25 nov 2018

1961- LOS CUATRO FANTÁSTICOS – Stan Lee y Jack Kirby (1)


Nadie acusó nunca a Martin Goodman de ser demasiado moderado. Desde que comenzó en el negocio editorial en 1931 hasta que se retiró en 1975, el editor de Marvel fue conocido por dos cosas: copiar las ideas de éxito de otras compañías y utilizar estrategias de marketing que oscilaban entre la expansión indiscriminada y la purga despiadada. Su imaginación como editor era limitada. No planificaba con antelación ni meditaba estrategias y se preocupaba poco por la innovación o la creatividad. Pero ganaba dinero y solía evitar los errores.

Se rumoreaba que Goodman nunca pasó en la escuela del cuarto grado pero ello no le impidió convertirse en un hábil hombre de negocios con un indudable instinto para predecir lo que los lectores buscarían en el quiosco. Una de las pocas cosas en las que Stan Lee y Jack Kirby coincidían al final de sus carreras era que Martin tenía cierta inclinación a no respetar los tratos y las promesas a los que se había comprometido. Con todo, Goodman fue tan importante para el nacimiento de los Cuatro Fantásticos como Jack o Stan.


Nacido en 1908, Martin Goodman era más joven que la mayoría de los principales editores de su época: quince años más joven que el fundador de DC Comics, Harry Donenfeld; y ocho años más joven que su cofundador, Jack Liebowitz. Jack y Harry habían entrado en el negocio de la publicación en 1932. En 1944, Liebowitz impulsó la fusión varios sellos editoriales y de distribución de Donenfeld en una sola corporación llamada National Periodical Publications. Dos de las empresas del conglomerado eran Independent News (IND) y DC Comics, ambas presididas por Jack Liebowitz.

Pero no nos adelantemos. Antes de comenzar en el negocio editorial, Goodman ya había demostrado que era un superviviente. Aprendió a arreglárselas durante la Gran Depresión. Cuando la bolsa se hundió en 1929 arrastrando con ella a toda la economía norteamericana, se convirtió en un
vagabundo, viajando libremente por el país, viviendo en campamentos de desahuciados y cocinando sobre hornillos al aire libre. Mientras que Donenfeld y Liebowitz habían conseguido mejorar su posición enfrentándose a las mafias del negocio, Goodman lo hizo ascendiendo desde lo más bajo de la sociedad.

En 1932, Goodman pidió prestado algo de capital y fundó Western Fiction Publishing, una compañía que se especializó en revistas pulp que ofrecían cuentos nostálgicos del Aalvaje Oeste. En mayo de 1933, la primera colección de Goodman, “Western Supernovel Magazine”, llegó a los quioscos. A raíz de su éxito, Goodman comenzó a dar señales de su mentalidad empresarial: inundó los puestos de venta de revistas del
Oeste… hasta que el interés del público por el género disminuyó y cambió de tercio. No hay duda de que con ello ganaba dinero, pero a largo plazo era una mala estrategia. Saltar de una moda a otra mientras quemaba su potencial le impedía desarrollar una identidad diferenciada que le asegurase un grupo fiel y regular de lectores.

En 1939, justo después de que Donenfeld y Liebowitz hubieran cosechado un enorme éxito con Superman, Goodman decidió añadir comic books a su línea de publicaciones. Para ello, contrató los servicios de Funnies, Inc, una empresa que creaba comics para los editores que carecían de artistas propios. El primero de aquellos comics fue una antología de historias titulada “Marvel Comics” (octubre 1939). La primera edición vendió 80.000 copias y la segunda, un mes después, otras 80.000. Goodman había entrado en el comic a lo grande.

