clásica” como en la reformulación adulta que fue “Supreme Powers”.

Puede que como exploración de grandes temas morales, “El Escuadrón Supremo” no llegue tan alto como otras grandes obras que vendrían poco después. Pero como saga superheroica de tono adulto (sin alejarse demasiado, eso sí, de las directrices del aún vigente Comics Code Authority), con múltiples personajes complejos y giros sorpresa, la serie cumple con creces sus objetivos. Fue, en definitiva, un punto de transición entre la forma tradicional de entender los comics de superhéroes y la nueva era cínica y oscura que vendría inmediatamente después encabezada por obras mucho más celebradas y escritas sobre todo por guionistas británicos contratados por DC.

En 1989, la historia obtuvo una innecesaria continuación bajo la forma de una Novela Gráfica titulada “La Muerte de un Universo”, de nuevo escrita por Mark Gruenwald y dibujada por Paul Ryan.

Aunque en puridad no hace falta leer la maxiserie para entender lo que aquí se cuenta ya que incluye un breve resumen de lo acontecido al comienzo de la aventura, lo cierto es que uno puede perderse un tanto si no conoce previamente a los personajes y las relaciones que se han formado entre ellos. Por otra parte, Gruenwald traiciona ese concepto que tan bien había funcionado de “Tierra paralela” mayormente aislada del Universo Marvel y conecta ambos mediante la trama de una historia anterior escrita por él mismo años atrás, la saga del Proyecto Pegaso, que ya comenté en otra entrada.

Uno puede legítimamente preguntarse si hacía falta de verdad una secuela. La serie limitada funcionaba precisamente porque contaba la historia que pretendía y luego la cerraba; no estaba pensada para ser el inicio de una colección regular. Quizá Gruenwald pensó que sería interesante contar una de esas aventuras sobre amenazas cósmicas en las que la Tierra está condenada a la destrucción y en la que el lector no sabría si los héroes serían capaces de conjurarla. Al utilizar al Escuadrón y su realidad paralela, cualquier cosa podría pasar. Al fin y al cabo el guionista ya había demostrado que no le temblaba la mano a la hora de matar personajes. O quizá fuera solo que tras doce números, Gruenwald no estuviera preparado para despedirse de unos personajes con los que había congeniado tanto y quisiera recuperarlos para un nuevo proyecto. Sea cual fuere la razón, “La Muerte de un Universo” es una historia un tanto anticlimática, lo cual es irónico dada la premisa en la que se basa.

La historia comienza una semana después de la conclusión de la maxiserie y diez horas antes del final del universo. El Escuadrón acaba de anunciar al Presidente de los Estados Unidos que renuncia a continuar ejerciendo el poder y que su experimento, aunque bienintencionado, fue un error. Entonces, les llega el aviso de una inminente amenaza de impensables dimensiones: una misteriosa mano celestial que emerge de una brecha en el vacío espacial y amenaza con engullir –y consecuentemente extinguir- al Sol. El peligro reúne no sólo al Escuadrón sino también algunos de sus archienemigos e incluso a un viajero temporal procedente de un futuro alternativo. El problema es que sin las grandes cuestiones políticas ni las subtramas individuales, esta novela gráfica acaba siendo una historia bastante convencional y algo estirada sobre superhéroes enfrentados a un peligro cósmico, algo que, a estas alturas, podía estar mejor o peor narrado pero desde luego no era nada excepcional.

Como sucedía en la maxiserie, abundan los diálogos y el énfasis se pone más en los personajes que en la acción física. Lo interesante aquí no es tanto la espectacularidad de la aventura sino la forma en que los héroes se enfrentan psicológica y emocionalmente a una crisis más parecida a un desastre natural que al maquiavélico plan del villano de turno. Para colmo, el final es un Deus ex Machina insatisfactorio y tramposo que además se apoya en una historia anterior, la mencionada saga del Proyecto Pegaso, sólo conocida por fans clásicos de Marvel y que había aparecido nada menos que diez años antes.

Otra parte del problema reside en que Gruenwald no es, ya lo apunté, un dialoguista muy bueno así que las escenas y la interacción entre personajes es correcta pero nada más. Y aunque en el curso de la maxiserie el lector acababa tomándole aprecio a los protagonistas, en esta aventura larga pero autoconclusiva y dominada por la gran amenaza cósmica, nos encontramos con que esos mismos personajes resultan mucho menos carismáticos.

Como también sucedía en la serie limitada, Paul Ryan realiza una labor sosa y sin atractivo alguno que ni siquiera el entintado de un maestro como Al Williamson consigue realzar. La narración discurre con claridad pero Ryan ni es un buen dibujante de figuras, ni sabe aportar dinamismo a las escenas ni es mínimamente expresivo. Es un estilo este que abundaba en la Marvel de los ochenta, quizá porque Jim Shooter lo favorecía tratando de evitar los divismos que aquejaban a ciertos artistas con los que eventualmente acabó chocando.

Hay que reconocerle a Gruenwald el mérito de hacer que este comic, como he dicho demasiado largo para lo que cuenta, no adolezca de un ritmo lento, lo cual no es poco mérito teniendo en cuenta la poca acción que ofrece. Así que, en este sentido, “La Muerte de un Universo” es una aventura moderadamente entretenida que se beneficia de transcurrir en un universo alternativo, por lo que el lector no sabrá quién muere y quién sobrevive al final…si es que lo hace alguien. La otra cara de la moneda es que, siendo personajes secundarios dentro del género superheroico, lo que les ocurra importa menos que si esta crisis cósmica le sobreviniera a los Vengadores o la Liga de la Justicia.

Y ese es el problema con las secuelas: que muchas veces no pueden evitar ser obras nacidas del éxito de su predecesora sin una idea motora que les dé sentido y con el único propósito de atraer a los lectores que disfrutaron de aquélla. A falta de una premisa potente como la de la maxiserie, “La Muerte de un Universo” es una historia del montón, no particularmente nefasta pero sí innecesaria y bastante por debajo de otras space operas superheroicas como las creadas por Jim Starlin para “Warlock” o “El Capitán Marvel”.

Aunque obviamente sentía mucho cariño por el Escuadrón, el trabajo de Gruenwald para ellos ya nunca alcanzó la altura de la serie limitada. Después de la novela gráfica, el guionista los introdujo como invitados en la colección de “Quasar” que escribía allá por los noventa, pero el resultado fue aún peor, verboso y con el ya cansino recurso de someterles al control mental de un tercero.

Como Halcón Nocturno en la maxiserie, Mark Gruenwald murió de un ataque al corazón en 1996 y, respetando sus deseos, sus cenizas se mezclaron con la tinta que se utilizó para imprimir el primer recopilatorio de la serie limitada de “El Escuadrón Supremo”. Rara vez encontraremos a otro autor cuya identificación y cariño con una obra haya llegado a ese extremo.

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