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A mediados de los años cincuenta tuvo lugar la gran implosión de los comic-books a raíz de la polémica despertada por las acusaciones del doctor Fredric Wertham contra la nefasta influencia que supuestamente ejercían las historietas en la mente juvenil. No voy a entrar aquí a relatar en detalle el lamentable episodio, pero las consecuencias del mismo condicionaron la evolución del medio en Estados Unidos durante las siguientes décadas.
Wertham no consiguió derribar la industria del comic-book, pero casi lo consigue. La histeria

Tras la ruina de su proyecto común, el inquieto Simon no tuvo problemas para encontrar trabajo en puestos editoriales de diferentes compañías. Kirby lo tuvo peor. Muchas editoriales, golpeadas por la mala fama que les atrajo la polémica de las audiencias ante el Senado a cuenta de los tebeos, decidieron minimizar sus pérdidas y cerrar sus divisiones de historieta. El panorama resultante quedaba así dominado por un puñado de grandes editores,

El regreso de Kirby a Atlas tuvo lugar en 1956 y fue el resultado más de la desesperación que de la voluntad. Fue humillante para él, que había sido el director artístico de la casa (bajo el nombre de Timely) y dibujado comics que se vendían por millones, tener que pedir al antiguo “chico para todo” de aquella editorial, Stan Lee, que le pasara algún encargo. Éste, por su parte, no tenía ningún problema. Es más, estaba encantado de tenerle a bordo. Eso sí, su hombre de confianza en ese momento era Joe Maneely, un joven artista con quien trabajaba en una tira para la prensa titulada “Mrs.Lyon´s Cubs”. No podían saber entonces que Atlas se aproximaba al peor momento de su historia.
Durante los años cincuenta, la editorial de Goodman había conseguido sobrevivir a todas las

No le costó mucho. A finales de 1956, los duros tiempos por los que habían tenido que atravesar los comic-books hallaban su reflejo en las ventas. Muchos editores echaban la persiana y el número de títulos del mercado descendió de 650 a 250. El propio Goodman había recortado su línea de comics y Froelich le hizo ver que su distribuidora ya no era necesaria. Sería más conveniente, le dijo, llegar a un acuerdo con American News Company, la mayor distribuidora del país. Stan Lee no estuvo de acuerdo, pero su opinión no contaba demasiado.

A mediados de 1957, Atlas Comics se había quedado sin distribuidor. La única salida que le quedó a Goodman fue agachar las orejas, tragarse el orgullo, llamar a la puerta de Independent News, la distribuidora propiedad de DC Comics, y rogarle a Harry Donenfeld que se hiciera cargo de sus revistas. El una vez orgulloso editor de ochenta y cinco títulos mensuales se había convertido en una marioneta de DC Comics y su presidente, Jack Liebowitz, no pudo sentirse más satisfecho por ello.
Liebowitz, cuya visión del negocio era más amplia que la de Goodman, sin duda supo ver las ventajas de someter a su antiguo rival. Con la industria en crisis, Independent News no iba a dejar a Goodman llevar a cabo su política favorita: inundar el mercado. Liebowitz puso a Goodman bajo un estricto régimen de ocho comic-books al mes.

El colapso de Atlas fue casi catastrófico. La compañía, ahora sin siquiera nombre, se trasladó al 655 de Madison Avenue y Stan Lee se encontró de repente trabajando en una diminuta oficina de dos habitaciones que Gene Colan describiría como un “guardarropa”. Cuando recordaban sus gloriosos días en el Empire State, no podían sino lamentar amargamente lo bajo que habían caído.
Debido al leonino contrato de distribución por diez años firmado con Independent News, la línea de comics de Goodman hubo de ser purgada a fondo. A finales de abril de 1957, había reducido sus colecciones de sesenta a ocho títulos. Comoquiera que tenían una gran cantidad de material acumulado, le dijo a Stan Lee que no necesitarían de los servicios de ningún dibujante hasta que todo aquel inventario hubiera sido publicado. Ordenó a Lee suspender todos los trabajos en marcha y se largó a Florida de vacaciones.
Otra vez se encontró Lee con la desagradable tarea de tener que despedir a los artistas de

Cuando Goodman regresó a Nueva York, fue probando suerte con diferentes géneros esperando

La mayoría de ellos no eran más que comics vacuos y repetitivos. Daban el suficiente dinero como para mantener abierta la empresa y pagar los costes de la línea de comics, pero desde luego no iban a revolucionar el mercado. Durante cuatro años, Stan Lee hubo de trabajar en la oscuridad creativa de aquella esquina del edificio corporativo de Goodman, presidiendo los restos maltrechos de la antaño boyante línea de comic books de la editorial. Los ingresos de la empresa provenían ahora sobre todo de las revistas convencionales, la mayoría de las cuales se apoyaban en chistes malos y cuerpos femeninos. Comenzaron a circular rumores que apuntaban a la salida de Goodman del negocio de los comics. Algunos afirman que la única razón por la que se mantuvo en ese mercado, enganchado como estaba al acuerdo con Independent News, fue que no quería despedir a Lee. Otros opinan