Los dos personajes más importantes de aquel primer número de “Marvel Comics” fueron la Antorcha Humana, creado por Carl Burgos; y el Sub-Mariner, ideado por el fenomenal bebedor irlandés que era Bill Everett. Eran dos héroes de lo
más extraño. En la portada de la revista, la Antorcha Humana presenta un aspecto repulsivo y amenazante. Se trataba de un androide que estallaba en llamas, huía de su hacedor y causaba el caos y el terror. Por su parte, el Sub-Mariner era un ser arrogante, obtuso y antisocial, un rebelde de malas pulgas que despreciaba a la raza humana por contaminar los océanos que consideraba de su propiedad. No tuvo reparos en declarar la guerra contra los respiradores de aire en más de una ocasión, provocando la inundación de ciudades enteras. La Antorcha y Sub-Mariner fueron personajes que aunaban en sus aventuras la violencia enloquecida y la alienación sociopática. Estos dos seres inestables y rechazados por la sociedad, eran completamente diferentes al resto de superhéroes que por entonces poblaban los quioscos y representaron el primer intento de crear personajes supuestamente heroicos en la fina línea que separaba el bien del mal.

El éxito de “Marvel Comics” llevó a Goodman a contratar a Joe Simon, un joven de clase media que había trabajado en Funnies Inc, para encargarle un nuevo héroe de acción. El resultado que presentó Simon se parecía mucho a otro personaje de comic llamado Escudo. Simon lo bautizó originalmente “Super American”, pero rápidamente
cambió de opinión por “Capitán América”. Para dibujarlo, recurrió a un antiguo compañero del estudio de Víctor Fox, un prometedor artista de 22 años llamado Jack Kirby.

De Kirby (nacido Jacob Kurtzberg en 1917) se decía que había nacido con un lápiz en la mano. Y aunque semejante afirmación pueda ser exagerada, sí que empezó a dibujar muy poco después de aprender a caminar. De pintarrajear las paredes del humilde apartamento neoyorquino donde vivía con su familia pasó a dibujar para el club juvenil local antes de encontrar empleo haciendo pequeños trabajos de relleno para periódicos y, más tarde, labores de animación para los Estudios Fleischer. Cansado de esa labor tan repetitiva, el joven Kirby descubrió la industria de los comics y se unió al taller de Eisner y Iger, donde por primera vez comenzó a firmar sus dibujos como Jack Kirby. Fue alrededor de 1940 cuando, mientras trabajaba para la agencia Fox Features Syndicate, conoció a Joe Simon. Lo siguiente sería la creación del Capitán América.

Kirby fue el primer dibujante de comics que se dio cuenta de que para crear superhéroes realmente emocionantes era necesario trascender las limitaciones de la anatomía humana naturalista. Kirby deconstruía la forma humana y la volvía a crear con unas nuevas proporciones cuya estética se adaptaba a sus fines. Sus héroes de acción desafiaban todas las leyes conocidas de la física; sus cuerpos formaban interminables arabescos mientras se retorcían y contorsionaban en posiciones imposibles. Era el dibujo de comic book más cinético que jamás se hubiera visto.

Goodman quería comprar el Capitán América, pero Simon no era tan iluso. Sabía que tenía
una mina de oro en las manos y que había compradores con los bolsillos mejor surtidos que él. Así que editor y guionista se sentaron, hablaron, negociaron y sellaron un acuerdo muy favorable para el segundo: en lugar de enterrar al personaje en una colección genérica, el Capi conseguiría su propio título; Simon y Kirby obtendrían el 25% de la recaudación (que se dividiría en el 15/10 a favor de Simon) y Martin los contrataría como editor y director artístico respectivamente.

Semejante acuerdo cayó como un bombazo en la industria. Pero aún más importante fue el lanzamiento de “Captain America” nº 1 en marzo de 1941. La tirada se vendió entera en cuestión de días y la segunda superó el millón de copias. Pronto, Jack y Joe estaban tan ocupados creando comics para la editorial que necesitaron un ayudante. A finales de 1940, entra en escena Stan Lee, primo de Jean Goodman, la esposa de Martin. Había nacido en 1927 en Nueva York y acabó trabajando para su pariente en Timely tras una larga serie de variopintos trabajos eventuales.

Durante un tiempo, a Lee le gustaba contar la historia de que había ganado concursos de redacción organizados por los periódicos locales, afirmación que, como suele ser común viniendo de él, puede o no ser verdad. Pero lo que sí parece cierto es que el joven pasaba horas leyendo prácticamente todo lo que caía en sus manos; y en los años treinta lo más probable es que fueran las revistas pulp, en las que aparecieron primigenias versiones de lo que luego serían conocidos como “superhéroes”. La inclinación de Stan por escribir fue temprana: un texto para “Captain America Comics” nº 3 (1941), en el que aparece por primera vez su firma: Stan Lee.

Pero principalmente su tarea principal, por ocho dólares semanales, consistía en preparar café, ocuparse del correo y borrar las líneas de lapicero de Kirby tras el entintado de sus páginas. Su actitud jovial y ruidosa (se subía por los archivadores, galopaba por el estudio y tocaba la ocarina) mereció más de una reprimenda por parte de un Jack Kirby que lo consideraba un enchufado por ser pariente del jefe.

A pesar de sus ocasionales diferencias, Jack, Joe y Stan disfrutaban de su trabajo en la
colección del Capitán América, cuyo éxito la situaba al nivel de Batman e incluso Superman. Probablemente nunca se le ocurrió a Goodman que el patriotismo iría a la baja en cuanto la guerra tocara a su fin. Pero ya antes de eso la armonía no tardó en disolverse. El apetitoso trato que Simon y Kirby habían firmado con Goodman se rompió tras tan sólo diez episodios. Uno de los contables de Goodman le dijo a Simon que el editor les estaba engañando respecto a los royalties. Por su parte, éste alegó que, a sus espaldas, ambos autores habían tratado de conseguir un acuerdo más favorable con DC Comics. De lo primero no hay pruebas; de lo segundo, admitido por el dúo, sí. Así que Goodman los despidió. Y aunque Simon pensaba que alguien en DC había puesto sobre aviso al editor, Kirby opinaba que Stan Lee había tenido algo que ver y le dijo a su compañero: “La próxima vez que vea a ese pequeño hijo de puta lo mato”.

Lee, mientras tanto, a sus 19 años, se convirtió en editor y director artístico de la floreciente compañía. Temporalmente, le dijeron. Pero los meses se convirtieron en años y los años en décadas…Durante ese tiempo, aprendió todos los entresijos del trabajo editorial y escribió miles de guiones de todo tipo de género, aprendiendo a desarrollar diferentes “voces” literarias y conociendo lo que se vendía y lo que no. Esa experiencia demostraría ser de un valor incalculable cuando años más tarde empezó a crear personajes revolucionarios. Pero no nos adelantemos.

Jack y Joe continuaron sus carreras en DC, donde Jack Liebowitz les había prometido doblarles los honorarios y apoyar sus comics con fuertes campañas publicitarias en sus otras revistas. Allí crearían series tan populares como “Boy Commandos”, “Boys Ranch” o “Manhunter”.

Mientras tanto, Timely Comics pasó los años de guerra disfrutando de una gran prosperidad.
América acogió con entusiasmo los héroes y antihéroes de Goodman así como su clara apuesta política, reflejada por la cubierta de “Capitán América” nº 1, en la que el patriótico héroe se mostraba pegándole un puñetazo a Hitler. La Antorcha incineraba la fuerza aérea alemana y Sub-Mariner hundía, sin ayuda de nadie, la flota japonesa. Después de la entrada oficial de Estados Unidos en la guerra, en diciembre de 1941, Capitán América vendía casi un millón de copias por número. El conflicto bélico resultó ser un buen negocio para las editoriales de comic-books.

No hay mejor analogía para subrayar la dispar suerte de Lee y Kirby que sus respectivas experiencias en la guerra. Ambos se alistaron voluntarios y cuando Stan le dijo a su oficial al mando que trabajaba en la industria del comic book fue destinado a dibujar manuales de entrenamiento y posters de advertencia contra las enfermedades venéreas. Cuando Kirby dijo que había dibujado el Capitán América, sus comandante le envió a una sección de reconocimiento de infantería para que dibujara mapas detallando las posiciones enemigas, uno de los trabajos más peligrosos del frente de combate (de hecho, casi perdió las piernas por congelación y sufrió estrés
postraumático). Así que en lugar de dibujar cómodamente posters, Kirby hubo de esquivar balas. Lee, por el contrario, permaneció en su casa durante la guerra, complementando la paga militar con los guiones que le enviaba a Goodman por correo. Casi fue sometido a un consejo de guerra y condenado a pena de cárcel cuando irrumpió en la sala del correo tratando de recuperar un encargo para un guión. Pero su eterna suerte le salvó también esta vez.