Sea como fuere, a finales de los cincuenta, Lee debía estar preguntándose cómo era posible que una década que había comenzado de forma tan próspera y prometedora se hubiera transformado en una pesadilla. Se sentía atrapado, revisando una y otra vez las mismas publicaciones mediocres a cuatricomía sin sentir la más mínima satisfacción creativa o, al menos, embolsarse una compensación económica. Veía poco futuro en la industria del comic y mucho menos una oportunidad de expresar a través de él sus propias ideas. “Siempre se trataba de lo que el editor quería, nunca de lo que a mí me interesaba”.
Aquél trabajo “temporal” que había aceptado de su primo político veinte años antes se había apoderado de él. Había pasado de ser un joven y enérgico editor estrella coordinando la labor de una amplia plantilla de profesionales a un esclavo encerrado en una oficina cutre sin más personal que una secretaria que cada día tenía menos que hacer. A los treinta y cinco años, sentía que ya había dejado atrás le mejor etapa de su vida. Quería darle un giro a su carrera, salir de la industria de los comics pero tenía una familia que alimentar. Quizá lo mejor

Y, para colmo y durante un tiempo, las cosas solo parecieron empeorar. En junio de 1958, el principal artista de la casa, Joe Maneely, falleció en un accidente. Fue una pérdida devastadora. Maneely era capaz de trabajar a gran velocidad (dibujaba y entintaba hasta siete páginas al día) y, al tiempo, mantener un buen nivel de calidad. No sólo había que cubrir su hueco, sino que Goodman le dijo a Lee que, después de haber utilizado ya el material que tenían en archivo, había llegado el momento de buscar dibujantes para encargarles historietas nuevas. Por fin, Stan tenía trabajo que ofrecer.
Y exactamente eso era lo que necesitaba desesperadamente Jack Kirby. Tras la cancelación de “Sky Masters” y convertirse en persona non grata para DC a causa de su litigio con el editor Jack Schiff, el trabajo le había llegado con cuentagotas. Picoteaba encargos sueltos en Archie Comics y Harvey Comics también le pasaba alguna tarea, pero de repente esta última canceló su línea de superhéroes para dedicarse sólo a los comics infantiles, un género en el que Kirby tenía poco acomodo.
Llegado este punto, la vida de Jack parecía estar discurriendo paralela a la de Stan. Se sentía en el punto más bajo de su carrera, pensaba que la industria de los comics era un barco que se hundía y, como Lee, también tenía una familia que alimentar. Para Kirby, los comic books se habían convertido en una trampa, pero no podía abandonarlos. No sabía hacer otra cosa. Ahora, a los 41 años, sus perspectivas no eran muy esperanzadoras. Sus días de gloria en compañía de Joe Simon estaban ya muy lejos y la mayoría de la industria parecía serle hostil.

Y así, en el otoño de 1958, con la década tocando ya a su fin, Jack Kirby volvió a entrar en la vida de Stan Lee. Ambos pensaban que el negocio del comic book estaba en las últimas. Y entonces, comenzaron los sesenta.
A pesar de los malos augurios que se cernían sobre Atlas, lo cierto es que Jack Kirby pareció reanimar algo la compañía. Las ventas del western “Rawhide Kid” remontaron en cuanto él se hizo cargo del dibujo y Goodman decidió esperar un poco más antes de dar el carpetazo definitivo a su línea de comics. Pero no era esa la única razón: había rumores de que DC había sacado un par de títulos nuevos que parecían estar vendiéndose muy bien. ¿Era quizá el momento para que los superhéroes regresaran? ¿Dónde habían estado mientras tanto?
La Edad Dorada de los superhéroes, que se había extendido desde los últimos años treinta y los primeros cuarenta, se había construido con tanto vigor como poca sofisticación por una generación de dibujantes idealistas en un momento en el que los comics no estaban “contaminados” por el deseo de transmitir ideas o conflictos

Pero a mediados de los años cincuenta, aquel espíritu hacía tiempo que se había desvanecido. La violencia inherente a los héroes de la Edad Dorada ya no existía. Ni siquiera los propios héroes habían sobrevivido. El patriotismo incendiario que impregnó los años de la Segunda Guerra Mundial influyó en ello, pero también la mencionada campaña contra el medio orquestada por el psiquiatra Fredric Wertham. Los superhéroes que aún acudían puntualmente a su cita mensual con los lectores eran pocos y de comportamiento impoluto…y aburrido. La imposición de la autocensura a través del sello en portada del Comics Code Authority castró a los héroes de la Edad Dorada y sus historias no tardaron en convertirse en auténticas píldoras somníferas.

El propio Martin Goodman había dejado de publicar superhéroes. En 1953, un breve intento de

(Continúa en la siguiente entrada)
Dos entradas, y todavía no hemos llegado a los 4 F ;-)
ResponderEliminarBueno, felicidades ya solo por este preámbulo (y por el resto de tus entradas; no suelo comentar, pero te leo cuando puedo)...
Un saludo.