Después de la guerra, Kirby continuó tratando de ganarse la vida en el mundo del comic,
creando nuevos géneros y cabreando a los editores. Por pura necesidad, dieciséis años después de haber sido despedido por Martin Goodman, se vio obligado a regresar y trabajar de nuevo para él. En este punto, Timely Comics (ahora rebautizada “Atlas”) se balanceaba al borde de la insolvencia y Goodman se preparaba para saltar del barco de los tebeos.
¿Qué había ocurrido?

Desde que empezara en la industria del comic book, Goodman había tardado poco en convertirse en su editor más prolífico. Pero eso no equivale a decir que fuera el más original. En cuanto detectaba que un título de la competencia tenía buenas ventas, ordenaba a su personal que se sacara de la manga una copia de aquél. Durante estos primeros años, Timely se aventuró en los más diversos géneros: humor (“Comedy Comics”, “Joker Comics”) “funny animals”, comics para chicas adolescentes (“Millie the Model”, “Patsy Walker”, “Nellie the Nurse”), policiacos, románticos, terror y western. Además, cambió su nombre –brevemente- por el de Marvel Comics y se mudó desde sus oficinas en la calle 42 a unas nuevas instalaciones en el Empire State Building.

Sin embargo, al término de la Segunda Guerra Mundial, los superhéroes desaparecieron. Así de sencillo. Los lectores les retiraron su apoyo y sus colecciones fueron canceladas en masa. Tan sólo Superman, Batman y Wonder Woman consiguieron sobrevivir al trance. El antaño popular “Capitán América” fue reconvertido en un título genérico, “Captain America´s Weird Tales”, en cuyas páginas nunca aparecía el héroe que le daba título.

Ya en los cincuenta, la suerte Marvel –ahora conocida como Atlas Comics- fue un desfile de altibajos. Goodman reunió capital para fundar, en diciembre de 1951, su propia distribuidora, Atlas New Company. Para ello hubo de desmantelar su “Bullpen” o estudio de artistas, enviando a muchos de ellos a la calle. Por otro, se trasladaron a unas oficinas más baratas –y más pequeñas- en Park Avenue. En ese ambiente de recorte de costes, Stan Lee se convirtió en el hombre para todo: editaba, escribía, ejercía de director artístico, diseñaba las portadas y controlaba el departamento de producción.

Contando con su propia distribuidora, Goodman estaba preparado para inundar el mercado.
En un momento dado, Atlas publicaba nada menos que ochenta y cinco títulos diferentes. Eso sí, no eran precisamente el colmo de la originalidad. Cuando Harvey Comics obtuvo un gran éxito con “Casper The Friendly Ghost”, Goodman publicó una imitación titulada “Homer the Happy Ghost”. Archie Comics tenía a Archie Andrews, y Goodman lanzó Homer Hooper. Los periódicos tenían las tiras de “Daniel el Travieso” y Goodman presentó a “Melvin el Monstruo”; la respuesta de Atlas al televisivo Sargento Bilko fue el Sargento Barker. Goodman solía decirle a Stan Lee que nunca era una buena idea ser el primero en algo.

Y así fueron las cosas, año tras año. Sin vergüenza ni pudor alguno, Goodman recurría al plagio evidente y poco original. La única razón por la que no lo inundaron de demandas fue porque se cuidó muy mucho de copiar nada de la poderosa DC Comics y porque, al fin y al cabo, sus competidores sabían que, en el fondo, también sus personajes eran plagios de otros que ya habían aparecido antes en el ámbito de las revistas pulp.

(Continúa en la próxima entrada)

1 comentario:

  1. Extraordinario aporte como siempre Manuel. Ciertamente, la figura de Goodman es la gran ignorada en la génesis Marvel

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